• El autor de telenovelas como Angélica pecado, La mujer de Judas y La viuda joven prepara su incursión en el cine. Convirtió un clásico de Henrik Ibsen en un policial. Considera que de reactivarse la industria de la televisión, son muchos los desafíos, entre  ellos técnicos | Foto: Ana Bloisse

A finales de los años noventa y principios de este siglo, la telenovela en Venezuela empezó a tener una firma que garantizaba terror y suspenso en medio de una historia de amor. 

El nombre de Martín Hahn se empezó a hacer popular, no solo en la industria, sino entre el público, que inmediatamente asoció ese apellido alemán con historias de misterios y miedo. Miedo incluso que él mismo sentía, pero no por el mundo creado, ni los lúgubres planes de sus personajes, sino por el eventual rechazo. 

Una vez en la cola de un banco, escuchó a dos mujeres hablar sobre La mujer de Judas (2002). Una de ellas prefería ver la competencia, pues la historia protagonizada por Chantal Baudaux y Juan Carlos García, le aterraba. Pero su testimonio tan solo forma parte de una minoría. El rating indicaba que la sintonía estaba por las nubes. 

Martín Hahn también es el responsable de Angélica pecado (2000), Estrambótica Anastasia (2004) y La viuda joven (2011), y más recientemente la serie Almas en pena (2019).

Su nombre forma parte de una generación que siguió una impronta que mantuvo la atención de millones de personas a historias vistas diariamente. Una industria que dejó de ser local para llegar a otros países, en los que los modos del amor venezolano fueron incluso traducidos a distintos idiomas. 

Recientemente Martín Hahn terminó de grabar una serie de cortometrajes titulada  Vivir y convivir, una iniciativa de varias organizaciones para incentivar la discusión en la población de temas como el ejercicio de la política, la desinformación, la reconciliación, el perdón y el voto. 

Además, el escritor prepara otros proyectos, como cumplir el sueño que tuvo cuando dejó Barinas para entrar a estudiar en la Escuela de Artes de la UCV. 

—El primer libro que leyó fue El misterio del cuadro robado ¿Cuál fue la primera novela que vio?

El desafío, con Claudia Venturini, Henry Soto, Mimí Lazo y Roberto Moll. 

—¿Cuando era adolescente?

—(Ríe). ¡Ojalá! Yo no me acuerdo de cuando fue esa telenovela, pero se transmitió antes del año 2000. 

—Entonces fue en los noventa. Ya se había graduado de la UCV

—Sí, sí, sí. Yo me gradué en 1989. 

—¿No veía telenovelas en la casa familiar en Barinas?

—Es que mi papá no me dejaba verlas, por todas las razones por las que los papás no permitían ver telenovelas a los hijos varones. Recuerdo telenovelas después de haberme graduado de bachiller. Yo trabajaba en un taller de cerámica en una casa del Country Club. Ahí las mujeres se servicio ponían La sucesora, la brasileña basada en el libro Rebeca de Daphne Du Maurier, que Alfred Hitchcock adaptó al cine; una película maravillosa. 

Sí, que en Netflix hay una nueva versión…

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—Exacto. Muy fea, muy mala. Bueno, esa fue la primera telenovela que vi de forma ordenada, todos los capítulos. Me cautivó. Antes veía una que otra cosa. Incluso, cuando estudié en la Escuela de Arte nunca pensé que sería escritor de telenovelas. Eso surgió como necesidad de sobrevivir en este medio. Fíjate dónde estoy. Ahora amo escribir telenovelas y series. 

—¿A qué edad se vino a Caracas?

—A los 17. Justo dos semanas después de terminar el bachillerato. 

—Con la intención de estudiar Artes mención Cine en la UCV…

—Correcto.

—Pero su objetivo era convertirse en un director de cine. Eso le comentaba a César Bolívar en clase. ¿Cómo fue ese paso?

—Por supuesto que en mi época de estudiante no había teléfonos con cámaras. Y en la escuela, no había cómo hacer una película, ni un cortometraje. Nada. Nosotros salíamos como críticos de cine. Un día tuvimos la suerte de que un señor llamado José Vicente Scheuren llevó sus cámaras para que grabaramos aunque sea dos o tres escenas. Quería que viviéramos la experiencia. Nos repartimos los roles, pero no teníamos libreto. César Bolívar preguntó por el guion, pero nadie lo tenía. Como yo hacía un taller de guion en la universidad, dijo que lo hiciera yo. Él asumió que me gustaba escribir. Y así fui entrando en el mundo de la escritura.

Talleres con José Ignacio Cabrujas

—Tengo entendido que en los talleres que hizo con José Ignacio Cabrujas él le recomendó no mezclar el suspenso y el terror con las telenovelas

—Realmente yo le caía muy mal a José Ignacio. Yo no era ni de sus preferidos, ni de los normales. Hice con él un taller de telenovela. Al comenzar, él le preguntó a cada uno qué queríamos hacer en el género. Yo dije que pensaba hacer telenovelas de suspenso y terror. Se rió de mí, al igual que el resto del salón. Me dijo que eso era imposible, que las telenovelas solo eran de sentimientos. Más nunca me dirigió la palabra en todo el taller. Pero el único que hizo todo el curso fui yo. Cuando fue a firmar los diplomas, le dijo al director del instituto: tenía que ser el alemán ese. También fue mi profesor en la UCV. 

—Entonces usted es un ejemplo de que Cabrujas se equivocaba

—Exactamente. (Ríe). Visto así, es verdad. Cabrujas también se equivocaba.

—Sé que su abuela en las noches de Barinas, cuando se iba la luz, contaba historias de terror. ¿Cómo se evoca eso en estas circunstancias  pandémicas en una ciudad en la que se puede ir la luz?

—Hace 10 minutos no tenía luz. El teléfono estaba descargado y no sabía cómo iba a hacer la entrevista. Pero bueno, son esas cosas mágico religiosas que ocurren en este país, que de repente viene la luz, y listo. Esta pandemia no me ha pegado tanto. Me refugié en la computadora para escribir, incluso cosas que nadie me pidió. Una amiga desde hace tiempo me insiste en que dirija una película. Le hice caso y comencé un guion. Tampoco he dejado de tener otros proyectos. Aprendí que siempre hay que tener material nuevo para ofrecer. También comencé a escribir series, ya no telenovelas. Cuando terminé la película, me dije que era muy complicada para ser mi ópera prima. La dejé a un lado, e inicié otro guion, que considero más sencillo para dirigirlo. Cuando uno está comenzando, quiere meter todo para demostrar que se sabe. Eso no es lo que quiero. 

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—¿El plan es dirigirlos usted?

—Sí, cumplir con el sueño con el que entré a la Escuela de Artes. 

Nuevos lenguajes

—¿Ha visto nuevamente alguno de los capítulos que ahora transmite Televen de Angélica pecado?

—(Ríe). No. Me dijeron que es la telenovela más vista en estos momentos.

—¿Le da miedo volver a verlos?

—Es que no tengo cómo verlos. No tengo televisión abierta.

—-Paradójico que una persona que se hizo en la televisión abierta no tenga…

—Es cierto. Tuve televisión abierta hasta que quitaron Directv. Siempre la monitoreaba. 

—¿Qué tan difícil fue convencer a los ejecutivos de RCTV de incluir una trama de misterio en una historia de amor como en Angélica Pecado?

—Mira, en ese momento la dinámica de trabajo del canal era tener a varios escritores. Estábamos entonces Perla Farías, Valentina Párraga, Carlos Pérez y yo. No recuerdo a los demás. Presentábamos proyectos y ellos evaluaban. José Simón Escalona había dado la orden de algo diferente. Los productores se reunieron. De ese equipo, Leonor Sardi, dijo que esa era la novela indicada. Afirmó que lo que más le gustaba era el tema del asesino. 

—¿Qué lo inspira en estos momentos?

—Veo muchas series en Netflix y en plataformas menos demandadas. Hay amigos que comparten links.Por ejemplo, vi una llamada Veneno, sobre La Veneno, una vedette travesti española que está muy loca. Una de las mejores series que he visto. 

-¿Cómo cree que las ofertas de plataformas influya en el lenguaje de las telenovelas?

—Hay un cambio radical. Las telenovelas más largas son las turcas, pero se concibieron como series con temporadas de 20 episodios. Unieron todos los capítulos y ahora son telenovelas de 190 episodios. Eso lo hicieron debido al éxito que tuvieron. Es un caso particular. Colombia está haciendo telenovelas de 30 episodios. El resto del mundo hace series, no hace más telenovelas. Ahora, que las series tengan mucho de telenovela, es otra cosa. No creo que se hagan telenovelas como La mujer de Judas en su momento. Si a mi me contratan para hacer la segunda parte, debe ser otro el lenguaje utilizado, otro ritmo, sin la misma cantidad de escenas, diferentes escenarios y otro estilo de actuación. Todo será diferente.

-¿Y el público venezolano está preparado para ese cambio?

-No lo sé, porque está dividido en dos, muy distantes. Está la gente que tiene acceso a la televisión por suscripción y a las  plataformas, y por otro lado, las personas que solo tienen televisión abierta. Incluso, de este último grupo, hay quienes se quedaron sin posibilidades. Tienen que ver televisión abierta por el nuevo Directv, Simpletv, y se tiene que pagar. La gente de bajos recursos ahora debe migrar a la radio. Es una realidad terrible. Hay otro asunto. Los productores actualmente quieren hacer contenido para plataformas, no para televisión abierta, y así llegar a un mercado más amplio. En Colombia hacen series para televisión abierta. Netflix observa el comportamiento, y compra una versión editada. Claro, esa es otra realidad. La nuestra no permite eso. 

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-Hace unos meses Luis Gerónimo Abreu dijo que de reactivarse la industria en Venezuela, no había que repetir las viejas fórmulas, sino desarrollar proyectos que estén a la altura de otros mercados. ¿Qué tan rezagados estamos?

-Estamos muy rezagados. Es muy difícil ponernos a la par de las producciones del hemisferio. Si cuando hice Almas en pena hace dos años, hubo conflicto en el equipo técnico. Ocurría tan solo con explicar que el tema del salto del eje está obsoleto en el lenguaje cinematográfico. En la edición hubo problemas porque hubo paralelismo de acciones, unas en flashforward, otras en flashback, otras en tiempo real. El jefe de edición decía que no se podía hacer así. Entonces yo le comentaba que nunca  había visto Dark o Black Mirror. Hay una incultura visual, incluyendo entre los actores. Hay actrices muy bien preparadas, que hicieron grandes personajes, queridas por el público venezolano. Cuando las ven las nuevas generaciones, se preguntan por qué actúan así. 

-¿Qué está preparando para el cine?

-(Ríe). Estoy pensado si te digo o no. (Suspira). Tomé un clásico del teatro realista y lo convertí en un policial. Cosa que es rara, porque cómo puede hacerse de una obra de Henrik Ibsen un policial. Es un reto.

-¿Filmaría acá?

-La intención es rodar afuera. Me gustaría acá, pero la productora tiene muchos años en Miami. Ella me dice que allá está su patio. Si viene para acá, tiene que comenzar de cero. Ya lleva dos películas. Y para tener actores venezolanos, allá no tendré problemas.

-Es cierto que ha habido cierto recelo desde el cine venezolano hacia la telenovela. ¿Desde su perspectiva qué le falta al cine venezolano para tener la expansión que tuvo la telenovela?

-Me parece que es una posición inmadura que haya gente del cine que no se mueva a la televisión. En Hollywood los talentos están migrando a Netflix. Una película venezolana muy exitosa puede ser vista por 500.000, tal vez 800.000 personas. Telenovelas como La mujer de Judas o La viuda joven fueron vistas por 10 millones de personas. En Venezuela el cine siempre ha sido presumido, aun cuando los temas que toca son de una realidad casi extrema, en algunos casos. Piensan que esa es la identidad del país. No estoy de acuerdo. Hay mucha gente presumida con respecto a la gente que hace televisión. A la larga, tendrán que migrar. El cine no desaparecerá, pero la gente que tiene los recursos para hacer ese cine, quieren transmitir ese resultado por la pantalla pequeña.

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-Pero hubo un momento en el que figuras como Román Chalbaud o César Bolívar hicieron televisión. También están los casos de José Ignacio Cabrujas o Salvador Garmendia. Claro, parece que fue algo puntual que no se ha replicado en  nuevas generaciones

-Tal cual como tú lo dices. Te puedo decir que cuando hice Almas en pena, le tocamos la puerta a algunos directores cuyos nombres me reservo. Era una serie, no una telenovela, con los pocos recursos que se tienen en el país. Las cifras que dieron para su honorarios eran astronómicas. Creo que era más honesto decir que simplemente no querían. 

-Si Alfred Hitchcock hubiese sido venezolano, ¿cómo hubiese sido Norman Bates?

-(Ríe). Déjame pensar… Creo que estaría en una posada en Choroní. Le pondría una turista gringa que se pierde. Llega a la posada sin hablar español. Están todos los personajes autóctonos de Choroní. Al no poder entender, asume muchas cosas. Una historia con tambores, algunos ritos religiosos, cosas que la pongan en pánico, que le den pesadillas que se vuelven realidad, Luego, un negro que entra a su habitación, y ese negro es Norman Bates. Es lo primero que se me ocurrió. (Ríe). 

-¿Hay generación de relevo?

-¡Sí! La estoy formando. Si hay una razón para quedarme en el país, es porque siento la responsabilidad de que alguien tiene que preparar a esa generación. En estos cortometrajes que hicimos aposté por un muchacho que se llama Javier Salázar, de 25 años de edad. Lo puse a dirigir. Estaba detrás de él para sostenerlo. 

-¿Y en la escritura?

-¡También! Hay una nueva generación que desea escribir. También tengo que enseñarles no solo a escribir, sino buscar nuevas temáticas. Hay personas que no se pueden ir del país, o que no quieren, y que tienen la esperanza de que se reactive la industria.

-¿Qué temáticas faltan por explorar en Venezuela?

-Nos hemos ido mucho al mundo externo de los habitantes de Venezuela, a los problemas sociales. Eso no está mal. El problema es que estamos viendo ese mundo desde la perspectiva de un documentalista. Creo que hace falta más ficción, un poco más de emoción. Así lo haríamos más universal. A través de lo local, convertirse en global. Mostrar qué siente el venezolano.

Creo que hace falta más inversión privada e independiente para producciones locales. Todavía queda un remanente de talento venezolano para hacer algo. El país sigue siendo muy económico para producir. Es rentable para inversores extranjeros. Lo malo es que la situación política y social no garantiza que el producto se termine. Hay apagones, no hay agua, falla el transporte. Pero si se puede solventar eso, podemos hacer cosas buenas. La nueva generación está dispuesta a lo que sea para participar. Para los canales es un riesgo económico grande hacer cualquier cosa en estos momentos, aun cuando ellos tienen la infraestructura. Pero empecemos con series web. Con eso se puede activar la industria venezolana. Pero hay que ponerle mucha voluntad. 

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