Es ampliamente conocido que las fuerzas políticas de Venezuela lo han intentado todo en su búsqueda por devolver la libertad y el Estado de derecho a nuestra nación. Desde mantras sobre la toma progresiva del poder hasta intentonas insurreccionales, con iniciativas ejecutadas de forma aislada y muchas otras de forma unitaria, con picos de popularidad y con etapas de crisis de desconfianza generalizada, los liderazgos del país no han parado de trabajar con este único objetivo. Sin embargo, la meta no ha sido alcanzada por ahora. 

El complicado panorama político que se vislumbra a estas alturas del juego ha abierto un proceso de reflexión en todos los sectores de la sociedad civil. Este es un proceso de revisión absolutamente necesario para poder afrontar nuevamente los desafíos futuros si queremos volver a intentar la reconquista de la democracia. Ante la desesperanza como agente fomentado permanentemente por el régimen, es responsabilidad de quienes queremos seguir haciendo vida política en Venezuela el pensar en las formas de ejercer una resistencia democrática para continuar intentando salir de la crisis a la que han llevado a nuestro país.

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En medio de este repensar, ciertos sectores de la sociedad civil venezolana han decidido llamar directa o indirectamente a una especie de “refundación” de la causa democrática: un borrón y cuenta nueva en el que destruyamos los logros alcanzados a nivel interno e internacional como resultado del proceso de desconocimiento institucional a la dictadura iniciado en enero de 2019 con la conformación del gobierno encargado de Venezuela. Pareciese haber una especie de obsesión por replantear nombres, por destruir instancias conformadas, por refundar causas ya intentadas con solo crear un logo, enfatizando la forma y no el fondo. 

Vale la pena preguntarse: ¿es necesario destruir todo y arrancar desde cero? ¿Qué ventajas estratégicas puede traer el borrado de espacios de representación nacional e internacional? Tomando en cuenta que el centro de los objetivos de la dictadura en este momento parece estar orientado a la destrucción del gobierno interino, no pareciese muy astuto ayudarlos a hacer esta tarea.

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Sin embargo, estas líneas no son una defensa del estado actual de las cosas. Es evidente que hay iniciativas que deben repensarse, acciones que hay que tomar ante las coyunturas que enfrentamos y que pueden ayudar a potenciar los espacios ya existentes. Hoy la causa que nos une debe transformarse hacia un gran movimiento de resistencia democrática. 

La tarea, desde la perspectiva de quien escribe este texto, debe estar orientada a lograr un punto ideal de convivencia entre la estrategia de presión internacional asumida, la búsqueda de una solución política negociada y la insustituible lucha interna que tiene múltiples frentes: quienes quieren luchar por condiciones electorales utilizando los hitos políticos disponibles, quienes apuntan a acompañar la protesta continuada de nuestra ciudadanía en búsqueda de una mejor calidad de vida y el apoyo a las iniciativas que desde las organizaciones no gubernamentales se plantean para mantener vivo el espacio cívico del país.

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Quienes hoy proponen asumir la ruta de la recuperación progresiva de espacios políticos luchando de forma activa por mejorar las condiciones electorales tienen un reto enorme y sumamente complicado entre sus manos: convencer a una ciudadanía desconfiada (dentro de la cual me incluyo) y trabajar de forma realista, conscientes de que no van a enfrentar a un rival político al que pueden ganar en buena lid, sino a un aparato totalitario cuyo objetivo final es la eliminación del adversario.

Por ende, como ciudadano no espero ni propuestas de gobernabilidad irreales en un contexto en el que el dictador define discrecionalmente la asignación de recursos ni música alegre pero vacía de fondo. Lo que espero son liderazgos que orienten a nuestra ciudadanía en torno a la recuperación del valor del voto de verdad y a la búsqueda de condiciones electorales reales. Dirigentes que recuerden que un país con partidos políticos secuestrados, con casi trescientos presos por causas políticas, sin acceso equitativo a medios de comunicación y con una evidente carencia de separación de poderes no es un país que puede tener elecciones libres y que, por tanto, la lucha es por cambiar urgentemente esa realidad.

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No creo que la presión internacional sea excluyente a la resistencia democrática interna. Por el contrario, una buena articulación entre ambas potencia la lucha de los venezolanos. ¿Serán capaces nuestros liderazgos de llegar a tan necesario punto medio para explotar las ventajas de ambos terrenos? Es el reto que hoy estamos transitando. La resistencia democrática nos convoca a todos.

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