El día que pensaba que nada malo podía sucederme, porque estaba en lo que yo creía que era el tope de mi carrera como comunicador y gozaba de juventud y buenas intenciones, mi maestro me dio una lección: un accidente en moto en el que casi pierdo la vida, me obligó a detenerme, a repensarme, a convertirme en una persona más flexible y a entender que ser optimista no tiene nada de cursi. Me tomó 5 años digerirlo.


El día que creía que contaba con relaciones perdurables, a prueba de todo y que pensé que no necesitaba más amigos porque con los que tenía era suficiente, mi maestro montó a varios de ellos en un avión y se los llevó del país. El tiempo nos distanció de todas las maneras posibles -con algunos- y yo tuve que abordar el vuelo de la reinvención social, empezar a conocer a otras personas, construir nuevas relaciones y sobretodo aprender a no dar nada por sentado. Van 8 años de esa historia.

El día que me cansé de mí mismo y le di la espalda a mis talentos, para proponerme hacer algo completamente diferente, sabía ya que estaba en plena lección, pero subestimé el grado de dificultad. Evadir nuestro propio camino por rabia, miedo o resentimiento, hizo que el maestro escogiera para mí las pruebas más duras, hasta que un día, cansado y en absoluta rendición, me senté a conversar con él y le pregunté: ¿qué es lo que necesito aprender de todo esto? Entonces las respuestas empezaron a llegar y mis habilidades se convirtieron en mi brújula. Una lección que tomó 2 años.

El único maestro ineludible

Todos los días que he dicho: “ya no podemos estar peor”, “el país llegó a un punto insoportable”, “tiene que venir un cambio y es inminente”, una nueva noticia llega para quebrar algunas de mis convicciones, pero también a llenarme de paciencia. El maestro me va mostrando lo bonito y lo feo, lo claro y lo oscuro, no para confundirme, sino para hacerme entender que el bien y el mal habitan en todos y en todo y que se manifiestan de acuerdo a nuestras propias decisiones y a aquello a lo que le ponemos atención, trabajo y esfuerzo.

En cada etapa descubrí que puedo con más de lo que creo y que cuento con más herramientas que las que están a simple vista. Nadie dice que sea fácil, sé muy bien lo que es vivir en la zona de confort, pero no cambiaría mi paso por este curso, este postgrado ineludible, que todos estamos llamados a cursar. Lo dicta un maestro llamado: crisis. Del verbo: crecer.

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