• Adriana Cano se abrió paso por sus propios medios. La falta de patrocinio ha complicado su ascenso en el deporte, pero usó su creatividad para lograr alcanzar su sueño

La brisa marina, el sol guaireño y la arena se convirtieron en el refugio de una venezolana que encontró la paz en medio de las olas. Adriana Cano no se imaginó que el primer momento en que se paró sobre una tabla de surf le permitiría descubrir su pasión, esa que la llevaría a surfear en aguas internacionales y alcanzar diversos reconocimientos. 

El sonido de las olas acompaña la conversación. Su amiga fiel está a su lado: una tabla Lynch hecha a la medida por un gran shaper del pueblo de Anare. Sentada en las rocas con su traje de baño multicolor y una gran sonrisa en su rostro Adriana Cano rememora sus mejores momentos en las olas, y se muestra ansiosa por entrar al agua en Punta Care. 

Foto: José Daniel Ramos

La playas de La Guaira eran el lugar fijo de los paseos que hacía con sus padres cuando era niña. Su papá tenía un bote de pesca. Ella estaba familiarizada con el agua. La magia del mar la atrapó desde su infancia. 

A pesar de estar tan relacionada con el mar, fue en la adolescencia cuando el surf llegó a su vida. Se sentaba en el malecón y observaba a sus amigos surcar las olas, ella quería hacer lo mismo. Tanto era el interés que mostró, que un amigo le ofreció enseñarle a surfear y ella, emocionada, aceptó. En ese momento comenzó una carrera llena de emociones, alegrías y sobre todo de mucho esfuerzo y dedicación. 

Surfear es una desconexión total del mundo material”, dice cuando piensa en su experiencia.

El mar tranquilo y el agua clara la acompañaron en su primera vez en el surf. Ese día en playa Los Cocos se veían los peces nadar a medida que se adentraba en el agua, esa sensación indescriptible la recuerda con emoción. 

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Voltea ansiosa. El sonido de las olas se cuela en la conversación y Adriana ansía montarse en su tabla y surfear. Ella sabe qué olas son buenas, pues 20 años en el deporte le han dejado una experiencia para saber seleccionarlas. 

Foto: José Daniel Ramos

Más allá de un hobbie

En el año 1998 compitió por primera vez en playa Los Cocos, la misma playa donde aprendió a surfear. Quedó de segundo lugar. Dos años después se enfrentó a un retomayor:  el Campeonato Latinoamericano Internacional en República Dominicana. Ahí formó parte de la selección nacional y obtuvo el subcampeonato. En ese momento el surf dejó de ser un hobbie de adolescente y se convirtió en su estilo de vida, uno que sus padres aceptaron y apoyaron en todo momento. 

Adriana ha surfeado olas inimaginables, fue una de las tres venezolanas que surfeó la ola más peligrosa y grande del mundo en Hawaii. Pero sus olas favoritas están en la punta de Los Caracas en Vargas. Internacionalmente también tienen su playa favorita:  Santa Catalina, Panamá, donde realizó su primer entrenamiento en olas grandes y el lugar que visita religiosamente cada año para entrenar. 

Surfear es su pasión, es lo que la llena de satisfacción. Cuando espera  una ola sentada en su tabla siente una tranquilidad única y cuando compite la emoción la invade con cada oleaje. Sin embargo, esa alegría arrastra una frustración muy grande: la falta de patrocinadores y apoyo gubernamental. El patrocinio que recibió duró muy poco. 

“Hemos traído muchos logros a Venezuela y no recibimos el apoyo necesario a pesar de que ahora somos un deporte olímpico”, dice para luego recordar que el año pasado participó junto a la selección nacional en el Campeonato Panamericano de Lima Perú, que fue el primer clasificatorio a los Juegos Olímpicos Tokio 2020. Pagar su participación, estadía, comida y el resto de la logística para cada competencia es un reto que implica mucho esfuerzo. 

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Adriana sabe que la solución a los problemas no llega sola. Por ello, en vista de que necesitaba recursos para competir y entrenar, decidió crear una línea de trajes de baño diseñados por ella, llamada Chica de las Olas.

Hizo cursos de dieseño y con el apoyo de dos marcas de bikinis que la patrocinaron en sus comienzos aprendió a confeccionar. Su primera colección la vendió en Hawaii, a partir de ahí se dio cuenta que el diseño y venta de bikinis es una buena manera de ganarse la vida y eso le ha permitido continuar con lo que realmente le gusta: el surf.  Ella es su propia patrocinadora, al igual que al inicio de su carrera. 

Foto: José Daniel Ramos

El Pacífico es diferente al Caribe 

Cada competencia es diferente y las olas de cada playa también. Las competiciones en Venezuela son sin olas o las que hay son muy pequeñas a diferencia de otros países donde las olas se acercan a los dos metros. “El Pacífico es muy diferente al Caribe” . Para cada tipo de olas hay un entrenamiento en específico que Adriana debe seguir, uno funcional, yoga y una dieta especial dependiendo de la intensidad de las olas que va a surfear. “Cuando no tengo competencias no hago dieta, no voy a mentir”, dice entre risas en tono de confidencia. 

Si va a surfear olas internacionales debe seguir una preparación intensa, para dominar las enormes olas. A pesar de que  las competencias en Venezuela son sin olas, el entrenamiento también es exigente. 

Mientras se ríe voltea a ver el mar, las olas rompen con más fuerza y el mar se torna más azul. La tarde no esta muy soleada, pero el calor guaireño genera las primeras gotas de sudor. Un enorme tatuaje llama la atención del brazo de Adriana. Como todo en su vida, su tatuaje es una referencia al mar. Se trata de un pulpo con sus tentáculos acompañado de corales y algas a su alrededor. Se lo hizo en México para tapar un signo de Ohm ya desgastado. 

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El mar, la tabla y ella forman un equipo. La tranquilidad del mar es reconfortante para Adriana: para ella el océano es su psicólogo. Todo lo material queda en la orilla de la playa y entre las olas se forma una conexión indescriptible entre ella, Dios y la naturaleza. Es normal que un delfín la acompañe mientras surfea, o una tortuga, o cualquier cantidad de peces. 

Saber que hay olas perfectas para surfear le genera ansiedad y ganas de meterse al agua. Cuando hay buenas olas lo sabe a través de Internet.  Al llegarle el reporte inmediatamente se apresura a organizar su agenda para bajar a La Guaira y surfear. 

Pero no todo es bonito en el surf. Como en cualquier otro deporte extremo Adriana se ha lesionado mientras surfea.

He tenido accidentes me he rayado la cara, me he partido la boca, me he fisurado costillas, me han sacado puntos en las piernas, me he lesionado las dos rodillas. Pero es un deporte extremo y son cosas a las que uno está dispuesto”.

Para evitar accidentes es importante el autocontrol. En el mar no cabe la desesperación pues las cosas pueden salir mal. Si suben los sueles (oleaje grande) de repente, como le pasó en Hawaii donde se vio atrapada en medio de una enorme marea, debe confiar en su capacidad para salir de esa situación. En sus inicios, por su mente pasaban muchas cosas antes de competir, pensaba mucho en el resultado y todo lo que debía hacer para conseguir el éxito. Ahora confiesa que se siente más relajada, solo confía en que  su experiencia la llevará a obtener grandes resultados. 

Ha alcanzado buenas posiciones en competencias internacionales. El Hawaii obtuvo el cuarto lugar en el ranking profesional femenino latinoamericano y representó surante varios años a Venezuela en el Campeonato de Hawaii, ahí fue una de las pocas mujeres en la categoría tabla corta femenina que se atrevió a surcar esas peligrosas olas. 

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El surf subió de nivel en el mundo deportivo, es por ello, que le pide a los organismos gubernamentales y privados apoyo para sus atletas puesto que dejó de ser un deporte de “marihuaneros y vagos que se la pasaban todo el día en la playa” para convertirse en una disciplina exigente de categoría olímpica. 

La falta de patrocinio no es el único problema que enfrenta en el surf. El machismo también invade este deporte a pesar de que profesionalmente las mujeres alcanzaron la misma posición que los hombres. En Venezuela cuando hay oleajes grandes son pocas las mujeres que pueden aprovechar, puesto que la prioridad la tienen los hombres. Pero eso a ella no le afecta porque no se considera menos que los hombres, confía en su talento y capacidad de estar al mismo nivel que ellos. “Se debe tener carácter para que estas cosas no te afecten”.

Ya no aguanta más, necesita meterse a la playa. Prepara su tabla, se coloca la cuerda en el pie y con paso seguro avanza hacia el agua. La arena se hunde a su paso. La brisa marina mueve su larga cabellera rubia.

Foto: José Daniel Ramos

Ya en el agua, se acuesta en la tabla y comienza a remar  para avanzar hacia las olas. Se sienta en su tabla en el punto indicado del mar para esperar la ola perfecta. Mira al horizonte e inicia su conversación con el agua. El sonido del mar aleja cualquier preocupación e inicia la magia entre el océano y Adriana. 

Viene una ola perfecta en Punta Care. Ella lo sabe, voltea su tabla con agilidad y comienza a remar con los brazos. En el momento indicado se para en la tabla y comienza surfear. En esos segundos Adriana siente que todo el esfuerzo y dedicación valió la pena. La recompensa más grande la recibe mientras surca las olas con la brisa en su rostro. 

Foto: José Daniel Ramos
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