- A pesar de la lluvia y los apagones, el evento organizado por Cusica llenó de vida las calles del casco central de El Hatillo. Con una diversidad de ambientes desplegados en cinco locales y más de 40 artistas, la noche cerró con las bandas Diamante Eléctrico y Okills, que prometieron reencontrarse con la ciudad
Recién habían llegado los primeros asistentes al Festival Nuestro Ritmo cuando comenzó el palo de agua. Aunque a muchos no les importó mojarse, la lluvia arreció haciendo que algunos organizadores comenzaran a preocuparse. No era el tiempo ideal para un evento que precisamente se realizaba al aire libre, en pleno casco central de El Hatillo, estado Miranda.
El evento organizado por la productora Cusica el 20 de octubre tenía una locación pintoresca, con esa esencia de pueblo mágico sin salir del Área Metropolitana de Caracas. Una estampa de restaurantes elegantes en casas coloniales, y un moderno centro comercial con el barrio El Calvario de fondo. Las calles estrechas, adornadas con banderines de colores, conectaban sus techos de tejas y daban una vibra de fiesta patronal.
El aguacero trajo consigo otro problema: un apagón afectó a toda la zona. Por unos instantes la única música que se escuchó fue la de las gotas golpeando los techos de los toldos. Algunos locales con planta eléctrica continuaron sin problemas, pero en otros se retrasaron las presentaciones. Esto descuadró ligeramente el orden de un cronograma conformado por más de 40 artistas desplegados en cinco locales y la tarima principal.
No era el primer contratiempo que Cusica enfrentaba con el festival. Originalmente estaba planificado para realizarse el 17 de agosto, pero la inestabilidad política del país obligó a postergarlo por dos meses. Un reto logístico, pues algunos participantes como Ava Casas o Escritores de Salem ya no pudieron tocar por conflictos de agenda. Sin embargo, la mayor parte de la cartelera se mantuvo intacta. Y ahora estaban allí, dispuestos a superar las dificultades para brindar un espectáculo memorable.
El show debía continuar.
Llegó la luz
Uno de los locales que quedó completamente a oscuras fue Cuncunbar, en plena presentación de Aleato, aunque lograron terminar su set. Luego, alumbradas por los teléfonos del público, las chicas de Nomásté decidieron aprovechar el piano al fondo de la sala para improvisar una sesión unplugged. Con guitarras acústicas, panderetas y maracas, cantaron a todo pulmón su fusión de jazz tropical, disfrutando del momento entre risas y los coros de la gente.
Esa atmósfera íntima que se generó alrededor del piano, les permitió brindar por sus siete años de trayectoria con una botella de vino, la cual compartieron con sus seguidores. De pronto, un destello en el techo hizo que todos comenzaran a gritar y aplaudir: había llegado la luz. Fue entonces cuando el grupo femenino se mudó a la tarima al otro lado del bar, donde pudieron por fin conectar sus instrumentos y terminar su presentación.
Al otro lado de la plaza Bolívar, subiendo la calle Rosalía, Nina Romero se preparaba para cantar en la cervecería La Esquina. Un joven hacía contorsiones para llevar dos vasos a punto de desbordarse hasta una mesa, sorteando a la gente aglomerada en el local. Un ventanal panorámico llenaba la estrecha sala de una claridad blanca por el sol de la tarde.
Vestida con un saco negro y corbata, la cantante merideña terminó de iluminar el lugar con su voz. El color aguamarina de la fachada contrastaba con el concreto limpio y las vigas de madera del interior, pero a su vez le daban un tono oceánico al show de Nina, tan cercana que se permitía saludar a sus conocidos entre la gente. Aunque del otro lado se colaba el ruido de conversaciones ajenas de las mesas del fondo, el público estaba absorto mientras Nina presentaba por primera vez en Caracas los temas de su nuevo disco, Diario sin llave.
Afuera, el calor comenzaba a evaporar los charcos en el asfalto.
Ecosistemas
Cada uno de los locales en los que se desarrolló el Festival Nuestro Ritmo era su propio mundo. Al pasar por sus puertas se entraba a un ecosistema único, con su propia fauna y clima, aunque no faltaban nómadas que saltaban de un sitio a otro para apreciar su diversidad.
Así, mientras La Esquina era un espacio cálido para artistas con un perfil más acústico como Meera, Maripau o Lema, Cuncunbar emitía una energía más grunge y pesada, ideal para agrupaciones como Capitán Mostacho y Gran Celaje. Más arriba, en la calle Sucre, la casa blanca del pub Tapay escondía en su interior un barco pirata. Allí, en su reducida sala, la gente se abanicaba en las mesas escuchando a cantautores como Juansi Ávila, Ananá y Tepedino.
En esa misma calle, una fiesta salía de la coctelería Atelier. A pesar de su estética refinada, en su patio interior, abierto al cielo, reventaba el set electrónico del Dj Michael LeBeats. Una chica con los ojos cerrados y un trago en la mano se deja llevar por el movimiento, mientras los bombillos colgantes en el techo parpadeaban al ritmo de la música. Quizás como un asomo de la lucha del sistema eléctrico del local para evitar otro apagón. En el bar Sagas la tarde comenzó con una presentación de danza del grupo TribalVE. También hubo todo un line-up de comediantes como Valentina Royero, Salvador Schneider o Jhonny Micarelli.
El contraste entre la rutina de domingo por la tarde en El Hatillo chocaba con aquel evento lleno de gente joven y modas alternativas. Dos señoras recostadas de la reja de una de esas casas coloniales se quedaron viendo escandalizadas a un chico con un vestido de mallas y maquillaje espacial, mientras un grupo de hombres debía ron de botella de plástico sentados en la acera de una licorería, quejándose de “la bulla” que salía de las cornetas.
Para reforzar la idea de una fiesta patronal, en la iglesia Santa Rosalía de Palermo se mantuvo la misa dominical. Adentro, los cánticos de los fieles; y afuera, la disonancia del bullicio, publicidades agresivas y gente buscando un instante de paz a través del desorden.
Crudo
La cita en Cuncunbar continuó en la tarde con La Cueva Soundsystem. La banda de rock indie y alternativo no pudo participar en septiembre en el Festival Nuevas Bandas debido a un compromiso en el extranjero. Sin embargo, la vida ofrece segundas oportunidades y aprovecharon para dejar todo en el escenario. “No hay mal que por bien no venga”, declaró a El Diario su vocalista y bajista, Roger Rondón.
La mezcla de las luces colgantes amarillas y las paredes rojas impregnaba todo de un color naranja, tan tenue que encerraba el lugar en una oscuridad amena. La gente se quedó en el bar, en gran parte porque estaba lloviendo de nuevo, pero también por el siguiente grupo en tocar. Fakboi subió a la tarima con una actitud despreocupada, antes de escupir el sonido pesado de temas como “Antipop”, “En Charallave no hay wifi” o “Cigarro, café, cigarro”.
Con cada canción se armaba un pogo en la pequeña sala. Los empujones llevaban a la gente cada vez más cerca del escenario, donde su vocalista Israel Payares bromeaba y se quejaba de los problemas técnicos. La energía de su mezcla de metal con trap, y letras descaradamente provocadoras alcanzó su pico al final con “Fokin paco”, ya convertido por sus fans en un himno antisistema.
Suéltame Caracas
Cuando Juan Galeano llegó a El Hatillo, sus calles pequeñas y casas de colores le hicieron pensar en la localidad de Usaquén, en Bogotá. El vocalista de la banda colombiana Diamante Eléctrico ya había venido junto a sus compañeros dos años antes para tocar en el Cusica Fest 2022, pero este era su primer contacto directo con las calles de la ciudad.
“Hemos tenido la oportunidad de estar en el centro (de Caracas) y de ver un poco la dinámica de la ciudad hace un par de años que tenía algo que nos encantó, pero esto es como otra experiencia. Estar en la calle es mi experiencia favorita para tocar en cualquier lado y esta no fue la excepción”, declaró en entrevista para El Diario.
Comenzaron a tocar alrededor de las 7:00 pm. Para entonces el cielo ya se había oscurecido y las casas de El Calvario se convirtieron en constelaciones de estrellas que brillaban en el telón de fondo. Nubes de la máquina de humo se fusionaban con las estelas de cigarrillo sobre las cabezas de la gente, danzando entre las luces del escenario. Desde la plaza Bolívar, de espaldas a los espectadores, también se proyectaban luces verdes sobre el centro comercial Paseo El Hatillo.
“Que chimba estar acá”, dijo Galeano, con esa palabra que en Colombia tiene un significado diametralmente opuesto que en Venezuela, siendo algo chévere o excelente. Después de tocar “Algo bueno tenía que tener”, recordó que “Los chicos sí lloran” y que eso está muy bien. Las luces amarillas y vibrantes de “Porcelana” se volvieron de un azul sereno en “Rotos”. Una pareja se abrazó bailando al compás de “Oro” Ambos parecían irradiar un aura dorada por el proyector de la tarima. El universo solo existía para ellos, y el bajo movía sus cinturas en una sola frecuencia.
En la recta final, Galeano inició su sagrada comunión del domingo. Con una botella de whisky, bajó de la tarima para verter su contenido en las bocas de las personas en la primera fila. La euforia lo sacudió y como un hisopo de agua bendita, sacudió la botella derramando el líquido por todos lados. Los colombianos cerraron su show con su tema “Suéltame Bogotá”, que ya se transmutó con un nuevo grito de “Suéltame Caracas”.
Hermanos
Después de su show, los miembros de Diamante Eléctrico conversaron con El Diario en el Anfiteatro de El Hatillo. Desde allí, aseguraron que el espíritu de la Gran Colombia aún vive en la música, y lo sienten cada vez que visitan el país y ven en los caraqueños el mismo calor de su gente. También en la conexión que han desarrollado con los músicos venezolanos.
“Ese lenguaje común y esa capacidad de colaborar sigue viva con lo que vemos hoy. No solamente por nosotros, sino por la gente joven que está haciendo música acá. Hay un ADN que compartimos y estamos hechos de la misma receta. Entonces creo que mientras estemos en el mismo espacio, vamos a poder hacer click”, indicó el guitarrista Daniel Álvarez.
Indicó que esa conexión precisamente surge de la tradición musical común de ambos países, o de la influencia que en otra época artistas venezolanos tuvieron en la radio colombiana. Galeano agregó que les encantaría experimentar con esos sonidos y colaborar con artistas como Lil Supa o Jorge Glem y C4 Trio. “Está muy chido poder encontrar lugares comunes entre el folklore, el joropo, el funk, el hip hop y el rock. Como que en Latinoamérica podemos darnos el lujo de ser un poco de todo”, dijo.
Afirmó que a pesar de tener un show de una hora, la banda se quedó con las ganas de tocar otras canciones fijas de sus giras como “Persona favorita”, “Solo Tú, Dueles”, “Las horas” o “Maldito futuro”. En el escenario ya había hecho la promesa de volver a Caracas para un concierto en solitario para el año 2025. Galeano volteó a ver las graderías del Anfiteatro de El Hatillo pensativo. Quizás una posibilidad que próximamente se podría materializar.
La última mudanza
El gran cierre de la tarima principal le correspondió a Okills. Sus integrantes, Alberto Arcas y Kevin Yousef, sentían que le debían este show a Caracas luego de que la gira que planeaban por el país en agosto se cancelara por el ambiente político. Una emoción sacudía sus pechos al saber que ahora podrían tener su revancha.
“Creo que es una manera de reivindicar los shows que le debíamos a Venezuela y a Caracas, y que esperamos retomar a lo mejor el año que viene. Volver a plantearnos la posibilidad de venir”, comentó Arcas en entrevista para El Diario. Para él, esta presentación en El Hatillo buscaba ser un abrebocas para nuevos proyectos por venir.
Vestidos con overoles azules, ambos estaban en los personajes que crearon para su más reciente disco, La última mudanza. Yousef comenta que su idea surgió para hablar sobre todo el proceso de duelo por una ruptura amorosa, a través de una serie de historias que tienen en común una empresa encargada de recoger los restos de esos hogares rotos, y transportarlos a su nuevo comienzo. “Es este hilo conductor de lo que representa mudarse, los cambios, dejar atrás cosas. Al final hay una pequeña reflexión, que es todo pasa”, comenta.
Relató que el concepto surgió de las experiencias personales tanto de integrantes de la banda como de conocidos, que en los últimos años vivieron separaciones y mudanzas. Pero también es un reflejo de los cambios que ellos mismos vivieron tras emigrar a México, o de las muchas alineaciones que tuvo Okills a lo largo de los años, hasta terminar casi como un dúo, con Arcas y Yousef como los únicos miembros fijos.
En casa
Pero más allá de las mudanzas, ahora Okills estaba en casa. Arcas lo resaltaba a cada instante, resaltando la belleza de estar en su país. Para él la nostalgia no estaba en una bandera o una comida, sino en la gente que cantaba con ellos allí, y que les correspondía con la misma añoranza por aquellos años dorados de los discos Iniciando transmisión y América Supersónica.
Comenzaron su concierto en la tarima principal con una versión instrumental en rock del tema El alcaraván, de Simón Díaz. Siguieron con “Si tú y yo fuéramos novios”, del nuevo disco, para regresar a los clásicos con “Después”. Fue una catarsis para el desamor y el despecho, incluso para dolores tan familiares como el de caer en la “Friendzone”. A ratos también cambiaban su chip de indie rock por ritmos más caribeños como los de La “Mudanza”. Tres muchachos entre risas intentaron dar el caderazo de la bachata, mientras con “Curita”, dos chicas aprovecharon para bailar frente con frente, despacio.
“Tiempo para ver cómo revive un dinosaurio y vuelve a explotar”, canta Alberto, y un grito cómplice le celebra cuando arregla el siguiente verso: “Tiempo para tumbar un gobierno y ‘no’ volverlo a montar”. También hubo risas cuando contó que no pudo pasar su acordeón por el aeropuerto para tocar el tema “Baldor”, por lo que improvisó con una melódica. Le siguió otra dosis de energía con “Nube/Querido loco”.
Para “Funcional”, tema que ha cantado acompañado por Laura Guevara, Daniella Spada y hasta Mon Laferte, hizo dúo con Ananá. Mientras duró su concierto, Okills fue la definición del lema carpe diem. Alberto bajó a cantar entre la gente, levantado por decenas de brazos. Instaba a sus fanáticos a valorar el presente y dejar el pasado atrás, aunque el tramo final precisamente estuvo marcado por clásicos como “Gritarte” y, como podía ser de otra manera, su himno “Lo mejor, lo peor” cerró la presentación, para dedicar a los corazones rotos y a las exparejas superadas.
Al terminar, la multitud se dispersó en una marcha pesada por los alrededores. Eran más de las 11:00 pm, pero fuera de la burbuja de vida nocturna del festival. Algunos se encontraron con la falta total de transporte, incluso en las aplicaciones. Aun así, el cometido ya estaba cumplido. Nuestro ritmo finalmente se había concretado y despejaba el terreno para el próximo gran evento de Cusica.