• Sus signos vitales estaban dentro de lo normal y no tenía fiebre. A pesar de que le hicieron varias pruebas, no pudieron encontrar la causa del problema. Sin embargo, los médicos dieron finalmente con el diagnóstico después de una conversación en la sala de vestuario. Ilustración fotográfica: Ina Jang.

Esta es una traducción hecha por El Diario de la nota He Was Sweating Uncontrollably. Was It Male Menopause?, original de The New York Times.

“Me está pasando”, susurró el hombre de 58 años de edad. El doctor Mark Chelmowski lo observó. Estaba inclinado hacia adelante, con los codos en la mesa y sus manos apoyando su cabeza. De repente, comenzaron a aparecer gotas de sudor en la frente del hombre; luego en sus mejillas y mandíbula. Las gotas corrieron por los contornos de su rostro y caían a la mesa. El paciente tenía los ojos cerrados, casi parecía estar dormido. 

Cuando Chelmowski lo llamó, este solamente dijo “¿Sí, doctor?”, a pesar de ser conversador. Era como si estuviese distraído por su profunda sudoración. Sin embargo, sus signos vitales estaban estables y no tenía fiebre. Además, su presión arterial y frecuencia cardíaca estaban bien. Durante el chequeo médico, el paciente estuvo sentado tranquilamente, aunque sudando. Tanto así que la parte delantera y trasera de su camisa se oscurecieron por la humedad. El episodio comenzó y terminó abruptamente. Cuando finalizó, el hombre abrió los ojos y miró al doctor. 

El paciente pudo ver la cara de sorpresa de su médico. Chelmowski sabía sobre sus episodios de sudoración: los dos habían estado tratando de resolverlos durante los últimos cinco meses, pero aún no había ocurrido ninguno. La primera vez que sucedió, el paciente estaba en su auto de camino al gimnasio cuando de repente sintió un calor intenso. Era un día soleado de julio en el área de Milwaukee y estaba haciendo calor como de costumbre. Pero este calor parecía venir desde el interior de su cuerpo. Una vaga sensación de hormigueo se extendió por su cara y cuello hasta su pecho y espalda. Su corazón parecía acelerarse y luego, ¡zas!, estaba empapado en sudor. Dio la vuelta en su auto y se regresó a la casa. Le estaba describiendo el extraño episodio a su pareja cuando le sucedió de nuevo. Y después otra vez. Cada episodio duró solo un par de minutos, pero fue extraño. La sudoración fue muy excesiva.

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Después del cuarto episodio, la pareja del paciente insistió en que fueran a la sala de emergencias. Tuvo otro episodio frente al médico, quien lo admitió de inmediato en el hospital. Estaba preocupado de que el paciente pudiera estar sufriendo un ataque al corazón. La sudoración profusa a menudo acompaña a los infartos de miocardio, le dijo el médico. Pero no se trataba de su corazón. Fue dado de alta al día siguiente y le recomendaron que hiciera un seguimiento del caso con su médico de atención primaria.

Chelmowski había estado intentando descifrar estos extraños episodios desde entonces. Le dijo al paciente que nunca había visto algo así. Y no estaba seguro de dónde más investigar. Cuando vio al paciente una semana después de ese primer episodio, su chequeo estuvo completamente normal. Lo mismo ocurrió con las pruebas que le ordenó el médico. Sus hormonas tiroideas estaban normales. No tenía infección. Sus marcadores inflamatorios no estaban elevados. Y parecía estar bien. Lo que sea que fuera, el médico supuso que había pasado. Luego, un mes después, sucedió de nuevo: medio día de episodios intensos de sudoración y extraña distracción, uno tras otro, y con solo unos minutos de duración. A partir de ese momento, los episodios se repitieron de cada tres a cinco semanas.

Un viaje a los trópicos

El patrón hizo que el síntoma poco común pareciera aún más extraño. El paciente estaba en buena forma, tenía una dieta saludable y hacía ejercicio regularmente. La única medicación que tomaba era un reductor de ácido para su acidez estomacal y casi nunca estaba enfermo.

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Chelmowski pasó horas tratando de descubrir qué le estaba sucediendo. El paciente había viajado a los trópicos a principios de ese año. Las reiteradas pruebas de la malaria dieron negativo. Tampoco era VIH. El médico lo remitió a un endocrinólogo. ¿Podría ser un feocromocitoma, un tumor generalmente benigno que causa que las glándulas suprarrenales produzcan demasiado hormonas de lucha o huida? Los tumores carcinoides viven en el intestino y producen una variedad de hormonas. Uno de los síntomas clave de este tumor es el enrojecimiento y la sudoración.

El hombre fue examinado por estas anormalidades junto con otros trastornos hormonales, pero no encontraron nada. Los médicos de enfermedades infecciosas que lo vieron no pudieron hallar una infección. Un cardiólogo ordenó que le hicieran ecocardiogramas y electrocardiogramas. Todo estuvo normal. Un monitor portátil no encontró ritmos cardíacos anormales en el transcurso de 30 días.

Chelmowski buscó cánceres, ya que a menudo pueden causar síntomas extraños como la sudoración. Pero no encontró nada. El paciente consultó a un reumatólogo y un neurólogo. Tampoco encontraron nada. Chelmowski buscó posibilidades en la literatura médica. Hizo su propia versión de financiación colectiva: preguntar a cada médico con el que se encontró a ver si tenían algún paciente con estos síntomas. Nadie tenía respuestas.

Chelmowski estaba desconcertado y frustrado. ¿Qué estaba pasando desapercibido? Derivó al paciente a la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota. Quizás ellos podrían descubrir lo que estaba sucediendo. El paciente pasó dos días completos en Rochester. Lo pincharon, lo examinaron, lo sometieron a pruebas y le hicieron preguntas. Finalmente, encontraron una respuesta: aunque su nivel de testosterona estaba dentro del rango normal, quizás era menor de lo habitual. Tal vez esto era una deficiencia hormonal relativa similar a la menopausia de una mujer, una reacción a la reducción natural de las hormonas sexuales debido al envejecimiento. Después, recomendaron que se hiciera una terapia de reemplazo de testosterona.

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El paciente se mostró escéptico, pero aplicó el gel de testosterona según las instrucciones. Lo usó durante meses, sin embargo eso no lo ayudó.

Estaba sudando incontrolablemente. ¿Era andropausia?
Ilustración fotográfica de Ina Jang

Consulta en los vestuarios

Chelmowski empezaba a preocuparse de que nunca descubriera qué estaba pasando. Una mañana, se encontró a George Morris, un viejo amigo, durante una clase habitual de spinning. El hombre era neurólogo especializado en trastornos convulsivos. ¿Podrían ser convulsiones estos episodios extraños? No eran como ninguna convulsión que Chelmowski hubiera escuchado antes, pero quién sabe. 

En los vestuarios, se acercó a Morris y pre preguntó: “¿Has oído hablar de convulsiones caracterizadas por sudoración profusa?”. Luego le explicó la historia del paciente. Morris asintió con la cabeza mientras escuchaba. Sí, tenía varios pacientes que sudaban así, por lo que Chelmowski debería enviar al paciente a su clínica para ser evaluado.

Unas semanas después, el paciente fue al centro de epilepsia del Aurora St. Luke’s Medical Center, donde Morris era el director médico. Un electroencefalograma de 20 minutos salió normal. Si se trataba de convulsiones —le dijo Morris— había una buena probabilidad de que solo se mostrarían en el EEG cuando estuviera teniendo una. Arreglaron todo para que el paciente regresara antes de su próximo día esperado de sudoración. Tomó alrededor de una hora colocar los electrodos en su cabeza para el EEG. Casi podía cubrir toda la matriz con una gorra de beisbol. Por lo general no usaba una, pero era mejor que caminar con la cabeza llena de cables que todos pudieran verle. Todas las mañanas, un técnico iba a su casa para descargar los datos. Se suponía que estaría conectado durante siete días, pero en vista de que en ese tiempo no hubo episodios de sudoración, le dieron otro fin de semana. Y finalmente, llegó el tan esperado día de sudoración.

Un par de días después recibió una llamada. Le dijeron que lo que tenía eran convulsiones. Estas se originaban en el lado izquierdo de su cerebro, justo detrás de la oreja, en lo que se conoce como el lóbulo temporal. Una convulsión es un episodio de actividad cerebral anormal y el lóbulo temporal está en estrecha comunicación con el sistema nervioso autónomo, que puede desencadenar la sudoración. Días después, regresó al centro para ver a Morris y comenzar la medicación para detener las convulsiones. Le preguntó al médico por qué los episodios se presentaban cada mes. Morris simplemente negó con la cabeza. Algunas convulsiones tienen este tipo de ritmo. Pueden estar separadas por cualquier cantidad de días, pero un ciclo de 20 a 30 días es lo más común. Nadie sabe por qué. Tomó un tiempo para que el paciente encontrara las medicinas adecuadas y la dosis correcta, pero una vez que las tuvo, sus convulsiones se detuvieron. Ahora no ha tenido otro episodio en casi cinco años.

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El paciente no sabe por qué comenzó a tener convulsiones a los 58 años de edad, aunque se pregunta si está relacionado con un accidente automovilístico en el que estuvo cuando tenía 10 u 11 años de edad. Iba sentado en el asiento delantero en los días previos al uso de los cinturones de seguridad y se golpeó la cabeza contra el volante. Quizás, me dijo Morris, ese tipo de lesiones pueden causar convulsiones muchos años después. Las neuronas dañadas causan anormalidades en las células cerebrales circundantes, que pueden, eventualmente, desencadenar la actividad anormal que resulta en una convulsión. Pero la epilepsia, como se llaman las convulsiones recurrentes, a menudo comienza en la edad media tardía. Morris lo atribuye a la enfermedad cerebrovascular, lo que otros llaman miniaccidentes cerebrovasculares.

Este paciente no lo cree. Atribuye todo a una colisión frontal que lo llevó a un encuentro cercano con un volante de plástico duro.

Traducido por José Silva

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