• El equipo de El Diario conversó con el expreso político que recientemente fue indultado por el régimen de Nicolás Maduro. Una vida de lucha por la tradición conservadora y liberal lo había llevado a ser frecuentemente encarcelado. Sin embargo, la prisión no ha hecho mella en su espíritu y en sus ganas de cambio

Se descubre en la prisión lo más insólito. Uno de los hallazgos de Vasco Da Costa, expreso político, fue que las cucarachas tienen dientes y muerden, por ejemplo. Que con vocación casi suicida acuden al cuerpo dormido, inerte, en busca de quién sabe qué alimento, consumidas por el hambre atroz. No piensan las cucarachas, por lo que muchas de ellas amanecían aplastadas por los torpes movimientos de los que pernoctan. Sus cadáveres invertebrados abrigan a los reclusos y no pasan desapercibidas. Hacen más que solo corretear y producir asco a quien las ve. Las tienta la carne debilitada por la falta de libertad. Así son las plagas, pues. Ansiosas todas de consumir lo que está encerrado, de enfermar, de matar. 

Otro descubrimiento fue que las pestes en las cárceles son más numerosas que la población de privados de libertad. Que hay más ratas que presos, y que los pequeños mamíferos tienen más libertades que los hombres en las mazmorras. Que el castigo y la penuria no la imparten solo los humanos sino los animales rabiosos, famélicos, carentes de conciencia y de ética y llenos de enfermedades. Incómodos, los sucios roedores ven en los reclusos su sustento, una posibilidad más de sobrevivir a su miserable existencia, un mordisco a la vez. Una mordida a la vez.

Y las paredes y el suelo de la reclusión también enferman. Hongos, sarpullidos, la epidermis enrojecida por patógenos desconocidos, invisibles. “Pero eso es café pequeño”, dice Da Costa como para aminorar el flagelo. Como si la picazón perenne fuese más bien sarna con gusto en medio del infierno. “Para mucha gente eso es horrible, pero para lo que se vive en la cárcel ese es uno de los problemas menores”.

¿Y de qué se alimentan las personas encerradas que nutren a las calamidades andantes y peludas, a los invertebrados, con sus menguados cuerpos? De platos menudos, escuálidos. De un puñado de arroz sin sal, de caraotas insípidas, de vestigios de agua sucia y probablemente nociva para la integridad corporal. Sorprende, entonces, que Vasco Da Costa afirme con tanta soberbia, tanto orgullo, tanta entereza, que: “La cárcel a mí me alimentó”. Que no lo disminuyó en lo más mínimo.

Las persecuciones me alimentan. La cárcel me alimenta. Oír a esos comunistas chillar con las cosas que uno dice me alimenta. Yo estoy empezando mi lucha”, asevera para El Diario.

El que sepa que el sometimiento no hizo sino acentuar sus ganas de cambio político no se asombrará entonces de que, cuando escuchó que había sido indultado por el régimen de Nicolás Maduro, saliera a la calle en mitad de la noche, declarara lo siguiente:

“Para volver a la democracia hay que extinguir la revolución bolivariana y la perversión del socialismo del siglo XXI. Más nada, eso es lo que yo les pido, ayuda. El señor Juan Guaidó está cumpliendo su papel. A él le digo que no sea pusilánime, todavía debería hacer ciertas cosas. Tiene recursos, relaciones internacionales, la facultad de convocar al TIAR, la facultad de meter presos a los bandidos en el poder. Que se mueva. La consulta no me parece, esa consulta ya fue hecha. Que se deje de tonterías, lo que hay que hacer es luchar por la libertad de este país”, asegura.

Dichas palabras fueron pronunciadas justo al salir del recinto de los que él llama “sus verdugos”. Y las dijo con tal fuerza e ímpetu, rozando el grito y la arenga, que es difícil imaginar que sus custodios no las hayan escuchado. Que hayan hecho oídos sordos.

“Yo estaba tirado en la litera de mi mazmorra en Ramo Verde, y tenían una radio prendida. Es entonces cuando escucho a Jorge Rodríguez, que habla de un indulto presidencial, y mencionó mi nombre. Me emocioné, imagínate”, relata. Había añorado desde hacía mucho tiempo el sol desde la oscuridad. Es una alegría, asegura, que solo conoce el que ha estado preso.

Su hermana, Ana Da Costa, lo estaba esperando en las afueras de Ramo Verde. Los besos y abrazos fueron ineludibles y conmovedores para los consanguíneos. Él le dijo: “Lo conseguiste, estoy libre”. Todo entre sonrisas que saben a victoria entre la catástrofe para la familia. Ella lo corrige: “No, lo conseguimos, Vasco”.

“Mi hermana es una gran guerrera y una gran luchadora”, dice. Luego del anuncio del indulto, pasaron más de 24 horas para que Vasco Da Costa fuese liberado. “Suerte que era una ‘liberación inmediata’. Primero fue el frío intenso de la noche, y ahora llevamos horas bajo los rayos del sol esperando que salgan”, denunció Ana Da Costa al ver que su hermano no salía de Ramo Verde.

Ha sido ella una de las caras más visibles de la resistencia y defensa de los derechos humanos de Vasco Da Costa, pero no era la única doliente. Pese a que no tiene hijos ni se ha casado, muchos miran por el expreso político. “Tengo a mi hermana, mi hermano, mi cuñada, con mi sobrina, con mi sobrino nieto, con mis primos. Tengo una familia con la que cuento”.

La disonancia fue inevitable para Vasco Da Costa al llegar a su hogar. Los colores, sabores, olores que le gustaban estaban allí. Pero también estaban los estragos, causados por los funcionarios policiales cuando lo detuvieron en el año 2018. Encontró entonces una casa destruida, muebles destartalados, camas destrozadas, lámparas arrancadas, el vidriero de su madre fallecida quebrado. 

“¿Qué daño puede hacer una vidriera al socialismo? Ahí ves el odio del socialismo del siglo XXI. Las lámparas en el piso, la madera resquebrajada. Yo dije: ‘Esto es triste, pero lógico’. El socialismo ha dejado a Venezuela rota, destruida, triste. Si una garra asquerosa del socialismo entra a mi casa, tiene que hacer lo mismo. Me siento triste, pero de ahí sale ánimo también, esto es perverso y hay que destruirlo. No es solo político, sino personal esto”, afirma.

¿En qué cree Vasco Da Costa?

Precoz en la política, con la cual tiene relación desde que fundó, con sus amigos del colegio San Agustín de El Paraíso (Caracas), una organización católica anticomunista en defensa de la tradición, la familia y la propiedad privada, Vasco Da Costa siempre estuvo permeado por la irreverencia.

“Esa organización”, relata, “fue disuelta por el gobierno de Jaime Lusinchi. Tenía como propósito luchar en contra de los intereses de Fidel Castro en Venezuela”.

Sin embargo, a la arena formal del conflicto político entró al mismo tiempo en que Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela.

Desde el inicio adversé a Chávez, pues tengo mis principios enraizados en la lucha contra el comunismo ateo, materialista y antinatural. Evidentemente desde que llegó la perversión, esa maldición que ha destruido a Venezuela, estoy involucrado en la lucha, que terminará con la desaparición de ese fenómeno en el país o con mi muerte. Punto”.

Fundó la organización no gubernamental Foro de Caracas, que trabaja “por el perfeccionamiento del pensamiento político en Venezuela y la defensa de los derechos humanos”. Además de eso, es vicepresidente de relaciones exteriores del partido Nuevo Orden Social (NOS), partido que, según el testimonio de Da Costa, “fue proscrito por el chavismo”. 

También fundador del Movimiento de Nacionalismo Dorado en Venezuela, no se permite demasiada modestia y asegura que se trata de una de las pocas organizaciones que adversa “el gatopardismo común en la escena política venezolana”. “Somos la única solución para sacar a Venezuela del socialismo, queremos una nación próspera y que se desenvuelva”, señala.

En lo político, conservadores. En lo económico, liberales. En lo social, “de avanzada, dando herramientas a los pobres para que dejen de requerir ayudas”. En lo ecológico, propone lo que haga perdurar a la naturaleza, mientras que ésta sea dirigida por el hombre, “como propone el punto de vista cristiano”. Cree en el derecho natural por encima de todo lo posterior, legitimado por la inmanencia del mismo. Católicos, fervientemente católicos. Su moral deriva del catolicismo. Y, finalmente, como su nombre lo indica, nacionalistas. Los altos intereses de la República para Vasco Da Costa es más importante que intereses personales, grupales, e incluso familiares.

“Deberíamos estar en la punta de lanza de todas las organizaciones que enfrentan al régimen, porque tenemos todas las ideas que la gente quiere. Pero no es así. Estamos un poco desorganizados porque la persecución asusta a la gente. Esas son verdades que se tienen que afrontar. El miedo también aleja los recursos económicos. Sin recursos y con miedo hay que trabajar de manera subterránea”, admite.

Tiene 61 años de edad y es hipertenso, cardiópata, diabético, obeso. Asesora, bajo perfil, a aproximadamente 1.500 personas. “Deberían ser más”.

-¿Usted cree en el uso de la fuerza para salir del régimen?

-Yo creo que será la inteligencia la que nos haga salir del régimen. No estamos ante un Pinochet, que salió por elecciones. Él era de derecha, la cual sale por elecciones. Nosotros estamos ante un Allende o un Fidel Castro. Entonces, evidentemente la salida electoral no existe. Creo en la presión de calle, en la ruptura del contrato social, en las medidas coercitivas del exterior, en las sanciones, pero si un bandido en la calle que se dice gobierno te quiere matar, tienes que defenderte. Y para ello necesitas poder de fuego. Tengo derecho a pensar eso, porque soy intelectual. Si un bandido entra en tu casa y tienes un arma en la mesa de noche, tienes que dispararle. No vas a decir: ‘Voy a ver si la mayoría de mi familia quiere que usted entre’, o ‘voy a ver si hacemos un consenso y usted tiene relaciones sexuales con mi hija y a mi mujer una semana y a mi me toca la próxima semana’, eso son estupideces.

-¿Usted tiene conocimiento en uso de armas?

-No, no. Yo soy un civil. Me atacaron y golpearon en el ojo. Querían dejarme ciego, porque yo lo que hago es leer.

Decenio de capturas y torturas

“¿Por qué le llamarán la jaula de los locos? Será por los custodios”. Así le dicen a un cuarto en la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim). A Vasco Da Costa lo llevaron ahí varias veces. Aún no entiende por qué, pues no le preguntaban nada, entonces el interrogatorio no era. Pero lo golpeaban.

Pedir asistencia médica fue un error para él. “Me dieron golpes en la barriga con un bate para que evacuara. Después, agarraban la mierda, la metían en una bolsa de cuero, la ataban a mi cabeza y me dejaban guindando, colgado. Después de eso me preguntaban: ‘¿Necesitas asistencia médica? Cuando ya estés curado, nos avisas’”.

-Por las torturas en la Dgcim se me rasgó un ojo, y me salió un cáncer. Fui operado, gracias a Dios, y ya estoy viendo bien.

Entre el año 2004 y 2020 ha sido detenido en ocho ocasiones. Algunas no han sido documentadas ante tribunales.

“Mi primera detención fue en la calle Cumaná, quinta Yolanda, en El Cafetal. Me dieron una paliza y me torturaron. Entre los nombres que tengo anotados están los de Miguel Rodríguez Torres, que en ese entonces era director de la Disip; Marcos Chávez, director de la PTJ, y un hombre de apellido Collazo”, relata. Eso fue en el año 2004.

Operación Daktarí fue el nombre que le dio el Estado al supuesto plan liderado por Vasco Da Costa para derrocar al gobierno ese año.

Con resignación, asegura Da Costa que lo han acusado de todo. Enumera los cargos en su contra como una lista de artículos de supermercado, y le es imposible dejar de ironizar sobre ellos. He aquí el “inventario”:

De traición a la patria, de conspiración militar, golpe de Estado, instigación a la violencia, fabricación de armas de guerra, almacenamiento de municiones, de terrorismo -varias veces-, de sacar objetos de las Fuerzas Armadas, ultraje a las Fuerzas Armadas, entre otras. Por supuesto, todos son mentiras, yo soy un intelectual. Así he ido de tribunales militares a civiles y viceversa”.

En 2018, Vasco Da Costa volvió a la cárcel. “Un grupo de exterminio está llegando a mi casa”, fue lo último que alcanzó a decir por su cuenta de Twitter. Lo capturaron funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en el marco de un operativo del régimen. No fue el único que desapareció esa noche. A José Luis Santamaría, Regulo Castro, Pedro Urbina, Luis Leal y dos jóvenes de 18 años de edad también los aprehendieron, según la prensa nacional.

La operación, casualmente llamada “Gedeón II”, de acuerdo con su coordinador, el ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, tenía como objetivo “la captura del líder de una poderosa banda del crimen organizado que intentaba acciones violentas contra el pueblo de Venezuela”. A Vasco Da Costa se le acusó de ser “el líder y financista de la célula terrorista, relacionado a las guarimbas de 2014”.

Casi pierde la pierna por las mordeduras de las ratas, que le provocaron una celulitis casi mortal, mientras estaba en el Centro de Procesados Militares de Ramo Verde. Previo a su indulto, llegó a pensar que padecía de covid-19.

“Tenía dolor en los huesos, fiebre, dificultad respiratoria, tos seca. Y la doctora me decía que eso era una gripe. Le dije: ‘¿Una gripecinha? ¿Como la de Bolsonaro, será?’ Tenía que vacilármela porque la situación era ridícula”.

-¿Alguna vez pensó en dejar el país?

-Yo me voy del país cuando yo decida, no cuando unos comunistas me boten. Una vez, mientras estuve detenido en el Hospital Militar entre 2019 y 2020, me ofrecieron una medida humanitaria. Me dijeron que tenía que aceptar que me iba del país voluntariamente y que no regresaría. Y les dije: ‘Ese papel no lo firmo, porque no me estoy yendo voluntariamente sino que ustedes me están botando’. Sin embargo, negocié. Les dije que liberaran a mis causas -otros siete hombres que fueron capturados durante la Operación Gedeón II-. Se negaron, y ahí se quedó todo. El indulto también los benefició a ellos, porque si no estuviese haciendo un escándalo.

En la prisión, entabló relación con los militares disidentes. No ha podido conversar mucho con ellos luego de salir del encierro.

“Pensaba en mi familia, me entristecía. Pero sabía que estaban luchando. También pensaba en política, en cada cárcel he ido elaborando lo que tengo que decir para hacer el mayor daño a la revolución. Usar las debilidades de ellos. Gracias a Dios he tenido bastante tiempo en la cárcel para esto”.

El miedo

Vasco Da Costa no niega que tiene miedo. Golpeado, torturado, al borde de la muerte en más de una ocasión mientras estaba en reclusión, tiene todas las razones para temer.

“Sí temo. Si no te lo dijera, sería un mentiroso. Pero cuando te dejas llevar por el temor te vuelves esclavo del temor y de tus enemigos. Aunque no lo creas, lo que tengo que decir es mucho peor. Trato de ser prudente. El hombre que se deja dominar por el miedo es un cobarde”.

Se descubre en la prisión lo más insólito. Que los barrotes hechos para disminuir lo engrandecieron, que no destruyeron un ápice sus ganas. Y trataron de humillarlo, de quitarle todo cuanto tenía. A diferencia de las ratas y las cucarachas, que masticaban sin pedir permiso a nadie y haciendo uso de la libertad de los libres, él debía arrodillarse frente a sus custodios para poder ser debidamente alimentado. “Si no lo hacía, no comía”, relata sin la más mínima vergüenza y pudor.

Hay algo de estratégico y de táctico en cada paso. Una actitud beligerante permanente en cada gesto. No se permitirá olvidar y dejar de actuar en contra del régimen hasta vencer o morir.

Lleva la cuenta de cuánto tiempo ha estado preso en las últimas dos décadas. Y si la precisión no le falla, asegura que lleva siete años preso. Aproximadamente 2.555 días. 61.320 horas. A semejante cantidad de tiempo encerrado, Vasco Da Costa lo llama “preparación”. Todo lo vivido fue solo el preludio de una guerra a muerte que se propone llevar a cabo desde la trinchera de la ciudadanía. “Esto es solo el comienzo”.

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