• Miles de ciudadanos alrededor del mundo se han quedado sin trabajo a causa de la pandemia, esto ha obligado a alguno de ellos a regresar a su país natal, mientras que otros se rehúsan a volver

Quedarse o volver, es el dilema de miles de venezolanos que en algún momento se fueron del país en busca de mejor calidad de vida, lejos de la crisis política, social y económica que aqueja a millones. No obstante, la pandemia del covid-19, desde inicios del 2020, ha cambiado el panorama para quienes se encuentran lejos de su tierra; el trabajo se ha pausado, el pago de alquileres ha obligado a algunos a desalojar por no tener dinero para cancelar y otros, se han quedado sin ahorros para subsistir y con deudas que pagar.

“Es bastante difícil porque bueno, actualmente entre alquilar y la deuda del trabajo debo alrededor de 1.600 soles” dijo César Cortés, un venezolano de 22 años que vive en Lima, Perú desde hace dos años y a quien la cuarentena lo ha dejado confinado y con lo justo para poder sobrevivir.

César llegó a Lima en junio de 2018, para ese entonces tenía 20 años y una maleta de ilusiones por ganar dinero para ayudarse y ayudar a sus padres, quienes se quedaron en Venezuela

Su primer trabajo fue en una heladería. “Según me daban la comida y bueno, inicié un día a las 7 de la mañana y era hasta las 11 de la noche” comentó en una entrevista para El Diario. Recibió una capacitación sobre el funcionamiento de ese establecimiento comercial e inició la faena; a media mañana le dieron un plato de comida “sin consultar si me gustaba o no” aseguró.

“A eso de las 8 de la noche, uno de los encargados me dijo que ese era mi día de capacitación y el almuerzo era mi paga” agregó César, acto seguido, decidió dejar el lugar y no volvió pese a las llamadas insistentes por parte de la empresa.

A partir de ese momento, César buscó trabajo incansablemente pero sin éxito alguno durante el primer mes.

“Por medio de un conocido comencé en la empresa donde actualmente trabajo” aseguró. Al principio, hacía mantenimiento a tuberías de gas de tienda de comida rápida, era un trabajo sin horario fijo pero agotador, pues debía cumplir una jornada nocturna que iniciaba a las 11 de la noche y a veces, se extendía hasta las 2 de la tarde del siguiente día.

“Aparte de hacer mantenimiento también me tocaba manejar, alistar herramientas, materiales y mi paga eran 80 soles diarios, pues no salían muchos mantenimientos” agregó.

Esa situación se repitió durante los meses venideros, exactamente hasta octubre, cuando logró mantenerse con pagos quincenales fijos de 250 a 400 soles.

“Ya estaba fastidiado de trabajar de noche porque era muy agotador, así que el jefe me ofreció un puesto de almacenero con sueldo fijo de 1.200 soles” dijo. Esto, bajo la condición que César buscara una persona encargada de manejar y cubrir su puesto nocturno.

Así lo hizo y comenzó a trabajar en horario diurno, con mayor salario y horas libres para descansar de noche; pero la alegría fue pasajera, a los 15 días, la persona que había conseguido para sustituirlo de noche, chocó el vehículo y César tuvo que volver a su antiguo puesto, pero con la fortuna de poder mantener la misma paga.

“Era una rutina sin tiempo para nada” comentó. En ese puesto, se mantuvo hasta el mes de febrero de 2020 cuando le ofrecieron nuevamente la posibilidad de cambiar de horario sí conseguía alguien que supliera su puesto por las noches. Esta vez, por medio de un conocido, encontró una persona que cubriera su puesto y así, volvió a trabajar de día.

“Los primeros ocho meses fueron una pesadilla” manifestó sin dudarlo, aunque lo peor, aún no había pasado.

Comenzó a trabajar de 7:00 am a 6:00 pm pero ahora, tenía más responsabilidades que asumir y en ello, salía del almacén a eso de las nueve o diez de la noche diariamente

“Fueron los meses más estresantes, el cabello se me caía, no comía, no dormía mucho pero por un lado estaba feliz, porque estaba ayudando a mis papás” expresó con nostalgia.

Misma realidad, diferentes historias

Douglas Sánchez es otro venezolano, que al igual que César, se fue del país hace dos años en busca de nuevas oportunidades en Perú. Llegó a Lima a mediados de 2018 y lo hizo “por la sencilla razón que no me veía un buen futuro en Venezuela” dijo para El Diario.

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Douglas tomó la decisión de irse a Perú, principalmente, porque tenía un primo allí y “era su única opción” para ese momento; quería irse de Venezuela, construir un futuro mejor para él y sus padres, quienes aún, siguen en el país.

Cuando llegó, se tardó unas dos semanas en conseguir empleo y es el mismo que, hoy en día, mantiene. Trabaja en una tienda de computación arreglando impresoras, computadoras y equipos de tecnología, allí, gana 930 soles mensuales, pero logra generar ingresos extra gracias a comisiones y domicilios que hace por su cuenta.

“Desde que inició la cuarentena no estoy trabajando” contó Douglas con preocupación.

Como César y Douglas, hay otros venezolanos preocupados por la pandemia y lo que ésta ha acarreado para ellos. Luis Alfredo Camargo llegó a Bucaramanga, Colombia en agosto de 2017, motivado por la situación del país y con la intención de buscar a su hijo, que tiempo atrás se había marchado con su esposa hacía esa ciudad colombiana pero “una cosa llevó a la otra y terminé quedándome” indicó para El Diario.

Luis es un tachirense de 27 años que en Venezuela, se dedicaba a tatuar, arte que aprendió de manera empírica pero, que desde el momento en que tomó la decisión de marcharse, tuvo que dejar a un lado.

“Primero estuve en Cúcuta” dijo, “compraba malta en San Antonio y la vendía en la plaza Santander” completó.

Luego de un tiempo, notó que esa actividad comercial no le generaba lo suficiente como para reunir el dinero y comprar el pasaje con destino a Bucaramanga, así que decidió buscar otras alternativas.

“Contrabandeé carne, vendí mi máquina de tatuar, ropa que tenía en mi bolso y unos pendrives hasta que conseguí el dinero y tomé un bus” explicó.

El camino hacia su nuevo destino no fue sencillo, en el segundo peaje de Pamplona detuvieron el bus en el que iba y al no tener papeles tuvo que “pagar 10 mil pesos para poder pasar”.

Luis sólo tenía 600 pesos en sus bolsillos para llegar a una ciudad hasta ahora desconocida para él.

Pese a los obstáculos, Luis logró llegar al Minuto de Dios frente al Hospital del Norte, zona donde vivía su esposa e hijo junto a unos amigos que le ofrecieron estadía mientras lograba establecerse.

De inmediato, Luis comenzó a trabajar con una amiga ofreciendo almuerzos en la calle, especialmente a barberos de la zona. Para ese entonces, vivía con otras once personas (diez adultos y dos niños) en una casa de tres habitaciones.

“No ha sido fácil, ha sido todo un proceso, hay temporadas buenas y temporadas malas” expresó.

Al cabo de un tiempo, logró mudarse con su esposa a otra casa en el barrio Kennedy donde vivieron por unos siete meses; durante ese tiempo comenzó a vender empanadas a mil pesos por los alrededores de la zona y así fue conociendo gente, hasta que consiguió su primer trabajo.

“Mi primer trabajo fue como diseñador gráfico en una empresa pero estaba por cerrar y trabajé solo una semana” comentó Luis.

Pero eso no fue motivo de desánimo para él. Nunca desistió y mientras una puerta se cerraba, buscaba tocar otras, pues siempre ha tenido como lema de vida “sí no trabajo, no como”.

“Aquí todos trabajan por recomendación si a usted nadie lo conoce y nadie lo recomienda es muy difícil, por eso aceptaba los trabajos informales, eran mal pagos pero con una cosa y con otra sumaba” agregó con una sonrisa.

“Después pinté caritas en Halloween, ofrecí servicios pintando murales, hacía lo que salía, trabajé de carpintero, cocinero, albañil, todo, hasta que reuní dinero y me compré mi máquina de tatuar”.

A partir de ese momento, se dedicó a tatuar de lunes a viernes y los fines de semana trabajaba de cocinero en un puesto de comida rápida, donde le pagaban unos 80.000 pesos.

Iniciarse en el tatuaje en Bucaramanga no fue sencillo para Luis. “Al principio hacía domicilios, llegué a tatuar en asaderos de pollo, invasiones” aseguró recordando esos momentos.

“Llegué a recibir amenazas, me decían que si el tatuaje me quedaba mal, me iban a apuñalar”.

Luego de un tiempo trabajando como tatuador y cocinero, logró mudarse y alquilar un espacio para él y su familia. No obstante, asegura que sus ingresos con el tatuaje no son fijos. “El precio depende de los trabajos y la situación, he tatuado por almuerzos y desayunos y a medida que pasa el tiempo he cobrado 20.000 o 30.000 pesos en adelante” expresó.

Estas historias, revelan la realidad y los obstáculos de miles de venezolanos; no sólo es el relato de César, Douglas o Luis, es el espejo en que otras personas que se han ido, se ven reflejadas.

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Karly Gómez es una, de tantos venezolanos, que se identifica con esas historias. Ella tiene 22 años y en julio de 2018 tomó la decisión de emigrar a Bogotá junto a su novio. Lo hizo, por la misma razón que muchos, no veía un buen futuro para ella ni la posibilidad de continuar sus estudios en el país.

La situación en Venezuela estaba dura y como no sabía si iba a poder seguir pagando la universidad, me salió una oportunidad de trabajo por un familiar aquí y me fui” dijo sin dudarlo.

Junto a su pareja, Karly emprendió su camino hacia Bogotá un primero de julio. Ambos llegaron al apartamento de un familiar suyo, al cabo de un tiempo su familia se mudó y ellos se quedaron allí, en una zona al sur de Bogotá, donde viven actualmente.

“Vivimos aquí porque es más económico, para el norte los arriendos son súper caros y la factura de los servicios puede llegar a un millón de pesos facilito” explicó.

Esto se debe a que Colombia se divide en ‘estratos’ que van del uno al seis y según éstos, se determinan los cobros de algunos impuestos y de los servicios públicos.

Al llegar a Bogotá trabajó de cajera aproximadamente 20 días y con el pago logró comprar lo necesario para montar un puesto de comida y así trabajar de manera independiente. Aunque la emoción no duró mucho y cinco meses después se vio obligada a cerrarlo.

“Lo cerré porque aquí el gas y el arriendo es caro” enfatizó.

Estuvo alrededor de una semana sin trabajo y luego, por medio de un conocido, le ayudaron a conseguir un nuevo empleo como vendedora en una distribuidora de belleza.

“Allí vendía tintes, pintauñas, gorros, planchas y me tocaba asesorar a la gente con los tintes y a veces maquillar” agregó Karly.

“Actualmente estoy desempleada porque debido a la situación mi jefe me despidió” comentó un poco desanimada, pues tenía un trabajo estable donde se sentía cómoda y contaba con un ingreso mensual fijo que ahora –por la pandemia- no tiene.

Un antes y un después de la pandemia

Para César, la pandemia ha representado un reto para él y le ha generado un sentimiento de frustración porque al no estar trabajando, no tiene manera de ayudar a sus padres, quienes siguen en Venezuela, cosa que antes sí podía hacer, pues tenía un salario de 1.500 soles que le permitía enviar dinero a su familia.

Cuando inició el confinamiento, el trabajo se detuvo pero, su jefe le ofreció a él y los otros venezolanos de la empresa, pagarles el 50% de su sueldo “con la condición de que cuando todo se reactive pues nosotros (los venezolanos) que no tenemos un contrato le hagamos devolución de ese dinero que él nos dio como préstamo” dijo.

Él y cuatro venezolanos más, trabajan sin estar registrados de manera oficial en la empresa porque “el impuesto que se le debe pagar a la SUNAT (el equivalente al SENIAT en ese país) es del 30% de las ganancias y nos dicen que no nos conviene”.

Sin embargo, entre trabajos se comenta otra versión. Algunos aseguran que por cada extranjero, la empresa debe tener tres peruanos obligatoriamente y “por eso no nos dan contrato” comentó César.

Bajo esas condiciones, percibe actualmente 375 soles quincenales, completando 750 soles al mes. De ese dinero, gasta unos 250 en comida más el agua que compra por separado.

“Compro una que vale 25 soles de 20 litros que es pasable” explicó
Otros 30 soles destina a sus medicamentos: carbamazepina y clonazepam, el primero es un anticonvulsivo –que debe tomar de manera permanente- y el otro, le ayuda a dormir. “No logro dormir mucho aunque quiera” aseguró un poco abrumado y estresado.

En cuanto al alquiler, debe pagar 250 soles al mes pero, desde que inició el confinamiento, el dueño del lugar les dio la posibilidad de pagarle cuando todo mejore.

César se siente agotado por todo lo que vino con la pandemia. La paralización de actividades laborales, la reducción de un salario que se ha convertido en una deuda por pagar y la imposibilidad de ayudar a sus padres en estos momentos.

Tengo casi dos años trabajando en la misma empresa y bueno, no hay beneficios, las vacaciones no son pagas, las gratificaciones no las dan pero bueno, en tiempos de crisis tener algo seguro salva”, expresó.

Pese a la situación, descarta por completo la idea de regresar al país –como sí lo han hecho otros venezolanos- porque “no sabría en qué trabajar”.
“Aquí por lo menos sé que si se normaliza todo voy a tener mi trabajo porque estoy acumulando una deuda y el jefe no me va a despedir porque le tengo que pagar primero” completó.

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Para Douglas, la cuarentena tampoco ha sido fácil. Nadie estaba preparado para manejar una pandemia y las restricciones, cayeron por sorpresa y sin ahorros a muchas personas.

“Tenía ahorros pero ya los gasté, ahora un primo me está prestando dinero” dijo Douglas preocupado, porque, entre otras cosas, ya no tiene dinero ni para él ni para enviar a sus padres en Venezuela.

Aunado a ello, la deuda del alquiler también se está acumulando.

Mensualmente paga 130 soles en una zona de San Juan de Miraflores –donde vive desde hace un tiempo- y a la cual se mudó porque quería ahorrar más dinero. Por fortuna, el dueño del lugar le ha permitido pagarle cuando todo mejore.

Douglas se siente impotente ante la situación que atraviesa el mundo y pese a comprender que lo mejor es quedarse en casa para evitar el contagio, no ve la hora en que todo vuelva a la normalidad.

“A nivel personal es un problema como un castillo de grande, porque ya estoy debiendo mucho real y eso me hace sentir mal porque no estoy acostumbrado a deber nada, casi no duermo por esas cosas” comentó desanimado.

La pandemia no respeta fronteras

Desde Colombia, Luis Alfredo vive una realidad similar a la de César y Douglas.

“Me afectó muchísimo la cuarentena porque parte de mi contrato en la empresa (donde trabaja actualmente) era la comida y la dueña vive retirada del local donde trabajo y vivo” explicó

Desde hace unos meses, Luis trabaja en un negocio de rotulado gracias a una señora que lo contrató por recomendación de otras personas del barrio Kennedy. “Como el negocio está empezando el trato es que mi pago es la estadía (vive y trabaja en el mismo lugar), el almuerzo y los servicios”.

Aunado a ello, la dueña del sitio le dio la oportunidad de tatuar ahí. “Como hay dos cuartos donde vivo, tengo habilitado un cuarto para tatuar” agregó.
En este tiempo, el tatuaje ha sido la actividad que le da de comer, a él y a su pequeño hijo, pues se separó de su esposa hace unos meses y ya no están juntos.

“A pesar de que sea buena o sea mala la situación aquí, no pierdo la esperanza de volver a mi país”.

Luis no niega que al inicio de la cuarentena quería regresar a Venezuela pero, con el pasar de los días y al ver la situación de otras personas que incluso regresaban caminando, se resignó a seguir trabajando en su arte en Bucaramanga.

“Hay semanas buenas y semanas malas, a veces hago dos tatuajes de 30.000 en toda la semana y otras que hago ocho o más” explicó.

La realidad es que Luis gasta más dinero del que gana y ahora, en cuarentena, la situación es más difícil. Pese a estar separado de su esposa, debe cubrir con sus gastos de alquiler y mercado, porque desde hace quince días le dejó su hijo para “tener mayor movilidad con los domicilios.

Otro factor es su comida, donde vive no paga alquiler pero tampoco tiene dónde cocinar y, debe comprar comida en la calle a diario.

“Sinceramente gasto muchísimo más de lo que gano” comentó un poco triste y frustrado, porque, aunque se esfuerce por buscar mil formas de generar dinero, no logra hacer lo suficiente para tener estabilidad económica.

Como él, Karly se siente frustrada porque la pandemia la dejó sin trabajo y los ahorros que tenía hasta el momento tuvo que gastarlos para poder sobrevivir.

“Yo ganaba 1.100.000 pesos pero sin ningún beneficio de ley y mi novio gana mínimo que son como 900.000 pesos pero tiene derecho a comisión” explicó.

Antes de la cuarentena, los ingresos de ambos se destinaban a las compras del mes para su hogar, el pago del alquiler y enviaban 200.000 pesos quincenales para sus familias en Venezuela. Ahora, percibiendo la mitad de los ingresos que antes, deben hacer malabares para rendir el dinero.

Antes hacíamos mercado quincenal, ahora toca comprar mensual, por lo menos este mes gastamos 300.000 pesos, no creo que nos alcance pero toca resolver con lo que hay hasta final de mes” indicó preocupada. “Ahora como íbamos a cobrar mensual pues se pagó arriendo, se enviaron 170.000 pesos a Venezuela y se hizo el mercado” agregó.

“Me siento frustrada porque estamos lejos, aquí cada vez hay más casos, incluso en la zona donde vivimos hay casos y sí me da el virus y uno es ese porcentaje que no lo puede superar”.

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Antes del covid-19, Karly tenía planeado volver a Venezuela junto a su novio pero ahora el panorama ha cambiado. “Con esta situación y la cosa en Venezuela con los servicios públicos” cambiaron de decisión y han preferido esperar un tiempo prudente, guardando la esperanza que en el país las cosas mejoren.

“Mis papás tienen un local alquilado y ellos se ayudaban con el alquiler pero ahorita no lo están pagando, mi suegra dictaba tareas dirigidas y ahora también eso está parado” agregó.

Ahora mismo, Karly descarta la idea de volver a Venezuela pero “en un momento que él (su novio) llegue a quedar sin trabajo y nos quedemos aquí de brazos cruzados sí tenemos que arrancar” dijo sin dudarlo.

Sabe que el contexto actual no es sencillo y que el coronavirus no se irá de nuestras vidas de un día para otro, pero considera que todo es parte de un proceso.

“Es difícil pero es como un esfuerzo que se hace a ver si uno puede empezar a construir su futuro ladrillito a ladrillito” dice con sentimiento.

Un futuro incierto

Estos venezolanos anhelan que todo vuelva a ser como antes; para algunos, volver al país no está contemplado, mientras que otros desean con todas sus fuerzas, regresar a la tierra que los vio nacer.

“No pienso en volver, no sabría en qué trabajar allá, aquí por lo menos sé que si todo se normaliza voy a tener mi trabajo” dice César con plena convicción en que quedarse en Perú es la mejor decisión que puede tomar. Actualmente está estudiando forex pero considera que “es algo más a largo plazo”.

En el caso de Douglas, ha intentado buscar nuevas alternativas para generar dinero. “He buscado trabajos por páginas de internet pero nada” dijo. Estar sin trabajo le genera preocupación porque los días pasan y las deudas se acumulan, entre dinero que le han prestado y el pago del alquiler.

“Pienso volver a Venezuela pero de vacaciones, más bien me gustaría irme a otro país en el futuro, menos a Ecuador” aseguró.

Para Luis Alfredo –pese a los obstáculos- la cuarentena ha representado una oportunidad para seguir adelante. “Quiero aprovechar la buena racha que tengo a veces para comprar un buen equipo porque las máquinas (de tatuar) con el tiempo y el uso se van deteriorando” comenta.

Luis quiere mejorar cada día en el tatuaje y así, aumentar su cartera de clientes. “Quiero armarme un buen equipo, invertir en material y planificar bien mi entrada a Venezuela, no descarto la idea de volver pero quiero ir prevenido” dice haciendo referencia a retornar pero, con ahorros suficientes para poder brindarle un mejor futuro a su pequeño y ayudar a su familia.

Como Luis, Karly también quiere regresar. Desde que decidió marcharse, su plan siempre fue ahorrar dinero para emprender un negocio en Venezuela, el país de sus amores.

Los planes son volver a Venezuela y a lo mejor seguir en el ámbito que siempre me manejé allá que fue la política” dijo, pues antes de irse a Colombia, estudiaba Ciencias Políticas en San Cristóbal, carrera que dejó inconclusa.

“Deseo terminar la carrera y de repente emprender en algún tipo de negocio, poner en práctica algo de lo que hemos aprendido aquí e ir como a construir el futuro allá” concluyó.

Nadie tiene la certeza de cuánto tiempo pasará antes de volver a la normalidad a la que estábamos acostumbrados pero de lo que sí están seguros estos venezolanos, es que su esperanza es más fuerte que cualquier pandemia.

A pesar de estar enfrentando un enemigo invisible lejos de casa, tienen la plena convicción que más pronto que tarde todo mejorará y podrán construir el futuro que tanto anhelan, en Venezuela o lejos de ella.

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