En Caracas, el café no solo se sirve caliente en las viviendas, también se vende en la calle, se carga a cuestas y se ofrece al paso entre semáforos, aceras y avenidas. Muy temprano en la mañana, antes de que abran los locales o se activen las cafeterías, ya hay gente sirviendo café con su termo.
Son hombres y mujeres que han hecho de la venta de esta bebida su forma de generar ingresos. No tienen local comercial ni punto fijo, tampoco condiciones óptimas para trabajar; sin embargo, cada día salen a vender, aunque no tengan certeza de cuánto lograrán reunir o si la lluvia o la policía les permitirá trabajar tranquilos.
Este seriado fotográfico retrata a siete vendedores ambulantes de café en distintas zonas de Caracas: Sabana Grande, la avenida Lecuna y la avenida Baralt. A través de sus historias conocemos cómo sobreviven, qué les preocupa y cómo enfrentan cada jornada en una ciudad donde los ingresos por un empleo formal no alcanzan y el trabajo informal se multiplica.
Maritza – 63 años de edad
Bulevar de Sabana Grande
Trabaja en la calle desde hace 10 años, luego de quedar fuera de una empresa privada tras un recorte de personal. Desde entonces, vende café para cubrir sus gastos. Llega a las 4:00 am y su horario se extiende hasta las 10:00 am Cuenta que lo más difícil es la persecución policial.

“Uno se pone y se quita, debemos estar pendientes, pero cualquier cosita (ganancia) se lleva para la casa”, dice.

Le gustaría pagar un permiso para poder trabajar tranquila, pero asegura que en esa zona de Caracas no permiten regularizar la venta informal.

“Aquí se vive al día. No hay forma de ahorrar. Una semana compro comida, otra semana invierto en la mercancía. Así uno va sobreviviendo”, explica.
Yamilet – 38 años de edad
Bulevar de Sabana Grande
Comenzó a vender café para mantener a su hija. Prefiere el trabajo callejero antes que un empleo formal con bajos sueldos y malos tratos. Se levanta a las 4:00 am, prepara el café y sale a vender desde las 5:00 am. Su jornada termina alrededor de las 9:00 am.

“Aquí yo gano más y resuelvo. No es que comemos de lujo, pero comemos”, dice.

Lo más duro, asegura, es el sacrificio del cuerpo: madrugar y resistir en la calle.

Andrea – 32 años de edad
Bulevar de Sabana Grande
Lleva dos años vendiendo café y dice que es una forma de sobrevivir. “A veces se vende, a veces no, pero igual te cansas todo el día”.

Su estrategia es moverse: camina constantemente en busca de zonas con mayor flujo de personas.
“Cada vez hay más gente vendiendo café”, cuenta.

Pide que les permitan trabajar en paz. “Nos quieren quitar los termos, nos ponen restricciones. Pero si no trabajamos, ¿cómo llevamos comida a la casa?”, cuestiona.

Juan Carlos – 42 años de edad
Avenida Baralt

Tiene 18 años trabajando en la calle. Dice que siempre le gustó la independencia y creció trabajando junto a sus padres. Recorre un circuito: desde San Martín hasta Capitolio, pasando por Quinta Crespo. Trabaja desde las 7:00 am hasta las 6:00 pm.

“Con lo que hago me ha alcanzado para sostener a mi familia. Pero es difícil por los policías. Siempre toca pelear para que lo dejen a uno trabajar”, comenta.

Carmen – 63 años de edad
Avenida Lecuna
Vende café desde hace 15 años en el mismo punto. Relata que la mayor dificultad ha sido la amenaza constante de ser desalojada por la policía.

“15 años así, quitan y ponen. Pero yo siempre estoy pendiente”, dice.

Asegura que ya a su edad no tiene otra alternativa laboral. “Con esto sobrevivo. No es mucho, pero algo resuelve”, asegura.

José Luis – 54 años de edad
Avenida Lecuna
Tiene tres años vendiendo café. Dice que ve “lo bueno y lo malo” en la calle, pero que con eso resuelve para medio comer.

“Aquí no se gana una fortuna, pero se sobrevive”, dice.

También nota cómo ha crecido el número de personas vendiendo en la calle. “Cada vez hay más, porque la cosa está dura. No hay trabajo”, asegura.

Emely – 19 años de edad
Avenida Baralt
Es la más joven del grupo. Trabaja desde hace dos años y complementa sus ingresos vendiendo café con otros oficios. Explica que por ahora no estudia, solo se dedica a trabajar.
Para ella, la venta de café es una forma de independencia. “Yo hago más dinero trabajando por mi cuenta que si tuviera un sueldo fijo”, comenta.
También ha notado cómo ha crecido la competencia: “Hay demasiada gente vendiendo en la calle”.
Todos comparten una observación: la venta de café es su sustento, pero no es suficiente para planificar ni avanzar. Es una herramienta para sobrevivir, un esfuerzo diario que comienza antes del amanecer y termina muchas veces con las manos vacías.
El café callejero en Caracas no solo es un aroma familiar, es también el reflejo de una ciudad donde, para muchos, no hay empleo formal que garantice lo esencial; y donde la acera sigue siendo un lugar de trabajo, aunque no haya permiso ni resguardo.