- Con 19 años de edad, el futbolista oriundo de La Guaira debutó en la Primera División de la Liga FutVe con el equipo Academia Puerto Cabello y sueña con jugar algún día en la Vinotinto. En entrevista para El Diario, contó su historia y los obstáculos que enfrentó para convertirse en profesional
Los dos edificios se alzan sobre el terreno como un par de monolitos blancos con cientos de ventanas que asemejan ojos. Los bloques de la Misión Vivienda ubicados en el urbanismo OPP 25 de Tanaguarena, en La Guaira, parecen cerrarse alrededor de la cancha de cemento en su centro, donde los niños gritan y corren persiguiendo un balón ligeramente desinflado. Las miradas que vigilan desde los apartamentos dan la sensación de estar en el campo de un estadio lleno de espectadores.
En esa cancha, bañada por el olor a salitre de una playa cercana, los vecinos vieron los primeros partidos de Carlos Velásquez En ese entonces, la joven promesa del fútbol venezolano jugaba descalzo, con lluvia o bajo el sol abrasador, y pateando cualquier pelota que sus amigos pudieran conseguir, o un envase de plástico cuando no había nada más. Lo importante era nunca dejar de jugar, una mentalidad que aún lo acompaña a sus 19 años de edad.
Velásquez hizo recientemente su debut en la Primera División del fútbol venezolano con el equipo Academia Puerto Cabello, y tuvo su primera convocatoria para el Torneo Clausura de la Liga FutVe. En entrevista para El Diario, reconoce que ha sido un camino complejo y lleno de dificultades, pero que se ha empeñado en conquistar para lograr su mayor sueño: jugar en la selección nacional.
“La verdad que estoy muy feliz por haber sido fichado en un equipo de primera división. Es muy conmovedor por todo lo que he recorrido, mi historia. Y más allá de lo feliz, estoy agradecido con cada una de esas personas que estuvieron al lado mío y me dieron apoyo”, dice.
Ejemplo a seguir
Velásquez saluda efusivamente a un vecino que vende frutas en la planta baja del edificio. Todos lo llaman Guaro, a pesar de que siempre ha vivido en La Guaira y no está relacionado al gentilicio del estado Lara. Entre risas, explica que él es el menor de un hermano y dos hermanas. Una de ellas, incapaz de pronunciar bien su nombre cuando eran niños, una vez lo llamó así intentando decir Carlos, y como le hizo gracia a su familia se quedó con el apodo.
Llegaron allí cuando Guaro tenía 13 años de edad, por una asignación de la Misión Vivienda. Antes vivió en Carayaca, un pueblo montañoso a las afueras de La Guaira, pero debió desalojar su hogar con su familia por el riesgo de colapso al estar sobre un terreno inestable. Decidieron entonces ir a un refugio en el Balneario de Catia La Mar, donde permanecieron por tres años.
De aquella época llena de carencias sacó una experiencia que marcaría su rumbo a los 10 años de edad: fue cuando se enamoró del fútbol. Relata que su hermano mayor jugaba en ese entonces en un equipo local, y se la pasaba en el refugio dominando una pelota de goma como si fuera un balón.
“Yo lo veía jugando y dominando, hasta que un día él me dijo ven para enseñarte a jugar al fútbol. De ahí me empezó a gustar todo. Yo dije que quería ser como mi hermano y seguir sus pasos”, comenta.
Vocación
Carlos camina por el laberinto de pasillos del bloque y sube rápidamente las escaleras entre las luces parpadeantes de las lámparas hasta llegar a su apartamento, en el quinto piso. Allí vive solo con su madre y su padrastro, pues su hermano emigró hace años a Brasil, mientras una dea sus hermanas se fue a España y la otra se mudó una zona distinta de La Guaira.
Colgadas de la pared, están varias medallas de los torneos infantiles y juveniles en los que compitió. Comenzó a jugar en la plaza con los niños de su edad, aunque a veces lo llamaban para hacer equipo con los más grandes. Se hizo notar en los torneos de caimaneras y comenzó a practicar fútbol sala en equipos infantiles.
Afirma que siempre tuvo al fútbol presente como una profesión, y así se lo manifestó a sus padres cuando tenía 12 años de edad. Para él no era un pasatiempo ni un capricho de la adolescencia, sino su estilo de vida, y así lo respetaron sus padres. Contó con todo su apoyo siempre que no descuidara sus estudios.
Cumplió su promesa, aunque confiesa que le costó bastante. Debido a los entrenamientos tuvo que faltar varias veces a clases y siempre llegaba a su casa de noche directamente a hacer la tarea. Aunque con la pandemia de covid-19 y la situación educativa del país pudo terminar sus estudios de forma remota, eso no impidió que el fútbol ocupara todo su tiempo, incluso el que otros chicos de su edad usaban para salir y divertirse. Asegura que no se arrepiente por eso.
“Siempre he dicho que hay un tiempo para todo. Esto es lo que quiero vivir, es a lo que me quiero dedicar, y siempre hay que sacrificar cosas. Más allá de los amigos, de la familia, primero es la estabilidad de uno y después que venga lo que tenga que venir”, apunta.
Disciplina
Al volver a la cancha de la OPP 25, Carlos viste una camisa blanca y naranja de Academia Puerto Cabello con las letras algo desgastadas por el uso. En la espalda lleva el dorsal con su apellido y el número 29. Una decena de niños se le acerca corriendo a saludarlo. La mayoría están descalzos o en cholas, las cuales no les importa dejar tiradas a mitad de camino en sus carreras de un lado a otro.
Cuando Guaro se mudó allí, la cancha todavía no existía, por lo que cuenta que jugaban en el estacionamiento, en un espacio que ahora ocupa un autobús desmantelado. Como suele ser costumbre en la calle, delimitaban la portería con piedras o cualquier objeto visible, y a falta de un balón, usaban los “peroles” que encontraran tirados por los terrenos baldíos que abundan en los alrededores de los dos bloques.
Relata que allí fue donde un entrenador se fijó en él y lo invitó a dar el salto del futbolito al fútbol 11. Reconoce que la transición de un estilo a otro le costó. En sus primeros partidos, se sintió abrumado en el polideportivo por las dimensiones del campo y las porterías, aunque lo que más le costó fue entender que cada jugador tenía una posición fija y movimientos preparados.
Actualmente juega como mediocampista. Carlos se considera un jugador resistente, con capacidad de aprovechar su posición para defender como un pivote, o de avanzar para atacar en un rol de volante con llegada. A pesar de esto, señala que sus dos referentes son delanteros: por un lado, el brasileño Neymar; y por el otro, como buen fanático del Real Madrid, Cristiano Ronaldo.
“Más allá del talento, la disciplina y la dedicación de Cristiano, su trabajo duro es lo que he visto y me ha motivado a estar donde estoy”, resalta.
Futuro
Un grupo de mujeres se asoma por la ventana para saludarle. “Me alegra que estés aquí”, le dice una, sonriente. Carlos pasa la mayor parte de su tiempo en Puerto Cabello con el club, y vuelve a casa solo en sus días libres. Sin embargo, el futbolista acota que no es la primera vez que se aleja por temporadas de su hogar.
A los 13 años de edad ingresó a la Academia Deportiva Internacional (ADI), donde comenzó a foguearse en el fútbol juvenil caraqueño. Un año después, dos profesores lo invitaron a unirse a la academia Futuros Vinotinto, donde no solo completó su formación, sino que llegó a ser campeón de la Liga Pipo Rossi. A los 16 años, en uno de sus campamentos, conoció al fotógrafo Donaldo Barros, quien se convirtió en su representante.
Es una época que Carlos recuerda con cariño, aunque acota también que estuvo llena de dificultades. Uno de ellos era el transporte, pues la academia queda en el municipio El Hatillo (estado Miranda), por lo que debía salir directo del liceo, muchas veces sin dinero para los varios autobuses que debía tomar. En ese momento su familia atravesaba una situación económica delicada, potenciada por la pandemia y la emergencia humanitaria compleja del país. Dice que muchas veces soportaba las prácticas comiendo una sola vez al día.
“Había días que quería entrenar y quería darlo todo, pero no tenía pasaje. Tampoco tenía zapatos en ese momento. Quería echar para adelante, pero las posibilidades eran cero. Yo me ponía muy triste, pues, porque quería echar para adelante, sacar a mi familia adelante, y en ese tiempo era duro”, lamenta.
En ese momento Carlos tenía 16 años de edad. Su cuerpo aún estaba en desarrollo, pero la falta de nutrientes y su rutina demandante afectaron su rendimiento. Estaba muy delgado y debía esforzarse el doble para hacer lo mismo que sus compañeros, por lo que Barros habló con los directivos de Futuros Vinotinto. Así, el joven pudo quedarse por un tiempo en casa de un profesor, y luego en una casa club para jugadores más cerca de su campo de entrenamiento, y donde estaban cubiertas sus necesidades.
Puertas cerradas
Viendo su potencial, Barros se convenció de que Guaro ya estaba listo para competir en un equipo profesional. Hizo pruebas en clubes de la primera división como el Deportivo La Guaira y el Caracas FC, pero nunca quedaba seleccionado. “Había veces que en los equipos que probaba no rendía, más que todo porque no dormía bien, no comía bien. Podía tener talento, pero físicamente me mataba”, confiesa.
Aun así, siguió insistiendo, hasta que llamó la atención de los reclutadores del Club Deportivo Independiente del Valle, de Ecuador. Querían ficharlo, pero su viaje no se pudo concretar por ser menor de edad, y tampoco disponía de recursos para ir con su familia. Volvió entonces a probar en el Caracas FC, consiguiendo jugar en su equipo Sub-18, además de estar en sus reservas. Estuvo unos meses, pero afirma que no se sentía cómodo consigo mismo.
Al cumplir 18 años de edad, Carlos y su entrenador tomaron una decisión. El joven hizo sus maletas y se fue a Argentina en parte para probar suerte, y también para recuperar la confianza perdida apuntando a una liga más competitiva. Aunque tuvo el interés de equipos con amplia trayectoria como Estudiantes de la Plata y el Newell’s Old Boys, asegura que no logró ingresar porque ya estaban llenos los cupos para jugadores extranjeros. Con tantas puertas cerradas, decidió volver a Venezuela a principios de 2024.
La playa
A menos de 100 metros del edificio de Carlos está Playa Caleta. Escondida al final de un camino de tierra, luce solitaria a pesar de tener bastantes toldos de techo de palma en buen estado. El olor a salitre es intenso y basta ver el fuerte oleaje reventar para entender el cartel de “Solo para asolearse”. En sus días libres, Carlos solía ir allí a entrenar, corriendo en la arena o resistiendo los golpes de las olas, pero indica que también pasaba las horas allí simplemente mirando el mar y reflexionar
“Todo esto era mi paz, por así decirlo, el balón y yo, entrenar para no tratar de pensar en las cosas cuando estaba en un momento bajo. Era lo que más me calmaba y antes de entrenar meditaba. Me visualizaba en grandes clubes, jugando para la selección. Decía que si es para mí, lo voy a intentar hasta la muerte”, relata.
A principios de año ingresó a la cantera de Academia Puerto Cabello en su equipo Sub-20. Tras meses compitiendo, lo convocaron para jugar en el equipo principal para un juego contra el Angostura FC en Ciudad Bolívar, aunque pasó todo el partido en el banquillo. Su debut formal fue el 27 de septiembre contra el Monagas Sport Club, donde jugó 58 minutos. Su equipo perdió 2-1 y él recibió una tarjeta amarilla, pero eso no lo desanimó.
La meta de Carlos de llegar a la Primera División se estaba cumpliendo, y el entrenador Iván Fernández lo siguió convocando para los siguientes encuentros contra el Inter de Barinas, Metropolitanos y Universidad Central.
“Este chamo juega, oyó. Estuvo y todo en Argentina”, exclama uno de los niños del grupo que lo rodea, mientras lo señala con cierto aire de orgullo. Guaro sabe que el dorsal en su espalda es un ejemplo para cada uno de ellos, por lo que espera que algún día puedan verlo estampado sobre el uniforme de la Vinotinto.
“La calle te enseña muchas cosas, lo bueno y lo malo. Tú ves lo que eliges, lo que quieres para tu a futuro y yo siempre elegí esto, el deporte. Es una inspiración y quiero que (los niños) sigan mi camino, que hagan su vida y sigan lo que quieren. Me llena mucho el orgullo cuando voy a las torres y me dicen ‘Guaro, Guaro’, me saludan y eso de verdad me pone muy feliz”, comenta.
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