Estaba dormida. Soñé que me encontraba cerca de la casa de mi mamá cuando me topé con una farmacia que nunca ha existido, pero que yo juraba —dentro de la bruma confusa del sueño— que simplemente nunca había reparado en su existencia. “¡Tienen alcohol, y en envase grande!”, recuerdo que pensé tras darle una rápida ojeada al estante de vidrio.

Me desperté y por algunos segundos pensé en ir a la farmacia. Por unos minutos me sentí decepcionada al darme cuenta de que aquel lugar no existía. Aquella no era más que una realidad que yo no habitaba, porque en la mía el alcohol se había acabado ya en todas partes.

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Deshabitar significa dejar de vivir en un lugar; dejar sin habitantes una población o un territorio, de acuerdo con la RAE. Una palabra que, con la llegada del Covid-19 al país, terminó convirtiéndose en sentimiento. Dejamos de habitar una realidad y nos dispusimos, o nos dispusieron, a habitar cientos de realidades distintas.

Dejamos de habitar la realidad compartida, en la que llegábamos cada mañana al trabajo a intercambiar risas y amarguras con nuestros compañeros, y nos encontramos redescubriendo nuestra existencia en casa, repasando una y otra vez el camino que nos conduce de la habitación al baño.

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Deshabitamos una realidad para habitar nuevas realidades. Revisando aquel escrito, releyendo aquel otro libro, detallando cada aspecto que hasta ahora había pasado desapercibido. Y a pesar que de vez en cuando también nos encontramos extrañando la carcajada bajo el sol, nos empeñamos por seguir descubriendo más.

Descubrir cómo se asoman los rayos de luz tras la cortina cada mañana, el dulce sabor de un postre que quedó mejor de lo que se esperaba, una siesta diurna, la magia de estar en casa. 

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Deshabitamos una realidad para habitar nuevas realidades. Nuevos encuentros, nuevas oportunidades para aprender, para coincidir, para volver a ser nosotros. Para estar en paz, para desacelerarse y reflexionar, quizá con un poco más de serenidad, sobre aquello a lo que no le habíamos dedicado tanto tiempo. 

Y nos refugiamos en nuestras nuevas realidades, en el amor, en la limpieza, en la escritura, en la lectura, en la pausa que resulta a veces tan necesaria. Y aunque a veces nos topemos con la confusión, el temor y la tristeza que suele golpearnos cuando no logramos entender algo, nos empeñamos en seguir descubriendo más y más. 

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Porque ¿qué otra cosa queda aparte de seguir adelante una y otra vez? Habitamos esta realidad para deshabitarla una vez que todo esto haya terminado. Y nos encontraremos otra vez frente a nuevos retos, a nuevas existencias, a nuevos temores.

Nos encontraremos una y otra vez habitando y deshabitando.

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