• Jeannette Makenga es la coordinadora del Centro de Promoción Integral del Niño (Cepin) y ha trabajado desde hace 24 años en un barrio ubicado al noreste de la capital zuliana con programas de alimentación y, pese a las dificultades, asegura no arrepentirse

Idiomas, continentes y más de 9.000 kilómetros de distancia separan a la República Democrática del Congo de Venezuela. Sin embargo, para Jeannette Makenga esa distancia se redujo gracias a un punto en común: la religión, pues hace 24 años su credo la llevó a cruzar el Atlántico para instalarse en el barrio Etnia Guajira, ubicado al noroeste de la ciudad de Maracaibo, estado Zulia, donde es coordinadora del Centro de Promoción Integral del Niño (Cepin).

El trayecto hacia el lugar es intrincado. No hay asfalto, sino un camino de tierra lleno de basura a los costados y charcos de agua producto de los continuos problemas con las tuberías. Con algunas ramas y objetos, un grupo de personas comienza a obstruir el camino para protestar y exigir soluciones a las autoridades. Jeannette, con gesto apacible, se dirige a ellos para que les permitan pasar.

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Su petición es aceptada y, al mismo tiempo que sigue manejando, rememora la época en la que llegó allí por primera vez, cuando todo le resultaba extraño. Ahora tiene 52 años de edad y una nacionalidad compartida, pues cuando se refiere a Venezuela dice con seguridad: “Este es mi país”.

Al llegar al Cepin, los niños la reciben a ella y a sus acompañantes entonando canciones. “Buenos días, amigos. ¿Cómo están? ¡Muy bien! Hola, Jesús. Él es mi amigo, siempre te llevo aquí en mi corazón…”, cantan con entusiasmo mientras algunos sostienen lápices y cuadernos en sus manos.

Jeannette es una de las hermanas de las Misioneras de Cristo Jesús. En los 24 años que tiene en el país, su casa siempre ha estado en el barrio Etnia Guajira, a donde la enviaron por el alto índice de desnutrición infantil.

Incremento de la ayuda

50

niños recibían chicha de mango en 1995

20

familias afectadas por la tuberculosis son atendidas

365

niños tienen a diario su almuerzo

Además del proyecto de recuperación nutricional, cuentan con huertos familiares, donde 17 familias de la zona aprovechan los espacios de sus casas para tener cultivos, como de cebolla y cilantro, que aporten vitaminas a sus comidas.

“También tenemos la pastoral de la crianza, en la que acompañamos a 155 mamás, embarazadas y lactantes, en los 1.000 primeros días del niño, que son muy importantes en su vida, y donde hacemos hincapié en la madre, en su rol de templo donde reside el niño”, agrega Jeanette.

Para llevar esto a cabo, cuentan con el apoyo de empresas y asociaciones civiles. Algunas de ellas son la Fundación Belloso, con la que realizan vacunaciones cada tres meses; la Charcutería Fina, que cada domingo dona insumos para la sopa de los niños y el Programa de Alimentación Escolar (PAE).

De este último no reciben proteínas, “porque parece ser que el gobernador había dicho que la proteína es solo para los colegios, pero yo veo que aquí también hay niños que la necesitan, porque los granos son muy pesados para el estómago de los niños que no están en buen estado nutritivo”, explica.

El hambre ha tocado las puertas de muchos hogares marabinos. El informe anual de Seguridad Alimentaria en Maracaibo, realizado por la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez), precisó que en 2018:

8 de cada 10 hogares de Maracaibo reporta que tanto adultos como niños están alimentándose mal, afirmando que alguna vez en los últimos tres meses han tenido una alimentación no saludable y basada en poca variedad de alimentos”.
Foto: José Daniel Ramos

Vidas en perenne amenaza

Ante los problemas de conseguir agua apta para el consumo humano, muchas personas, especialmente menores, del barrio Etnia Guajira padecen diarreas, fiebres, gastroenteritis y enfermedades de la piel.

El agua que nos viene es cruda, demasiado cruda, porque esa agua que nos viene del embalse El Tablazo es agua no tratada y llega hasta con sapos”, comenta.

Explica que no es suficiente el uso del filtro, porque luego es necesario hervirla. Dicho proceso resulta engorroso por la cantidad de agua que necesitan para los 365 niños y la escasez del gas. No obstante, han podido resolverlo con donaciones de empresas privadas.

“Así como el agua es fuente de vida, es fuente de muerte y debe estar tratada”, expresa.

El problema con este suministro no es reciente, por el contrario, la coordinadora del Cepin afirma que siempre los ha afectado. “¿Será que las autoridades no conocen esta parte de Maracaibo?”, se cuestiona.

La alimentación no es el único problema en la zona. También están las víctimas silentes que deben llevar a cuestas la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismos, aun cuando su corta edad les juega en contra. Se trata de los niños que ven a sus padres irse a otros países para conseguir los ingresos necesarios para vivir.

Informe de Migración Colombia

1.260.594

venezolanos viven en el país vecino

“Tenemos casos de niños que cuidan de sus hermanitos porque el papá y la mamá se han ido a trabajar a Colombia y dicen que les resulta más fácil que los niños se queden aquí. Ellos trabajan y les envían la remesa, pero vemos que los niños sufren mucho”, relata Jeannette y explica que, en consecuencia, han llegado a ver a algunos menores con señales de depresión o con actitudes de rebeldía.

“Por ejemplo, hoy faltan 100 niños por enfermedad o porque se quedan con los pequeñitos. Mamá no está, papá no está y la mayoría también son mamás solas, es un problema que nos atañe, es muy difícil”.

Las historias de quienes han partido de su hogar en Venezuela se extienden en otros continentes. El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) precisan que actualmente hay cuatro millones de migrantes, refugiados y solicitantes de asilo venezolanos en todo el mundo, lo cual ha hecho que se hable de este tema como el mayor movimiento migratorio en los últimos años.

Esperanza entre el desasosiego

u003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003eJeannette no trabaja sola en el Cepin. Junto a ella también están maestras y voluntarios que pasaron por esas aulas cuando eran niños y que ahora buscan retribuir de alguna forma el apoyo que recibieron.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003ennu003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003e“A Dios gracias que hay ese sentido de pertenencia porque si no esto sería de nadie”, expresa.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003ennu003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003eLlegó la hora del almuerzo, los niños se mantienen sentados mientras rezan para dar gracias por los alimentos que tienen en su plato. Jeannette, por su parte, habla sobre la fe que la motiva a seguir allí y una sonrisa acompaña sus palabras. Sin pensarlo dos veces, relata que la primera vez que llegó a Maracaibo supo que ese lugar, tan lejano a su tierra, era donde tenía que estar.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003ennu003c!u002du002d wp:paragraph u002du002du003enu003cpu003e“Ayudar al ser humano hace que yo no esté indiferente a lo que está ocurriendo a cada persona aquí. Es mi vida al servicio de ellos, esa es mi vocación misionera, y aquí estoy yo, feliz”.u003c/pu003enu003c!u002du002d /wp:paragraph u002du002du003e

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