• Faltando un año para su centenario, el legado de la periodista y promotora cultural resiste discretamente al peso del olvido. De niña llegó al país y no solo adoptó como suya su cultura, sino que la dotó de una identidad y presencia que convirtieron a Caracas en una meca del arte a finales del siglo XX

El legado de Sofía Ímber sigue vigente en todos los espacios culturales que ayudó a crear. El Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, de cuya fachada su nombre fue borrado hace tiempo, es el más tangible, aunque su toque sigue presente en el arte que persiste en las calles de la capital. 

Desde su trinchera, fue la responsable no solo de dotar de una identidad cultural a esa Caracas moderna y cosmopolita que se alzaba entre las décadas de los sesenta y noventas, sino que también la posicionó en el mapa de artistas e intelectuales, quienes en sus visitas hacían paradas obligatorias para ver a Sofía.

Periodista, promotora de las artes y gestora cultural, este 8 de mayo se cumplen 99 años de nacimiento. En un siglo tan cambiante como el XX, supo leer el espíritu de los tiempos con una mente abierta, incluso escandalizante para los sectores más conservadores. 

La voz de Sofía

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía Ímber junto a Diego Arroyo Gil. Foto: Cortesía

En su libro La señora Ímber. Genio y figura, el periodista Diego Arroyo Gil plasmó la biografía de Sofía con una particular narración en primera persona. Como si fuera ella misma quien contara su historia a través de las palabras de su autor. “Sofía tiene una manera de ser que es indispensable conocer si se quiere comprender de dónde salía la fuerza que le permitió hacer todo lo que hizo”, comentó en el epílogo.

Para capturar esa esencia, Arroyo Gil contó que la acompañó por casi tres años, en los que además de documentarse y entrevistarla, se dedicó a observar en silencio. Quedó atrapado por su personalidad, y los espejismos creados alrededor de su imagen como figura cultural y política. Así pudo, eventualmente, ir “aprehendiendo” la voz y la personalidad del personaje.

“No es una persona que pueda ser dibujada sin matices. Es una mujer de una complejidad abismal -—sinceramente, no conozco a nadie que se le parezca—, que construyó una obra no menos impresionante por la forma como la hizo, por sus implicaciones y su destino”, añadió.

Al otro lado del mar

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía Ímber. Foto: Cortesía

Sofía Ímber nació el 8 de mayo de 1924 en Soroca, en ese entonces llamada Besarabia, en el Reino de Rumania, un país que ya no existe. En 1947 se disolvió para dar paso a la Rumania actual, aunque su ciudad natal queda en lo que hoy es Moldavia. No guardó recuerdos de esa tierra, que con el cambio de los mapas debió sonarle imaginaria después de crecer al otro lado del océano. Nunca volvió allí, pues no se sentía rumana, moldava ni rusa. Era venezolana.

En 1930 su familia se mudó a Venezuela, escapando de la pobreza y antiseminismo que reinaba entonces en Europa. Primero vivieron en La Victoria, estado Aragua, y luego en Caracas. Fue hermana de Lya Ímber, la primera mujer en graduarse de Medicina en la historia de Venezuela. Queriendo seguir sus pasos, estudió unos semestres en la Universidad de Los Andes, en Mérida. Aunque era buena estudiante, se dio cuenta de que lo suyo estaba en el mundo de las humanidades. Volvió a Caracas, pero siguió la carrera en la Universidad Central de Venezuela (UCV), de donde había egresado su hermana.

Su inclinación hacia el periodismo surgió tras conocer al escritor Guillermo Meneses, quien sería su primer esposo. Se casaron el 17 de marzo de 1944. Un año después cayó el gobierno del general Isaías Medina Angarita, del que la pareja era cercana, por lo que tuvieron que exiliarse en Colombia. En Bogotá, Sofía comenzó a ejercer como reportera en la revista Sábado

Regresaron a Venezuela poco después, a finales de 1946. Comenzó a escribir primero para el diario Últimas Noticias, y luego para El Nacional. También trabajó en la agencia de publicidad ARS, donde conoció a figuras como Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto o Alejo Carpentier. En 1949, volvió a cruzar el mar de regreso a Europa, cuando Meneses fue enviado a Francia como parte de una misión diplomática.

Contacto con el arte

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía con Guillermo Meneses (izquierda), Pablo Picasso (centro) y el poeta Jacques Prévert (derecha). Foto: Cortesía

Ímber ya había tenido contacto con el mundo del arte antes de viajar a Francia. Frecuentaba el Taller Libre de Arte, que quedaba al lado del edificio de ARS y sería semillero del movimiento del arte contemporáneo venezolano. Por esos años también cosechó una estrecha amistad con Alejandro Otero, para entonces de 27 años de edad, quien acababa de regresar de París y presentar la primera exposición de abstraccionismo en Venezuela. 

Al viajar a Europa, Sofía se enamoró perdidamente de París. De la mano de Otero conoció todo el movimiento artístico y cultural de la ciudad, adoptándolos como una parte de sí misma. Presenció la lectura del manifiesto con el que nació el grupo Los Disidentes. Es decir, vio en primera fila el surgimiento del movimiento que hizo de corrientes emergentes como el cinetismo y el abstraccionismo geométrico la base del nuevo arte venezolano.

Un día, al regresar del Festival Internacional de Cine de Cannes, Meneses e Ímber visitaron a Pablo Picasso, quien vivía en un pueblo cercano. Se hicieron grandes amigos, algo que haría en el futuro que Caracas tuviera una de las colecciones más completas del artista español en el mundo. También entabló amistad con el actor francés Gérard Philipe y el poeta chileno Pablo Neruda.

En Francia también descubrió otra de sus pasiones: el psicoanálisis. Ya como estudiante se había interesado en la psiquiatría, pero fue durante su exilio en Colombia que comenzó a sufrir sus primeros ataques de pánico. En París conoció al doctor Daniel Lagache, con quien se atendió por años, incluso después de que Meneses fuera reasignado a Bélgica.

Síntesis de las artes

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Ímber y Meneses con Fernand Léger en su taller. Foto: Cortesía

Otro personaje que Sofía conoció fue el arquitecto Carlos Raúl Villanueva, quien un día la visitó en París. Ella le presentó al artista húngaro Victor Vasarely, padre del Op Art, y durante su reunión, Villanueva dibujó en una servilleta los planos del proyecto en el que trabajaba desde hacía algunos años: la Ciudad Universitaria de Caracas.

A Vasarely le encantó tanto la idea, que envió tres obras para la universidad y que actualmente están en el complejo de Plaza Cubierta. Uno de ellos es el mural Sophia, ubicado en la pared de la torre de enfriamiento del Aula Magna, y que fue bautizado en honor a Ímber. 

Villanueva tenía la visión de convertir a la nueva sede de la UCV en algo más que un simple campus universitario. Quería que fuera un museo al aire libre, integrándose con la funcionalidad de la arquitectura en lo que denominó como “la Síntesis de las Artes Mayores”. Sofía contribuyó poniendo al arquitecto en contacto con artistas como Fernand Léger, autor del reconocido vitral de la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria; o Jean Arp, creador de la escultura Pastor de las Nubes. También se encargó de algunas gestiones y trámites diplomáticos junto a Meneses para facilitar su envío a Venezuela. 

Una revolución impresa

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía Ímber en su oficina, en 1987. Foto: Luigi Scotto

Un legado intangible de Sofía Ímber fue su impacto en el periodismo venezolano, sobre todo dentro de la fuente cultural. Al respecto, el escritor Boris Izaguirre refiere en el prólogo de La señora Ímber: “Modificó los medios de comunicación y es probablemente una parte de su carrera en la que no siempre se ahonda”.

Meneses e Ímber regresaron a Venezuela en 1959, al terminar su misión diplomática tras la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Tres años después, fundaron la revista CAL, que marcó toda una revolución dentro de la escena cultural venezolana al darle tribuna a voces jóvenes y emergentes. Allí escribieron autores que luego se volverían de culto, como Adriano González León, Esdras Parra, José Balza o Francisco Massiani. También Rafael Cadenas, José Ignacio Cabrujas, Isaac Chocrón y Salvador Garmendia pasaron por sus páginas.

Aunque no tenía un cargo fijo, a veces suplía a Meneses como jefa de redacción, además de escribir la agenda cultural. También comenzó a consolidarse como columnista, escribiendo para El Nacional, El Universal y La Religión. También fue reportera en el diario Momento, de Carlos Rangel. Se conocían pues eran vecinos, pero allí floreció un romance que le llevó en 1966 a separarse de Guillermo Meneses.

Ímber fue la primera directora de la revista Variedades en 1970, aunque solo duró un año por diferencias creativas con el Bloque Dearmas. En 1976, junto a Rangel, asumió la dirección de la sección de Cultura del diario El Universal.

En la pantalla

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía Ímber entrevistando a Renny Ottolina. Foto: Cortesía

Por esa época Ímber había incursionado en la televisión como presentadora de Aló, aló, en la Televisora Nacional. Rangel era su productor, y juntos realizaron también otros programas como El hombre y su cultura. En febrero de 1968 estrenaron con Reinaldo Herrera el magazine matutino Buenos días. Fue pionero en la televisión venezolana en el formato de leer y comentar las noticias de la prensa en vivo, además de contar con importantes entrevistados, siendo el primero Arturo Uslar Pietri.

Buenos días comenzó sus transmisiones en RCTV, aunque continuó, solo con Ímber y Rangel, por la Cadena Venezolana de Televisión (VTV) para volver a RCTV y a partir de 1977 por Venevisión. Sofía destacó por su actitud frontal, incluso agresiva, con los entrevistados, por lo que se ganó el apodo de “la intransigente”. En paralelo condujo también a principios de los años setenta para la entonces CVTV el programa Sólo para adultos, más enfocado en las variedades, pero sin dejar de tratar con seriedad temas tabú de la época como la sexualidad y el divorcio. En 1971 ganó el Premio Nacional de Periodismo.

El 14 de enero de 1988, Carlos Rangel se quitó la vida. El entonces presidente, Jaime Lusinchi, y quien era médico, asistió en persona a la escena para ayudarla con los trámites forenses. A pesar de la desgracia, continuó con Buenos días hasta su cancelación en 1992. También otros proyectos como Sofía (1996) por el Canal Metropolitano de Televisión (CMT) o La Venezuela Posible por Radio Capital.

Muchos criticaron en su momento su actitud estoica antes las muertes de Meneses (ocurrida en 1978) y Rangel, sus dos grandes amores. Incluso por no llorar en el funeral de su hijo, Pedro Meneses, quien falleció por una complicación cardíaca en 2014. Arroyo Gil verbaliza en el libro ese sentir en la voz de Sofía con la frase “Si yo llorara, lloraría el mar entero”.

El Maccsi

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Ímber y el equipo del MACC. Foto: Cortesía

El gran logro en la vida de Sofía Ímber fue materializar su pasión por el arte en un espacio físico. En 1971, el Centro Simón Bolívar (CSB), le encargó a Ímber y Rangel, quienes estaban por mudarse temporalmente a Londres, adquirir unas obras para una pequeña sala de arte que se instalaría en el complejo de Parque Central, para entonces aún en construcción. 

Se les asignó un presupuesto de 60 mil dólares, modesto para el mercado del arte, pero aun así, Ímber se las ingenió para conseguir obras de artistas como Richard Smith, Valerio Adami, Cornelis Zitman e incluso de venezolanos como Jesús Soto, Gertrud Goldschmidt (GEGO) y Marisol Escobar. A su regreso, se involucró más en el proyecto, el cual creció hasta convertirse en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACC), convirtiéndose en la presidenta de su junta directiva.

El MACC abrió sus puertas el 20 de febrero de 1974, antes de que siquiera se terminaran las torres de Parque Central. Contó con un espacio inicial de 600 metros cuadrados, con un edificio ganador del Premio Nacional de Arquitectura 1973. Sin embargo, con el paso de los años, Ímber presionó para expandir el museo por los terrenos baldíos del complejo. Así creció hasta tener más de 20 mil metros cuadrados, repartidos en más de 10 salas de exposición, depósitos, áreas de restauración de obras. Incluso albergó las oficinas de las páginas de Cultura de El Universal durante su dirección.

Igualmente, su colección también creció a más de 4.500 obras, gracias a todas las amistades y contactos que la promotora artística cultivó a lo largo de su vida. Piezas de Mateo Manaure, Cruz-Diez, Soto y Otero se destinaron allí, al igual que de Vasarely, Picasso y Fernando Botero. Para los años ochenta, el MACC fue el museo de su tipo más importante de Latinoamérica, y con reconocimiento mundial. No fue raro entonces que en 1990 pasara a denominarse Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber (MACCSI).

Los tres golpes

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Sofía Ímber en su última visita al MACC, el 15 de febrero de 2015. Foto: Cortesía

Ímber estuvo al frente de la institución por 27 años. Desde el principio fue una férrea opositora del gobierno de Hugo Chávez, por lo que tenía previsto renunciar en marzo de 2001 como señal de protesta. Chávez se le adelantó y el 21 de enero de ese año, durante una emisión de su programa dominical Aló Presidente, la despidió sin dar mayores explicaciones. 

Separarla de la institución que creó fue el primer golpe que recibió de la revolución bolivariana. El segundo vino el 24 de enero de 2006, cuando el entonces ministro de Cultura, Farruco Sesto, emitió un decreto ordenando retirar su nombre del museo, volviendo a ser el MACC. Ímber aseguró que fue una represalia por figurar como firmante de un comunicado en el que la comunidad judía exigía a Chávez dejar de insultarlos en sus alocuciones.

El tercer golpe fue más indirecto. En 2017, el ministro Ernesto Villegas anunció que el museo tendría el nombre de Armando Reverón, a pesar de que no fue un artista contemporáneo. Desde 2012 se han acumulado denuncias por el deterioro del edificio por una fuerte humedad que llevó a cerrar temporalmente su cuarto piso en 2013. Actualmente, producto de este mismo problema, varias de sus salas se encuentran cerradas y en proceso de reacondicionamiento.

La intransigente

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Foto: Cortesía

El 21 de febrero de 2017 la Universidad Simón Bolívar (USB) tenía previsto otorgarle un doctorado honoris causa a Sofía Ímber. Una condecoración de muchas que recibió a lo largo de su vida, como la Orden Andrés Bello, Orden Libertador, la Legión de Honor de Francia o la Medalla Picasso de la Unesco. Sin embargo, no pudo recibirlo, pues falleció el 20 de febrero, a los 92 años de edad. Una semana antes había muerto también Sara Meneses, su hija mayor.

Ímber se consideraba a sí misma una máquina de trabajar. Madrugar para ir al set de Buenos días, y de allí a su oficina para supervisar las notas culturales de El Universal y los quehaceres del museo. Luego se dedicaba a sus columnas, como “Yo, la intransigente”, que escribió por décadas en El Nacional. Todo para cerrar la tarde en eventos sociales, reuniones o simplemente leyendo.

“Mi madre nos enseñó el poder de lo bello, el poder del buen arte, el poder de la palabra, el poder del amor. Muchas veces he comentado que entre mis hermanos y yo solíamos decir que nuestra madre era un motor que no paraba nunca y que no nos permitía hacerlo a nosotros tampoco”, escribió su hija, Adriana Meneses, en un artículo para la revista Estilo.

El espíritu de los tiempos

Sofía Ímber: la virtud de una personalidad intransigente
Sofía Ímber y Carlos Rangel. Foto: Cortesía

Meneses destacó como una mujer luchadora, adelantada a su tiempo. Que defendió a las minorías discriminadas y se interesó por los temas que la sociedad barría bajo la alfombra. Quizás por eso, y su personalidad complicada, fue querida y aborrecida en partes iguales, pero nunca ignorada. 

Quizás su secreto fue saber leer el espíritu de los tiempos y tener intuición sobre las tendencias que trascenderían en la historia. También le resultó clave rodearse de las personas que dieron forma a esos espíritus. De adolescente, se hizo amiga del dos veces presidente Carlos Andrés Pérez, quien le ofreció ser directora del Consejo Nacional de la Cultura, equivalente en su tiempo al ministerio actual. Lo rechazó, pero siguió manteniendo relaciones cercanas con los gobiernos posteriores, como un pilar silencioso de la democracia. En su libro, Diego Arroyo Gil le atribuye esta reflexión:

“Me siento satisfecha de las cosas que hice bien. ¿Feliz? Lo he sido a veces. No se puede ser feliz constantemente. Mi mayor logro, eso sí, son mis hijos, los cuatro, a pesar de las dificultades que hemos atravesado. Quise para ellos tres cosas en la vida: que hablaran inglés, que supieran nadar y que tuvieran buenos dientes”.

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