• Este es el relato de una habitante de la ciudad de Caracas que contó para El Diario el calvario al que debe someterse cotidianamente para poder proveerse de agua

Esa mañana amanecí con dolor en los brazos, en la espalda, en los hombros. La noche anterior tuve que cargar incontables litros de agua desde la planta baja del edificio donde vivo hasta el segundo piso. Fueron varios viajes, quizá unos 15 o 20. Habían pasado ocho días desde la última vez que recibíamos agua por tubería.

Recuerdo que el primer tobo de agua fue para bajar la poceta. También que al cargar los garrafones me decía: “Ojalá llegue el agua pronto, no puedo hacer esto siempre”. Irónicamente, esa noche pensé que sería la última vez, o que quizá no me tocaría cargar agua tan seguido; pero dos años después, aún debo bajar una vez por semana a llenar los tobos, pues el servicio no se presta de manera regular.

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El problema comenzó hace más o menos cinco años, cuando construyeron, alrededor de la avenida Bolívar de Caracas, edificios de la Gran Misión Vivienda Venezuela. Estas construcciones están equipadas con bombas de agua, a diferencia del edificio donde vivo y de los que se ubican en la manzana, que no tienen el dispositivo por ser muy antiguos. Ante la falla del servicio luego de la construcción de los edificios por parte del Estado, los vecinos aseguran que los habitantes de la Misión Vivienda prácticamente “se llevan toda el agua”.

Al principio, la falta de agua se prolongaba por algunos días, algo que se podía sobrellevar. Pero con el paso del tiempo se profundizó la crisis en el país y las fallas en los servicios básicos se hicieron más evidentes y constantes, hasta el punto de que, a partir de aquella noche, ya habían pasado ocho días sin recibir ni una gota del líquido.

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En la planta baja del edificio funciona una imprenta donde hay una toma de agua que proviene de la calle, independiente de la tubería que surte al edificio. Allí fue donde los vecinos del edificio comenzaron a abastecerse. Llenamos lo que pudimos: tobos, garrafones, pipotes, ollas… ¡todo!, porque aunque teníamos la esperanza de que el agua llegaría pronto, no sabíamos cuándo sucedería.

Hoy recuerdo esto mientras tomo una ducha, pero no con agua de la regadera, no. Me baño con “tobito de agua”, como se dice coloquialmente, y así ha sido desde hace dos años, puesto que cuando, ¡por fin!, llega el agua por tubería, en casa nos preocupamos por llenar todos los envases que podamos, por limpiar el apartamento, fregar los platos, vasos y cubiertos sucios. Para cuando terminamos, ya no hay tiempo de tomar una ducha, pues el agua empieza a irse, justamente, en ese momento.

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Lavar la ropa también se volvió una odisea. Cada mes debo meter en una maleta toda mi ropa sucia, la de mi mamá y la de mi hermano para irme a casa de una amiga y poder lavar allí. Como mi amiga vive cerca, el proceso es similar a cargar agua. De esta manera, me traslado con una primera tanda de ropa, y mientras se cumple el primer ciclo de lavado, voy de nuevo a mi casa y busco la segunda tanda, y así unas tres o cuatro veces en el día.

La situación del país ha obligado a los venezolanos a reinventarse para sobrevivir. Es así como escucho a mis vecinos afirmar que reservan el agua sucia, residuo de la ducha o del lavaplatos, “para poder bajar la poceta y no desperdiciar el agua limpia que sirve para cocinar o tomar”. Lo más grave es que antes podía notar la rabia en sus expresiones y palabras, pero hoy es distinto, pues cuando hablan de esto, lo hacen como si fuera algo normal o cotidiano. Sin duda, la costumbre ha cauterizado una necesidad básica que difìcilmente consigue sustituto.

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Hoy por hoy, el agua está llegando por tubería los días viernes y sábados de cada semana, por un lapso de cinco horas. Así ha sido desde hace dos meses. Mi vida cambió, cada viernes y sábado debo quedarme en casa siempre con el temor de que el tan anhelado líquido no llegue y debamos volver a cargar litros de agua,con su consecuente secuela dolores en los brazos, espalda y hombros, que ocultaremos, tal como han hecho mis vecinos con su rabia, bajo una capa de normalidad y conformismo. No hay salidas, no hay fines de semana para la recreación. Solo hay incertidumbre.

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