• Una nueva forma de progresismo, que se distancia de la experiencia cubana y venezolana, puede tomar el poder en el corto plazo en varios países de la región 

El péndulo político se mueve de un lado a otro. En América Latina la primera parte del siglo XXI fue dominada ampliamente por gobiernos de izquierda que uno a uno fue cambiando de color por diversas circunstancias, hoy el progresismo parece despertar.

En Bolivia el Movimiento al Socialismo (MAS) recuperó el poder, en Argentina el peronista Alberto Fernández ocupa la presidencia con Cristina de Kirchner como vicepresidenta, en México Andrés Manuel López Obrador es el jefe de Estado, en Chile los movimientos progresistas impulsaron con éxito un proceso que llevará a una Constituyente y la izquierda tiene buenos números en Ecuador y Colombia.

El venezolano Carlos Romero es experto en asuntos internacionales y autor del libro Jugando con el globo. La política exterior de Hugo Chávez. Explica al respecto: “Siempre en América Latina la presencia de la izquierda ha oscilado entre momentos estelares y difíciles. A principios del siglo XXI se vieron algunas circunstancias que hacían pensar que se iba a convertir en un territorio rosado, por aquello de gobiernos que no se declaraban totalmente de izquierda, pero que tenían un manto de progresismo, y luego se vio cómo a partir del derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras en 2009 comenzaron a desbaratarse esas alianzas, que había tenido un auge, sobre todo por el impulso que le dio Hugo Chávez”.

La hegemonía izquierdista a la que refiere Romero era impresionante.  Eran tiempos donde en Brasil gobernaba Luiz Inácio Lula Da Silva y luego Dilma Rousseff, con Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y luego Cristina de Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Daniel Ortega en Nicaragua, José Pepe Mujica o Tabaré Vásquez en Uruguay, Ollanta Humala en Perú, Manuel Zelaya en Honduras, Michelle Bachelet en Chile y Hugo Chávez en Venezuela.

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En algunos casos los mandatarios progresistas fueron sacados del poder en forma adelantada por juicios políticos o por corrupción, otros perdieron elecciones o les dieron golpes de Estado, todo lo cual permitió el movimiento ideológico a la derecha de la región.

“El péndulo se mueve constantemente sobre todo en países con tantas necesidades insatisfechas. Lo que hace que se mueva es la poca capacidad de respuesta que tienen los gobiernos ante la demanda cada vez más creciente y eso lo vemos muy fuerte en América Latina”, explica para El Diario la internacionalista venezolana Giovanna De Michele.

Entre esas condiciones, comenta que un porcentaje muy alto de la población de la región se dedica a la economía informal, que trae alta inestabilidad para el presupuesto familiar. “Esa inestabilidad generalmente el trabajador informal la cobra a los gobiernos”, señala. 

Añade que también la cultura mesiánica está instalada en la idiosincrasia latinoamericana, con su población esperando que otros les resuelvan sus problemas.

Ningún gobierno de derecha o de izquierda puede resolver las grandes demandas de la población y ¿Ante la insatisfacción, qué hago? Comienzo a girar hacia el otro lado”, refiere.

El caso colombiano

El país de la región donde nunca ha gobernado la izquierda es Colombia, ni siquiera ha logrado obtener mayoría parlamentaria, pero eso puede cambiar en el corto plazo. 

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Una encuesta publicada en octubre de la empresa Guarumo y EcoAnalítica evidenció que los principales aspirantes a suceder a Iván Duque en Colombia en 2022 vienen del progresismo. 

A la pregunta de los encuestadores: “¿Si las elecciones fueran mañana usted por cuál votaría?”, las personas contestaron en un 18,1% por Sergio Fajardo, y en un 13,4% por Gustavo Petro.

El politólogo colombiano Fernando Giraldo, explica que aunque en Colombia no ha ascendido a la presidencia una persona que no tenga origen liberal-conservador ya se hizo la ruta para que eso ocurra. 

Recuerda que en 2010 Antanas Mockus casi obtiene el triunfo en primera vuelta contra Juan Manuel Santos, quien luego obtendría la presidencia con la conformación de una gran alianza. “Pero ese campanazo es nada comparado con lo que pasó en 2018. Apareció un candidato electoralmente bueno, de izquierda, exguerrillero, que había sido alcalde de Bogotá. Todos creían que Gustavo Petro estaba enterrado, pero para que no ganara tuvieron que unirse todos los candidatos. Petro sacó 8.000.000 de votos: increíble en un país como Colombia”, asevera.

Giraldo acota que si la izquierda no gana en 2022 es por su fractura y porque no ha encontrado una ruta para la coalición con sectores liberales.

Nostalgia ecuatoriana

En Ecuador, Andrés Arauz es el abanderado de la izquierda, fue ministro de Rafael Correa, quien respalda su aspiración para los comicios de febrero de 2021. El actual presidente, Lenín Moreno, también recibió el apoyo de Correa, pero una vez que triunfó en 2017 se apartó de su tutela y más bien se convirtió en un férreo adversario político del exmandatario, sobre quien pesa una orden de detención por corrupción.

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Oswaldo Moreno Ramírez, politólogo ecuatoriano y experto en comunicación política afirma: “Arauz representa un pasado con el cual mucha gente siente nostalgia.  Cuando se evalúa la gestión de Correa lo hacen de 4 a 6 sobre 10 puntos, pero a Lenín Moreno lo evalúan en cero sobre 10. En ese escenario el correísmo representa esta nostalgia y el retorno del líder”. Añade que posiblemente si el expresidente Correa participara “ganaría en la primera vuelta”.

Señala que Arauz ha dicho en forma abierta que será un instrumento para el retorno del líder y ha prometido un proceso constituyente.

Otra izquierda

Ante estos hechos, Carlos Romero considera que se está produciendo un renacer de la izquierda latinoamericana, pero destaca que es una tendencia global. “Desde el punto de vista mundial ha habido cambios importantes que asoman la posibilidad de una reintroducción de gobiernos de carácter progresista y que cercan la posibilidad de un dominio conservador”, argumenta.

Destaca el auge de la izquierda en Europa Occidental, pero sostiene que “la guinda es la victoria de Joe Biden en los Estados Unidos”, pues se supone que ese gobierno le va dar prioridad al tema democrático, de derechos humanos, de los migrantes, más que la política cerrada de Donald Trump y sus asesores”.

Pero los expertos consultados por El Diario coinciden en que la izquierda actual no es la misma que dominó la escena política latinoamericana hasta hace pocos años. “Esta izquierda es distinta, no tiene el mismo matiz, ni corrientes ideológicas”, sostiene Giraldo, por ejemplo, señala que cuesta ubicar a gobiernos como el de Alberto Fernández o el de López Obrador en el plano de la izquierda tradicional. Añade que “la izquierda entendió que para llegar al poder, la bandera es la democracia y no los discursos socialistas ortodoxos”.

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Precisamente, una de las principales críticas sobre los gobiernos de izquierda de los primeros años del siglo XXI en América Latina tenía que ver con su gestión de las instituciones y sus vocaciones hegemónicas y autoritarias. Romero considera que este progresismo en boga sí tiene valores democráticos, y trata de huir de la experiencia histórica que significó el modelo cubano y el venezolano. Sostiene que por eso el “progresismo mira de lado a lo que se ha convertido en una especie de renegado como Nicolás Maduro para el espectro de la izquierda”.

Giovana De Michele pasa revista de los contrastes en la región: destaca que Evo Morales no tiene participación en el gobierno de Luis Arce, quien tiene marcadas diferencias en cómo ejerció el poder su predecesor. Dice que Alberto Fernández mantiene distancia de Cristina de Kirchner; que en Ecuador, aunque la posibilidad de que el correísmo llegue al poder es alta, no cree que se repita el autoritarismo de Correa. Mientras en Brasil, la hora menguada que parece vivir la izquierda, es producto –según De Michele– del culto a la personalidad hacia Lula Da Silva, quien tras sus derrotas judiciales y políticas dejó a la izquierda sin un líder de relevo de peso.

Así las cosas, en el corto plazo puede iniciarse una etapa de predominio continental de una nueva izquierda, que esta vez tendría en Washington a un aliado. 

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