• En la populosa barriada un grupo de mujeres y varias fundaciones trabajan en pro de alimentar a más de 100 pequeños en situación de desnutrición, quienes carecen de recursos y falta de oportunidades

La casa está en la entrada de la comuna: es pequeña, en el fondo se ve una cama descuidada, con un colchón sucio, sin sábanas, en la que duerme Sorelis junto a sus hijos, quienes pese a su condición siguen estudiando en una escuela cercana de la zona. “Todos ellos quieren estudiar, ninguno quiere dejar sus estudios”, dice la madre mientras carga al más pequeño.

Los alimentos, como en tantos hogares venezolanos, son los visitantes menos recurrentes del hogar. Ese mediodía solo comieron arroz. Sin embargo, entre tantas carencias, al menos los niños tienen garantizado un desayuno diario gracias a una iniciativa aupada por la propia comunidad.

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Se trata de un comedor comunitario que funciona al final de la calle, en el patio de la vivienda de la Fundación Casa del Pan Yeled, que junto a la Fundación Solidaridad Venezuela alimentan diariamente a aproximadamente 500 niños de la zona. El espacio no solo funciona como comedor para los menores más necesitados, sino que también es un centro de enseñanza: se imparten talleres, tareas dirigidas e incluso organizan paseos en temporada vacacional.

Desde las 9:00 am los gritos y risas inundan el lugar. De un enorme árbol en el centro del patio guinda un columpio improvisado que los niños aprovechan mientras esperan ansiosos una arepa, o dos si los cálculos fallan y sobran algunas. Muchos acuden antes de ir a la escuela, pero para otros no hay prisas, porque la misma situación provocó que sus familiares optaran por retirarlos de las aulas.

Foto: Víctor Salazar

Caminar por aquel patio convertido en comedor implica esquivar a los niños que juegan metras, escuchar reír a los que se balancean en el columpio o ver a los más grandes conversar tranquilamente en las mesas dispuestas para el desayuno. Rápidamente las mujeres voluntarias de la zona preparan las arepas para los niños y en grandes bandejas reparten suficientes para todos.

“Alimentarse se ha convertido en una tragedia para los venezolanos, comprar la cesta básica es imposible y en comunidades deprimidas como esta los recursos no alcanzan”, explica para El Diario Julio Sánchez, presidente de la Fundación Solidaridad Venezuela, quien desarrolla los arepazos diarios en la comunidad.

Resalta la importancia de que los niños, que están en pleno desarrollo, reciban los nutrientes necesarios. “Los niños no reciben las proteínas ni los carbohidratos necesarios para su eficaz desarrollo y eso le va a traer a Venezuela una tragedia generacional porque es un daño irreversible”, explica el presidente de la fundación.

Foto: Víctor Salazar

Los niños ya comieron y tienen la suficiente energía para jugar lo que se les antoje. Sánchez sabe que alimentar a más de 500 niños diariamente no es posible sin la ayuda de la comunidad, que los recibe, atiende y trata con respeto. “Ellos juegan un papel determinante; sin esa entrega y acompañamiento nuestra lucha no tendría ningún resultado”, explica.

Esta fundación es respaldada por jóvenes que decidieron apoyar a las comunidades deprimidas. “Con ayuda de muchos compañeros familiares y amigos que emigraron decidimos hacer jornadas sociales denominadas arepazo. Lo hacíamos todos los fines de semana y en vista de la necesidad decidimos constituirnos en la Fundación Solidaridad Venezuela, que empezó con jornadas de alimentación y también ha atendido a pacientes oncológicos”, explica Sánchez.

La Comuna Hugo Chávez no es la única beneficiada por las iniciativas de esta fundación. Varias comunidades son atendidas por el programa Acción contra el Hambre.

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“Con este programa atendemos a personas con desnutrición crónica o severa de forma quincenal con el suministro de las proteínas, vegetales y carbohidratos necesarios para su alimentación y su salud. Paralelamente atendemos a dos pacientes oncológicos a quienes le suministramos todos sus tratamientos y el pago de los honorarios médicos”, asegura.

Foto: Víctor Salazar

Las redes sociales se convirtieron en la herramienta principal para que la fundación pueda recolectar los recursos para las comunidades. “Es la forma más inmediata y más expedita para poder conseguir las ayudas sociales que hemos logrado en los últimos meses. Sin la existencia de las redes sociales y el apoyo de grandes cuentas en Instagram y Twitter hubiese sido imposible salvar vidas como lo estamos haciendo hoy en Solidaridad Venezuela”.

No solo atacan el hambre a través de las ayudas sociales que reciben, sino que apoyan a los pacientes de bajos recursos en Maracay.

“A través de las redes sociales hemos publicado los casos de lo pacientes pidiendo las medicinas de forma específica. Hay venezolanos de buen corazón que desean donar los medicamentos que ya no les funcionan, en otras ocasiones vemos pacientes que lamentablemente murieron y sus familiares, que saben lo difícil y costoso que es ese proceso en Venezuela, nos hacen llegar las medicinas”, explica.

Foto: Víctor Salazar

La receptividad de las personas que ven las publicaciones en redes sociales motiva a la fundación a seguir trabajando en pro de ayudar a quien lo necesite, apostando al buen corazón de quienes se encuentran detrás de una pantalla, en Venezuela o más allá de sus fronteras.

De esta manera estos jóvenes venezolanos aportan a las comunidades empobrecidas de Maracay. Además, brindan una sonrisa a los niños que se encuentran en precarias condiciones y que son olvidados en medio de los conflictos y las discusiones políticas en el país.

“Es la hora de salvar a una generación, pues ellos son los responsables de dirigir al país en un futuro”, advierte.

La puerta de la “hermana” Angie

Sus ojos negros se llenan de lágrimas cuando piensa en el futuro de los niños que atienden a diario en el comedor comunitario de la Casa del Pan Yeled, en Maracay. La hermana Angie, como le dicen en la zona, sabe que sin el apoyo necesario los pequeños no podrán desarrollarse en ningún ámbito, por ello está empecinada en ayudarlos y en desafiar las condiciones adversas que se han multiplicado por la crisis del país.

Su nombre es Angie Sánchez de Corrales, es dueña y fundadora de la casa donde funciona el comedor. A la mujer, de 42 años de edad, los niños la conmueven, especialmente los que habitan en la Comuna Hugo Chávez. Allí sobreviven en medio de desnutrición, deserción escolar y sobre todo pese al abandono de muchos padres que decidieron emigrar para intentar ofrecerles una mejor vida.

En su casa la puerta resuena todos los días y a cada hora. Las personas, especialmente los niños, llegan pidiendo comida u otra ayuda. La mujer, de voz pausada y baja, siempre atiende al llamado, brinda apoyo cuando está dentro de sus posibilidades, aunque en su bolsillo y nevera también se palpa la crisis.

A Angie le dicen “hermana” porque es fiel creyente y asiste a iglesias cristianas, prácticas que la han llevado a preocuparse aún más por el futuro que crece, entre carencias, en la comunidad en la que ha vivido toda su vida. Por ello, desde 2016 comenzó un proyecto junto a varias madres que habitan en la populosa zona, que consiste en ofrecer un plato de comida a unos 30 niños. Actualmente, y gracias a la contribución de la Fundación Solidaridad Venezuela, reparten una comida tres veces por semana a más de 100 niños que son previamente seleccionados a través de un censo.

Foto: Víctor Salazar

“Abrimos este lugar para crear espacios donde los niños se sientan en familia y sientan el amor de Dios. Que se sientan en casa, amados, y que tienen un propósito en la vida. Muchos de ellos no estudian, y nosotros hemos logrado que algunos sean incorporados al sistema educativo; ahí van. De eso se trata, de motivarlos”, explica quien ha surgido como una líder comunal empecinada en trabajar en pro del crecimiento en la zona.

El amor y el deseo de verlos surgir son los elementos que han impulsado a Sánchez a seguir en un camino agrietado ante la falta de suficientes recursos para atender mejor a los menores.

“Esta fundación es mi motor, es lo que me hace levantarme todos los días. Ver su risa, que no se compara con nada, no tiene precio”, comenta visiblemente conmovida quien se define como “una madre con muchos niños”.

El empeño de la hermana por el bienestar de los niños es tal, que en su propia familia acogió a un bebé en estado crítico de desnutrición que fue abandonado por su madre. Lo adoptó y ayudó en su recuperación. Hoy es uno de sus tres hijos, y todos acuden a la fundación, además de ayudar a su mamá a atender al grupo de jóvenes.

Angie ha logrado construir un espacio para los niños menos afortunados. Sin embargo, el futuro le sigue generando angustia, pese al trabajo que realizan para contribuir en su formación. Sueña con verlos convertidos en profesionales sanos y felices que aporten al país.

Foto: Víctor Salazar

“Yo les digo que vayan a la escuela y estudien no porque ellos serán los doctores que me van a atender, el próximo alcalde e incluso el próximo presidente de la República. A veces son muy traviesos, pelean y es normal, pero de verdad que llenan la casa de alegría”, asegura.

Su anhelo es abrir una casa de abrigo para niños en situación de calle. Su meta es ambiciosa y va direccionada a seguir aportando.

“Un niño de la calle necesita ser rehabilitado porque hay que enseñarle valores, disciplina, reglas. Entonces no es una casa de abrigo convencional, es que el niño salga con un oficio, deporte, arte. Queremos una casa de abrigo completa”.

Aunque es consciente de que el camino seguirá presentando trabas y de que la situación del país sigue deteriorándose, Angie se ve como un agente de cambio que busca aportar a una comunidad discriminada y en total abandono por el gobierno del estado Aragua.

“Tú puedes ser un ente que ayude a transformar la vida y los corazones no solo de los niños sino también de la familia. No se trata únicamente del plato de comida. Le diría a todos los venezolanos que se atrevan, no hacemos porque tenemos, hacemos porque creemos que tenemos un Dios grande que nos ayuda y bendice”.

El sol inclemente de Maracay acompaña el camino de los niños de vuelta a su hogar en la comuna Hugo Chávez. Ellos corren con el hambre ya calmada y una sonrisa en su rostro. El camino de salida lleno de maleza, tierra y casas sencillas despide a los visitantes que dejan atrás una comunidad empobrecida que también refleja la realidad de un país.

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