El 5 de enero los venezolanos fuimos testigos de cómo el régimen de Nicolás Maduro en su constante labor por acabar con la única institución legítima del país y reconocida por el mundo democrático, ejecutó un asalto al corazón del Parlamento Nacional.

¿En que consistió este asalto? Este tuvo varias fases. Una primera fase que consistió en la llamada “Operación Alacrán”, que básicamente consistió en ubicar una serie de diputados bajo el ofrecimiento de una cantidad exhorbitante de dólares para que torcieran su voluntad y le retiraran el apoyo a Juan Guaidó y a la fórmula que presentarían los factores de la unidad democrática para encabezar el Parlamento en el periodo legislativo de 2020.

Esta operación básicamente se alimentó del dinero de la corrupción, presuntamente oxigenada y liderada financieramente por empresarios ligados a la trama de corrupción de las cajas CLAP.

En una segunda fase el régimen utilizó a su Tribunal Supremo de Justicia y a la ilegítima asamblea nacional constituyente (ANC) para perseguir, judicializar y amenazar con cárcel a diputados cuyos suplentes ya habían sido comprados o ya eran perseguidos por el régimen para sacarlos del camino y así seguir mermando la mayoría opositora dentro de la Asamblea Nacional (AN).

Sin embargo, a pesar de estas dos operaciones, los números no le daban al PSUV para imponer a una directiva distinta a la propuesta por los factores de la unidad en el seno de la Asamblea Nacional.

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Entonces activó la tercera fase del plan que fue militarizar el Palacio Federal Legislativo colocando más de cinco alcabalas para impedir el acceso de los diputados, además de utilizar a los colectivos para amedrentar y atacar con violencia no solo a los diputados, sino a los medios de comunicación.

El resultado todos lo conocen. Un grupo de diputados que vendieron sus conciencias pretendieron asaltar la directiva del Parlamento, mientras que en horas de la tarde 100 diputados con su nombre y apellido y ante el país, juramentaron a Juan Guaidó, Juan Pablo Guanipa y Carlos Berrizbeitia como la nueva directiva de la Asamblea Nacional.

Ahora bien ¿en dónde estamos? En este momento existe un grupo de diputados que pretenden secuestrar la institucionalidad de la Asamblea Nacional, que se encuentran usurpando funciones con el apoyo de las fuerzas militares del régimen de Maduro y que gozan del desconocimiento del mundo democrático por ser producto de un fraude en el procedimiento por el cual pretendieron tomar control del Parlamento.

Por el otro lado tenemos una directiva legítima, electa por 100 de los 167 diputados de la Asamblea Nacional que está sesionando y que seguirá avanzando en la ruta de lograr un cambio de régimen en Venezuela. Esta directiva además goza del amplio reconocimiento del mundo democrático sumando ya más de 80 países que han respaldado su legitimidad.

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Dentro de este panorama ¿qué papel juega el régimen? Para el régimen de Nicolás Maduro desde el minuto uno que fue derrotado por la mayoría del país en las elecciones parlamentarias, lo único que ha hecho es atacar a la Asamblea Nacional con el único fin de destruirla. Ha intentando todas las formas, que han ido desde la persecución política, la cárcel a diputados, la imposición de una ANC ilegal y la utilización de la justicia para destruir las competencias de la Asamblea Nacional, en fin, todo lo que ha estado a su alcance para ponerle fin.

En esta oportunidad el régimen optó por comprar la conciencia de unos diputados de la oposición para generar internamente una suerte de conflicto artificial que le permita justificar tres cosas: la primera, disolver la Asamblea Nacional bajo la excusa de que su funcionamiento es inviable ante el “enfrentamiento” de la fracción mayoritaria del parlamento; lo segundo, construir una narrativa que soporte la tesis de que es inviable que el Consejo Nacional Electoral (CNE) sea renovado en el seno del Parlamento Nacional y así justificar la designación de un CNE a su medida a través del Tribunal Supremo de Justicia para en tercer lugar convocar una elección parlamentaria con las mismas características del simulacro electoral de mayo de 2018 que nos ha traído a esta crisis.

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En conclusión, el plan del régimen sigue intacto, solo que su estrategia mutó por la complacencia de unos traidores.

Entendiendo esto ¿cual debería ser nuestra ruta?

En primer lugar debemos recomponer la unidad, fortalecerla para poder hacerla más grande, no es tiempo de divisiones, es hora de remar para el mismo lado porque más allá de las diferencias todos tenemos el mismo objetivo:*ponerle fin a esta crisis que significa Maduro en el poder.

En segundo lugar debemos retomar la calle como el espacio para la lucha y el reclamo, la Constitución nos da no solo el derecho, sino el deber moral de hacer de la protesta un instrumento de lucha para combatir la injusticia y la violación de nuestros derechos humanos. Sé que hemos estado en la calle, pero nunca eso puede ser una excusa para no volver a ella con más fuerza.

En tercer lugar debemos dar una pelea fundamental en el plano internacional con la presión diplomática, en dos vías, presionar para asfixiar los flujos de dinero de la corrupción que sostienen al régimen y en ejercer toda una cruzada que sume al mundo democrático a la lucha por condiciones electorales suficientes que permitan que los venezolanos podamos tener unas elecciones libres en el país.

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Las armas que debemos pedirle a las democracias del mundo son las del voto.

En cuarto lugar tenemos que seguir insistiendo en nuestro llamado a las Fuerzas Armadas, son ellas un factor clave en esta batalla por la libertad.

No les estamos pidiendo que den un golpe de Estado, porque además Venezuela vive en un golpe continuado por las violaciones a la Constitución, a la soberanía popular y a los derechos humanos, los que les exigimos es que usen las armas de la República para proteger al pueblo y para devolverle el Estado de Derecho a los venezolanos, con el fin de garantizar que podamos expresarnos en unas elecciones libres y democráticas.

Teniendo claro estos tableros tenemos que empezar a caminar con fuerza este 2020.

Hago mías las palabras de nuestro primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, Juan Pablo Guanipa, quien en Montalbán decía que era la hora de una rebelión, de la “Rebelión de la Constitución”. En esa rebelión que es pacífica y que tiene como única arma nuestra Carta Magna, todos tenemos no solo espacio, sino un rol, es hora de que lo asumamos, la patria no espera más.

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