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  • A pesar de la transformación que la entidad experimentó en los últimos años, en las zonas remotas sus habitantes todavía conviven con las ruinas que dejó el desastre. El Diario realizó un recorrido por diferentes sectores para conocer las historias detrás de estas cicatrices de cemento

En el estado La Guaira, antes denominado Vargas, aún abundan historias inéditas sobre lo que ocurrió la semana del 15 de diciembre de 1999. Tras 15 días continuos de lluvias en los que cayó el triple de agua que su promedio histórico, los ríos se desbordaron y el cerro El Ávila colapsó en un deslave que arrastró grandes volúmenes de agua, rocas y sedimentos hacia las poblaciones asentadas en la costa. Hubo daños por todo el litoral, pero fueron tres parroquias las que concentraron la mayor parte de la destrucción: Macuto, Naiguatá y Caraballeda.

“El día que la montaña se tragó al mar” quedó marcado en la memoria colectiva del pueblo guaireño como un desastre de magnitud incuantificable. Incluso en la actualidad, resulta imposible calcular cuántas muertes hubo en realidad, con cifras que van desde los 700, hasta 50 mil en investigaciones independientes. También el daño estructural a una ciudad que cambió para siempre su paisaje y hasta su geografía.

Luego de dos décadas y un lento proceso de reconstrucción, La Guaira actualmente parece haber recobrado su color. Al menos en sus cintas costeras, la ciudad se convirtió en un espectáculo de luces y atracciones que evoca sus años como paraíso turístico. Sin embargo, más allá de ese lado moderno, todavía se pueden ver sectores donde el cauce de las quebradas dejan al descubierto la tierra como si fueran cicatrices.

Aunque la recuperación del espacio público es notoria en buena parte de las zonas urbanas, en otras más alejadas siguen presentes las huellas de la tragedia, cerro arriba o avanzando en las entrañas del estado. El equipo de El Diario hizo un recorrido por las parroquias más afectadas en su momento, en busca de esos rincones que aún guardan el testimonio de su historia.

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Carmen de Uria, el pueblo que desapareció

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

En la vía hacia Naiguatá, la montaña y el mar se encuentran dejando apenas un estrecho pedazo de tierra por donde pasa la carretera. Unos niños vuelan papagayos en una playa donde un cartel prohíbe construir, pues son terrenos creados por los sedimentos que dejó el deslave. Del otro lado, un par de ruinas son lo único que delata que allí estuvo alguna vez Carmen de Uria, el pueblo que desapareció con la corriente. 

Un edificio de seis plantas, ahora un cascarón vacío, fue en su momento un complejo residencial creado por el italiano Felipe Gagliardi, quien proyectó la construcción de la urbanización a finales de los años cincuenta como una réplica de Venecia en el litoral caribeño. Su idea no prosperó, pero con el tiempo la villa de Uria se pobló con cuatro largas calles con sus transversales, donde se levantaron más de 200 casas, así como varios ranchos en sus cerros.

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Además del edificio, lo que quedó del sueño de Gagliardi fue una calle hoy conocida como la Subida del Zapatero. Allí, apartados montaña adentro, unas 20 familias todavía permanecen a pesar de que el gobierno declaró la zona como un parque recreacional conmemorativo en 2005. 

Justo en ese sector se conserva parte de la iglesia del pueblo, donde se pudo recuperar la pila bautismal y una figura de Cristo crucificado que perdió un brazo, y se mantiene así como un símbolo que los sobrevivientes visitan cada 16 de diciembre. Ese día celebran una misa en honor a los fallecidos en la tragedia, varios de los cuales, se dice, siguen enterrados bajo esa misma tierra. 

Uno con el bosque

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

El resto de Carmen de Uria ya fue reclamado por la naturaleza. En la llanura desierta en la que se convirtió el pueblo, ahora hay un bosque donde las cabras pastorean entre los restos aún visibles de las casas. Muchas de ellas seguían en pie tras el deslave, pero el gobierno las demolió para evitar que fueran invadidas. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Un camino de tierra sigue lo que alguna vez fue la calle Ruiz Pineda. Cada tanto se pueden apreciar pilas de escombros con trozos de cerámicas, ladrillos y cabillas oxidadas. De vez en cuando se pueden encontrar tramos donde el piso se vuelve de granito, o pedazos de pared que dan indicios de cómo eran las casas a las que pertenecieron. Una fachada amarilla se asoma entre los árboles, todavía con un nombre y número telefónico pintados en su entrada. Al pasar, no queda nada. Solo el monte mimetizado con el cemento. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Por el medio del pueblo, en lo que era la calle Andrés Eloy Blanco, pasa el riachuelo que arrasó con todo 25 años atrás. Durante la construcción de la urbanización había sido desviado para aprovechar mejor el terreno, pero con las intensas lluvias de 1999, el dique colapsó y disparó el torrente de agua hacia su cauce original, justo donde estaba la gente. 

Volver a casa

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

En la única casa en pie de la antigua calle Ruiz Pineda vive Leonel Maldonado. Afuera hay varios vehículos y embarcaciones desmanteladas, y frente a una mesa de trabajo llena de anotaciones habla por teléfono. Es delgado, de cabello cano y mediana edad, pero con un semblante duro que coincide con su voz áspera.

En entrevista para El Diario, señala que logró escapar antes de la erupción fluvial, pues la presa ya tenía horas desbordándose, pero nunca se imaginó que cedería por completo. “Fue un desastre porque la gente no encontraba por dónde correr y fue una cosa imprevista cuando se cayó el dique”, recuerda.

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

En ese entonces vivía en la parte alta de Carmen de Uria, y de su casa solo quedó la losa y parte del baño. Lo llevaron a un refugio en Maracay, estado Aragua, donde permaneció varios meses hasta que le asignaron una nueva vivienda en la población de San Sebastián de los Reyes, en la frontera con el estado Guárico. Al poco tiempo la dejó y volvió a Carmen de Uria, ocupando una estructura de tres pisos, de los cuales los dos superiores aún siguen en ruinas.

“(En San Sebastián) no había vida. Yo trabajo fabricando lanchas, imagínate, ¿qué iba a hacer por allá?”, justifica. Como él, varias familias damnificadas volvieron con el tiempo, tomando las pocas casas que las autoridades no pudieron demoler aunque no fueran sus dueños originales. En ese momento tenían la esperanza de que el recién instalado gobierno de Hugo Chávez los ayudaría a reconstruir sus hogares, pero eso ya no era posible.

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Maldonado afirma que entre 2002 y 2003 funcionarios se acercaron con un plan para nivelar las montañas aledañas y construir terrazas con apartamentos para los habitantes de Carmen de Uria. No obstante, desde el año 2000 la entonces Autoridad Única de Vargas ya había advertido que no se repoblaría la zona. Tras el decreto de creación del parque conmemorativo, solo se limpió el cauce del río y no hubo más proyectos. Ni de vivienda ni recreacionales. 

La única obra que se ve actualmente en la entrada de Carmen de Uria es la sede del Centro de Especialización de Fuerzas Especiales (CEFE), perteneciente a la Dirección de Acciones Estratégicas y Tácticas de la Policía Nacional Bolivariana (DAET-PNB). Una estructura hecha de containers a un lado de la vía, donde se alzan dos garitas con oficiales armados que custodian todo el lugar.

El vacío de Caraballeda

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Una vista aérea de Caraballeda por Google Maps muestra enormes manchas verdes y café que se extienden entre sus calles. Espacios vacíos que solo se multiplican en la medida que se acerca más la imagen, en lo que fue una de las zonas más pudientes del estado Vargas, llena de urbanizaciones de clase media-alta, restaurantes, clubes y conjuntos residenciales con piscina en los que muchos caraqueños tenían sus apartamentos vacacionales.

Esa parroquia protagonizó algunas de las peores fotos del desastre, en las que apenas un puñado de edificios brotaba del inmenso alud que se abrió paso hasta el mar. Pero a diferencia de Carmen de Uria, Caraballeda volvió a la vida y poco a poco se fue reconstruyendo para recuperar su perfil turístico-residencial. Sobre todo en los alrededores de la avenida José María España, donde la Gobernación hizo un bulevar y han emergido varias posadas, negocios y centros comerciales. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

A pesar de los esfuerzos e inversiones que ha habido en Caraballeda, en los terrenos baldíos sigue el recordatorio de lo perdido. Al subir por la avenida Los Corales, se pueden ver algunas quintas derruidas o en abandono, con graffitis que advierten que la propiedad aún tiene dueño. Y justo al lado del Club Parque Mar, un edificio completamente en ruinas parece que se desplomará en cualquier momento. En su entrada hay una excavadora y un cartel con una orden de demolición.

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Un vecino comenta a El Diario que la Gobernación ha intentado derribar varias veces esa estructura desde que fue desalojada por el deslave. A lo largo de esa calle, ya otros terrenos fueron ocupados como estacionamientos o depósitos, excepto un par de edificios cerca del río San Julián. El residente afirma que fueron invadidos hace más de 10 años junto a otros dos edificios de la avenida 16-A. Al acercarse, es evidente el deterioro de uno de los conjuntos, señalado con pintura como “La Marejada”. Las bases de la estructura están expuestas y sus alrededores son de tierra, con varias casitas de madera y zinc justo a la orilla del río.  

La pensión de Macuto

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

En el corazón de Macuto se conservan muchas edificaciones del siglo XIX como la Iglesia San Bartolomé de Macuto; La Guzmania, que fungió como antigua casa de veraneo presidencial; o La Crespera, donde hoy está la Escuela de Música Pablo Castellanos. Aunque el Hotel Miramar no tuvo la misma suerte y hoy está abandonado, recientemente la Gobernación reinauguró el Paseo Macuto con un nuevo bulevar tras varios años de deterioro. 

En la plaza de La Esperanza, al lado de La Crespera, un grupo de obreros hace mantenimiento al Monumento de la piedra, creado por el arquitecto Fruto Vivas como un homenaje al desastre de Vargas. Cruzando la calle, están las ruinas de la Pensión Guánchez, el único de los edificios antiguos del sector que no fue restaurado después de sufrir en 1999 los embates del desbordamiento de la quebrada La Veguita. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

La casona también data del siglo XIX, construida por el expresidente Joaquín Crespo como parte de La Crespera. En las décadas siguientes fue un hotel y restaurante, propiedad de la familia Prada, reconocido por sus amplios salones y su gastronomía. Manuel Calaca Moleira, comerciante local, indica en entrevista para El Diario que al momento del deslave, la Pensión Guánchez alojaba mayoritariamente a personas de la tercera edad, quienes pudieron ser rescatadas a tiempo. 

Luego del desastre, la familia Prada se separó, algunos saliendo del país, y la Pensión Guánchez quedó prácticamente a su suerte. Calaca asegura que varias personas han intentado contactar a los dueños para comprar la propiedad, pero nunca se ha concretado nada. Solo se ha arrendado el espacio del estacionamiento, donde desde hace más de 10 años opera una feria de hortalizas con el permiso del consejo comunal. 

De milagro 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Justo al lado de la Pensión Guánchez está el supermercado La Guzmania. Su dueño, Manuel Calaca Moleiro, es un inmigrante portugués que desde hace 57 años vive en Macuto, y sobrevivió al desastre de Vargas. “Yo estoy vivo de milagro”, declara. 

Cuenta que esa tarde fue a revisar el estado de su local, que había sido afectado por las primeras inundaciones. Aprovechó que había escampado para evaluar los daños, pero justo cuando llegó de regreso a su casa, a unas cuadras de allí, fue sorprendido por el desbordamiento de la quebrada La Veguita. “Me agarré con fuerza de la reja del garaje y pude lograr que el agua no me llevara, más yo viví un momento muy fuerte”, evoca. 

Tanto su casa como su negocio sufrieron daños, por lo que tuvo que vivir seis meses en casa de unos familiares de su esposa en Los Teques (estado Miranda). Sin embargo, aquel supermercado era la herencia de su padre y de la vida que se labró en el país, por lo que volvió y poco a poco fue recuperando todo lo que la corriente se llevó.

Las casas enterradas de La Veguita

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Subiendo de Macuto a la montaña está el barrio La Veguita. En la medida que se avanza por la cuesta, el paisaje urbano va cambiando, y el camino se va volviendo más verde, mientras se ven remanentes de las quintas que alguna vez estuvieron allí. Algunas todavía permanecen, pero semienterradas como si fueran restos arqueológicos a medio descubrir. 

En la parte alta está la urbanización Moctezuma, donde la gente convive a diario con las memorias de la tragedia. Muchos reconstruyeron sus hogares sobre las bases de sus antiguas casas, de las que aún quedan vestigios. Otros viven en lo que era un segundo piso, mientras lo que solía ser la planta baja y el patio ahora están bajo tierra. De algunas casas apenas se asoman el techo y la parte superior de las puertas y ventanas, cubiertas completamente por la maleza. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Arturo Acosta es uno de esos habitantes que levantó su casa sobre las ruinas de la anterior. En entrevista para El Diario, precisa que antes del deslave en la urbanización solían haber grandes casonas, de las cuales hoy algunas están invadidas o abandonadas. De las casas enterradas, explica que algunas son de familias que decidieron marcharse tras el desastre, pero otras son de vecinos que fallecieron cuando el río La Veguita se desbordó, y que quedaron allí como una suerte de tributo. 

“Explotó el cerro”

Para el momento del deslave, muchas personas ya habían sido desalojadas de La Veguita por orden de Defensa Civil, pues no era la primera inundación tras varios días de lluvia. El problema vino al día siguiente, el 16 de diciembre, cuando los ríos Escondido y Galipán formaron otro cauce que pasó justo hacia donde estaba su calle. “Uno con toda la vida viviendo aquí nunca había visto bajar una gota de agua”, acota.

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Acosta se refugió con otros vecinos en el seminario San Pedro Apóstol de Macuto, y al día siguiente subió de nuevo al cerro para ayudar. Recuerda que todavía llovía con fuerza, al punto de que el cielo estaba completamente oscuro y no se veía nada a pesar de ser las 2:00 pm. Aun así, junto a otros vecinos emprendió la tarea de sacar del barro a quienes se habían quedado atrapados. 

La mayor tragedia del sector ocurrió justo en Moctezuma, en la casa de la familia Delgado. Vivían en una casa de tres pisos y tras el primer deslave, muchos de los vecinos se recluyeron allí, confiando en que estaban en terreno alto y de que lo peor ya había pasado. Sin embargo, con la segunda crecida del río, el terreno que estaba detrás se derrumbó, tapiando por completo la casa. Más de 50 personas murieron, incluyendo a la mayoría de esa familia. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

“Ellos no pensaron que bajaría más agua, porque ya había bajado bastante, pero los agarró una sorpresa, que explotó el cerro. Pudo haber sido tanta cantidad de agua, que el cerro no aguantó y acabó con todas las casas. Algunos quedaron vivos, pero a los demás los sepultó”, narra.

Actualmente hay una capilla en el sitio de la tragedia, donde se ven todavía restos de las columnas de la casa.

Hogar 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Tras el desastre, Acosta vivió un tiempo en un refugio, pero nunca se consideró damnificado. Su casa estaba allí en La Veguita. A los meses volvió al igual que otros vecinos, pese a que las autoridades trataron de desalojarlos de nuevo. “Buscamos que nos reubicaran aquí cerca, pero no se pudo. Luego dijeron que íbamos a salir todos y que iban a reparar todo, pero no lo hicieron”, dijo.

Con el tiempo, los habitantes fueron haciendo las gestiones para restituir las tomas de agua y el tendido eléctrico, así como el asfaltado de la calle. El residente aseguró que recientemente iniciaron las obras para construir un sistema de cloacas, por lo que cree que ya el gobierno regional reconoce el asentamiento como algo permanente. 

Las huellas de la tragedia permanecen en La Guaira a 25 años del deslave
Foto: David Ocanto / El Diario

Tras más de dos décadas, los recuerdos de la tragedia para él son un tema del pasado, y lejos de ver con miedo a los ríos que corren más arriba en la montaña, los considera una fuente de vida que no solo los surte, sino que les da esparcimiento y hasta ingresos con los visitantes que acuden a bañarse. Por eso descarta la idea de irse de allí. 

“Los primeros días es, como dicen, el nerviosismo cuando llueve. Pero después te vas adaptando porque has vivido toda tu vida aquí y esta es una zona demasiado buena para vivir. Uno está acostumbrado y antes de que me lleven para otro lado, prefiero vivir aquí mismo”, apunta. 

Señala la calle y un tono de orgullo invade su voz, aunque también suena con algo de resignación, aquella de una persona que no planea moverse de donde está, pues hace 25 años que aceptó su destino.

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