Que el lector se espante no se podría remediar, aunque sí rogar que no claudique pronto; no abandone así no más. Si se recurre a latinajo no es inmodestia, es solo propuesta de ahondar en la raíz de las palabras y qué mejor rizoma que el ni tan muerto latín. Radicitus quarentenam o lo que ya no es lo mismo en castellano: “Cuarentena radical”. ¿Qué se entiende por tal cosa? Uno ve hoy como tan a la ligera se emplea el adjetivo: “Yo soy un radical”, se autodefine algún temperamento pululante y viral en las redes. “¡Otro radical más!” ¿Pero qué es un radical o ser radical?  Si es por lo que manifiestan, los radicales de hoy, no son libres. La siempre metafórica química cede la imagen: esa que se forma en el intermedio de las reacciones, el radical libre, dotado de electrones desapareados. Corrijan los químicos; no los filólogos.

¿Y dónde poner ese objeto, cosa, entidad o lo que sea? ¿En dónde cabe mejor la-cuarentena-radical? ¿Dónde en la casa o el cuerpo? Bien, si uno en vez de ofuscarse consulta el Diccionario de la Real Academia Española siempre conciliador y fiel a la raíz latina de la lengua romance, topa con que acaso lo que tanto llena la boca del poderoso y desconcierta a la plebe, la-cuarentena-radical se avendría a la acepción tercera: “adj. Total o completo. Cambio radical”.

O sea, se nos quiere decir desde la instancia única de decisión que tendremos un encierro total o completo. Véanse, a continuación, las imparciales definiciones que el Drae decoroso da para cuarentena. Cabe adivinar siempre de buena fe que la redundancia se corresponde con la acepción séptima: “f. Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales”. 

Sin contar con que el significado de la palabra período también es desafiado por el fenómeno y su política, el de aislamiento se oscurece aún más ¿Cómo más aislamiento en el caso del país que ocupamos? ¿Las razones? Obvias, ¿no? Para qué si no, entonces, nos encaran en cadena de TV con esas barras de colores que en una línea de tiempo siempre van en acenso, vale decir, el número de contagios, de decesos a causa del virus Covid-19. ¿Por qué la insistencia en que todos llevemos tapaboca aunque mute en babero? 

Podría asombrar, pero no a tantos como debería. Persiste la negación entre el común: “El virus no existe. La cuarentena es por la falta de gasolina”, reza la frase recogida de primera mano y la especie se esparce más rápido que la recomendación del científico y la autoridad sanitaria.

Es notorio que la gente da mayor crédito a la leyenda que al dato cierto. No es tendencia nueva en el ánimo humano. El salero que trae una cadena de Whatsapp, por su aroma mistérico y el tono cifrado, es competencia desleal al informe autorizado.

Y el gobernante tal vez confíe demasiado en la fruición compartida y por eso convierte supuestos en declaración oficial; la política de la mentira impera a sus anchas hasta que se revierte. Si necesidad es de ahora informar en serio incluso en provecho del establishment, nadie cree los números de contagio dada la acostumbrada impostura y prefiere la versión callejera de la ausencia de gasolina. Igual, hay que llevar el sanitario bozal, no sea que el guardia detenga a la persona por salir a tomar aire con tanto riesgo. Justo el Día de la Independencia se anunciaba el mayor número de contagios en 24 horas, desde que iniciara el confinamiento.

Responsables del malentendido son los operadores del poder incapaces de explicar cuestión tan objetivable como una epidemia sin tramarla de ideología; nada acontece ni se explica fuera de tan estrecha cosmogonía como es la creencia de la nomenklatura. No hay verdad, solo versiones y conjeturas; los contagios son conspiraciones y los pacientes, enemigos.

Cuarentena radical o cuarentena a conveniencia; elija cada quien cuando tal vez sea de bien volver a la acepción primera que el Drae establece para el adjetivo de marras: Perteneciente o relativo a la raíz”

Raíz:

Del lat. radix, -īcis. 

3. f. Parte de una cosa, de la cual, quedando oculta, procede lo que está manifiesto.

Con todo lo dicho, igual no baste quedar en la pura especulación semántica, puesto que, en el mundo cautivo y reducido a la virtualidad –la mera pantalla y sus pixeles–, discernir lo manifiesto, es tarea cada vez más espinosa.

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