- El equipo de El Diario entrevistó al gerente de la Bodega Otazu y presidente de la Fundación Otazu sobre las relaciones del arte con la preparación de vino y la historia que se cierne en ese proceso
El arte y el vino siempre han estado hilados en la historia de la humanidad. La realización de la perpetuidad a través de la obra, la mano humana indeleble en las arenas del tiempo, se une en los diferentes relatos con la apreciación de la vid y su labor campesina. Es una relación que se puede perseguir desde las épocas de la cosmogonía griega y seguir, siglo a siglo, hasta la actualidad. Esta es una de las semillas que nutre el pensamiento de Guillermo Penso en la conformación de la Fundación Otazu, un puente entre la historia del buen vino, de su pulcritud tecnológica y la expresión artística contemporánea.
Esta relación ha permeado la identidad de las zonas vinícolas y, sobre todo, le ha dado un lugar simbólico en el entendimiento del devenir humano. “Los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron a cultivar olivos y vides”, diría el historiador griego Tucídides. Por eso, la esencia de la Fundación Otazu, en palabras de Guillermo Penso, es la unificación de la innovación en el vino con la expresión artística que se nutre de esos cambios generacionales.
La fundación se creó en el año 2016 como la concreción final de una curiosidad personal y familiar. “Otazu es un reflejo de los intereses que tenemos y de las maneras de exploración de los mismos en un espacio tan histórico. Fue un proceso gradual entre unas primeras esculturas exteriores, colaboraciones con artistas y luego la claridad de recuperar espacios para crear pequeños microsistemas dentro de la bodega, donde podrías tener un diálogo artístico, curado, pensado. Ese es el inicio de la fundación que nace para darle orden y estructura a la idea principal”, explicó Penso en entrevista para El Diario.
La Fundación Otazu fue galardonada en el año 2020 con el Premio A al Coleccionismo de la Fundación ARCO. Este galardón premia la excelsa labor en la curaduría y difusión del arte contemporáneo. En sus espacios, entre tanques y barricas, se pueden colar obras de Manolo Valdés, Xavier Mascardó, Anish Kapoor, Rafael Barrios, Baltasar Lobo, entre otros. Las actividades de la fundación, desde su creación, abarcan la custodia de una colección de más de 150 obras de arte, un evento anual titulado ArtWeekend y una de sus funciones de mayor valor es la realización de una Bienal de Arte Contemporáneo Monumental.
A su vez, los visitantes de la bodega pueden experimentar por entero la sinergia entre ambos ámbitos, entre el vino y la obra, entre el trabajo detallado en el trato de la vid y la pulcritud del trazo realizado. Esto mismo le permite al espectador una experiencia completa que puede remitir, digamos, a una reflexión filosófica. El encuentro de estos dos puntos, que a veces parecieran ser lejanos, se nutren de una misma corriente que luego se bifurca en la profesionalidad y es esa naciente en común lo que permite, en palabras de Penso, realizar un trabajo pulcro e importante, tanto en la industria del vino como en el arte.
Los Penso, una familia de vino y arte
La historia de Guillermo Penso se remonta a la historia familiar en las tierras de Navarra. Sin embargo, en la década de los setenta ocurre un impás en ese linaje construido a la par de la montaña del norte español y su familia decide emigrar a Venezuela. Guillermo nace en 1982, se cría, estudia y vive la primera parte de su vida en el país. Era una casa con una enseñanza española que se encontraba diariamente con la identidad de una nación cambiante. Una experiencia que, para Guillermo, es común en Venezuela y podría considerarse un aspecto relevante en las preguntas sobre la idiosincrasia de la sociedad contemporánea en el país.
En el transcurso de la niñez, recuerda Guillermo con aprecio, las conversaciones de su casa se nutrían de las inquietudes paternas y el arte siempre era tópico que flotaba en la casa. Las obras adornaban las paredes y las visitas a las galerías nuevas de la ciudad, en una época de un incipiente crecimiento artístico, eran actividades comunes. “Eso lo ves desde pequeño y la sensibilidad que desarrollas es muy diferente. Claro, vas viendo muchas cosas y de alguna manera todas esas expresiones son comentadas hasta quedarse en tu memoria.”, agrega.
La sensibilidad del futuro coleccionista se nutre de esa infancia comentada entre obras y trazos. Incluso, recuerda Penso, que la primera vez que tuvo plena conciencia de ese encuentro fortuito con el arte fue en el Centre Pompidou de París, Francia. Ese momento de claridad es uno de los recuerdos que más atesora y es el inicio de su propia reflexión sobre la labor que realiza en este instante como presidente de la fundación, como coleccionista y como patrono del Museo Reina Sofía de Madrid, España.
Por otra parte, el vino, al igual que el arte, fue una discusión que siempre estuvo en la mesa familiar. Las tierras que hoy son parte de la Bodega Otazu fueron obtenidas por la familia en 1989 y, mientras Guillermo correteaba en su temprana niñez, sus padres comenzaron a pensar en el trabajo de la finca.
El terreno está compuesto por un palacio del siglo XVI, un torre de defensa del siglo XIV y una iglesia románica del siglo XII. El Señorío de Otazu data de 1840 y lleva consigo la importancia de una de las tierras más importantes en la viticultura española en el siglo XIX. El proceso de recuperación de la finca comenzó en 1991 y desde ese momento el entorno familiar se llenó de las conversaciones del vino. Todos querían saber sobre el avance de la bodega y se preocupaban por las labores realizadas en Pamplona.
En el presente la bodega tiene D.O.P (Denominación de Origen Protegida) de Pago. Este es un régimen de calidad establecido por la Unión Europea que protege la propiedad intelectual y geográfica del producto. Por ende, esto permite reconocer la riqueza de la zona donde se ubica el viñedo y, además, el excelso trabajo para el aprovechamiento cabal de la uva.
La actualidad de la Bodega Otazu
La exploración de la curiosidad ha sido un factor importante en la vida de Guillermo Penso y su profesionalidad se ha visto marcada por este objetivo. Es un hombre que ha caminado entre las ciencias y las artes, entre los negocios y la esencia filosófica, entre el mundo y el terruño, entre los viajes perpetuos y la serenidad del verdor navarro. En este instante de la conversación recuerda entre risas que, en su adolescencia, escogió su primera carrera por descarte y no por vocación. Estudió Ingeniera en Telecomunicaciones en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego, se especializó en nanotecnología en la Universidad de Munich y ha cursado distintos másteres en filosofía, economía y sociología política en París, Londres y Pekín.
Estos estudios han marcado su trabajo actual en la bodega y en la fundación, ya que, como él mismo explica, las colecciones de arte van amparadas por el espíritu del coleccionista. En ese caso Penso comenta que el hilo conductor de una colección casi siempre se realiza desde el formato de la obra o del período de la misma. Es una forma que permite darle cohesión a una idea.
“En el caso de nosotros, en consonancia con nuestro perfil, el criterio que une la colección, si se puede hablar de uno, sería la poesía. Lo que buscamos son obras que, de alguna manera, tengan una idea poéticamente realizada, que tengan sentido. Tenemos mucho arte conceptual y un enfoque claro en Iberoamérica. No limita nuestro catálogo, pero sí establece una cercanía. A veces es difícil de definir por su carácter ecléctico. Yo no tengo un manual de poesía con un checklist. Es una cosa muy intuitiva de la obra y su finalidad. Por eso, más allá de exponer, intentamos generar una relación cercana con los artistas. Eso debe ser armónico.”, explica.
Otra de las búsquedas de la Fundación Otazu es la proyección desde la riqueza de la labor y no desde la voracidad del mercado. Incluso, una de las visiones esenciales del proyecto es la concreción amena entre la industria y el arte. Ambas pueden encontrarse, sin dificultad, en la finalidad de un producto que brinde experiencia y enriquezca el espíritu del comprador o visitador.
Es una manera que permite una conciencia de las labores que anteceden la excelencia. Por eso mismo Otazu funda, a su vez, una percepción valiosa en el tiempo de la rapidez. Le brinda a las personas ese conocimiento previo del vino y su producción, la experiencia del arte y su capacidad simbólica de la vida y finalmente, como un puente inquebrantable, establece un espacio para la reflexión y el disfrute dionisiaco.
Otazu y el arte venezolano
Una de las propuestas más interesantes de la Fundación Otazu es a la par de la obra de Carlos Cruz-Diez. Es un proyecto que nace del cariño entre las familias, de la cercanía de generaciones que han crecido juntas y, sobre todo, bajo el crisol de la sensibilidad artística. Esto permitió que las conversaciones entre la fundación y el maestro tuvieran un objetivo: la posteridad.
El Vitral de Otazu por Carlos Cruz-Diez nace en el año 2013, luego de 7 años de reflexionar sobre la inclusión del vino en la obra y viceversa. La propuesta principal del artista fue el diseño integral de una serie de cromointerferencias pensadas para las botellas, en las cuales el color se crea a través de diferentes capas de líneas y posteriormente se une al color del vino. Sin soporte estos colores son capaces de modificarse ante la mirada del espectador. A su vez, diseñó 30 obras tituladas Cromointerferencias Otazu que acompañarán los vitrales durante un periodo de 30 años.
“Cuando te aproximas a un artista consagrado, que lo ha logrado todo en su vida, que tiene 88 años y le dices “vamos a hacer un proyecto de vinos”. Muy pocos lo tomarían, pero Cruz Diez era un tipo muy singular. A él no le interesaba hacer, por ejemplo, una etiqueta. Él buscaba proyectos que perduraran en el tiempo.”, explica Guillermo.
Asimismo, el arte venezolano, partiendo de la tradición del siglo XX, ha sufrido muchos cambios engrapados a la realidad social del país. Para Penso esto, de alguna manera, establece una nueva mirada que le permitirá a los artistas construir símbolos inequívocos de la vida que acontece en el continente. “Los tiempos difíciles, los retos importantes, son las que llevan a la gente a una reflexión latente sobre su realidad y creo que el arte venezolano será un legado sobre lo sucedido tanto en Venezuela como en el Latinoamérica en este primer período del siglo XXI.”, agrega.
La apreciación se nutre del conocimiento de la labor; la curiosidad se engrandece en la búsqueda de la excelencia; la experiencia logra enriquecerse desde la amplitud sensorial. Estos son objetivos, dígamos, inmersos en la visión principal de la Bodega Otazu y es lo que le ha permitido labrar un lugar importante en el ámbito del arte y en la industria del vino. Es una búsqueda dirigida por la experimentación coherente que le brinda al consumidor la posibilidad de un buen vino junto a la reflexión de la vida que pasa.