• Ana María González conversó con el equipo de El Diario sobre sus experiencias en el continente africano junto a elefantes y rinocerontes

El amor es el sentimiento que ha guiado cada paso en la vida de Ana María González, una joven ambientalista venezolana que, a pesar de que estudió Economía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en Caracas, ahora dedica su vida a concientizar sobre la conservación de especies en África. 

Al pensar en su infancia, Ana María recuerda los viajes por el estado Amazonas con su papá, un médico que llevaba medicinas a las poblaciones indígenas que más lo necesitaban. Ella asegura que en esos recorridos nació su amor por la naturaleza. 

No hay nada más bello que el Amazonas, es super bonito, salvaje, fuerte, imponente y muy rico. Otro cosa con la que conecté en ese momento fue con el ayudar a los demás gracias a la labor social que realizaba mi papá”, dijo Ana María en una entrevista para El Diario.

Mientras cursaba su carrera en UCAB, hizo varios viajes por Venezuela, donde descubrió las bondades de su país. Entre las memorias que más atesora están ver a una tortura gigante salir de la arena en la costa de Sucre y aprender a montar caballo en los llanos. 

Cuando se graduó trabajó en varias empresas nacionales e incluso llegó a ser la gerente de mercadeo de una importante cadena de comida rápida, hasta que aplicó para realizar una maestría en el extranjero, una decisión que cambió su vida profesional Y personal. 

“Cuando comencé el MBA conocí a quien ahora es mi esposo y al terminar los estudios decidimos casarnos en Caracas. Después intentamos trabajar en Venezuela, pero como él es italiano fue muy difícil conseguirle una visa de trabajo. Fue en ese momento en el que salió una oportunidad en Singapur”, explicó la economista. 

El trabajo en Singapur era prometedor y no podían rechazarlo a pesar de que estarían a millones de kilómetros de distancia de la familia de Ana María. 

Al poco tiempo de empezar su nueva vida en Asia, Ana María quedó embarazada. 

Su embarazo no fue sencillo, pues el aire de la ciudad donde vivía estaba lleno de contaminación. Todo era producto de la tala y quema de bosques en Indonesia y Malasia para la producción de aceite de palma.

Yo estaba a punto de dar a luz y mi familia vino a visitarme y el país tenía dos meses en alerta. Decían que las mujeres embarazadas y los niños pequeños no podían estar en la calle porque los niveles de contaminación eran peligrosos”, explicó.

Al ver las condiciones extremas en las que estaba viviendo, la joven sintió la necesidad de indagar más sobre los efectos que tenía la industria del aceite de palma en el ambiente y al encontrarse con resultados poco alentadores decidió que debía hacer algo al respecto. 

En 2016 nació su hija Martina, quien le dió una nuevo sentido a su vida y le hizo darse cuenta de que su compromiso con el planeta debía ser mayor. 

Ser mamá me llenó de ilusión, pero a la vez tenía miedo de pensar a qué mundo estaba trayendo a mi bebé, eso me hizo reconsiderar mi papel con la humanidad”, agregó.

La maternidad se convirtió en una prioridad para Ana María, así que decidió retirarse de su trabajo para dedicarse de lleno a su hija y además investigar de qué forma podía contribuir a hacer de este mundo un lugar mejor. 

Contacto con África

En 2019, cuando Martina cumplió 3 años de edad, Ana María y su esposo decidieron llevarla de viaje a África para que tuviera mayor contacto con la naturaleza. 

La ambientalista venezolana que deja su huella en África
Foto: Ana María González

La expedición junto a su familia se desarrolló en el parque nacional Kruger de Suráfrica, en lo que la ambientalista describió como uno de los inviernos más secos que ha tenido ese país. 

Sentados frente a una piscina, Ana María y su familia vieron cómo se acercaba una manada de elefantes a beber agua. 

“Pasamos dos horas observando a la manada tomando agua. A las crías más pequeñas no les dejaban tomar agua, cada vez que asomaban la trompita la mamá los desviaba a sus mamas. En eso vimos cómo llegó otra manada. Las dos matriarcas se comunicaban, se saludaban y pedían permiso,  solamente cuando la primera le permitió a ella entrar fue que la segunda le dejó a los demás pasar y estuvieron ahí todos tomado agua”, detalló. 

La ambientalista venezolana que deja su huella en África
Foto: Ana María González

Mientras Ana María presenciaba el show de la naturaleza, las investigaciones que había leído sobre esos animales invadieron su mente. 

Entre las estadísticas que rondaban su mente estaba que más de 30.000 elefantes mueren cada año en manos de cazadores furtivos solo para quitarles el marfil de sus colmillos y ser vendidos como adornos. 

“Yo los veía y me daba cuenta de que a este paso cuando Martina 25 años ya no va a haber elefantes en la naturaleza”, comentó.

Consecuencias de la caza furtiva de elefantes

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Los elefantes viven en sociedades matriarcales, donde una hembra dirige a la manada que no hace nada sin sus instrucciones. nnLa ambientalista explicó que los cazadores furtivos suelen matar a las matriarcas, porque son las que tienen los colmillos más grandes, lo que deja desamparada a la manada y con poca posibilidad de supervivencia. nnEsto también trae como consecuencia que los elefantes sobrevivientes se vuelvan violentos frente a los humanos. nnEn la década de 1930 la población de elefantes en África era de 10.000.000 y ahora es de aproximadamente 350.000.

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One Planet Earth

Ese episodio fue la más importante motivación para que naciera su proyecto One Planet Earth, una plataforma para educar y concientizar a las personas sobre lo que ocurre con las especies en África y además apoyar a quienes las protegen. 

La ambientalista aseguró que su iniciativa podría ser descrita perfectamente por una frase de Jane Goodall, una científica que dedicó su vida al estudio de los primates: “Solamente cuando sabes, quieres y solamente cuando quieres, proteges”. 

Ana María ha utilizado One Planet Earth para difundir el trabajo de Sheldrick Trust y Ol Pejeta Conservacy, dos organizaciones en Kenia que protegen la fauna africana. 

Ha visitado ambas organizaciones, ha compartido con sus directores, cuidadores, ha hecho análisis de su trabajo y también ha interactuado hasta donde es permitido con los ejemplares. 

Sheldrick Trust fue la primera reserva a la que llegó tras sus investigaciones, este espacio fue inaugurado hace 43  años y desde entonces su personal es reconocido por su labor rehabilitando elefantes huérfanos, la mayoría de ellos por culpa de cazadores. 

En una de sus reuniones con los directores de la reserva, su proyecto pudo adoptar a tres elefantes: Pika Pika, Dololo y Sattao. 

La ambientalista venezolana que deja su huella en África
Foto: Ana María González

Además de recuperarlos de heridas y enfermedades, los cuidadores de Sheldrick también deben criar a los elefantes bebés para garantizarles la supervivencia. 

“Cada elefante duerme con su cuidador, estos son las mamás de esos niños, un elefante toma tetero de leche cada tres horas, día y noche por los primeros tres años entonces estos cuidadores duermen con ellos y se aseguran de que se alimenten”, detalló. 

La ambientalista venezolana que deja su huella en África
Foto: Ana María González

La mayoría de los elefantes huérfanos llegan a la reserva de semanas, meses o un año de edad, por lo que no son capaces de mantenerse sin la lactancia. Rehabilitar a estos elefantes es una tarea que además de ser amable con la naturaleza contribuye con la economía en África al ser uno de los principales atractivos turísticos del continente. 

El turismo representa

7%

del PIB de África

12%

del empleo

La segunda iniciativa con la que trabaja Ana María es Ol Pejeta Conservancy, una reserva que se especializa en el cuidado de rinocerontes de una forma innovadora. 

“Para mí ellos son un ejemplo a seguir, porque son la única reserva autosostenible, algo muy difícil en África. Todo su excedente económico se reinvierte en programas educativos para la comunidad que los rodea directamente a la conservación de sus especies”, explicó. 

Lo que hace especial a este espacio es que cuenta con la población más grande de rinocerontes de toda África del este y en los últimos 4 años ninguno de sus ejemplares ha sido víctima de caza furtiva. 

Entre las investigaciones que había leído la conservacionista estaba un artículo de National Geographic, que hablaba sobre avances tecnológicos para salvar al rinoceronte blanco del norte, una especie condenada a la extinción. 

Actualmente solo quedan dos ejemplares de esta especie, ambas son hembras, pues el último macho falleció en 2018. Sin embargo científicos habían congelado semen de esta especie para intentar la reproducción por fertilización in vitro. 

La ambientalista venezolana que deja su huella en África
Los dos últimos rinocerontes blancos del norte | Foto: Ana María González

La increíble historia sobre la recuperación de esta especie motivó a Ana María a visitar sus instalaciones, aunque cuando llegó quedó sorprendida por la excesiva seguridad, vigilancia satelital, alambres de púas y guardabosques armados con AK 47 que rodeaban la reserva. 

Cuernos de rinocerontes

$ 60.000

es el precio estimado de un cuerno de rinoceronte en el mercado negro

Todas estas medidas se deben a que viven en constante amenaza de caza furtiva y esa es la forma en la que han logrado evitar las muertes de sus ejemplares. 

Actualmente la venezolana impulsa un concurso organizado por Ol Pejeta llamado The Art of Suvirval. Los participantes deben elaborar un dibujo o trabajo escrito sobre la extinción y el papel de los seres humanos en en un mundo más sostenible. Va dirigido a niños de 5 a 18 años de edad. 

El primer premio es un safari por cinco días para la familia ganadora y además incluye el pago de dos de los pasajes de avión. 

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Quienes se inscriban en el concurso deben hacer una donación que irá directamente a Ol Pejeta y así puedan seguir operando en este momento en que el turismo a mermado por la pandemia por el Covid-19. 

La vida después del Covid-19

Las rutinas de Ana María también se pusieron de cabeza por la pandemia del Covid-19, debido a que todo en lo que ha estado trabajando con One Planet Earth se ha frenado. 

Su hija Martina debe ver clases a distancia, por lo que necesita su supervisión constante. Los viajes a África están suspendidos por el momento y los eventos que organizaba en Singapur para crear consciencia no son una opción. 

Sin embargo, se ha adaptado a la nueva realidad y le ha sacado provecho a su página web y redes sociales para conectar con más personas alrededor del mundo. 

La ambientalista considera que esta pandemia es una oportunidad para que los seres humanos aprendan que lo que sucede en un país puede afectar a todo el mundo y que no estamos exentos de los problemas de otras naciones. 

Una de las razones probables de la propagación del virus la atribuyen al tráfico de animales en un mercado y lo que comenzó en China, en cuestión de meses llegó a todo el mundo”, agregó.

Aunque en China de han aplicado medidas contra la comercialización de animales salvajes, Ana María considera que no son suficientes para frenar la demanda de la cuarta industria ilegal más grande del planeta. 

Otra preocupación que tiene la ambientalista ante esta crisis mundial es las consecuencias económicas que puede tener en África por la falta de turismo, lo que puedo motivar a muchos a recurrir a la caza para sobrevivir. 

A pesar de eso yo soy optimista y si algo he aprendido es que la naturaleza es capaz de recuperarse si le damos tiempo y creo que con este break y si todos nos unimos para cuidar a nuestro planeta él podrá reponerse”, añadió.

La tarea para Ana María ahora es crear conciencia desde la distancia y seguir aprendiendo todo lo posible sobre la conservación de la fauna. Su sueño es volver en alguna oportunidad a Venezuela y aplicar todo lo aprendido en el país que la vio nacer y donde todavía la esperan sus padres. Mientras eso sucede ella seguirá aportando su granito de arena en África. 

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