La premisa principal de The Boys, una serie adaptada por Eric Kripke para Amazon Prime, es un golpe en el rostro de la moralidad mediática amparada en la figura de un hombre vestido con licras apretadas y coloridas: los superhéroes, si existiesen en la realidad, serían unos hijos de puta. 

La primera referencia de la historia es el cómic escrito por el guionista irlandés Garth Ennis, con 72 números publicados entre 2006 y 2012. El equipo de producción audiovisual está conformado por Eric Kripke, Evan Goldberg y Seth Rogen. El objetivo principal del equipo de guionistas era la representación de los superhéroes en la vida real, con las bienaventuranzas y desventuras de la humanidad, para, de alguna manera, establecer un nuevo lugar enunciativo ante el protocolo publicitario y banal de las productoras que llevan las riendas del consumo cinematográfico. 

Una de las cosas que me llamó la atención al verla fue el reconocimiento de una pregunta que tenía tiempo en mi cabeza: ¿Por qué reconocemos a otro impoluto, sin rasgaduras, ni maldad, en un hombre o mujer de fuerza indestructible? Pensé esto al ver la algarabía que produce el proyecto cultural y económico de los superhéroes en nuestra generación. Existe una relevancia en este nuevo formato de películas, series, productos que marcan el nuevo camino de la inversión cultural. El resto, por consecuencia, se ve encaminado a seguir los pasos establecidos por los grandes ecosistemas narrativos anclados a la figura de individuos inmortales en licra. 

The Boys tiene una estética punk marcada por el lenguaje soez, donde todos los personajes son cretinos, imbéciles e hijos de puta, pero mantienen un camino desigual, ambivalente, con claros y oscuros, como la vida misma. En la primera escena nos encontramos con Hughie (Jack Quaid) caminando por una acera de Nueva York junto a su novia. Es un personaje endeble, ensimismado, callado y, sobre todo, entregado a las decisiones del otro. Él conversa con ella y ambos, entre la felicidad de las pequeñas cosas, sonríen al hablar de una canción de Billy Joel. En ese momento, un superhéroe de velocidad extrema atraviesa el cuerpo de ella hasta dejar pegados en el rostro de Hughie los vestigios de carne y sangre. La vida del ser humano es una moneda de cambio, inservible, efímera para estos individuos de cualidades fuera de lo común. 

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La tristeza y su resolución en venganza es el punto de quiebre para este personaje. Luego conoce a Butcher (Karl Urban), un hombre británico de lenguaje callejero, grosero e inclemente, quien es el paso siguiente del desengaño. La narrativa de los superhéroes, creada por un equipo de guionistas en los pisos intermedios de una torre empresarial, se deconstruye en el encuentro con la verdadera naturaleza de estos individuos que, ante todos, representan el ejemplo de moral y ética. Este es, quizá, uno de los aspectos más importantes al ver la serie en el contexto actual de la industria cinematográfica: la construcción narrativa de un establecimiento moral para las nuevas generaciones.

Es comu00fan ver la ideologizaciu00f3n del ecosistema ficcional de Marvel y DC -las dos compau00f1u00edas mu00e1s reconocidas- para establecer un seguimiento narrativo. Incluso, son las cabecillas de la industria cinematogru00e1fica, pero, personalmente, creo que las razones para este surgimiento vienen antecedidas por la ausencia de discursos reconocibles en lo humano. Es decir, entendemos que el reflejo ficcional en los lu00edmites de la vida humana, con sus desequilibrios, no es un referente positivo para el establecimiento de una u00e9tica especu00edfica y el reconocimiento de la empatu00eda, el afecto, la reflexiu00f3n moral, la u00e9tica maniquea entre lo bueno y lo malo se traslada a un nuevo individuo ficcional. El cual, sin las ataduras de la muerte susurrantes, tendru00e1 las capacidades de salvar a la humanidad de sus mayores peligros.

En las décadas anteriores el cómic era el lugar de este producto creativo. Los niños tenían curiosidad ante las características de los personajes, sus niveles de fuerza, su velocidad, las hazañas corpóreas, pero no se establecía un mecanismo de reflejo moral. En este momento, el problema reside en la construcción de un personaje perfecto, sin fallas internas, ni desequilibrios entre lo bueno y lo malo, encerrado en el maniqueísmo, sin reflexionar sobre su propia existencia como “superhéroe”. 

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The Boys es un ejemplo de ese agotamiento de la maquinaria de los superhéroes. Los personajes humanos son, a su vez, problemáticos, con un pasado conflictivo a sus espaldas y un futuro irreconocible, con una emocionalidad desequilibrada entre la nostalgia, la rabia y, quizá, algunos vestigios de felicidad. Incluso los superhéroes son capaces de reconocer su arco narrativo al encontrarse directamente con su vulnerabilidad humana, no con la creación a priori de un discurso de bienaventuranza perpetua. 

Al contrario, un individuo criado bajo las construcciones culturales de lo humano al reconocerse superior será, por lo menos, un cretino. La serie establece un lugar más sensato para la realidad de los superhéroes: una ficción económica. En ella, como se demuestra con el personaje de Homelander (Antony Starr), las decisiones objetivas para la defensa de la humanidad estarán permeadas por los números de ganancia, tanto en adeptos televisivos como en capital financiero. 

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Una de las escenas más puntuales para reconocer el verdadero objetivo de un superhéroe ocurre en un avión secuestrado por cuatro terroristas. Homelander, el cabecilla del equipo de salvadores, recibe el llamado y decide volar hasta la posición del avión. Al entrar es capaz de asesinar a los cuatro terroristas, pero, en ese mismo instante, analiza la situación y reconoce que la muerte de los 250 tripulantes representará un trauma mediático que les dará mayor poder y legitimación a los superhéroes. Decide estrellar el avión en el mar y, luego, mostrarse indignado en la televisión por el temor que representan los extranjeros a la vida del hombre estadounidense. El miedo vende más. 

La exaltaciu00f3n de los superhu00e9roes, como individuos limu00edtrofes con lo humano, es el resultado del miedo latente a lo desconocido. George Steiner, en su texto La nostalgia del absoluto, establece que la erosiu00f3n de la teologu00eda cristiana como visiu00f3n absoluta del mundo occidental abriu00f3 la brecha y que, en las du00e9cadas siguientes, la humanidad ha perseguido el absoluto a travu00e9s de propuestas racionales y discurso preestablecidos. En este caso, creo que la representaciu00f3n de los superhu00e9roes como objetivo moral y u00e9tico es, por lo menos, una muestra del desequilibrio identitario de lo humano y la sensaciu00f3n perpetua de fragilidad.

“La descomposición de una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o sencillamente había dejado en blanco, las percepciones esenciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra cultura moral”, escribe Steiner. 

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El autor francés enumera la ideología marxista, el psicoanálisis, la antropología y, finalmente, la creencia ciega en la vida extraterrestre como única respuesta a las hazañas humanas para dar cuenta de los intentos, en su mayoría fallidos, de establecer un nuevo concepto absoluto para identificar las percepciones esenciales de la sociedad occidental. El discurso ficcional de los superhéroes no es comparable con los conceptos racionales mencionados previamente, pero existe en él una particularidad que responde al postulado de Steiner: la ausencia de un absoluto moral es el primer paso para la creación de un estatuto ético en personajes fuera de lo humano. 

The Boys: los superhéroes son unos cretinos

The Boys es, simplemente, el discurso contrario a la exaltación de la figura del héroe. Homelander es un Superman, ebrio de ego, que se masturba en el rostro de todos los estadounidenses para alimentar su sed de inmortalidad y reconocimiento; es un sociópata americano vestido con licra, guantes y capa. Es, quizá, el personaje puntual para reconocer que los superhéroes en la vida real, condicionados por la competencia de clases, la productividad incesante, la capitalización del miedo al extranjero y el germen del nacionalismo nocivo, serían unos individuos despreciables. 

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