• Azotados por las enfermedades y la miseria, quisieron recuperar sus territorios ancestrales. Aunque el gobierno de Chávez les ofreció ayuda, solo han conseguido muerte y dolor en medio de la “revolución bolivariana”

El sol calienta las calles de Maracaibo. En los semáforos, mujeres de piel oscura, junto a sus hijos, mendigan y piden ayuda para comer. Son parte de los yukpa, una etnia indígena que vive en lo alto de la Sierra de Perijá y que no tiene tierras para sembrar, tampoco servicios básicos ni acceso a la salud.

La situación de los yukpa, y de los indígenas en general en Venezuela, ha sido denunciada incluso por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En el reciente informe de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, se señaló que la crisis humanitaria que padece Venezuela “perjudicó desproporcionadamente los derechos económicos y sociales de muchos pueblos indígenas”.

Desde hace ya más de tres décadas los yukpa han intentado recuperar las tierras que ocupaban hace siglos. Con el gobierno del fallecido ex presidente Hugo Chávez la etnia caribe pensaba que, por fin, se abriría una puerta a sus reivindicaciones. Sin embargo, las malas políticas públicas implantadas por el chavismo para lograr la ansiada demarcación de terrenos, la violencia de los organismos de seguridad y la impunidad permitida por el régimen, los han dejado en una situación incluso peor.

Grupo de yukpas | Foto cortesía

La conquista

Cuando el conquistador español don Juan de Chourio llegó a Venezuela, su ambición fue la causa del inicio del conflicto con los aborígenes. Las tierras de lo que hoy se conoce como el municipio Machiques de Perijá, en el estado Zulia, tenían muchos atributos, como la fertilidad y el clima, pero no estaban vacías. Allí habitaban, desde tiempos ancestrales, hombres, mujeres y niños de piel morena oscura, tersa, con ojos y cabellos negros, poseedores de una cultura incomprensible para los blancos. Se trataba de la tribu yukpa, un verdadero obstáculo para la explotación ibérica.

Al proceso de despojo de la tierra por parte de los españoles se le llamó “correría de indios”, y debía lograrse a cualquier costo. Misioneros franciscanos intentaron ayudar en la tarea de persuadir a los nativos de abandonar el sitio a través de la llamada “pacificación”, pero en realidad la palabra encubrió un proceso preñado de violencia. Los españoles victoriosos avanzaban, mientras los yukpa subían la caliente cordillera de Perijá. Y así durante muchísimo tiempo.

La emigración a lugares inhóspitos se prolongaría durante varios años, mientras que el recuerdo de una vida mejor, herencia de las generaciones pasadas, permanecía imborrable. Quizá haya sido esa misma memoria ancestral la que motivó a los yukpa, marginados en la Sierra, a retornar al terruño. Además, la llegada de la llamada “revolución bolivariana” al poder, que enarbolaba con brío y supuesta irreverencia la bandera contra el latifundismo, fungió como el impulso definitivo para que los indígenas se dieran a la tarea de recuperar sus tierras.

Años después, muchas vidas han quedado en el camino. La esperanza de retorno de la etnia se desvanece. Y la imagen de yukpas mendigando en los semáforos de Maracaibo se ha vuelto un lugar común para los ciudadanos.

Mujer yukpa | Foto cortesía

Una nueva etapa

El nuevo siglo empezó para los yukpa con planes concretos: ocupar tierras y haciendas en el río Apón, el hilo de agua que une a la Sierra de Perijá con el Lago de Maracaibo.

“Desde el año 2000, antes de que se decretara la Ley de Demarcación y Hábitat de las Tierras Indígenas, ya los yukpa habían resuelto ocupar sus tierras. La fricción con los terratenientes era muy fuerte”, dice Germán Pirela, antropólogo de la Universidad del Zulia, en una entrevista exclusiva para El Diario.

La centenaria discordia entre yukpas y ganaderos es una cara del conflicto. La otra es la de la miseria, que ha sumido a la etnia en las más deplorables condiciones de vida. Paludismo, tuberculosis, carencia de servicios básicos y de tierras fértiles son solo algunas de las calamidades que sufren.

En este contexto, las ocupaciones fueron lideradas por el cacique Sabino Romero Izarra, el yukpa de sombrero de paja, piel áspera y deseos revolucionarios reivindicadores. Su cara huesuda y profunda mirada dejaban entrever toda una vida de lucha en contra de los terratenientes zulianos. El 4 de marzo de 2013 fue asesinado por Ángel Bracho, alias “Manguera”, conocido guardaespaldas de un terrateniente de la Sierra.

Cacique Sabino Romero Izarra | Foto cortesía

De acuerdo con Pirela, el gobierno de Chávez tenía una política de laissez faire: dejar pasar, dejar hacer. Poco era lo que se involucraba en los asuntos de la Sierra, al menos públicamente, hasta que un hecho lo cambió todo.

“En el año 2008 alrededor de 44 activistas intentaron llevar medicamentos e insumos a la comunidad de Chaktapa. Ahí, en La Cuesta del Padre, la entrada a la comunidad, un contingente de militares comandados por [Gerardo] Izquierdo Torres, comandante del Fuerte Macoa, reprimió brutalmente a los activistas”, narra Pirela.

Casi todos las personas que iban en la misión humanitaria eran afines al chavismo, acota el antropólogo. “En el menor de los casos, se trataba de gente de izquierda que era muy crítica. Algunos incluso ocupaban cargos institucionales”, recuerda.

Otro hecho crucial ocurrió ese año. Durante el intento de toma de la hacienda Tisina, el padre de Sabino Romero, José Manuel Romero, un anciano conocedor de la cultura yukpa, fue brutalmente golpeado por el personal de la Asociación de Ganaderos de Machiques (Gadema), uno de los principales conglomerados de terratenientes de la Sierra. Días después, su estado de salud empeoró y falleció.

El suceso llegó a escucharse en los pasillos de Miraflores, razón por la que Chávez enunció, en el Aló, Presidente del 24 de agosto de 2008, lo siguiente: “Ahora aquí hay una revolución. Todos a apoyar a los indios. Y hay una comisión de demarcación que tiene una deuda pendiente. Si Hugo Chávez tiene una finca allí y hay una tierra india, bueno, está expropiado, eso es de los indios. ¡Justicia para los indios! Espero que no tenga yo que irme para allá, que solucionen el problema a favor de los indios. Vamos a demarcar las tierras indígenas”.

Naturalmente, este fue un discurso adoptado de forma expedita por los yukpa, pero que, de acuerdo con Pirela, no resolvió nada. Al contrario, la situación empeoró porque el gobierno violentó costumbres organizativas indígenas, pese al cariz reivindicativo que aparentaban tener las palabras de Chávez.

Hugo Chávez y grupo de indígenas | Foto cortesía

“La ley de demarcación no solventa nada. Como toda ley que se ha proclamado, es meramente enunciativa, declarativa, sin concreción real. El modo en que el gobierno encaró la situación fue terrible. En ese momento, Tareck El Aissami era ministro de Interior y Justicia, y junto a Nicia Maldonado, ministra de Asuntos Indígenas, intentaron introducir, a la fuerza, el concepto de Consejos Comunales en las comunidades yukpa”, señala.

De igual manera, advierte que el resultado que se produjo fue la destrucción de gran parte del tejido social yukpa: “Fue algo contrario a nuestra Constitución, que reconoce a Venezuela como un Estado pluricultural en el que se deben respetar distintas formas organizativas”.

La primera década del siglo XXI terminó con una protesta de los yukpa ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en la que niños, ancianos y hombres manifestaron para exigir, de acuerdo con lo reseñado por el periódico El Libertario, “que se cumpliera con el mandato de la Constitución que establece que las autoridades legítimas de los pueblos indígenas podrán aplicar en su hábitat instancias de justicia con base en sus tradiciones ancestrales y que solo afecten a sus integrantes”.

En ese entonces, madres indígenas con niños encaramados en sus espaldas manifestaban y exigían respuestas de las autoridades a la entrada del Poder Judicial. Pero la acción fue vista como una violación de los derechos de los infantes, y Provea y la Sociedad Homo et Natura, organizaciones defensoras de los derechos humanos, fueron enjuiciadas en el año 2013 por haber apoyado la protesta yukpa.

“Como consecuencia de esta movilización, el 27 de julio de 2010 fue introducida una acción de protección por el abogado Ramón Liscano, actuando en su carácter de fiscal centésimo sexto (106º) del Ministerio Público, a favor del grupo de niños, niñas y adolescentes que formaban parte de la concentración a las afueras del TSJ. El fiscal solicitó que los niños, niñas y adolescentes fueran devueltos al ‘ambiente propio de su cultura’ y que se estableciera la responsabilidad de la Sociedad Homo Et Natura y Provea por el presunto traslado ilícito de los mismos a los fines de ser utilizados en una protesta en la que no tenían un interés legítimo, llegando incluso a afirmar la utilización de los mismos como ‘escudos humanos’, entorpeciendo así las actividades del TSJ”, señala El Libertario.

De acuerdo con Pirela, esto fue una muestra del poco conocimiento que tenía el Estado venezolano de la cultura yukpa: “Ellos no entienden de nuestra forma de crianza occidental. Para las madres de esa etnia, estar con sus hijos en todo momento es lo tradicional. Pero aprovecharon la oportunidad para señalar y criminalizar a los activistas que los apoyaban”.

Madres yukpas | Foto cortesía

Por supuesto, la famosa demarcación tampoco tuvo lugar, pues en el año 2011 el entonces vicepresidente de Venezuela, Elías Jaua, entregó engañosos títulos de propiedad que en apariencia cambiaban todo para no cambiar nada en realidad.

“Jaua fue a entregar los títulos de propiedad colectiva, como queriendo decir que finalmente, después de cientos de años, se estaba concretando el proceso de demarcación. Hicieron todo un show en ese momento. Pero los títulos no contemplaban el asunto de terceros ubicados en territorios indígenas, que era precisamente lo más importante. Evidentemente, eso no se resolvió, porque ellos tenían muchos intereses allí. El propio Francisco Arias Cárdenas, gobernador de la entidad en ese momento, tenía una importante acción en ese territorio, y estaba en consonancia con los ganaderos y grupos armados de la zona”, indica Pirela.

Finiquitada la reivindicación histórica de esa forma, el chavismo podía seguir adelante y los yukpa continuarían su tránsito por la pobreza, sin haber recuperado siquiera una hectárea de terreno.

Tiempos violentos

A la hora de consultarle a Pirela si el chavismo fue más nocivo para los yukpa que los 40 años de bipartidismo adeco-copeyano, el experto no duda en asentir:

“En tiempos de AD y Copei había algo llamado Comisión Indigenista, que promovía más bien el asimilacionismo, es decir, integrar a las poblaciones a la nación. Desde el Estado siempre se ha considerado que dar grandes extensiones de tierras a los indígenas puede suponer una amenaza a la soberanía nacional, que ellos tienen nociones secesionistas, lo cual es falso, porque nadie imagina que lleguen a niveles organizativos tan altos. Se trata de otra forma de criminalizarlos. Pero sí puedo decir que este gobierno continúa y exacerba los problemas a altos niveles. El papel que jugaron El Aissami y Maldonado fue realmente dañino”, asevera.

Luego del asesinato del cacique Sabino Romero, las condiciones de los yukpa han empeorado. Según Pirela, su actual situación de vulnerabilidad los hace propensos a ser reclutados por paramilitares o miembros de las guerrillas ubicados en el Zulia, y afirma tajantemente que “quienes han ejercido la violencia sobre los yukpa son los ganaderos y funcionarios del Estado, entre los que menciona a la Guardia Nacional Bolivariana y al Ejército del país”.

Yukpas que migraron a Colombia | Foto cortesía

Pese a que aún hay muchos yukpas que han decidido apoyar al régimen sin vacilaciones, otros han decidido huir por la frontera hacia Colombia en busca de un futuro mejor. Los que no pueden irse han empezado a migrar forzosamente a Maracaibo, donde establecen asentamientos urbanos alrededor de hospitales para tener acceso rápido a la salud en caso de emergencia.

Mientras algunos son reclutados por la guerrilla y otros son vistos por el común como delincuentes y mendigos, también existen quienes sobreviven precariamente con el producto de la venta de sus artesanías en las esquinas marabinas. Pero en todo caso, el gran perdedor en este conflicto es el país, que cada día ve cómo se resquebraja una parte fundamental de su esencia e identidad.

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