• El Grupo Orinoco se planta con criterio ecológico ante los desafíos de un futuro de menos petróleo y ¿más carencias? con una posición que sin ser radical es polémica: usar el recurso como empellón para salir de la crisis y cuidar la biodiversidad nuestra, en la picota de los Atila. Dan la cara por los que se hacen la vista gorda. Foto: Federico Prieto

En la nata del devenir y con una trayectoria que incluye puestos cimeros en instituciones locales linajudas —cuando las hubo—, y cargos con poder de decisión en los organismos internacionales de postín, su ilustrada visión de futuro lo aproxima a ese olimpo de la alta política y el mar de fondo donde podría tutearse, cabe suponer, con las seseras más preparadas del orbe. Exministro del Ambiente —despacho que los arrasadores del ecosistema patrio clausuraron, claro—, en sus afanes podría toparse con el mismísimo Al Gore y los copetudos de la causa verde, es decir, los de la liga de la justicia. Se codea con botánicos, geógrafos, expertos en estadística y tecnología, estrategas y ecologistas, no solo intuitivos hippies, en esa nube donde no necesariamente el aire es más puro. Arrima ideas a esa mesa redonda planetaria que reúne a los convencidos de la importancia de amar a la naturaleza: no un paraíso idílico a donde se va sino ¡donde estamos! Lo que quieren él y la cofradía de expertos con los que se relaciona es salvar el planeta ¡y a Venezuela! 

En efecto, el grano de arena que aporta Arnoldo José Gabaldón Berti lo hace desde la tierra de los ancestrales tepuyes; exactamente, desde su capital, Caracas, cohabitando con 450 especies de aves. Las paradojas están servidas; las comparaciones con otros lugares del mundo, menos biodiversos y a la vez más conscientes de lo que urge, también. Mientras en casa el desinterés en materia medioambiental es, más que alarmante, criminal —lo que nos sitúa más atrás que a la saga de los debates y nuevos programas de preservación y aprovechamiento de los recursos—, Arnoldo Gabaldón se admira, y acaso sienta hasta envidia, por las decisiones de los nórdicos que, además de anunciar que se enfilan por la vía del transporte eléctrico, sin diesel, convierten en ley nacional la propuesta de no talar un árbol más. Mientras, en Caracas, lo que está en pleno apogeo es la misión leña que reduce a punta de motosierra y sin rubor la masa arbórea de la urbe, cada vez menos pulmonar, cada vez más comprometido su epíteto: la de ciudad de la eterna primavera. 

Arnoldo Gabaldón
Foto: Federico Prieto

En tiempos de recalentamiento global y efecto invernadero, cuando cada hoja produciendo clorofila es tesoro, y cada mijao, apamate, caucho, ceiba, mango, acacoa, flamboyant o sauce dando belleza, frutos y sombra son vida, como si los anuncios de un mundo contaminado y yermo en cosa de 30 años fueran minucias, aquí se mochan los ejemplares enfermos y los sanos sin distingo, y todo para convertir su follaje en fogón y despejar las aceras, porque lo que importa es que los carros aparquen sin problema en el taller mecánico o en la pastelería. También habla de sensatez la idea zen y globalizadora de los noruegos según la cual todos los ríos y todos los bosques del mundo deben ser defendidos, estén o no en los confines; porque a todos los terrícolas nos incumbe y a todos nos afecta resguardar los recursos naturales del planeta. Importa tanto el aleteo de una mariposa en México como la limpieza del Guaire o el incremento de la torrencialidad del Orinoco, antes en el quinto lugar y ahora en el tercero, en la lista de los más caudalosos. Orinoco es el nombre, por cierto, del señero grupo al que pertenece Arnoldo Gabaldón, y que acaba de pegar el grito al cielo.

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Cofradía que agrupa a unos 40 especialistas que aman la vida, investigadores que proponen ideas conservacionistas y denuncian el maltrato contumaz en el llamado Arco Minero o la descabellada ocurrencia de urbanizar El Ávila, los activistas de la causa operan como Quijotes en un país de estratégicas y bondades en su suelo así como de codiciosos mandamases que entienden la ventaja como lotería. Botín. Aperados con la picota de la codicia y con sus colmillos fuera de borda, los Atila no ven la sequía y esterilidad que dejan a su paso: solo miran, agalludos, la posibilidad servida del aprovechamiento. Horrorizados, los miembros del grupo que escogen de nombre el del río venezolano que recorre un largo trecho a dos tonos junto al Caroní, y a cuyas orillas han descubierto recientemente unos petroglifos inmensurables —llama la atención una culebra de 30 metros tallada en piedras imposibles—, lanzan sus propuestas para la conservación, anhelando ser oídos. Los que se llaman como ese soberbio río que sedujo a Julio Verne, y cuya cabecera escondida es un hallazgo de apenas el siglo pasado, 70 años atrás, se plantan con porfía.

Arnoldo G
Foto: Federico Prieto

Talante democrático, que ejerce aun cuando se abstuvo de participar en la última convocatoria electoral —pero acompañó a su esposa, convencida de que sí había que votar— Arnoldo Gabaldón se desentendió de Acción Democrática cuando el partido que apoyaba y con el que trabajaba —“no militaba: soy de naturaleza independiente”— le negó su apoyo a Carlos Andrés Pérez y lo dejó solo con el sueño de un país destetado de morbideces proteccionistas, al que avizoraba listo para el riesgo que supone asumir sacrificios y dar saltos cualitativos; aun cuando su audaz programa empezaba a dar frutos, incomodados por el promisor pero poco mullido proceso, el entorno lo defenestró. Persuadido del dislate que cometía la mayoría, Arnoldo Gabaldón tomó distancia de los blancos. Lamenta como tantos ahora aquella cayapa institucional que indició a las volandas al expresidente. Aquella zancadilla letal —“Hubiera preferido otra muerte”, dijo el mandatario desbancado aceptando su destino—, fue el antecedente del llamado triunfo de la antipolítica. Pero no significó esa distancia o repliegue un retiro. No para Arnoldo Gabaldón.

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Cruzarse de brazos no va con él, y a los 82 está metido en la candela, fuera del cerco seguro de los territorios sanforizados. En el país y con la voz alzada, aboga por lo esencial que en este caso no es tan invisible a los ojos. Lo vital, lo que debería importar a la humanidad toda, aun cuando produce no pocos fans, tampoco logra consensos. La defensa de lo verde es tema de discrepancias luego de más de una cuarentena de reuniones del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático que se han dedicado a hacer seguimiento a los acuerdos suscritos por los países que en inmensa mayoría acuden a la cita anual de esta comisión especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que, desde 1988, intenta ir volviendo a la Tierra un espacio libre de humo (que se estabilicen las concentraciones de gases de efecto invernadero). En el país peor. Si hay lentitud y tibieza en materia de decisiones, y hay quienes interpretan como problema económico la salud del planeta aquí el tema es sencillamente ignorado. Impedir que se machetee un jabillo, que total, rompe las aceras, es una ocurrencia tan calamitosa como burguesa: es porque los ricos no tienen problemas para cocinarse su comida, tienen gas, por lo que mejor hacerse de la vista gorda con las talas que son solución y hasta chamba. Cuestionar la siembra en la autopista de palmeras de metal es inconformismo. En cuando a arremeter contra las bocas de ríos en la selva del sur y aniquilarla en busca de oro, pues que nadie se interponga entre las venas abiertas y los dráculas. 

Aunque puede ser polémico el tema energético, por los intereses económicos, o las maneras de abordar el cese de la producción de dióxido de carbono hay quienes todavía creen que el efecto invernadero es como se llaman las nuevas zapatillas ecoamigables a las que Stella MacCartney forró con una fibra imitación de chinchilla. Arnoldo Gabaldón, dispuesto a conversar lo difícil y lamentándose del desdén de los ignaros asume con el Grupo Orinoco la defensa del país que parece deshojarse, disolverse, desgranarse. No solo su productividad, su entramado, su musculatura. Para este ingeniero civil con máster en Ciencias Hidráulicas, hijo del médico y político venezolano, el territorio pierde su delicado equilibrio, se seca, se vuelve árido, se recalienta. Consultor del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, está en una suerte de shock ante esta especie de retahíla de males que se repite sin parar: la irrupción y el avance en el sur de devastadores impenitentes, la tala de árboles en la ciudad también sin ambages, el desinterés por salvar el río. Resiente este presente que literalmente le corta el aliento. La lista sigue.

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Arnoldo Gabaldón
Foto: Federico Prieto

Las alarmas están encendidas creando cortocircuitos; verbigracia los que están enchufados celebrando los edificios de las Mercedes llenos de luces artificiales como burbujas de jabón de lavar, impertérritos al desmadre urbanístico y al colapso del sistema eléctrico: el Guri, represa que produciría energía al país y alrededores, está a mucho menos de máquina. Tan grave como la ausencia de agua, la de los apagones. Ahora se entiende por qué el Ministerio del Ambiente fue cerrado: lo que interesa es el humo que esconde verdades, los pájaros si hablan tonteras, el interés por el follaje del Ávila si sirve para camuflar mansiones de ricos de estreno o la selva si es para deforestarla y desentrañar sus minerales preciosos. Luego de que terminaran las deliberaciones en Glasgow que para muchos arrojaron pocas unanimidades, el Grupo Orinoco volvió por sus fueros y suscribieron los expertos que lo integran un sesudo informe que es más bien un llamado de atención, un alerta roja con miras a la rectificación. Qué empeño en el hara kiri.

No, no arroja espumarajos por la boca; la idea es proclamar soluciones. El ex profesor universitario, consultor e investigador no se asume radical. Así como vio votar a su esposa desde la barrera (la de la protesta personal) entiende que hay formas para conquistar coincidencias. Pero hay que decir basta cuando se trata no de contrastes sino de barbaridades. Por ejemplo, no sería capaz de renegar del petróleo, no todavía, ese recurso contra el cual bocas tozudas lanzan sapos y culebras. El petróleo, cree, puede apalancar el desarrollo detenido del país y con tecnologías limpias sacarnos del foso en el que bajamos en medio de este albur de retroceso sostenido. Podría ser polémico pero cree que el ambiente podría reunir a tirios y troyanos, en vez de cavar más honda la zanja. No lo llamaría excremento del diablo y apostarían a consensos.

En vista de la rápida elevación de la temperatura media mundial hasta en un grado y medio por efecto de las emanaciones que producen los combustibles fósiles —y no aumenta en contrapartida el uso de energías sustitutivas: se usa siete veces más carbón que la energía solar— lo que se traduce en fenómenos climáticos extremos, que afectarán no a medio mundo sino al planeta todo, en vista asimismo de que no se vislumbra una clara voluntad política para encarar esta realidad que implica inmenso riesgo —se teme a rajatabla que esta miopía conduzca a situaciones catastrófica para la humanidad comprometiendo más que la calidad de vida la propia subsistencia de las especies—, las comisiones a cargo en Glasgow, con la anuncia de 200 países, convinieron en reducir emanaciones de metano y en ayudar a los países en desarrollo con ayudas de 100.000 millones de dólares anuales. El rol del Grupo Orinoco es enfocarse en el país y asumir las responsabilidades que el Estado rehúye. Desdeña. 

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Arnoldo Gabaldón, voz cantante del Grupo Orinoco recapitula: fue acordado por 180 países detener la deforestación para 2030, 107 se comprometieron a reducir sus emisiones de metano en 30 % para 2030 y 39 pondrán fin al financiamiento público en el exterior de proyectos para la explotación de combustibles fósiles para 2022. Ajá. Entonces, reitera, el país podría tal vez hacer una suerte de voltereta, que no trampa, y conseguir sostenerse un tiempo breve sobre su sobreabundancia productiva de crudos y sortear la tragedia del presente sin comprometer su futuro y el del planeta. Sería una cabriola hecha con pinzas. “La transición energética que tiene lugar en el planeta afecta a la economía rentista de Venezuela y tiene lugar cuando el país monoproductor está sumido en su peor crisis”; vale decir que no es por sentido ecológico que fue despedazada la industria. En contrapartida cabe la pregunta: ¿y por qué no se ha acogido el gobierno oficialista al régimen de subvenciones que deben ejecutar los países desarrollados?

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Foto: Federico Prieto

El Grupo Orinoco (se) propone, pues, plantársele a la realidad y asumirla. “El Estado venezolano dentro de un sistema democrático estaría llamado a informar  a sus ciudadanos sobre tan complejo proceso”; no es el caso. Y como lamentablemente por razones ampliamente conocidas eso no se vislumbra como posibilidad ni remotamente, ni siquiera como carambola o azar, lo orinoquenses, gente que estudia la energía y el ambiente, y en el marco del desarrollo sostenible, se ofrece “a través de sus equipos técnicos, y en la medida de sus posibilidades, a llenar ese vacío”. Corajudos, comprometidos, resueltos, al menos 40 hombres, que no 40 ladrones, hacen constar su vocación venezolanista y el deseo de resolver de la manera más eficaz y justa. En efecto, no se cruza de brazos Arnoldo Gabaldón. Lucha en su ambiente. La vida está en su naturaleza. 

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