• Cuatro adultos de la tercera edad relataron para El Diario sus motivaciones para continuar trabajando

Cada 1º de mayo en Venezuela se celebra el Día Internacional de los Trabajadores, también conocido como el Día del Trabajo, una fecha que conmemora a la fuerza laboral. Todos los días, millones de personas salen de sus casas para trabajar en busca de sustento para tener calidad de vida. 

Las ganas de seguir activos y la necesidad de generar ingresos es lo que mantiene a muchos adultos de la tercera edad aún laborando. Ese es el caso de Ninfa Orihuela, de 85 años de edad, quien se mantiene con un pequeño puesto de venta de cigarros, caramelos y chucherías en una de las transversales cercanas a la Plaza El Venezolano. 

Nació en La Paz, Bolivia, pero luego de una visita a Venezuela cuando tenía 35 años de edad se enamoró del país y decidió quedarse. Trabajó primero para poder traer al país a su hija que tenía 11 años de edad en ese entonces, a quien había dejado con su esposo. 

En entrevista para El Diario contó que comenzó trabajando por dos años en la casa de una señora como ayudante del hogar en Maracay, la mujer que estaba enferma la iba a llevar a Estados Unidos para que la continuara ayudando, pero falleció antes de poder realizar los papeles. 

Buscó otro trabajo y pudo traerse a su hija, quien terminó el bachillerato en el país. Su esposo la visitaba con frecuencia pero continuó viviendo en Bolivia. Con los años, su hija se enamoró y se casó con un venezolano, con quien tiene tres hijos. 

Al principio vivió en una habitación en el centro de Caracas y luego se mudo a un apartamento en La Candelaria, donde vive junto a su hija y su familia.

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Foto: Jose Daniel Ramos @danielj2511

El cariño de quienes la rodean

Desde hace 9 años tiene un puesto pequeño donde vende cigarros y chucherías en el bulevard de la avenida Sur 1 en el centro de Caracas. Guarda la mercancía y la pequeña mesa en la conserjería de un edificio cercano, donde un señor le hace el favor todos los días.

“Vengo todas las mañanas, saco y vendo lo que se puede. Luego vuelvo a guardar. Ahorita las ventas están bastante bajas, pero lo que salga así sea poquito ayuda para comprar la comida”, indicó.

Ninfa sostuvo que todos los que frecuentan el lugar la conocen y la tratan muy bien. Le gusta salir a trabajar porque es una forma de socializar con las personas, lo que la hace feliz. Comenta que algunas personas la llaman con cariño “abuelita”. 

Me gustaría tener un kiosco, he presentado mi petición a la Alcaldía de Caracas pero aún no he recibido respuesta. Quiero seguir trabajando. Con el puesto que tengo ahorita no puedo vender muchas cosas. Hace poco la policía me dijo que tenía que achicar un poco más la mesa”, precisó.

Sin embargo, resaltó que nunca ha tenido ningún inconveniente con los cuerpos de seguridad, que por el contrario ha tenido su apoyo debido a que le permiten estar en la calle vendiendo su mercancía. 

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Foto: Jose Daniel Ramos @danielj2511

“Tuve mucha suerte con la policía, gracias a Dios conozco a la jefa de los que venían a supervisar y ella dijo que yo era su abuelita para que me permitieran seguir trabajando. Me dijo ‘nadie te va a molestar’ y así fue”, destacó.

Cuando falta a trabajar, varios de sus amigos de la zona la llaman para saber si está bien, si le pasó algo. Aseveró que siempre están pendiente de ella.

Una lesión la mantiene con bastón 

Su nieto mayor se fue a trabajar a Perú y los apoya enviándoles dinero para la comida y para los gastos médicos que tuvo recientemente. 

“He estado un poco delicada de salud, pero aquí sigo. La atención en los hospitales no es muy buena, hace tres años sufrí una caída y tuve una lesión en la cadera pero no pude realizarme la operación porque no tenía los recursos. Los medicamentos me ayudaron y una rehabilitación que hice, pero ahora uso bastón”, relató. 

A pesar de las molestias que le genera el usar bastón, Ninfa continúa trabajando todos los días. Los miércoles, que es el día de paro para los comerciantes informales, y los fines de semana son sus días de descanso, los que considera suficientes. 

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Foto: Jose Daniel Ramos @danielj2511

Una maracucha en Caracas

Yolanda Becerra, de 67 años de edad, atiende en un kiosco en la calle Colombia de Catia desde hace más de 30 años.

Llegó a Caracas en 1971 desde Maracaibo junto a sus padres debido a que sus hermanos mayores ya estaban en la capital y su mamá los añoraba. “Ella trabajaba en el Consejo Venezolano del Niño y pidió el cambio para acá y se lo dieron”, contó. 

Luego de terminar el bachillerato, comenzó a trabajar en varios lugares, laboró en una empresa en Bello Monte por dos años y luego en una importadora. “Yo vivía en Sabana Grande, los jóvenes de la zona hicimos un grupo y la pasabamos bien en la plaza, nos divertiamos ahí, saliendo en carnavales, hasta cuando hacían las campañas electorales”, precisó.

Comentó que en ese entonces todo era “más sano” no habían malandros, ni tiroteos y que la policía solo les decía que ya era tarde y que fueran a sus casas. 

Mi mamá se mudó a Chacao, porque mi hermana se fue a vivir para El Junquito y le dejó esa vivienda. Ya yo me había casado en ese entonces con mi esposo Valentin Marcano y también me había ido al Junquito”, relató en entrevista para El Diario.

Yolanda y Valentin tuvieron tres hijas, quienes actualmente tienen 45, 43 y 40 años de edad. En total, tiene 11 nietos, que señaló siguen todos en el país. 

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Amistades que prosperan y ayudan

Yolanda relató que en el año 1988 una amiga abrió un kiosco en la calle Colombia de Catia, diagonal a la tienda el Arabito, con todos los permisos necesarios. “Nosotros nos hicimos amigas porque empecé a hacer un curso de contabilidad y ella era la secretaria del instituto”, detalló.

Luego de terminar el curso, no tuvieron contacto hasta que se la consiguió en una tienda de Catia pero perdieron el contacto de nuevo. Al tiempo, se consiguieron y la amiga le propone trabajar juntas, una en el turno de la mañana y la otra en la tarde.

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Yolanda comentó que siempre le gustó trabajar con el público, y que con su amiga nunca llegó a tener un problema por dinero, lograron una buena relación laboral y de amistad. 

Tiempo después, su amiga salió embarazada a los 40 años de edad, por lo que era un embarazo de alto riesgo y su esposo no quería que trabajara. “Me ofreció quedarme con el kiosco, pero le pregunté cuánto le tenía que dar mensual y me dijo que no, que lo trabajara y lo aprovechara porque no me iba a cobrar nada. De hecho, sus hijos me dicen mamá, hasta ahora somos amigas”, contó. 

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Las vicisitudes de tener un kiosco 

Después de un tiempo, Yolanda comenta que se cansó de ir al kiosco todos los días de 6:00 am hasta las 7:00 pm, por lo que aceptó una oferta de trabajo en la empresa Renaware como supervisora. 

Su esposo, quien por una lesión lo habían inhabilitado, decidió comprar el kiosco en octubre de 1993. Los años siguientes, mientras Yolanda trabajaba en la compañía viajando por varios estados del país, su esposo se encargó del kiosco.

En ese entonces todavía se podían comprar y vender los kiosco, no es como ahora que la Alcaldía dice que esos establecimientos no son propios, que son del Estado. Yo igual pago impuestos, igual lo tengo que mandar a arreglar cuando han intentado entrar a robar”, aseveró. 

Mientras atiende a unos clientes, Yolanda relató que luego de varios años decidió retirarse de Renaware por ciertas dificultades laborales y empezó a trabajar con Avon, lugar donde consiguió ser la primera líder de todo el país. 

En 2005 su esposo se enfermó y posteriormente murió, por lo que tuvo que encargarse del kiosco nuevamente. Allí se ha mantenido hasta la actualidad y ha atravesado ciertas vicisitudes debido a los cambios que se han hecho en la zona. 

La Alcaldía de Caracas en el año 2010 decidió cambiar todos los kioscos, le avisaron con poco tiempo que debía desocupar para la demolición, por lo que tuvo que sacar toda la mercancía y esperar a que trajeran los nuevos, sin embargo, tardaron en colocar el de ella.

Yolanda tuvo que presentar varias quejas para que le dieran nuevamente el kiosco, mientras trabajó en un pequeño puesto improvisado vendiendo chucherías, periódicos y cigarros. Al recibir el nuevo kiosco tuvo que hacerle varias reformas internas para poder hacerlo más resistente, como el que tenía.

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En varias oportunidades su kiosco fue removido y puesto en otra calle cercana debido a los arreglos en la calle Panamerica. En ese entonces, para volver a colocarlo en su lugar, todos los dueños de kioscos se pusieron de acuerdo para pagar una grúa y devolverlos a sus lugares. 

A pesar de las dificultades que se le han presentado, Yolanda se mantiene trabajando para tratar de generar ingresos. Aunque no es lo mismo que se podía hacer antes, señaló que “algo logra hacer al día”. 

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De ingeniero mecánico a comerciante

Abelardo Dallal, un comerciante de 70 años de edad, trabaja en su mueblería ubicada en la avenida Sucre de Catia. Llegó a Venezuela desde Siria junto a sus padres y cinco hermanos en 1981.

Abelardo estudió Ingeniería Mecánica en la Universidad de Alepo, lo becaron y fue a Alemania Oriental por tres meses. Luego regresó a Siria para terminar la tesis y graduarse. 

Aunque quiso hacer la revalida en Venezuela, se le complicó por las materias y el tiempo que le iba a tomar volver a ver clases. Sin embargo, realizó una maestría en Proceso de Fabricación en la Universidad Simón Bolívar (USB)

A pesar de ser profesional en esa área, siguió el consejo de su papá de dedicarse a un comercio propio, debido a que consideraba que trabajar por sueldo “no rendía”. Por lo que cuando se le presentó la oportunidad de abrir una mueblería, la aprovechó.

“Deje mis estudios como una base personal, de mi conocimiento y nivel social. Aunque uno tiene título no se recuerdan las fórmulas exactas, eso se olvida si no se practica, pero el estudio te da la paciencia, el querer investigar y analizar”, señaló.

En el año 1986 se casó con su prima, Antonieta, con la que tuvo dos hijas y un varón. Su hijo está estudiando Ingeniería Civil, su hija menor se fue a Argentina y la mayor estudió Contabilidad. 

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Una comunidad que se ayuda entre sí

Dallal mencionó que cuando estaban en Alepo, sus tíos que ya estaban en el país decían de forma metafórica que “en Venezuela se recogía el oro del piso”, decían que había mucha abundancia y oportunidades. 

“Cuando llegamos 1981 había muy buen comercio, por eso me dediqué a eso. Abrí una mueblería primero en Petare y luego se me presentó la oportunidad de abrir en Catia”, detalló. 

Destacó que entre los árabes comerciantes se ayudan, los fabricantes entregan mercancía a consignación y dan crédito. “Te dan apoyo, no hay que tener un gran capital para invertir al momento, te dan oportunidades para vender y pagar las facturas”, añadió. 

Sostuvo que aunque actualmente la economía no es la misma que la de hace 40 años, donde era mucho más sustentable ese tipo de negocio; se mantiene en pie trabajando debido a que considera que “en tiempos difíciles hay que tener paciencia”. 

Un amante de la tecnología

A pesar de que la situación actual no ha sido fácil, Abelardo entretiene su tiempo aprendiendo y realizando diferentes actividades en la computadora que tiene en su mueblería.

“Yo soy fanatico de la computación. En 1995, diseñé letras árabes, porque en aquel tiempo no había abecedario árabe en las computadoras y lo logré hacer en ese momento en la Epson QX-10”, agregó.

También aprovechó sus conocimientos para contribuir en los diseños de los catálogos del San, un método utilizado por los comerciantes para la venta de productos. En paralelo continuaba encargándose de su negocio. 

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Un trabajo cómodo

A su juicio, vender en una mueblería es uno de los trabajos más cómodos, porque no tiene horarios estrictos. Aunque cuenta con vehículo personal, prefiere trasladarse todos los días en metro desde la estación de la California hasta Agua Salud. 

Para mí Venezuela es el paraíso del mundo, el clima es una bendición. Siempre agradezco a Dios por haber venido aquí. En la temporada de frío en Siria era muy fuerte, había que usar capas de ropa, aquí no se vive eso”, aseveró. 
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Dulces con tradición

Gladys Martinez, de 64 años de edad, tiene un puesto de dulces criollos en la esquina de La Marrón en el centro de Caracas desde hace aproximadamente 40 años. Oriunda del estado Táchira, llegó a Caracas en 1974 junto a su familia. 

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“Cuando monte el puesto no habían muchos de los edificios que ahora están aquí. Recientemente vino un señor con sus hijos y les dice ‘mi mamá me compraba aquí dulces’ y cuando me ve, dice ‘a ella le comprabamos’”, comentó con entusiasmo. 

Comenzó primero trabajando con una empresa que contrataba a las personas para vender en diferentes puntos de Caracas dulces como suspiros, almidón, polvorosas, entre otras cosas. En ese entonces tenía era un puesto pequeño y llegó a estar en varias esquinas del centro.

Luego varios nos independizamos pero teníamos que correr de la policía porque en esa época no nos permitían tener los carritos de dulces en las calles. “Hicimos el Sindicato Único de Vendedores de Dulcería Criolla, donde era la secretaria y luego eso se transformó en lo que ahora es la Dulcería Criolla Tradición y Cultura”, detalló. 

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Martínez sostuvo que después lograron conseguir los permisos necesarios y una ordenanza en la Alcaldía de Caracas. Debe mantener al día el certificado de salud, el permiso sanitario y los impuestos por los derechos de la placa de su carrito de dulces, el cual debe mantener en excelente estado. 

La pandemia, un descanso temporal

Gladys Martíne tiene tres hijos, siete nietos y dos bisnietos. Siempre ha tenido el apoyo de su familia, a pesar de que vive sola en Charallave, cerca del aeropuerto Caracas. 

Normalmente llegaba a su lugar de trabajo de 7:00 am o 8:00 am, buscaba el carro de dulces en un local cercano donde se lo guardan, y estaba hasta el final de la tarde. “Antes se vendía bastante, podía comprar cantidades grandes de dulces y todo se vendía”, aseveró. 

Sin embargo, la pandemia rompió con su rutina. Se quedó en casa por más de 3 meses, pero salía a caminar. Sus vecinos la empezaron a conocer como “la señora de los té”, debido a que siempre hacía y lo compartía con ellos. Lo tomó como un descanso. 

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Los dulces que quedaron guardados en el carro cuando fue decretada la pandemia en marzo de 2020, se dañaron debido al tiempo que pasó. 

A pesar de esa pérdida, logró recuperarse y cuando permitieron de nuevo el comercio en las calles, con el apoyo de sus hijos pudo volver a comprar los dulces criollos, los cuales son traídos de diferentes lugares del país. 

Su motivación principal para trabajar todos los días es el poder mantenerse activa. Además, que necesita tener ingresos para sus gastos personales, debido a que no le gusta depender de una persona. 

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