• El joven fue citado por funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) en calidad de testigo y posteriormente privado de libertad. Ha tenido que crecer tras los barrotes al ser acusado de homicidio

Andrés Guerrero Manstretta fue detenido en 2017 cuando tenía 17 años de edad. En mayo de ese año los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) tocaron la puerta de su casa, en Barquisimeto, estado Lara, y le pidieron que los acompañara a rendir una declaración sobre el asesinato del militar retirado Danny Subero, quien se infiltró en las protestas antigubernamentales de ese año. La única “prueba” en su contra ha sido aparecer en una foto el día del suceso.

A él le pareció un procedimiento regular: iría, declararía como testigo y regresaría a casa. Se cambió de ropa y se despidió de su hogar sin saber que sería la última vez que estaría allí. Sin embargo, una fotografía le paralizó la vida, los planes y el futuro. Un aislamiento en una sala del Cicpc dio inicio al cambio de su cuarto a una celda con más de 20 personas. Estaba siendo acusado del homicidio del militar retirado, quien había fallecido por dos impactos de bala.

La imagen en la que aparece fue tomada en Valle Hondo, en el centro de Barquisimeto, durante el homenaje de Manuel Sosa, el joven de 30 años de edad asesinado el 27 de mayo de 2017. Al evento acudió Subero, quien tomó fotografías a los presentes y posteriormente fue descubierto, calificado como “infiltrado” y luego golpeado por los asistentes.

El ex militar fue trasladado al ambulatorio para ser auxiliado por presentar heridas y moretones. Sin embargo, la orden de los médicos era que debía ser llevado al Hospital de Barquisimeto, donde ingresó con dos impactos de bala y sin signos vitales. Monica Manstretta, madre de Andrés, afirma que Subero se encontraba vivo al momento de ingresar al ambulatorio, por lo que desconoce lo que pudo haber sucedido en el trayecto hacia el hospital.

“El doctor que atendió el caso de Subero en el ambulatorio declaró en su momento que él ingresó con signos vitales al ambulatorio. El ex militar llegó herido del homenaje de Manuel Sosa. Después de que fue trasladado al hospital ingresó con dos impactos de bala en su cuerpo”, explicó Manstretta para El Diario.

La madre de Andrés también señala que tiene pruebas de que su hijo se encontraba en el entierro en honor al manifestante asesinado. A pesar de esto, estas fotos nunca fueron tomadas en cuenta como evidencia por los cuerpos de seguridad.

El rostro e identidad de su hijo, menor de edad, fueron expuestos en cadena nacional. El 1° de junio de 2017, el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, dio a conocer que el menor de edad, junto a Jhonatan Javier Sandoval Navas, Jesús Alberto Alejos Crowther, Antony Jesús Pérez Torres, Jonathan Eduardo Riera Oropeza, Ronny Raúl Granados López, Uvaldo Rafael Martínez González y Milarys Josefina Saavedra estaban siendo procesados por el caso del linchamiento y posterior asesinato de Subero. Ellos serían los únicos detenidos tras las 20 muertes ocurridas en Lara bajo el contexto de las protestas en contra de Nicolás Maduro.

Andrés ha pasado por tres cárceles diferentes aun sin tener conocimiento de su condena. Su nombre fue plasmado en los libros de registro de los centros de reclusión de El Manzano, Uribana y ahora Fénix, esta última en el norte de Barquisimeto. En este caso, han sido liberados cinco de los siete detenidos que fueron involucrados por la muerte de Subero. A pesar de esto, el joven continúa tras las rejas y su madre denuncia que está recibiendo presiones por parte de funcionarios policiales para que asuma la responsabilidad del delito.

75 testigos han emitido declaraciones para impulsar la liberación de Andrés, quien cumplió su mayoría de edad detenido por aparecer en una foto. Son dos años y medio creciendo en una celda con personas desconocidas y salas donde solo puede hablar con su madre por tres horas.

El Centro Penitenciario Fénix está entre los cinco más violentos del país, de acuerdo con cifras del Observatorio Venezolano de Prisiones. Los reclusos relatan que existen algunas celdas que solo tienen una pequeña ventana que no es suficiente para respirar. En el espacio, que se encuentra dispuesto para un total de 10 personas, actualmente conviven 20 privados de libertad. Dentro de la prisión los baños escasean y su única opción es hacer sus necesidades en bolsas plásticas o pozos sépticos.

Aunque las denuncias sobre la deficiente alimentación a los privados de libertad son de vieja data, la situación de escasez de alimentos que sufre Venezuela ha afectado severamente la disponibilidad en los centros de reclusión al punto que ha llevado a que las familias, e incluso sectores organizados de las comunidades, asuman parte de esta responsabilidad para evitar la desnutrición de sus seres queridos en prisión.

Andrés debe sobrevivir dentro de los olores que se concentran en cada celda. Es alérgico al polvo y ha sufrido de bronquitis. El sistema no está adecuado para curar cada una de las patologías a las que están expuestos los reclusos producto de la falta de mantenimiento y suciedad que impera dentro del centro de reclusión Fénix. Cremas y ungüentos son los medicamentos que dejan ingresar los funcionarios para los reos que padecen de escabiosis. La tuberculosis es la enfermedad más temida por los presos porque están conscientes de que no tendrán acceso a la medicina necesaria para tratar el padecimiento.

En la cárcel de Fénix las paredes están desteñidas y manchadas por la mugre y cada hoyo en la pared es el remanente de una lucha por el control del penal que solo es posible con armas largas y cuchillos improvisados. En los pasillos de ese centro de reclusión abundan las historias de sangre y hay más armas preparadas para ser detonadas que corazones arrepentidos. La madre de Andrés explica que en ese lugar su hijo no vive, sino que sobrevive.

Desde la entrada, una mezcla única de olores domina el penal. Abunda el excremento, orina y comida en descomposición acumulados desde hace meses. Algunos recomiendan mirar hacia arriba porque de pronto una botella llena de aguas negras o de excremento puede salir de cualquier ventana.

Es un lugar sin luz, con aguas estancadas, larvas y zancudos que se multiplican constantemente. En un minuto, un pantalón puede quedar forrado de insectos simulando una obra de puntillismo. En los pasillos hay que saber por dónde pisar. Los reclusos viven entre roedores que acechan su comida y sorprenden a los nuevos reos que han perdido su libertad.

Dentro de este panorama Andrés ha tenido que enfrentar situaciones de riesgo para su salud. Costillas marcadas y debilidad en sus extremidades fueron algunas de las molestias que lo afectaron mientras estuvo en la cama de hospitalización durante seis días producto de la bronquitis. Tenía la hemoglobina en ocho cuando los valores normales en un hombre deben estar entre 14 y 18. Fue una de las pocas veces que el joven pudo comer bien en todo el año y bañarse con tranquilidad. Fueron días en los que pudo abrazar a su mamá y estar con ella por más de tres horas.

“Mi hijo se ha perdido de muchas cosas. A veces está de buen humor y otra veces está amargado porque tiene hambre o porque no puede bañarse cada vez que quiera y por tener que hacer sus necesidades en un pozo séptico. Él sufre mucho porque no conoce a su sobrina, y se ha perdido muchos momentos importantes en la familia. Su hermanita, que es una niña especial, sufre también cada día de su ausencia”, explica su madre.

Son tres encuentros al mes, nueve horas en 30 días en los que Andrés no deja de llenar de abrazos y besos a su mamá. Los comentarios se hacen en tono de preocupación.

— Mamá, ¿Te sientes bien? ¿No te duelen las manos?

— No hijo, no me duele nada, estoy perfecta.

Esta es la frase que siempre repite Mónica cada vez que su hijo ve su mano hinchada de dolor por el peso que lleva. Ella siempre responde con una sonrisa para no preocupar a Andrés. Su madre se va, pero él se queda. La realidad es que detrás de la sonrisa se encuentra una artrosis generada por la voluntad de que su hijo pueda comer bien, que solo ese día, pueda comer lo que se imaginaba en la penumbra de la celda.

Mónica cuenta que una foto le cambió el futuro a su hijo. Estuvo en el lugar viendo lo que pasaba, en un homenaje por un joven asesinado. Todavía no hay pruebas que lo vinculen a un arma, mucho menos a un asesinato. Ahora, Andrés es empujado a aceptar un delito que jamás cometió, y a pasar su tercera Navidad sumido en la oscuridad.

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