Es inexplicable el dolor que se siente viendo las imágenes de nuestros migrantes con sus pertenencias quemadas en Iquique, Chile. Vejados, maltratados, cansados luego de llegar en bus o a pie en un kilométrico viaje atravesando todo el continente para terminar como el objeto del odio irracional de quienes ven en ellos un problema y no unas víctimas. 

Desde hace años los venezolanos vivimos cargando una cruz dentro y fuera de Venezuela. Más de seis millones de personas que huyeron de nuestro país intentando salvarse de la emergencia humanitaria compleja a la que nos llevó el régimen de Nicolás Maduro han hecho todo tipo de sacrificios con un objetivo tan básico como el de aspirar a una mejor calidad de vida a la que no pudieron acceder en su tierra.

En paralelo, millones de venezolanos decidimos seguir haciendo país en nuestra tierra, luchando contra todas las trabas de un sistema empobrecedor en el que parece imperar la ley de la supervivencia del más apto. Un país secuestrado por una cúpula que, en el nombre de lo que llamaron “Socialismo del siglo XXI”, ahondó en nuestros más profundos problemas: hoy no tenemos libertades y somos más desiguales.

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Tenemos absolutamente claro que la responsabilidad de esta tragedia tiene su raíz en el modelo socialista impuesto por el chavismo. También somos conscientes de todo el dolor que han sembrado en nuestra sociedad: el de las familias separadas, el de las vidas arrebatadas por la violencia estatal, el de los cientos de presos políticos. Son demasiadas las secuelas, algunas incluso irreparables, tras 20 años de una hegemonía nociva para el país.

Sin embargo, hoy noto una tendencia preocupante que ha surgido en muchos de nuestros compatriotas a raíz de lo que explico en los párrafos anteriores. Mientras leía sobre los horrorosos hechos sucedidos en Iquique contra nuestros migrantes, veía repetidos comentarios justificando las acciones: “No debieron irse de ilegales”, “¿no pudieron buscar otro sitio para quedarse?”, “que se devuelvan con su mentalidad de barrio a Venezuela”.

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En paralelo, unos amigos denunciaban que estaban siendo expulsados de un establecimiento en Caracas por su orientación sexual. Más allá de la indignante noticia, sorprendía ver muchas de las reacciones al respecto. “Que se vayan a un lugar para ellos”, “en su propiedad el dueño del local puede hacer lo que quiera”, “otra vez victimizándose”, entre otras excusas para justificar una acción homofóbica y segregacionista.

Luego de varias horas sin dar crédito a lo que veía y de darle vueltas a la cabeza sobre estas actitudes, se quedó en mi mente la idea sobre la “ley del péndulo” en política, esa que versaba que a una acción corresponde una reacción contraria de fuerza equivalente. Básicamente, un movimiento similar al de un péndulo que gira de izquierda a derecha conforme los años pasan y los malestares por las acciones efectuadas desde el poder se profundizan.

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No era ilógico pensarlo: tantos años de odio y tragedias sembrados por el socialismo chavista están dando como resultado un movimiento, del cual aún no se conoce su dimensión real, que defiende valores profundamente autoritarios e iliberales disfrazados en una visión de “derechas” y que prácticamente estigmatiza y ataca cualquier propuesta política que tenga la palabra “social” o que abogue por el respeto de los derechos humanos y la inclusión.

Hacer esta reflexión evidentemente me preocupa. El hecho de entender de dónde vienen nuestros problemas no nos puede dar pie para replicar modelos antagónicos pero igual de excluyentes y opresivos. Si hay algo que debió quedarnos como aprendizaje de estos años viviendo en un régimen antidemocrático es la defensa a ultranza de un modelo político que abogue por la libertad y la solidaridad. Si hay algo que debemos defender, teniendo seis millones de hermanos desplazados por la crisis que hemos vivido, debe ser la empatía.

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Desde hoy mi aporte para combatir esta amenaza es el de enseñar y discutir estos temas con los círculos que me rodean, sabiendo que muchos pueden no estar conscientes de lo que hoy escribo y que, quizás sin pensarlo mucho, pueden estar defendiendo posturas que no están tan distantes del modelo al que hemos adversado durante años. Es urgente que le pongamos freno al péndulo. De lo contrario, podríamos terminar viendo un país que cambia de líderes pero no de políticas.

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