• En conmemoración del Día de las Madres, el equipo de El Diario conversó con dos mamás que contaron su proceso para adoptar y lo que ha significado para ellas

Debido a diferentes circunstancias de la vida, muchas mujeres en todo el mundo han tomado la decisión de adoptar a un niño o niña para brindarle una segunda oportunidad de tener una familia. Mujeres que como madres han sido capaces de amar incondicionalmente a pequeños a los que les fueron vulnerados sus derechos al nacer o crecer. 

Este es el caso de Bibiana Peña, oriunda del estado Mérida, trabajadora social y mamá de dos hijas que adoptó en Bogotá, Colombia. Para ella ser madre es parte de su esencia y adoptar nunca fue su segunda opción, “siempre fue la primera”. 

Su camino en el mundo de la atención a niños vulnerados comenzó desde que tenía poco más de 20 años de edad, cuando decidió mudarse a Colombia para ser voluntaria en una fundación Cristiana que ayudaba a niños, niñas y adolescentes en situación de calle. Un amigo cercano que ya trabajaba en esa corporación fue quien le contó del voluntariado. 

“Yo comencé a visitar la fundación, a llevar regalos en navidad por varios años. Hasta que pensé en que quería algo más, algo que fuera más permanente que ser voluntaria. Iba de visitas como especie de una madrina, pero para mí eso no fue suficiente y consideré necesario quedarme más tiempo para poder ser parte de la vida de ellos”, relató en entrevista para El Diario.

Bibiana, de 41 años de edad, afirmó que tenía la convicción de que quería ser parte del cambio y eso significaba involucrarse más y no ir solo por ratos.

Más de 10 años de voluntariado

Para poder ingresar a esa fundación, denominada corporación Formando Vidas, que está afiliada a la organización Juventud con una Misión, Bibiana pasó por un proceso de formación y capacitación. Estuvo seis meses en Chile y luego regresó a Colombia, país donde decidió quedarse. 

“Hice con ellos una preparación en todos los ámbitos y luego la fundación me invita a estar tiempo completo con los niños y uno de mis roles principales fue ser mamá en la casa hogar Kiwi”, detalló.

En la casa hogar vivió una década realizando labores de mamá a tiempo completo para más de 10 niños, niñas y adolescentes, quienes ya crecieron. En la fundación tuvo roles dentro de la junta directiva.

Debido a que hubo muchos niños que fueron adoptados y ese proceso no funcionó, Bibiana señaló que le empezó a quedar el sentimiento de por qué ella no se atrevió. Sin embargo, pensaba que al ser soltera y venezolana, tenía muchos factores que estaban en contra para darle la estabilidad necesaria.

Pero cuando Lisseth (su hija) llegó a la casa hogar con tres meses de edad y comenzaron a desarrollar un vínculo, Bibiana tomó la decisión de iniciar el proceso de adopción.

El camino para la adopción

Lisseth Alejandra tenía 5 años de edad cuando Bibiana comenzó el proceso de adopción. No obstante, sostuvo que ella no tenía una declaratoria de adoptabilidad, un proceso que demora bastante tiempo.

“Iniciamos un proceso legal, tuve a mi favor que la mamá me cedió la custodia y me puso en primer lugar. La adopción por vínculo afectivo normalmente aplica para familias con ciertos grados de consanguinidad, (pero) en nuestro caso aplicó porque yo era su mamá de crianza”, explicó.

Después que le dieron la custodia, Bibiana pasó por las pruebas psicológicas y visitas de trabajo social, debido a que tenía que cumplir con todos los criterios legales.  “Tuve que de igual forma demostrar mi idoneidad para poder ser adoptante”, indicó.

Además, para recibir la custodia de la niña le exigieron que necesitaba desvincularse de la fundación y encontrar una vivienda, porque debía demostrar que podía mantener a Lisseth, por lo que alquiló un apartamento y demostró que podía asumir todos los gastos.

“Lo hice, logramos pasar todos los procesos socioeconómicos. Yo considero que son parámetros necesarios, porque se está entregando un niño a una persona”, aseveró. Desde que recibió la custodia hasta que le dieron la adopción transcurrieron aproximadamente cuatro años. 

A su juicio, es un proceso desgastante debido a que durante ese tiempo se vive con la zozobra o el temor de que quizás el proceso legal no se pudiera completar y no le dieran la adopción. “Fue muy intenso, porque ya estábamos vinculadas, era mi hija, me había tenido toda su vida, yo la vi crecer, no podía imaginarme mi vida sin ella”, agregó. 

Comentó que su hija escogió cambiarse el nombre debido a que quería tener uno que se pareciera a su familia. En este sentido, Lisseth, que antes se llamaba Melanie, le escribió una carta al juez con la petición, quien la aprobó.

Nuestra historia es muy bonita porque hemos tenido un apego real. Ella no me decía mamá sino hasta los 8 años de edad, porque cuando crecía aún continuaba viendo a su mamá biológica”, detalló.

Por respeto a los padres, en la fundación los niños no llamaban mamás a los cuidadores sino que le decían mami Bibi o Bibi. Sin embargo, el día que tuvo la custodia y Lisseth se mudó con ella, la niña desde ese momento la llamó mamá. 

“Para ella yo siempre fui su mamá y así me lo dijo”, indicó. 

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¿Qué es la declaratoria de adoptabilidad?

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) detalla que la declaratoria de adoptabilidad, emitida por un defensor de familia, es una medida de protección de restablecimiento de derechos de los niños, las niñas y los adolescentes.

“Bajo la suprema vigilancia del Estado, busca proveerlos de todas las condiciones necesarias para que crezcan, en un ambiente de bienestar, afecto y solidaridad, sin perjuicio de verificar y garantizar los derechos de los menores de edad y de su familia nuclear y extensa”, se lee en un oficio del organismo.

De acuerdo con el portal colombiano Ámbito Jurídico, la declaratoria de adoptabilidad se da cuando del seguimiento se establece que la familia no cuenta con las condiciones para garantizar los derechos del menor, de conformidad con el artículo 103 del Código de la Infancia y la Adolescencia.

“Mudarnos juntas nos dio sentido de pertenencia”

Su segunda hija de corazón, Isabel, quien creció en la casa hogar Kiwi, se fue a vivir con ella debido a que había cumplido los 18 años de edad. “En el momento que salgo de la fundación, ella había entrado a la universidad y le hice la invitación de que viviera con nosotras. Ella también era mi hija y no la podía dejar”, afirmó. 

Bibiana contó que en ese momento Isabel le dijo que cuando le ofreció irse a su casa fue cuando supo que ella realmente era parte de su vida. 

Para mí siempre lo fue, pero para ella significó que era tan importante como Lisseth. Le ofrecí adoptarla pero ella decidió que no, no porque no me amaba, sino porque quería respetar el vínculo con sus hermanos biológicos y yo lo respeté”, precisó.

Isabel se graduó como Trabajadora Social y desde hace dos años vive en Suráfrica, donde ejerce su carrera. Bibiana comentó que Isabel siempre quiso hacer algo por otros niños como el apoyo que ella recibió.

“Mudarnos juntas nos dio seguridad y un sentido de pertenencia más fuerte. Siempre fuimos una familia pero separarnos de la fundación nos afirmó como familia. Los niños necesitan pertenecer”, aseveró. 

Actualmente, Bibiana vive en Mérida junto a Lisseth, quien tiene 14 años de edad y está en noveno grado. Comentó que está apoyando a una iglesia local y está atendiendo a familias que están haciendo de acogida para niños y niñas y que están buscando adoptar. 

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La adopción, un vínculo normal en su familia

Ruth Ruiz, de 56 años de edad, creció en el seno de una familia adoptiva. Aunque su madre biológica es prima de su mamá de crianza, nunca tuvo un vínculo con ella. A pesar de que tenía solo meses cuando fue adoptada, siempre supo la verdad, sin embargo, eso no impidió que creciera con amor y apoyo por parte de quienes la criaron.   

Al haber vivido como hija adoptiva, siempre vio ese aspecto como algo normal y natural. Por ello, después de casarse -en ese entonces tenía 35 años de edad- y al intentar de manera fallida quedar embarazada, sus ganas de ser mamá la llevaron a tomar la decisión de adoptar. 

“Quería ser mamá y la vía de tener un hijo era por adopción. Empezamos a buscar información por diferentes caminos. Di con la gente de la organización no gubernamental (ONG) Proadopción, que en ese momento me explicaron lo que era el proceso de colocación familiar”, explicó en entrevista para El Diario

Ruth se interesó en ese proceso que podía terminar en una adopción, por lo que comenzó a buscar organizaciones para llevar a cabo ese proceso. Fue a Fundana en primer lugar, pero consideró que el proceso era muy complicado, y luego recurrió a la organización Mi Familia, que tenía el contacto con diferentes casas hogares. 

“Entramos al banco de datos de futuros padres, ahí si había que esperar a que te llamaran. Para nosotros fue un proceso de espera bastante largo, pero conozco de familias que no duraron tanto tiempo para la asignación de un niño o niña”, precisó.

La llegada de Andrés

Ruth detalló que por ley, los niños que están en las casas hogares y no son visitados por familiares biológicos por un año o más, están sujetos a colocación familiar. 

“Pero eso sucede casi que una vez al año, en diciembre de 2011 nos llamaron por un posible caso, nos fuimos a la casa hogar, era un bebé. Pero ese proceso no se dio. Al año siguiente sucedió lo mismo, debido a que los casos no estaban ubicados legalmente”, detalló. 

En el año 2012, Ruth conoció a Andrés, que para ese entonces tenía 1 año de edad y había sido abandonado al nacer por su mamá en el Hospital José Gregorio Hernández, en Los Magallanes de Catia, debido a que había quedado en cuidados especiales. Su madre ya estaba identificada por la casa hogar, debido a que tenía otros tres hijos en el lugar. 

Precisó que le presentaron el caso, ellos aceptaron y comenzó todo el proceso legal. “Nosotros de inmediato dijimos que sí a la posibilidad de la asignación de Andrés. La organización nos había hecho un estudio previo pero después teníamos que pasar por el estudio de un equipo multidisciplinario de tribunales, un proceso que se tardaba más”, indicó.

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Comentó que en la casa hogar les dijeron que Andrés tenía una condición pero no le habían dado más detalles, solo que aparentemente era hipotónico (término médico que se refiere al bajo tono muscular o debilidad muscular). Ruth relató que cuando lo conoció, se había fijado que algo pasaba pero pensó que todo tenía solución. Ya se había enamorado de él. 

Después de un largo proceso legal, la condición médica de Andrés facilitó que Ruth pudiera tener el permiso para visitarlo semanalmente y posteriormente, debido a sus constantes visitas y el vínculo que fueron creando, el niño tuvo permiso para irse con ella en navidad de forma temporal. 

Una condición que requería de atenciones especiales

En diciembre de 2013, Andrés llegó a casa de Ruth. “Fue una felicidad total, aunque teníamos que devolverlo en enero, yo no podía creer que lo tenía en la casa, que estaba en su cuarto. Lo veía en mi casa y pensaba ‘aquí está con nosotros’”, agregó. 

Meses antes, junto a los líderes de la casa hogar, le pudieron realizar los exámenes médicos a Andrés los cuales determinaron que tenía hemiparesia espástica izquierda producto de falta de oxígeno al nacer por un accidente cerebrovascular (ACV).

Su diagnóstico determinó que podía mejorar con terapias. Gracias a la atención de Ruth quien lo llevó a todas las especialidades médicas que requería, Andrés fue evolucionando satisfactoriamente. 

“Fui al Hospital San Juan de Dios, donde la doctora lo refirió a terapia ocupacional y de lenguaje. Le sacamos todas las citas necesarias. Cuando llegó enero, nos dijeron que podíamos quedarnos con Andrés”, destacó. 

Las personas de la casa hogar le dijeron que ya el niño podía vivir con ellos mientras continuaba todo el proceso legal. Esto debido a que su madre biológica, quien tiene otros tres hijos, no había mostrado interés en crear un vínculo, a pesar de que tuvo la oportunidad de visitarlo varias veces a la semana.

Al poco tiempo de recibir a Andrés, Ruth se separó de su pareja, quien se fue de la casa. Aunque no tuvo mayor impacto en el proceso de colocación familiar, se quedó sola junto a su hijo.

Yo le digo a Andrés que él permitió que yo entrara en el club de las mamás. Nunca me canso de escuchar que me diga mamá, para mí es un privilegio, es sumamente importante”, aseveró.

A pesar de que el desarrollo de Andrés fue más tardío, debido a que sufre de trastorno por déficit de atención (TDA), pudo avanzar en su movilidad motora y ha destacado en su capacidad intelectual.

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El proceso legal continúa

Actualmente, Andrés tiene 11 años de edad. Ruth está cumpliendo el rol de familia sustituta mientras el proceso legal para tener la colocación familiar continúa en tribunales, para luego empezar el proceso de adopción.

“El ritmo de vida y la rutina que comencé a tener con Andrés me ayudó a superar mi ruptura. Tuve un aprendizaje de vida, que ante una pérdida la rutina es lo que te mantiene. Andrés es mi norte”, precisó. 

Bibiana y Ruth fueron madres por elección. Ambas, al igual que muchas otras mujeres, comparten el sentimiento de que ser mamá siempre fue una prioridad en sus vidas.

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