• Confinados en su prisión, los roedores domesticados se pasan la vida esperando les llegue comida, algo de atención, un poco de cariño. En los interines se montan en el carrusel de su jaula y eso es carrera y carrera a sabiendas que con ese esfuerzo no es mucho lo que se avanza. Quizá lo hagan para no morir de aburrimiento. O para huirle a la locura. O para buscar algún sentido. Así estamos nosotros

Razón tenía Zaratustra cuando enfrentándose a su propia historia habló y dijo: las personas están condenadas al sinsentido de girar una y otra vez en la rueda. Y fíjense. Aquí seguimos nosotros, los aislados del cuento pandémico, los de fragilidad adaptativa, estos a quienes nos tocó enclaustrarnos frente a nuestros propios demonios. Desde nuestras casas por cárcel, sintiéndonos como unos soberanos inútiles, una y otra vez vimos desfilar quién sabe cuántos estados de ánimo, planes e ideas frustradas, cobardías y perezas propias y ajenas. 

A estas alturas muchos nos hemos preguntado: ¿encerrado como estoy, sirve de algo intentar ser productivo? ¿Interesará eso a alguien? Las respuestas solo se pueden conseguir en la primera persona del singular. 

Justo ahí volteo pa’ los lados. Veo mi propia rueda de hámster. Me monto en ella, y empiezo a darle pedal. 

Un día a la vez

Escribía Cortázar en “La vuelta al día en ochenta mundos” que el tiempo es molesto. En medio del Covid-19 como que lo es más. La energía nos cambia y presupuesto para terapia no hay. La procrastinación es hermana de la flojera y ninguna de las dos ayuda. Entonces está bueno armarse una agenda, preferiblemente llena de cosas realizables y mejor todavía si nos resultan más o menos entretenidas. Unos días nos levantaremos con mejor onda. Otros seremos más chatos. La verdad siempre fuimos así.

Toca montarnos en la dinámica del teletrabajo. Y mejor irnos acostumbrando, recomiendan. Escuché en CNN cuan beneficioso es ponerse horarios y mucho mejor si cambiamos de espacios, es decir no chambear desde el mismo rincón donde se come o se duerme. También, digo yo, es apropiado vestirse y ponerse zapatos. Trabajar en chancletas 24/7 puede no ayudar cuando de intentos de seriedad se trata. 

Otro dato para llevar la brega casera es no descuidar entretenernos. Autocomplacernos a conciencia, en equilibrio, cuerpo y mente, tangible o simbólicamente. Las recompensas nos motivan y nos regulan el sueño, el humor, la atención, el aprendizaje, el apetito, la sexualidad, la imaginación. Sabemos que amigo el ratón del queso.

Hablando de distracción, tarde por las noches, cuando el internet anda mejor, me dio por documentales científicos en YouTube. Encontré unos buenísimos sobre las eras geológicas de La Tierra. Cuando entendí que todas terminaron en períodos de destrucción masiva dejé de verlos.  

El año de la rueda del hámster

Cada quien a su ritmo

Ahorita cada quien a su ritmo, me dijo hace algunas semanas la bailarina y músico Silvia Aray. Infinitamente cierto. Puede ser sobre frustrante creer que los demás han de llevarnos el paso. Imagínense si encima de tanto rollo, además, hay que alinearse con los tumbaos, velocidades e intervalos de los otros. No mi amor. Qué va. No tenemos que caer en la trampa ratonera de apresurarnos para alcanzar a nadie, exactamente como nadie debería hacerlo por nosotros.

Conozco a tres o cuatro que en el confinamiento se han vuelto súper workaholics. Aplausos para ellos y finísimo si les hace bien. Otros se han ralentizado o incluso desdibujado: maravilloso si les funciona. Un gran amigo y colega afirmaba sentirse en proceso de mineralización 

—Estoy convencido que al terminar la cuarentena me sacarán de la casa convertido en estatua.

Y dentro del amplio panorama de posibilidades, chévere por supuesto encontrarse con quienes se tenga afinidad energética y sincronía de tempo. Explorar sinergias de creación conjunta y dinámicas de coworking puede ser una bendición, aunque para ello no existan normas escritas y todo sea probar, errar y volver a probar. ¿Vale la pena intentarlo? Obvio, como decía Trimagasi en “El Hoyo”.

El mamífero más extendido del planeta, después de los seres humanos

Cada tarde me paso un buen rato frente a la compu. Absorto se me pasan las horas y puedo hasta olvidar pararme de la silla. Para la mente es un regalazo invertirle un par de minutos frente a la ventana, sentir la brisa, oír las guacamayas, recordar la omnipresencia del Ávila.

Allí repienso. Me cuestiono si se estará cerrando algún ciclo, o si más bien estamos abriendo un nuevo compás, la nueva fase de algo que nos supera. Quién sabe. Solo tengo certeza que este maniacodepresivo sádico y sarcástico año 2020 a todos nos puso contra las cuerdas y al mejor estilo Tyson nos cayó a trompadas y hasta nos mordió la oreja. Sucio.

Yo que nunca tuve corazón para tener un ratón encerrado en una jaula terminé siendo uno. Listo. Y claro que me monto en mi carrusel y ahí le doy julepe y eso es vuelta y vuelta hasta que me canso, pero con la certeza que mañana voy de nuevo. Si parezco estar estacionado, ¿me sirve darle tanto? Sí. Y mucho.

Hoy estamos entre barrotes y sin fórmulas pero más temprano que tarde tocará salir de nuevo. Sí o sí habrá que procurarse ingresos y alegrías a sabiendas que muchísimas cosas serán distintas. No lo pedimos pero somos protagonistas de este zaperoco y nos toca inventar cómo queremos nuestro mundo postpandemia. De hecho ya nos lo estamos construyendo

Por lo pronto espero no me agarre enratonado y que en la rueda al menos las piernas se me hayan puesto a buen tono, listas para darle incluso si la cosa es a las carreras. 

Qué ratada. 

El año de la rueda del hámster

Horacio Blanco

Treinta de mayo del veinte veinte

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