• Una visita a la sala de emergencias en medio de la noche reveló las suposiciones incorrectas que habían estado influyendo en su atención médica. Ilustración: Cam Cottrill para The Washington Post

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota She thought anxiety and drinking made her ill. The truth was scarier, original de The Washington Post. 

Cuando Brandie Boyd Meyer llegó al trabajo y le dijo a su asistente que tenía un dolor de cabeza intenso —y después de parecer inestable y tomar varias pausas en la “sala de bienestar” de su compañía— sus colegas más cercanos concluyeron que el consumo de alcohol de la ejecutiva de atención médica de Dallas estaba fuera de control.

Meyer, quien entonces tenía 35 años de edad, había luchado durante gran parte de los cuatro años anteriores con la ansiedad que desarrolló después del nacimiento de su primer hijo. A eso le siguieron ataques de pánico y más tarde un diagnóstico de trastorno por consumo de alcohol. Pero a pesar de varios medicamentos, meses de terapia y asistencia a reuniones de Alcohólicos Anónimos, Meyer lo que hacía era empeorar. Su matrimonio se estaba desmoronando, tenía dificultades en el trabajo y su familia estaba considerando intervenir para abordar su aparente consumo de alcohol en secreto.

Esa tarde de agosto de 2019, su asistente y un colega la sacaron rápidamente del edificio, la llevaron a casa y luego llamaron a su esposo, Andrew. Él regresó a casa y la encontró acostada en su cama en posición fetal, con su hijo de 3 años de edad acurrucado encima de ella durmiendo.

“Andrew asumió que yo estaba borracha y desmayada”, comentó Meyer, quien pronto terminó en una sala de emergencias cercana después de un extraño episodio en medio de la noche.

En cuestión de horas, Meyer y su familia quedaron atónitos ante un hecho que puso al descubierto grandes equivocaciones en las suposiciones sobre su comportamiento, que se basaron en gran parte en conjeturas que habían guiado su tratamiento.

“Uno de los puntos clave es que fui selectiva en lo que pensé que cada proveedor necesitaba saber”, dijo Meyer, cuya memoria de los meses previos a su diagnóstico es irregular. “Eso no fue útil. Pero todos pasaron por alto (señales importantes) hasta que estuve en la sala de emergencias”, detalló.

Una médica que comenzó a tratarla poco después de su hospitalización tiene una opinión diferente sobre lo que salió mal. “Creo que el ‘síndrome de la mujer joven’ es una gran parte de esta historia”, dijo la doctora. Ella cree que “se estableció una narrativa” basada en la edad, el sexo y el estado de Meyer, que se perpetuó sin un escrutinio adecuado, retrasando el diagnóstico correcto en detrimento de ella.

La maternidad

A finales de 2015, cuando Meyer estaba en el primer trimestre de su embarazo, experimentó varios episodios en los que se sentía como temblorosa y “fuera de sí”. Atribuyó esos episodios a la baja de azúcar en la sangre o al embarazo. Sin embargo, los síntomas desaparecieron después del nacimiento de su hijo a mediados de 2016.

Inicialmente, Meyer no le mencionó estos episodios a su ginecobstetra, ya que parecían inconsistentes. En ese momento, se estaba enfrentando a preocupaciones más apremiantes. Su esposo viajaba con frecuencia por trabajo y ella era madre primeriza que debía equilibrar su propio trabajo exigente con el cuidado del bebé.

“Sentía que fallaba mucho”, dijo.

Basándose en gran parte en las descripciones de los problemas de sus amigos, Meyer concluyó que estaba sufriendo de ansiedad. Le habló a su ginecobstetra sobre los temblores y la sensación de estar “fuera de sí” y en pánico. La doctora ordenó que le hicieran exámenes para verificar su tiroides. Cuando los resultados no mostraron ninguna anormalidad, le recetó un medicamento para tratar la ansiedad y la depresión.

Pero después de varios meses con el medicamento, Meyer no sentía mejora. A principios de 2018 se reunió con el sacerdote de su iglesia —quien se mostró abierto a escuchar— para pedirle consejos sobre cómo afrontar la situación. Meyer, quien no tenía antecedentes de problemas de salud mental, programó una cita en una clínica psiquiátrica y vio a un asistente médico.

Este profesional médico le recetó un segundo antidepresivo, luego un tercero. Meyer los tomó durante varios meses, pero no veía ninguna mejora.

En ese momento, se sentía crónicamente cansada y tenía dificultades para lidiar con su hijo, un niño con mucha energía y súper hablador. “Me cansaba mucho antes de lo normal”, recordó Meyer. “Tenía mucho trabajo y me estaba consumiendo mucho”. Había sido ascendida y su esposo debía viajar con más frecuencia, a veces hasta cuatro días a la semana.

Los fines de semana, a menudo tomaba largas siestas. “Andrew podía ver que estaba realmente luchando e intentaba sacar (a nuestro hijo) de la casa”, dijo ella. A veces, pasaban cuatro o cinco horas en el zoológico.

“Me di cuenta de que no estaba haciendo mi parte y no sentía que nada mejorara”, recordó Meyer.

Tenía una nueva preocupación: su consumo de alcohol.

Por las noches, después de que su hijo se acostaba, Meyer a menudo bebía vino mientras hablaba por teléfono con su esposo cuando estaba fuera de la ciudad. Pero a la mañana siguiente a menudo no recordaba detalles de su conversación, o incluso a veces ni recordaba que habían tenido una conversación.

“Sucedió lo suficiente como para que él y yo nos preocupáramos de que tal vez estaba bebiendo más de lo que me daba cuenta”, detalló Meyer. No contaba la cantidad de sus bebidas ni su esposo evaluaba las botellas vacías para ver cuánto había consumido. Decidieron que su pérdida de memoria se debía a un problema de alcohol.

Meyer llegó a la conclusión de que estaba usando el alcohol para aliviar su creciente ansiedad, que parecía no responder a los medicamentos y la terapia, y que se había convertido en alcohólica.

Fue un diagnóstico que se hizo evidente en sus registros médicos, y que fue confirmado y aparentemente no fue cuestionado por dos especialistas en salud mental.

Brandie Boyd Meyer con su hijo mayor, Theo. Foto: Brandie Meyer

Acudiendo a Alcohólicos Anónimos

A finales de 2018, Meyer comenzó a ver a un trabajador social para sesiones regulares de terapia de conversación.

Después de varios meses, él la remitió a un psiquiatra que ella consultó en abril de 2019. Ambos confirmaron sus diagnósticos de ansiedad y problema de alcohol, dijo ella. En ese entonces, Meyer había tomado cuatro medicamentos para tratar la ansiedad y la depresión; pero ninguno había ayudado. Sus ataques de pánico eran más frecuentes y disruptivos, ocurriendo casi a diario. Luchaba para cumplir en el trabajo y sus colegas comenzaron a notar algo estaba mal. Ella le comentó a algunos que estaba luchando con el alcoholismo.

En la primavera de 2019, Meyer comenzó a ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, que resultaron útiles. “Era un lugar seguro para hablar sobre todas las cosas que parecían anormales y que estaba atribuyendo al alcohol”, dijo. “Además, era un gran lugar para obtener dulces gratis y un café realmente malo”.

Pero su deterioro era evidente. Una vez estaba asistiendo a una sesión de estrategia cuando un trabajador, sorprendido por su expresión, le preguntó: “¿Estás bien?”. Meyer le aseguró que sí lo estaba. “Debo haber parecido realmente desconectada”, dijo ella. Meyer había comenzado a tener convulsiones, aunque nadie las reconoció como tal.

En mayo, mientras estaba retrocediendo con su carro en el garaje, Meyer casi chocó contra la pared. Su marido le gritó para que se detuviera, “pero yo simplemente no respondí ni paré”, dijo Meyer, quien logró evitar la colisión. Le contó el incidente a su psiquiatra. El médico le advirtió a Meyer que podía estar experimentando un efecto secundario del medicamento contra la ansiedad Xanax y le advirtió que no lo tomara si iba a conducir.

Debido a que su memoria presenta confusión, la mayor parte de lo que Meyer sabe sobre los eventos en su oficina, que ocurrieron tres meses después, lo aprendió después del hecho. No recuerda haber sido llevada a casa, acostarse en la cama con su hijo o el comportamiento que llevó a su esposo a llamar al 911 horas después cuando se despertó y ella estaba parada sobre él sin poder hablar. Y solo tiene un recuerdo vago del viaje en ambulancia hacia la sala de emergencias.

Un escaneo revelador

Un escáner CT de la cabeza de Meyer, realizado poco después de su llegada al hospital, reveló la sorprendente causa de sus síntomas debilitantes: un tumor del tamaño de un durazno había invadido ambos lóbulos frontales de su cerebro y estaba causando cambios cognitivos y de personalidad, y convulsiones cada vez más graves.

Debido a su enorme tamaño, los médicos sospecharon que se trataba de un cáncer agresivo. Inicialmente le dijeron a su esposo que solo podría sobrevivir unos meses.

Meyer fue trasladada rápidamente al Centro Médico UT Southwestern en Dallas y fue llevada a la sala de operaciones casi 48 horas después de que sus colegas la sacaron de la oficina porque pensaron que estaba borracha. (No había consumido alcohol; su dolor de cabeza y otros síntomas eran el resultado del tumor cerebral).

Los patólogos determinaron que el tumor era un oligodendroglioma, un cáncer raro que ataca el cerebro y la médula espinal. Anualmente se diagnostican aproximadamente 1.100 casos en Estados Unidos, generalmente en hombres entre 35 y 44 años de edad. Estos tumores se clasifican como menos agresivos, ya que suelen crecer lentamente durante años antes de provocar síntomas, o como malignidades más agresivas y de crecimiento más rápido. Los síntomas pueden incluir convulsiones, pérdida de memoria, cambios de personalidad, incluyendo ansiedad y ataques de pánico, así como problemas cognitivos.

La causa de los oligodendrogliomas es desconocida, aunque se cree que la exposición a la radiación juega un papel importante. El tratamiento consiste en una cirugía para extirpar la mayor cantidad posible de la masa, a veces seguida de radioterapia o quimioterapia. El cáncer es tratable, pero no curable.

El tumor de Meyer, que los médicos le dijeron que podría haber estado presente durante al menos una década, resultó ser de bajo grado. “Estábamos tan aliviados”, recordó. Los cirujanos pudieron eliminar alrededor del 75 %.

Unas semanas después de la cirugía, se reunió con la experta en tumores cerebrales Elizabeth Maher, una neuróloga del Centro Integral de Cáncer Harold C. Simmons en el UT Southwestern Medical Center.

“Me quedé completamente sorprendida por toda su historia”, dijo Maher, añadiendo que los síntomas de Meyer eran “clásicos” de los oligodendrogliomas.

Sus registros contenían descripciones de incidentes que se habían atribuido a un problema de salud mental o al consumo de alcohol, aunque nadie la remitió para que se hiciera un examen de niveles de alcohol en la sangre, señaló Maher. Tampoco parecía que quienes la trataban consideraran que algo orgánico pudiera estar causando sus síntomas psiquiátricos.

“Ella tuvo a su bebé y comienzó a tener depresión y ansiedad, empeorando su memoria a corto plazo, teniendo dificultad para concentrarse y confusión”, dijo Maher, añadiendo que estos problemas a menudo se desestiman como posparto. Maher señaló que los registros muestran que Meyer a veces se quedaba mirando al vacío durante la terapia, evidencia de convulsiones de ausencia que no fueron identificadas.

“Creo que la oportunidad clásica que se perdió en el camino es que era una mujer joven que estaba siendo tratada por ansiedad y depresión y que lo que hacía era empeorar”, observó Maher. “Puede ser muy difícil para las mujeres que alguien las tome en serio”.

Meyer, ahora con 39 años de edad, dijo que cree que el autodiagnóstico jugó un papel y que lamenta no haber visto a un médico de atención primaria. No mencionó o atribuyó erróneamente los signos de advertencia. No le dijo a su terapeuta ni a su psiquiatra que a veces vomitaba después de que se quedara mirando a la nada o que había desarrollado incontinencia urinaria en los meses previos a su diagnóstico porque asumía que era normal después del parto. Ambos síntomas pueden estar asociados con convulsiones.

En las semanas posteriores a la cirugía, Meyer comentó que su capacidad cognitiva, su memoria y su calidad de vida general mejoraron significativamente.

Para retrasar la progresión del tumor —un proceso que puede llevar años— el tratamiento postoperatorio puede involucrar radiación o medicamentos, incluyendo quimioterapia. Durante el último año, Meyer ha estado tomando un medicamento recién aprobado que se dirige a una mutación específica. También toma medicamentos para controlar las convulsiones y se somete a resonancias magnéticas trimestrales.

Ajustarse a un diagnóstico de cáncer cerebral ha sido un proceso, dijo Meyer. Participa en un grupo de apoyo para pacientes con cáncer menores de 40 años de edad y conoció a una mujer de su iglesia con el mismo tumor. En diciembre de 2020, después de que los médicos le aconsejaran “vivir su vida”, dio a luz a su segundo hijo.

“He hecho las paces con ello”, dijo Meyer sobre su diagnóstico, “y luego pienso: ‘Oh, soy una paciente con cáncer y siempre lo seré'”. Descubrir lo que estaba mal después de que (su hijo mayor) había nacido “habría ahorrado mucho dolor y estrés”.

Para su neurooncóloga, el caso de Meyer destaca una advertencia importante. “No te cases con la narrativa”, aconsejó Maher. “Cásate con los hechos”.

Traducido por José Silva

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