• Morelva León Mojica descubrió su vocación por un suceso fortuito, que 15 años después recuerda con una sonrisa. Asegura que no cambiaría de profesión por ningún motivo, pues nada sería capaz de hacerla sentir la alegría de saberse querida por sus estudiantes

Un verbo rápido y una sonrisa perenne son los dos elementos que más resaltan al conversar con Morelva León Mojica, una maestra rural que a fuerza de perseverancia y trabajo ha logrado convertirse en un ejemplo a seguir, tanto para sus estudiantes como para el resto de profesores que hacen vida en la Unidad Educativa Armando Reverón, ubicada en el municipio El Hatillo.

De entrada,  puntualiza sus orígenes mientras un grupo de estudiantes de preescolar corretea entre sus piernas buscando llamar su atención. “Mi apellido es Mojica. Mojica con “o”, porque mi mamá es colombiana”, afirma con orgullo. Para luego agregar que es muy común que las personas confundan su apellido y piensen que se pronuncia con una “u”. 

Foto: Fabiana Rondón

Su llegada a la docencia, a mediados del año 2003, ocurrió casi por casualidad y de la mano de sus dos grandes amores, sus hijos. Cuenta, que en esa época, sus niños se encontraban cursando preescolar y que al llevarlos al colegio le era casi imposible separase de ellos. Ante esta situación, la respuesta fue muy simple involucrarse en las actividades del colegio para estar más tiempo con sus hijos. Así fue como empezó a quedarse en la Escuela de Sabaneta, en la zona rural de El Hatillo. Esto desencadenó que al poco tiempo realizara las suplencias de aquellos maestros que motivado a cargos sindicales no podían cumplir a cabalidad con sus horas de clase. 

Esa experiencia, según relata, quedó marcada en su mente y su corazón debido a la adrenalina y emoción que sintió al estar a cargo de un grupo de casi 30 niños. “Fue algo indescriptible”, recalca. Ese momento significó para ella un punto de inflexión para comprender que la docencia era su pasión y que ninguna otra labor podría darle la felicidad que se obtiene al enseñar a un niño.

Mientras ríe y acaricia el rostro de una de sus estudiantes, recuerda que ese primer día tuvo que regañar a uno de los niños porque lanzaba cosas a sus compañeros. Así que armándose de valor, y con la poca pedagogía que ella misma asume que tenía en aquella época, le reprendió por su mal comportamiento.

“Debía hacerle entender que lo que estaba haciendo estaba mal. Yo le decía que eso no lo podía hacer porque tenía que respetar a sus compañeros y a la maestra”, rememora la docente.

Luego de ese primer contacto con niños en un aula de clases, León tomó una decisión que significó un cambio radical en su vida, estudiar en el Instituto de Mejoramiento Profesional (IMPP) ─donde dictan clases de capacitación pedagógica que les permita laborar como docentes─. Tarea que en ese momento no era fácil con dos niños pequeños que cuidar. Sin embargo, eso no fue obstáculo para ella pues para conseguir su objetivo: cursó sus estudios durante los fines de semana.

Esas clases según explica le ayudaron a comprender todas las facetas que debe tener un buen docente para poder lidiar correctamente con las situaciones que se le pueden presentar en un aula. Fue luego de ese aprendizaje cuando comprendió que en esas primeras suplencias que realizó aspectos tan elementales como su forma de hablar y acercarse a los niños no eran los más adecuados.

La maestra cuenta que el amor por la docencia corre por las venas de su familia, tal como lo testimonia el hecho de que tres de sus cuatro hermanas ─todas menores que ella─ comparten su profesión. Si bien ella fue la única que estudió formalmente para ejercerla. Dos trabajan como suplentes en escuelas; mientras que la tercera labora en una guardería y ayuda a niños en tareas dirigidas.

Una vez culminada la carrera, León afirma que se trazó un nuevo objetivo: continuar estudiando y formándose para ser capaz de tener más herramientas con las cuales valerse al momento de instruir a sus estudiantes. Cuenta con orgullo que una vez que obtuvo su título de Licenciada, decidió realizar una especialización en Planificación y Evaluación en la Universidad Santa María y, posteriormente, una Maestría en Educación Gerencial. Este proceso formativo la llevó a iniciar el que hasta ahora es su nuevo desafío, la obtención de un doctorado, el cual ya se encuentra cursando.

En un principio, su decisión de continuar estudiando era debido a su deseo de progresar profesionalmente; no obstante, actualmente, su meta es más de índole personal y familiar: sueña con que su padre esté presente en su acto de graduación y poder disfrutarlo junto a él. “Mi mamá estuvo presente en mi graduación de la Maestría y quisiera que mi papá estuviese en la del doctorado cuando ocurra”, acota.

Foto: Fabiana Rondón

Si bien en todos los cursos y estudios que ha realizado León ─los cuales ella misma señala que le han servido de mucho─ ha tenido la oportunidad de aprender infinidad de cosas, esto no puede compararse con lo que sus estudiantes le han enseñado mientras los escucha en un aula de clases. Sus historias, ocurrencias, alegrías y dolores le han llevado a ser la maestra con un profundo compromiso social que es hoy en día. 

Su compromiso y esfuerzo de superación profesional fueron recompensados en el año 2017 cuando debido a sus méritos y su currículo fue designada como la directora de la Unidad Educativa Armando Reverón.

Al hablar acerca de los niños a los que ha tenido la oportunidad de enseñar, su voz adopta un tono distinto, similar al de una madre orgullosa al conversar acerca de sus hijos, pues es así como León considera a sus alumnos. Son hijos que el destino ha puesto en su camino para ayudarlos y guiarlos.

Foto: Fabiana Rondón

Al igual que ha sido testigo del éxito de muchos de sus estudiantes, los cuales han llegado a obtener títulos universitarios y a formar sus propias familias; León también, ha tenido que ver cómo otros abandonan los estudios y debido a malas decisiones terminan muertos a temprana edad. Son estos los casos que la atormentan y hacen que se quiebre su voz al recordarlos.

Esos son casos que te marcan y que te hacen pensar ¿será que yo podía hacer un poco más para ayudarlo? Ahí es donde cabe la pregunta de ¿Hasta dónde tiene que intervenir el docente en la vida de un estudiante?”, se pregunta mientras su mirada se nubla.

Hace un repaso y recuerda los casi 10 estudiantes a los que ha dado clase y han perdido la vida a manos de la delincuencia.

Pese a estos malos recuerdos, afirma que son más los casos de estudiantes que sí logran culminar sus estudios. La docente rememora con emoción el caso de uno ellos, el cual al momento de presentar su trabajo de grado en la universidad ─donde se encontraba estudiando gracias a una beca completa─ acudió al colegio para solicitarle que lo revisara, antes de realizar la entrega formal del mismo.

Un día normal: De 5:00 am a 6:00 pm

Un día normal para Morelva comienza mucho antes de que despunte el Sol, aproximadamente a las 5:30 am cuando se levanta y prepara el almuerzo. Sabe que debe esperar unas horas para poder abandonar su vivienda ubicada en El Placer de María (Baruta) debido a que a esa hora —según cuenta— las probabilidades de ser víctima de un robo se incrementan.

Es a las 7:00 am, los días que tiene suerte, que puede abordar la unidad de transporte público que la traslada hasta la zona rural de El Hatillo. Ese transporte público forma parte de los cinco que diariamente debe utilizar León para dirigirse tanto a la Escuela Armando Reverón donde ejerce el cargo de directora en las mañanas como a su segundo empleo en la Emilio Reyes Ochoa —una escuela estadal—   donde trabaja como profesora de inglés atendiendo a estudiantes de bachillerato.  

Hubo un tiempo en que su rutina de transporte fue más complicada. En esa época vivía en Cúa porque estaba cuidando la casa de un familiar. Ella misma se sorprende al recordar como en ese tiempo debía utilizar un total de 12 transportes, entre ida y vuelta para cumplir con su rutina diaria. 

“Te podrás imaginar: Jeep, Ferrocarril, la camioneta de Coche, la de Hoyo de la Puerta hasta el semáforo de la Simón Bolívar, un carro de La Mata, el carro que me traía hasta Turgüa; y, después, ese trayecto de regreso”. 

Esa situación la resistió durante un año pues se sentía exhausta. Escasamente dormía cinco horas. Se veía obligada a levantarse a las 4:00 am y se acostaba pasadas las 11:00 pm, porque, muchas veces, no había Jeep para su regreso. Fue en ese momento que decidió regresar a vivir a Baruta, para estar más cerca de su trabajo. 

Al momento de hacer un balance de su jornada, sin vacilación afirma:

Siento que soy más productiva en el aula dando clases y ayudando a los muchachos. Sinceramente, prefiero dar clases a trabajar en un cargo administrativo”, afirma para luego explicar que tuvo que aceptar el cargo de directora debido a que por jerarquía le correspondía el ascenso.

León asegura que los docentes no están exentos del impacto de la crisis económica que sufre el país razón por la cual, al igual que ella, deben recurrir a tener dos empleos para ser capaces de sobrevivir. 

“Maestro que te diga que tiene un solo trabajo debe tener una pareja que gane bien y se haga cargo de los gastos. Porque casi todos los maestros de este país tenemos por lo menos dos trabajos”, sentencia.

Foto: Fabiana Rondón

¿Partir o quedarse?

Ante las dificultades que se viven en el país una alta cifra de venezolanos han optado por cruzar las fronteras en la búsqueda de mejores condiciones de vida, tanto para ellos como para sus familias. Tristemente, León no logró ser inmune a este éxodo, que ha separado a miles de familias, puesto que este año se vio obligada a despedirse de uno de los amores de su vida, su hija. 

La joven de 20 años, y que según cuenta su madre es una guerrera, partió hace casi seis meses con destino a Colombia; sin trabajo ni hospedaje asegurado, pero dispuesta a trabajar sin descanso. Fue esa cualidad, asume su madre, la que permitió que en menos de una semana consiguiese empleo atendiendo en una dulcería.

León no oculta la tristeza que le produce el vacío que dejó su hija al partir de Venezuela; sin embargo, cree que debido a su dinamismo y al hecho de trabajar con muchachos casi no ha tenido tiempo para lidiar con su dolor.

“Por supuesto que me hace falta, porque uno tiene sus hijos para que lo acompañen, pero esa fue la decisión que tomó ella. Yo parto de que los hijos no son para uno, los padres los ayudamos a formarse pero no tenemos por qué aferrarnos a ellos para toda la vida, en cierto momento tenemos que dejarlos ir”, expresa con un hilo de voz.

Pese a que como ella misma afirma ha vivido momentos difíciles en los que ha tenido que recibir ayuda de familiares, amigos e incluso desconocidos, León asegura que por su mente nunca ha cruzado la idea de emigrar. La razón de su negativa a abandonar Venezuela es muy sencilla según señala, “si voy a pasar trabajo prefiero que sea aquí en mi país a que sea en otro donde no conozco a nadie”, argumenta.

Agrega que otra de las razones que le hacen no pensar en irse del país es que emigrar requeriría que su vida empezara desde cero, lo cual es algo a lo que no está dispuesta debido a que tendría que dejar atrás todo lo conseguido durante una vida de arduo trabajo. “¿Cuántos años me tomaría recuperar lo que estaría dejando acá?”, se pregunta.

La Venezuela soñada

León mira al horizonte como intentando organizar sus ideas y luego dice con una sinceridad sobrecogedora que la Venezuela con la que sueña ya existe. Sus calles ya están construidas, sus playas y montañas ya están dibujadas en la geografía nacional, sus riquezas ya están en el suelo que pisamos a diario. No ocurre igual con el venezolano con el que ella sueña: aquel que era alegre, respetuoso, atento y que estaba dispuesto a ayudar a cualquier persona sin pedir nada a cambio. 

Ese, según admite es su verdadero sueño, recuperar las cualidades que hasta hace unos años se correspondían con el hecho de ser venezolano. Dice que es imperativo rescatar esos valores aun cuando las circunstancias que se viven en el país propician que la población se aísle y cree muros para evadir los problemas cotidianos.

“Yo no extraño a la Venezuela de antes, lo que extraño es al venezolano de antes. Tenemos que aprender que a pesar de priorizar nuestros intereses individuales debemos trabajar en equipo y convivir”, afirma.

La maestra considera que lograr la reconstrucción del país solo será posible si un porcentaje significativo de los venezolanos que emigraron en búsqueda de mejores condiciones de vida regresan al país para colaborar, en lo que cree será una labor que requerirá de años de esfuerzo.

Una mirada al rol de la mujer

Al hablar sobre su visión acerca de la mujer venezolana su rostro se ilumina y sus palabras adquieren una fuerza casi palpable al afirmar que las características que mejor las definen son la responsabilidad, la valentía y la capacidad de superación, sin importar cuán adversas puedan ser las circunstancias que las rodeen. Según ella no existen límites para los roles que puede desempeñar una mujer en la actualidad, pues tienes las mismas capacidades de cualquier hombre.

Señala que estos atributos están presentes en la mayoría de las madres venezolanas que día a día trabajan hasta el cansancio para brindarle lo mejor a sus hijos. No obstante, es consciente que debido a ese esfuerzo titánico las madres ─predominantemente solteras─ no puedan estar durante mucho tiempo con sus hijos. Es por ello que León asegura que esos minutos que puedan estar junto a los niños deben ser de calidad pues son cruciales para su desarrollo. 

“La causa del mal comportamiento en la escuela de una gran cantidad de niños es que se sienten solos porque no reciben en sus casas el cariño que requieren por parte de sus familias”, explica para luego agregar que este tipo de casos son muy comunes en la Institución. Afirma que en cada salón se puede contar con los dedos de una mano los niños cuyo núcleo familiar está compuesto por ambos padres. 

Este tipo de situaciones le genera una inmensa tristeza pues ella como madre sabe lo difícil que es criar a un hijo y el trabajo que ello requiere. Dice que criar a cabalidad a un niño siendo un padre o madre soltera es una tarea hercúlea que no debería ser afrontada en soledad.

Ante esta situación la maestra considera que el rol del docente cobra una relevancia aún mayor pues debe actuar como un miembro más de la familia del estudiante para escucharlo y brindarle el cariño que requiere, todo ello sin ubicar nunca al niño en una posición de minusvalía.

“Creo que las cosas deben hacerse bien porque si no es preferible no hacerlas, así me lo enseñó mi papá. Uno tiene que querer lo que hace para poder ser feliz y que le vaya bien en la vida”.

Casi 15 años después de haber entrado aquel salón de clases a realizar una suplencia en el colegio donde estudiaban sus hijos, Morelva León Mojica continua luchando con ahínco para formar y enseñar valores a los niños que se convertirán en el futuro del país. Un objetivo permanece en su mente casi como un mantra, lograr que sus estudiantes puedan crecer como seres humanos integrales, para convertirse en hombres y mujeres de bien; y, no se transformen en una cifra roja.

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