Pronto dará inicio a una nueva temporada de beisbol de las Grandes Ligas, en medio de una larga lista de normativas de bioseguridad para proteger a jugadores y personal técnico. En esta situación, surge una creciente preocupación económica. 

Existe una industria que depende directamente de estos atletas y es la industria de la saliva. Así como lo lees, la saliva. Esa sustancia de habitual presencia en nuestro espacio bucal es en el beisbol la responsable de muchas acciones de juego.

Seguramente alguna vez escuchaste sobre la bola ensalivada. O seguro has visto a un jugador escupir su guante y frotarlo en pleno juego, como si fuera pega, cuando en realidad está hidratando el cuero. 

Durante un juego de beisbol se consume una gama amplia de productos, hecho que para muchos resulta imperceptible o normal. Sin exagerar, la saliva es la segunda sustancia con más presencia alrededor del juego de beisbol, después de la cerveza. Es un factor fundamental para el desarrollo de este deporte, ya que muchos productos dependen directamente de este lubricante natural. 

El mejor ejemplo es el tabaco. Cada jugador cuida celosamente su reserva de tabaco como un tesoro personal. Un pelotero permite recibir múltiples nalgadas en público y no pasa nada. Pero nadie le puede tocar el tabaco porque ahí sí existe un problema y muy serio.

La misma realidad se presenta con el chimó, un poco menos popular en Estados Unidos, pero también presente, sobre todo en los jugadores criollos. El chimó es el primo pobre del tabaco saborizado y requiere una alta y constante expulsión de saliva.

Otro producto que se consume en volúmenes muy altos es el chicle. Y si lo pensamos bien, un pelotero es como una vaca, pues vive de estar masticando sobre el pasto.

También están las semillas de girasol, que resultan súper entretenidas para todos los jugadores en banca. Créanme cuando les digo que es la única razón de vivir para un pelotero que está sin jugar. Ahora los peloteros no estarán en las bancas, estarán en las gradas. Más que peloteros en grada estarán como pajarito en grama.

Bajo las condiciones actuales de seguridad sanitaria está claro que el expulsar saliva alegremente, por todas partes, ha pasado de ser un acto desagradable a ser altamente peligroso. Esto es terrible, no se podrá cumplir con el ritual sagrado del bateador, que consiste en golpear los zapatos con el bate, acomodarse la copa y escupir. Esta bonita tradición —por el momento— se perderá. 

A los peloteros, acostumbrados por años a consumir tabaco, chimó, semillas y chicle a diario en alta cantidades, ahora les tocará cambiar sus hábitos de la noche a la mañana. Seguramente esto generará un fuerte y grave trastorno al hábito del jugador y mucho más perjudicial será para la industria de la saliva. 

Esta temporada será la más sana de la historia, no habrá cervezas en las gradas ni tabaco en el campo. Estaremos en presencia de la primera emisión televisada del Beisbol Profesional Cristiano. 

Esto último puede sonar algo gracioso, pero para los que se mantienen a flote por la producción salivica de los jugadores no lo es tanto. La pandemia, que utiliza la saliva como principal vehículo de contagio, altera más de un siglo de tradición deportiva, familiar y social que tiene el deporte del bate, el guante y la pelota, donde escupir es una de las acciones más comunes del juego. Me atrevo a promulgar que el escupir libremente dentro del terreno es un derecho humano fundamental del pelotero.

En contraparte, la industria de la saliva —seguro— ya debe estar creando mascarillas con esencia, olor y sabor a tabaco, chimó, chicle y semillas de girasol. Porque si algo tiene un pelotero es maña, cosa que no es extraña, si no batea hoy lo hace mañana, quizás sea un récord y se convierta en hazaña.

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