• El cuento Hemos llegado a Berlín del escritor y crítico literario venezolano obtuvo el segundo lugar en el Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero de Medellín. En entrevista a El Diario, cuenta cómo la literatura infantil puede ayudar a construir empatía y contar una historia dramática desde la sutileza y la esperanza

De acuerdo con la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), actualmente existen más de 1,7 millones de migrantes venezolanos en Colombia. De ese total, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) estima que cerca del 24% son niños, niñas y adolescentes. Es decir, alrededor de 408.000 menores de edad que han llegado al país con sus familiares, representantes, o a veces incluso solos.

Estas cifras ilustran la magnitud de la situación que el escritor venezolano Fanuel Hanán Díaz retrata en su cuento Hemos llegado a Berlín, el cual quedó entre los ganadores del Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero de Colombia. Esta es la primera edición del certamen, organizado por la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, la Biblioteca Pública Piloto y los Eventos del Libro de Medellín.

La historia, escrita en primera persona, ve desde los ojos de un niño de 10 años de edad el viaje que emprende con sus padres desde su hogar en Venezuela hacia un destino incierto, que va descubriendo en el camino. El Berlín al que llegan no es capital de Alemania, sino al páramo ubicado entre las ciudades de Cúcuta y Bucaramanga, entre 2.800 y 4.290 metros sobre el nivel del mar. El que diariamente recorren decenas de caminantes venezolanos en su recorrido hacia Bogotá, y en el que algunos pierden la vida a causa de la hipotermia.

Experiencia cercana

En entrevista para El Diario, Díaz señala que como inmigrante venezolano, es una situación que lo toca bastante de cerca. Las imágenes de compatriotas andando por las carreteras desabrigados, con hambre, y llenos de incertidumbres, le hizo sentir la necesidad de escribir. Plasmar en un texto la particular visión de una arista raramente abordada al hablar del tema: lo que viven los niños ante semejante viaje.

“Nos dicen los caminantes y realmente para mí era una imagen muy fuerte que tenía en mente. ¿Qué pasará con tantos niños que están allí y qué pensarán ellos? Han sido escindidos, desarraigados y tienen que dejar atrás su casa, su familia, sus juguetes y sus amigos”, señala.

Egresado en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y teórico especializado en Literatura infantil, cuenta que posee ya siete años residenciado en Bogotá. En ese tiempo ha visto crecer el número de venezolanos en las calles, especialmente en el barrio Normandía, donde reside, pues allí está ubicada una sede de la Cruz Roja. Más de una vez en sus paseos se ha detenido a conversar o ayudar a personas que no conoce, pero con las que aún comparte el gentilicio.

Aunque ha tenido bastante contacto con los caminantes, para el proceso de escritura de Hemos llegado a Berlín se basó principalmente en reportajes y documentales. “Uno como migrante tiene un dolor, una sensación de no país que también la puede trasladar cuando uno habla desde adentro de ese fenómeno. Uno no es un extraño a ese fenómeno”, afirma.

El premio

El Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero es una iniciativa financiada por el reconocido artista colombiano Fernando Botero. Los tres ganadores fueron anunciados el 4 de octubre de 2021, durante la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.

Allí el jurado conformado por Irene Vasco, Ivar Da Coll, Juan Pablo Hernández y Felipe Botero, nieto del pintor, le otorgaron el segundo lugar a la obra de Fanuel Díaz de entre más de 400 participantes. Fue el único extranjero reconocido en el cuadro final. El primer lugar se lo llevó Elizabeth Molina Orozco, con su cuento Invitados al té. El tercer puesto fue para Jaime Hernán Cortes Torres por Embrujo.

Fanuel Hanán Díaz muestra el camino de los migrantes venezolanos desde los ojos de un niño
Fanuel Díaz sosteniendo su reconocimiento. Foto: Cortesía

Una literatura compleja

En su país, Díaz fue director del Departamento de Selección de libros para niños y jóvenes del Banco del Libro de Venezuela y coordinador editorial de la revista Parapara. También es reconocido como uno de los mayores expertos en América Latina en materia de libros ilustrados. Por ese motivo, considera que no se debe subestimar la literatura infantil, ni considerar que tener a niños como público objetivo, se trata de obras simples llenas de diminutivos o personajes estereotipados.

“La literatura infantil es compleja en diferentes aristas. Se da el permiso de hacer que la realidad y la fantasía conviven, y eso no ocurre en la literatura para adultos. Es una literatura que tiene que usar filtros y la elegancia y recursos de la literatura para hablar de la realidad más dura”, apunta.

Señala que a través de espacios simbólicos como las metáforas, el autor debe narrar sin caer en las obviedades o el drama explícito. Donde la literatura para adultos se encierra dentro de su propia tragedia, la infantil busca en la luz la forma de comunicar con sutileza.

“¿Qué es Berlín? Es un lugar, un sitio indefinido como lo puede ser Comala o Macondo. Entonces ese chico va en un viaje que no es físico solamente, sino es un viaje interior. Eso cuesta, sobre todo porque tú tienes que tratar de ponerte en los zapatos de ese personaje, y ya no eres niño”, explica sobre su libro.

Literatura para sanar

Fanuel Hanán Díaz muestra el camino de los migrantes venezolanos desde los ojos de un niño
Foto: EFE | Referencial

Díaz no busca contar historias lacrimógenas. Su obra es netamente testimonial, ofreciendo un punto de vista único desde la curiosidad infantil. Una experiencia de imágenes, olores y recuerdos que se vuelve casi cinematográfica. También, aunque el diccionario define la palabra conmiseración como “sentimiento de pena y dolor por la desgracia o sufrimiento de alguien”, el autor también busca darle un nuevo significado: solidaridad.

Demostrar que la experiencia de muchos venezolanos en Colombia no se queda solo en la xenofobia y el dolor, sino también en la mano amiga que regala un pan a mitad del camino, u ofrece una ducha caliente en un refugio.

“Yo creo que la literatura, especialmente la literatura infantil, puede ayudar a construir empatía, porque tú como lector eres empático con un personaje de ficción que está sufriendo, y logras ponerte un poco en su lugar. Esto es quizás como el tributo que yo hago con esta historia, que me costó mucho escribirla. No es fácil, porque emocionalmente también me tocó en mi propia migración”, expresa.

— Así como esta literatura puede ayudar a los niños venezolanos que han migrado, ¿también podría ayudar a los niños colombianos (y de cualquier otra nacionalidad) a evitar esas conductas xenófobas que muchas veces tienen los adultos y sentir más empatía?

— Creo que hay un proceso que tenemos que entender, porque muchas veces uno mira las situaciones en lo inmediato, pero tienes que estar siempre dos pasos hacia adelante. Obviamente si tú estás en tu país y te vienen un millón de migrantes, lo primero que va a hacer esa gente es rechazar esa situación. Hay un tema complejo aquí con Colombia especialmente, y es que alrededor de un 70 % de los migrantes son retornados. Es una figura que ocurre en este proceso particular y son hijos o nietos de colombianos. Hablan muy caribeño, pero su sangre y sus raíces son colombianas. Por eso es que es muy difícil que ellos puedan cerrar así de golpe la puerta a sus congéneres. Y si lo ves dos pasos más adelante encuentras que ya hay familias colombovenezolanas. Pronto veremos una zona intermedia, un otro país, que es el país colombovenezolano. Es un país abstracto, de esas familias que ya reúnen las dos partes. 

Dentro de unos años ya no será un tema tan arduo, pero creo que sí es importante tocarlo en estos días porque estamos en medio de esa fricción en la que el venezolano es visto como el otro, como el africano en Europa. Esos son procesos naturales y en ese sentido la literatura ayuda a entender que todos somos parte de una misma especie. Hablar de Venezuela y Colombia es un artificio porque la zona de los llanos es la misma, allá se escucha música llanera y aquí también”, agrega.

Ejercicio de escritura

Como teórico, Díaz está acostumbrado a ver la literatura infantil desde una perspectiva completamente crítica. Quizás por ese motivo cada vez que se animaba a escribir ficción una voz en su cabeza lo hacía retroceder. Un fantasma que le hacía ver entre líneas agujeros argumentales e inconsistencias en sus personajes mientras eliminaba caracteres en la pantalla. 

Esto no significa que no tuviera publicaciones previas. Sus libros La basura… un problema de todos y Pipo Kilómetro ganaron en su momento el Premio Nacional de Literatura Infantil de Venezuela. También tiene otras publicaciones como El amor es un bichito y ¡No, tú no! No obstante, para Hemos llegado a Berlín, su conexión emocional con el tema le hizo plasmar no solo las emociones del protagonista, sino también las suyas propias. Su desarraigo, su ira, dolor y la nostalgia que surge cada vez que ve el cuadro de El Ávila colgado en su estudio.

“Este es el primero que siento que hago desde las tripas, desde la pasión, y creo que en ese sentido fue algo auténtico. No fue para nada artificioso en el que dejé que eso fluyera”, reconoce.

El corazón en una maleta

Actualmente Díaz ejerce como profesor en la Pontificia Universidad Javeriana y en la Universidad Central, ambas en Bogotá. También escribe artículos en diferentes periódicos y portales especializados en literatura. Con su premio, no planea que nada en esa rutina cambie, aunque hay algo en lo que ahora se siente más animado: en seguir escribiendo cuentos infantiles.

En algún momento le gustaría estar a la altura de grandes referentes de ese rincón de la escritura como Catherine Patterson o Kadarusman, y para eso piensa seguir escribiendo, y publicando. Por su parte, Hemos llegado a Berlín, junto al resto de cuentos finalistas, será publicado en 2022 en una antología.

Aunque su acento ya ha perdido un poco de Caribe, afirma que su máxima aspiración es poner en un pedestal el nombre de Venezuela, hoy vapuleado en cada carretera donde caminan sus hijos exiliados. “Uno cuando es migrante se lleva su país en la mochila, en la maleta, en el corazón, pero se lleva una parte del país”, destaca.

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