• Con miras hacia el país que sueña para su hija Miranda, la periodista persigue las premisas que la impulsaron al mundo político desde su juventud

Cae la tarde sobre el valle caraqueño y el calor empegosta. Un cielo que se pinta de anaranjado parece enmarcar la ciudad y abrazar la gran estructura gris que se levanta en una esquina de La Florida, la iglesia La Chiquinquirá.

Es 11 de septiembre. Un bullicio aguarda en el interior del recinto a la espera de una misa que celebrará el Día de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela. Una multitud de feligreses que aguardan en los bancos parecen ondear sus abanicos al ritmo de una coreografía tácita. Nadie se impacienta, todos esperan.

Una camioneta blanca se detiene en la entrada principal de la iglesia y los asistentes se arrejuntan. Se olvidan del calor, sonríen expectantes mientras se abren las puertas traseras de aquel vehículo que parece albergar el motivo de su esperanza.

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Aplausos resuenan mientras Fabiana Rosales y el presidente interino Juan Guaidó se asoman. Junto a ellos permanece inquieta y sonriente la pequeña Miranda, quien apenas abandona el automóvil se separa del suelo para acurrucarse entre los brazos de su mamá, quien la levanta sin pensarlo ocasionando que su vestido de colores dance en el aire con cada paso que da.

I

“Ser la mamá de Miranda es el rol más importante que he tenido en la vida”

Foto: Fabiana Rondón

A Fabiana le brillan los ojos cada vez que posa su mirada sobre algún niño, pues en cada rostro ve reflejada la sonrisa de su hija Miranda, su más grande motivación. Entre el calor de un abrazo y el sonido inocente de algunas carcajadas que comparte con los pequeños, la primera dama reafirma su compromiso con el país que ama: construir un mejor presente para los niños venezolanos y ofrecerles un futuro prometedor.

Fabiana no oculta el amor que siente cuando habla de su hija. En cada palabra parece dejar plasmada la esperanza de la Venezuela que quiere para ella y su familia, un país lleno de posibilidades.

Miranda llegó al mundo en pleno rebullicio de 2017, un año complejo para la historia contemporánea venezolana que quedó marcado por las manifestaciones civiles, la violencia, la desesperanza y la muerte de numerosos ciudadanos; sin embargo, ese fue el momento en el que Fabiana entendió que tenía que hacer lo que fuera para que su hija pudiese crecer en en su país. Esa es la premisa que la empuja hacia adelante cada día.

“Estoy enfrascada en trabajar por Venezuela”, dice para El Diario, mientras mira hacia una Caracas que se muestra imponente y soleada detrás de ella, pero que al mismo tiempo alberga peligrosos retos para quienes asumen la vida política opuesta al ideal que promueve Nicolás Maduro.

Pero el temor es un invitado al que se le restringe la entrada. Fabiana cierra los puños haciendo énfasis en la importancia de ser capaz de mantener la alegría en el hogar mientras cientos de preocupaciones rondan por su mente.

“Mantengo el equilibrio en casa para que esta generación que representa mi hija viva con una mentalidad distinta a la nuestra”, dice con seguridad.

Fabiana ha construido un espacio familiar en el que ella se ha tomado el lugar del eslabón de la fortaleza. Es consciente de lo difícil que puede ser levantar la cabeza cuando se siente golpeada, vulnerada, pero hacerlo se ha vuelto su deber. “Que no me vean derrumbada”, aclara con firmeza.

Es una madre protectora, pero también considerada. “Que Miranda no se llene de odio, de resentimiento, de rencor”, refiere casi en forma de plegaria.

Foto: Fabiana Rondón

Su deseo es que el miedo se convierta en un sentimiento superable, que deje de palparse en las calles venezolanas, en el corazón de esa madre a la que la delincuencia le arrancó a su hijo, en la mirada del niño que perdió a su padre, en la resignación de esa familia que no encuentra medicinas.

La Venezuela con la que sueña Fabiana es un lugar en el que Miranda no tiene que preocuparse porque su ciudad pueda quedar a oscuras. El país con el que ella sueña no se compone de anhelos injustos, como desear que corra el agua por las tuberías. Fabiana quiere un país de posibilidades, y por alcanzar esa meta lucha todos los días.

II

“Toda mi vida me he enfrascado en trabajar por Venezuela”

La Fabiana que creció entre el frío merideño y los amaneceres andinos soñaba con ser cantante, modelo, doctora. Quería ser y hacerlo todo. Sin embargo, terminó por enamorarla el mundo del arte y la cultura, recuerda mientras sonríe.

Encontró su pasión en los medios, encantada por la comunicación, por los programas de televisión con los que creció y fue con esa idea en mente que recorrió el camino de la formación académica. En el año 2013 obtuvo su licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Rafael Belloso Chacín, pero el gusto de alcanzar el sueño por el que tanto luchó se transformó en preocupación cuando comenzó a entender que la libertad de expresión en su país se transformaba en delito.

“El arte se convirtió en lo prohibido para muchos y la cultura terminó destruida por completo”, reclama.

La movió la rabia, pero también la esperanza. Se convenció de que tenía que participar si quería que hubiese un cambio significativo en la realidad que le había tocado enfrentar.

Se alejó de aquellos sueños televisivos que la acompañaron durante mucho tiempo mientras que crecía su interés por el periodismo de investigación y el servicio social. En esa época rememoró cuando participó en el movimiento estudiantil de su colegio, era apenas una niña, pero todo tomaba sentido. Tuvo la certeza de estar en el lugar correcto, tomando las decisiones correctas y llevando a cabo las acciones más acertadas.

Foto: Fabiana Rondón

“Fui uniendo mi pasión por los medios y mi vocación, que era el servicio, ayudar a mi país”, refiere con convicción.

Fue en ese mundo en el que tuvo la oportunidad de experimentar quizás los sentimientos más grandes que la han invadido: el amor por Juan Guaidó y el amor por Venezuela.

En medio de aquel crecimiento y los cambios que se arremolinaban uno tras otro en el país, Fabiana se enamoró. La embelesó esa idea de tener un plan que le daría un mejor futuro a su tierra y aprovechó para despedirse de aquellas posibilidades de hacer vida en otras latitudes. Decidió asentarse donde era feliz. Y su felicidad sigue residiendo en esa Venezuela caótica de la que todo el mundo habla, la de paisajes cautivantes e injusticias inverosímiles.

Ese es el foco de su lucha, ponerle fin a ese mal inverosímil.

Agradece las experiencias que acumuló mientras trabajaba en campañas electorales, en la Asamblea Nacional y en los Concejos Municipales, pues fueron su mejor formación. Pero con el paso del tiempo y la transformación del contexto político venezolano comenzó una nueva etapa en la vida de Fabiana en la que su exposición creció, su trabajo se incrementó y su voz empezó a ser escuchada para mover más voces.

Llegar a ser la primera dama ha supuesto para ella muchas responsabilidades, pero al mismo tiempo ha colado sobre la mesa varios deseos. Con sosiego cargándole la voz, detalla cuánto quisiera hablarle al mundo de forma distinta, con más fuerza, pero respeta los procesos que componen cada etapa.

Foto: Fabiana Rondón

Fabiana es consciente del reto que supone dar un mensaje que englomere el pensamiento de todo un país, pues reconoce la existencia del sentimiento de decepción que albergan cientos de venezolanos; sin embargo, está dispuesta a escucharlos y atenderlos.

III

“Nadie debe manchar la imagen de primera dama”

Fabiana se describe a sí misma como una mujer inquieta, pero proactiva, trabajadora y al mismo tiempo sensible. En los rostros de la emergencia humanitaria siempre ve reflejado el de algún familiar que también ha tenido que sopesar esa lucha impuesta a la fuerza por un régimen que aboga por la desidia y el dolor.

Esta es la desdicha con la que quiere acabar. Y desde el Despacho de la Primera Dama da pie a distintas labores que buscan contrarrestar las consecuencias de 20 años de maltratos.

Desarrollando el rol de una figura que, asegura, se ha perdido en Venezuela, Fabiana Rosales se enfoca en la responsabilidad de la ayuda social y deja de lado los comentarios que no aportan soluciones a su proyecto de reconstruir el país.

Foto: Fabiana Rondón

Ha aprendido a sobrellevar sus errores y rectificar para seguir avanzando, pues su objetivo es siempre trabajar por el futuro, desde el presente. Un presente que, reconoce, ha sido complejo para todos los venezolanos, a quienes se ha dedicado a escuchar con atención. Incluso a aquellos que llegan a juzgarla.

Sabe que representa un rol que se fue difuminando entre la bruma política que se ha cernido sobre Venezuela con el paso de los años, sin embargo, con su trabajo y sus acciones quiere reestructurar esa imagen que si bien se ha perdido en el país, en el mundo se mantiene y se respeta. Aspecto que reafirmó cuando tuvo la oportunidad de viajar y reunirse con distintos líderes de la región.

Su deseo es que cualquier mujer que tenga que ocupar su lugar en el futuro mantenga firme la premisa de ser la mujer que trabaja por la nación, por el crecimiento de su país y por el sueño inacabable de luchar para alcanzar siempre lo mejor.

Se ha avocado mucho en empoderar, en formar a mujeres, niños y atender sin duda alguna la emergencia humanitaria, que es su prioridad. Quiere dejar un legado que dure por años, que mejore conforme pasan los años.

Fabiana Rosales no le teme al fracaso, reconoce que no hay fórmulas ni expertos que puedan indicar cómo deben seguirse los caminos del sendero político. Sin embargo, todos los días sale a la calle con la voluntad de encontrar una solución definitiva que pueda darle tranquilidad a todo un país que vive los días adolorido.

Es la fortaleza tras las paredes de su hogar y también quiere serlo para todo aquel que lo necesite. Desea con fervor calmar los anhelos de lo intangible que comparten tantos ciudadanos: la felicidad, la libertad, el reencuentro de la familia. No duda en hacerle saber a cada venezolano con el que se reúne que en ella siempre encontrarán calma esperanzadora, aún en medio del caos y la ansiedad agobiante que a veces arropa al país.

Quiere que la gente la recuerde como Fabiana, como una madre, como una mujer que hizo todo lo que estaba en sus manos para que este país saliera hacia adelante. Pero más allá, su deseo más grande es que la recuerden siempre por su trabajo en beneficio de todo un país que lo necesita, que busca sanar sus heridas y que se acurruca en la esperanza de recuperar la alegría de los días pasados, pero también esa por la que tanto trabaja, la de los días del futuro posible.

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