Si vas a una reunión de lingüistas, lo más recomendable es la máxima discreción, ya que son altas las probabilidades de ser objeto de miradas extrañas cuando se haga evidente tu desconocimiento y que los habituales “caballitos de batalla” de estos especialistas son para ti fabulosos unicornios.
Ahora viene a mi mente el recuerdo de una invitación que me hizo Pablo a un “sano compartir” en su apartamento, “una reunioncita con unos colegas del instituto” —me dijo con aparente inocencia—, todos reconocidos investigadores en la materia que nos ocupa. El caso es que, “llegandito” al encuentro y apenas me presentaron a los “colegas”, uno de ellos comentó en voz baja que le estaba “metiendo la lupa” al tema de los “metaplasmos”.
—¿“Meta qué”? —pregunté incauto, con cara de quien mira a un fantasma. Evidentemente, al tipo mi pregunta le sonó a un silbato para comenzar su docta intervención:
—¡“Metaplasmos”! Del griego μετα (meta, más allá) y πλασμός (plasmós, formación). Esto es, “más allá de la formación” (de las palabras). Una vez que la palabra ya está conformada, ocurren cambios en su estructura, por adición, por supresión o por trasposición. De allí que algunos la definan como “transformación” de las palabras, algo apropiado en cuanto al sentido del término, más no en cuanto a su origen. Esa modificación de la palabra puede ser muy lógica a lo largo de la evolución de la misma y, por lo tanto, ser muy correcta, o puede darse como fenómeno fonético en usuarios del idioma con poca “consciencia lingüística”, con el consecuente distanciamiento de la norma aceptada.
—No me diga… —comenté con falsa naturalidad.
—Uno de los metaplasmos más comunes —continuó, como si yo fuera el más interesado— es la apócope, una figura donde se suprime el fonema final de la palabra, habitualmente la última sílaba. El término procede del griego ἀποκοπή (apokopḗ), de apo (separar o alejar) y κόπτειν (koptein, “cortar”). Por ejemplo: “Ma, salí temprano del cole porque el profe no vino y después me caí de la bici, porque me puse a hablar con Tere por el celu”. Esta frase cotidiana está repleta de formas apocopadas de los sustantivos originales mamá, colegio, profesor, bicicleta, Teresa y celular. —Ya desatado, prosiguió—: Hay quien insiste en calificar cualquier metaplasmo como forma incorrecta del lenguaje en su registro oral, pero las supresiones surgen por la tendencia a la simplificación de la comunicación cotidiana y son fenómenos comunes en todos los idiomas. Incluso, con un toque humorístico, la observamos nada menos que en la obra cumbre de la literatura en nuestra lengua. Sí, en el mismísimo Quijote, en sus poemas preliminares, donde Cervantes coloca, en boca de Urganda la Desconocida (hechicera de mucho poder en obras previas de la literatura caballeresca), versos que pretenden dejar enseñanzas concretas al lector.
Y aquel hombre se ha levantado con el trago en la mano y comenzó a recitar muy animado, casi excitado, diría yo:
—De un noble hidalgo manche-/ contarás las aventu-/ a quien ociosas lectu-/ trastornaron la cabe-./ No te metas en dibu-/ ni en saber vidas aje-/ que en lo que no te va ni vie-/ pasar de largo es cordu-./ Advierte que es desati-/ siendo de vidrio el teja,/ tomar piedras en las ma-/ para tirar al veci-.
Parece que el poema animó a intervenir a otro de los amiguetes de Pablo, quien agregó que es frecuente la formación de hipocorísticos (nombres “cariñosos” que sustituyen a los nombres originales) a través de apócopes: Adri por Adriana; Javi por Javier; Bartolo por Bartolomé; Guille por Guillermo; Wil por Wilfredo. Y, en nombres femeninos: Ade por Adelina; Rebe por Rebeca; Mila por Milagros.
—Evidentemente —matizó—, hay tantos apócopes de nombres como nombres mismos, pero el cariño que se demuestra recortando al final, también se expresa recortando al principio. En ese caso, el hipocorístico surge por aféresis, metaplasmo por supresión al inicio de la palabra: Nando por Fernando (cuya simplificación también puede darse por apócope: Fer). Pero esto también les ocurre a los Albertos (Berto o Alber) o a las Marianelas (Mari o Nela). Aféresis, ἀφαίρεσις, aphaíresis, deriva de ἀφαιρεῖν, aphaireîn (retirar, quitar, sustraer) y aquí la supresión del sonido se da al principio del vocablo. Ahora mismo, hay una muy de moda por el fútbol: “Mano, tengo fe”. Donde surge mano por hermano y, qué curioso, al inglés le “gusta” recortar brother por apócope, ya que, en lo cotidiano, se dice bro.
Así que el hombre saltó del griego al inglés soltando un eructico después de bajar de golpe un tercio de Polar que tenía en la mano y ya por ahí no me cayó tan bien, porque yo soy muy de la Zulia.
Pablo, el anfitrión, no se quiso quedar atrás y se sumó con mucha “cancha” al intercambio: —No deben olvidar que no solo hay supresiones al principio o al final, sino también en medio de la palabra. Por supuesto que me refiero a la síncopa, del griego συγκόπτειν (synkóptein: cortar, reducir), que se debe diferenciar de la síncopa en música y del síncope en medicina, que es una “pérdida brusca del estado de consciencia por anoxia cerebral, con recuperación completa y, generalmente, rápida”. —Aquí fue cuando pensé: “Na guará, esta gente sabe hasta de medicina, no vaya a ser que se pongan a recetar en medio de esta reunión tan rara”.
—¿Quieren unas síncopas muy claras? —Continuó Pablito—: Navidad por natividad, o adviento por advenimiento. La síncopa es, curiosamente, la figura más frecuente de acortamiento ya que, en el habla informal de todo hispanohablante, se acortan los participios suprimiendo una letra: cansao, asao, pesao, venío, comío, etc. Muy raro que alguien pregunte si el “asado” está listo y lo normal es escuchar el muy informal si el “asao ta listo”, expresión donde encontramos una síncopa antes de la aféresis de “está”. Pero también hay la forma sincopada de “adelante”: el muy utilizado alante, que en la expresión “para adelante” se conjuga con la apócope de para (pa), y debe escribirse p’alante y nunca pa’lante, que es escribir mal lo ya mal hablao.
El caso es que la “reunioncita” ya se había convertido en una especie de Saber y ganar criollo, entre puros “magníficos” de la lengua. Y Clara, bastante prendía y en tono regañón como es ella, preguntó:
—Bueno, ¿y ahora esto va a quedar como que solamente hay metaplasmos por supresión? ¿Y dónde dejan a los metaplasmos por trasposición como la metátesis, donde se cambian de posición los fonemas de las palabras? Allí están las que usan tanto los niños como estógamo, murciégalo, arcaísmo antiguamente muy correcto, crocodilo o el muy escuchado metereológico, cuando debería ser meteorológico, que casi nadie dice. Vale la pena agregar que el arcaísmo naide es una metátesis, con su variante naiden o nadien, donde también hay una paragoge, que es agregar un sonido al final de la palabra (hicistes, ridiculeza). Pero también están las prótesis, donde se suma el sonido al principio y muchas de ellas también son arcaísmos, de muy mal ver hoy día: emprestar, arrejuntar, arrempujar o arrecostar (todavía se oye en el oriente o en los llanos venezolanos: “Él me lo arrecostó”, como denuncia de cierta conducta impropia.
—Ajá —preguntó alguien inadvertidamente—, ¿y si se agrega algún sonido en medio de la palabra?
—Pues en ese caso se llama epéntesis —continuó Clara muy fluidamente—, y la vemos en un término muy incorrecto como chísmenes por chismes. De la epéntesis se valieron Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina cuando interpretaban “Son tus perjúmenes, mujer”—y entonces arrancó a cantar muy alegre—: “Son tus perjúmenes, mujer/ los que me sulibeyan/ mis ojos son de colibrí/ cómo te aleteyan y tus pechos/ cántaros de miel/ cómo reverbereyan”. La explicación es la contaminación de plurales cultos con los que el habla popular ha tenido contacto: resúmenes, exámenes, imágenes o crímenes.
Como yo también sé lo mío, recordé una anécdota que el maestro Rosenblat señala en sus Estudios sobre el habla de Venezuela. A Alejandro Romanece, poeta humorístico de fines del siglo XIX, lo acusaron de ser autor de un volante anónimo contra el gobierno. El poderoso de turno en Carabobo lo citó a su despacho y se dio este vistoso diálogo:
—Poeta, tengo infórmenes de que usted escribió el anónimo.
—Quédese quieto, mi general: esos son chísmenes.
Y en este tono tan ameno y divertido, entre pastelitos y cervezas, fue avanzando el encuentro, dedicado a los metaplasmos. Sí, al final me terminó gustando la va-. Las reuniones de los lingüistas. ¡Qué de pin!