En varias esquinas y avenidas de Caracas, entre el tránsito apurado y el bullicio cotidiano, se levantan a diario puestos improvisados de frutas, verduras y hortalizas. A simple vista, son pequeñas estructuras hechas con cajas plásticas, lonas y carretillas, pero detrás de cada una hay una historia de resistencia, trabajo y economía de calle.
Muchos opinan que los precios y ofertas suelen ser mejores que en los supermercados. Sin embargo, el costo de operar en la vía pública va más allá de lo económico. La exposición a la lluvia, a los operativos de fiscalización, la falta de servicios básicos y a la inestabilidad del bolívar respecto al dólar son parte del día a día de quienes venden al aire libre.
Este seriado fotográfico recoge los testimonios de cinco vendedores ambulantes en distintos puntos de la ciudad. Las imágenes, tomadas entre el movimiento de las aceras y el vaivén de los compradores, acompañan a una serie de entrevistas que retratan la realidad de quienes han hecho de la calle su lugar de trabajo.
Ángel, 31 años de edad
Santa Mónica
Desde hace cinco años, Ángel tiene su puesto en Santa Mónica. Trabaja de lunes a viernes, vendiendo frutas, verduras y hortalizas. Aunque no siempre logra cubrir todos sus gastos básicos con los ingresos que genera, se mantiene firme.
Dice que lo más difícil es todo: “La calle es dura e impredecible”. Pero asegura que mientras pueda generar ingresos, se mantendrá allí.
No se queja del trabajo. Lo que más valora es tener la posibilidad de mantenerse por sí mismo.
Familia Cárdenas
Avenida Fuerzas Armadas
La familia Cárdenas trabaja en su punto de venta desde diciembre de 2024. Para ellos, la calle representa una oportunidad: menos gastos en alquiler y más autonomía. Trabajan seis días a la semana, desde las 6:00 am hasta las 9:00 pm.
Las ventas, dicen, son variables. Algunas temporadas son buenas, otras no tanto. Lo más complicado han sido las lluvias, cada vez más impredecibles. Para necesidades básicas como ir al baño o calentar su comida durante la jornada de trabajo, suelen contar con la ayuda de comercios cercanos.
“Aquí uno resuelve como puede”, comenta uno de los miembros de la familia.
Ramón, 86 años de edad
La Candelaria
Ramón tiene más de cuatro décadas trabajando en la calle. Su puesto está a solo un par de cuadras de la plaza La Candelaria, en el centro de la capital.
A sus 86 años de edad, Ramón sigue vendiendo para poder costear sus medicamentos. Es diabético y lo que gana no siempre le alcanza, pero incluso así no ha dejado de trabajar.
“Con esto crié a mis hijos, mantuve mi casa. Ahora lo hago para sobrevivir”, dice con claridad.
La calle ha sido su espacio por años, y aunque reconoce las dificultades, también dice que no tiene muchas otras opciones.
Celia, 66 años de edad
Puente Llaguno
Celia lleva 24 años trabajando como vendedora ambulante. Se despierta de madrugada para ir a Coche, donde compra la mercancía que luego ofrece en su puesto.
Trabaja de lunes a sábado; descansa solo los domingos y los días de parada, cuando la alcaldía no permite ventas callejeras. Explica que con lo que vende cubre lo básico, y no más. A veces la jornada empieza bajo la lluvia, otras veces termina bajo el sol.
“Lo más duro es el cansancio, pero uno se acostumbra”, dice.
José Luis, 39 años de edad
Avenida Lecuna
José Luis vende desde su camión desde hace siete años. Casi siempre se ubica en el mismo punto, pero ocasionalmente recorre otros sectores. Le gusta poder trabajar para sí mismo, aunque admite que las lluvias complican todo.
“Hoy es día de parada, pero tuve que salir igual, si no vendía los aguacates se me dañaban”, explica. Salir ese día fue un riesgo: si lo multan o le decomisan la mercancía, pierde más de lo que gana. Pero como muchos en su situación, toma el riesgo porque necesita vender.
Además del clima y las dificultades del entorno callejero, todos coinciden en un mismo problema: la inestabilidad del bolívar respecto al dólar. Explican que muchas veces quieren mantener los precios bajos, pero los costos suben y las ganancias se reducen. “Si subimos los precios, vendemos menos. Si los bajamos, perdemos”, resume uno de ellos.
En Caracas, trabajar en la calle no es solo vender. Es adaptarse a un entorno incierto, lidiar con imprevistos y sobrevivir día a día. Para estos vendedores, la acera se convierte en oficina, comedor y almacén. Y sus puestos, más allá de la venta, son parte del paisaje humano de una ciudad que se reinventa todos los días.