• Juan Carlos Méndez Guédez es uno de los escritores venezolanos más reconocidos de los últimos tiempos. En esta entrevista exclusiva para El Diario, el autor reflexiona sobre su narrativa y el país a través de su trayectoria como cuentista

Historias del edificio (1994)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

Se reitera en cada uno de estos personajes confinados en sus apartamentos los deseos inalcanzables a través de minúsculas escenas cotidianas, íntimas, que revelan sus desdichas y anhelos, o bien, su mirada taciturna a ese mundo exterior que se les antoja ajeno.

En el relato del apartamento 7-B se narra una versión caraqueña de La Ilíada, la guerra entre dos bandas delictivas juveniles, Los David y Los Menudos. “Al principio solo se escuchaban los ruidos” es la frase inicial de este cuento y de tu carrera en este género literario. Ruidos que de cierta manera encontramos ecos en un relato que publicaste veinte años después: “Un círculo para Ainhoa” de La noche y yo: “Hace un mes escuchó ruidos cerca de su casa. Se asomó con discreción por una ventana. Descubrió a tres pistoleros apuntando a sus vecinos: un matrimonio, una anciana en silla de ruedas, dos niños”. 

Foto: Miguel Lizana 

—¿Cómo percibes los ecos de aquellos ruidos en la Venezuela de hoy?

Crecí en un lugar ruidoso de Caracas, junto a la Intercomunal de El Valle. Es un lugar que amo mucho, pero que tiene un trasfondo de rudeza y peligro que no se puede ignorar. Pero lo cierto es que yo solo podía ver un pequeño trozo de la Intercomunal; un trocito entre dos edificios. Así que mi avenida es una avenida sonora. Yo pasé muchos años de la vida escuchándola, sabiéndola próxima; conozco sus respiraciones, sus momentos de sosiego, de aspereza o peligro.

Hay personas que pueden haber tenido el privilegio de escuchar en la niñez y en la adolescencia un río, una playa; yo tengo mi avenida. Y desde esa Intercomunal y desde los puntos que la rodean: la existencia era muy sonora. Estaba la música de los viernes, las distintas fiestas, las risas, la alegría de la gente. Pero también estaban los tiroteos, las ráfagas, los soplidos sobre las pistolas.  Allí sonaban con rotundidad la vida y la muerte. Y ciertos ruidos, claro, significaban la inminencia del peligro. Pasé una buena parte de mi vida lanzándome al suelo cada vez que estallaba un tiroteo. Incluso ya era capaz de seguir leyendo sin levantarme. 

Así que el ruido que mencionas, podía ser una señal de alerta. Quizá por eso existe esa continuidad que mencionas. El ruido activa nuestra capacidad animal de supervivencia, y escribir es un modo de sobrevivir; así que supongo que eso desembocará en mis historias. 

Y claro que el ruido de esos años remotos, ahora es ensordecedor. Ahora Venezuela es un continuo ruido de amenaza. Ruido eran las palabras del Teniente Coronel Chávez, ruido son los balbuceos de Maduro, ruido son las motos con los esbirros de la dictadura. No hay comparación entre lo que viví y lo que se vive ahora. Incluso el sonido de la música significa otra cosa. Hay lugares donde suceden fiestas de tres días con música a un volumen que atormenta a los vecinos, y cuando estos reclaman, la respuesta es: “somos policías”, y suben más el volumen. Hasta lo festivo se ha convertido en un modo de humillación y agresividad.

Te cuento que no hace mucho estaba yo firmando ejemplares de la edición francesa de Los maletines en Saint Dié des Vosges. Y una chavista europea se acercó a decirme que en Venezuela siempre había habido la misma violencia; que quizá yo como “burgués” no me había dado cuenta de ello. Por supuesto que me enfurecí. La mujer siguió explicándome mi vida, y cuando le hablé de dónde vengo se quedó callada. “Claro, es que cuando vas de visita, a mis calles no te llevan ni tú te atreves a entrar”, le dije.  Siguió balbuceando consignas y le expliqué: “antes se escuchaban disparos de pistola; ahora se escuchan granadas y fusiles; no vengas a decirme que todo está bien o que todo es lo mismo”. Al fin la mujer se marchó. 

Así que, volviendo a tu pregunta, los ruidos han cambiado, son más aterradores y la literatura es una aspiración a la totalidad. Me gusta que en mis narraciones haya música, trinar de pájaros, olas del mar, risas, susurros, pero también es necesario que los ruidos que generan temor se encuentren allí. Porque en la Venezuela actual hasta el silencio es un ruido que da miedo. 

El autor firma ejemplares de Les Valises (Los maletines) publicada por la editorial Métailié.
El autor firma ejemplares de Les Valises (Los maletines) publicada por la editorial Métailié.

—Desde tus primeros libros de relatos, la materia narrativa de tus historias busca hundirse en “una capa más profunda de los gestos”, tomo esta frase de tu cuento “Aires y repliegues”; háblame de cómo dialogan tus personajes con “ese primer contacto con una fibra profunda del dolor”, ese “insomnio inadjetivable”, esa primera “conciencia de la muerte”.

Porque me interesa que el narrar tenga un doble nivel. Uno realista y otro mítico, subterráneo. 

Concibo la existencia en esas dos instancias. Habitamos al menos dos lugares a la vez. Uno donde sucede el día a día, con sus gestos más obvios, y otro donde sucede el misterio, lo que solo intuimos.

Se trata un poco de que al contar de un hijo y un padre que caminan por un parque de la ciudad, exista ese paseo, con sus calles, sus árboles, sus referencias al Madrid Barça de ese fin de semana, pero también haya una aproximación a los que nos sobrepasa, como diría Rafael Cadenas.

Pienso en dos narradores españoles en los que percibo ese doble nivel: Ernesto Pérez Zúñiga y Nicolás Melini; cada uno a su manera cuenta el mundo y el trasmundo. 

También hay un cuento precioso de Joyce Carol Oates: “El pañuelo”, creo que se llama. Allí hay una historia; una niña, una madre, la vendedora de una tienda. Pero debajo de las palabras hay algo más: la ferocidad del tiempo, la fragilidad de lo humano que logra una inesperada tregua y una inesperada ternura. Yo allí también encuentro innombrados dioses de la belleza, conspirando para que el dolor también sea un milagro.

Eso es lo que busco en mis cuentos y novelas. Los lectores podrán entrar o no entrar en ese doble nivel; creo que ambos tienen su propuesta; aspiro a que ambos sean autosuficientes. Como si debajo de unas lentejas y su sabor, también se pudiese escuchar un susurro, una oración de gratitud. 

Foto: Miguel Lizana 

La ciudad de arena (2000)

En este libro reeditas “Querido Gonzalo”, relato que grita, advierte, sobre las vidas estancadas en un país en “Toque de Queda”, donde sería ya cosa común distanciarse de los afectos porque emigran, o despedirse de los afectos porque fallecen a causa de una enfermedad cuyo tratamiento se hace imposible de costear o porque los mata la delincuencia o las fuerzas de un régimen.

—¿Dónde se encuentra Gonzalo? ¿Quiénes son Gonzalo?

Mira, en efecto, este cuento expone la semilla de una enfermedad que existía en la democracia civil y que, por supuesto, se desató y se desbocó con la dictadura. La represión policial; esa especie de patente de corso que tenían los funcionarios policiales y militares para saltarse los derechos humanos. La democracia civil trajo muchísimos beneficios al país, pero siempre tuvo como materia pendiente el lograr que muchos de sus funcionarios armados cumplieran las leyes. Por supuesto, con el advenimiento de la dictadura, esta oscura represión se convirtió ya en política cotidiana. Que nadie se deje engañar por los discursos mentirosos del régimen.

¿Dónde están varios de los responsables directos de El Caracazo? En el gobierno actual. ¿Dónde están varios de los responsables directos de la masacre de El Amparo? En el gobierno actual. Solo hay que tirar de hemerotecas y mirar nombres. El discurso va por un lado y los hechos por otros. El chavismo fue el fortalecimiento de lo represivo, de la tortura, de los arrestos ilegales. Se le dio más poder a lo más oscuro y miserable de nuestra sociedad. Fíjate en ese cuento que mencionas; ¿cuántas páginas tendría yo que escribir ahora para hablar de las masacres chavistas de 2014? ¿Cuántas para describir la masacre de 2017? ¿Cuántos libros serían necesarios para hablar de los ajusticiados con un tiro en la cabeza, o los que lanzan por una ventana, o los que son golpeados en un cuartel?

Pero claro, hay que comprender algo; más allá del barniz político que pueda tener el chavismo, la esencia de este movimiento hay que encontrarla en el proyecto frustrado de Pablo Escobar. Tomar por asalto el Estado, ser el Estado, de manera que grupos criminales tengan el poder absoluto y ejerzan su ley de malandros sobre la población.  

De todos modos, este cuento (y en general mi obra) no se agota en su lectura política. En este texto en particular, hablo de la idea de la sustitución: ese gesto con el que pretendes llenar el vacío que te ha dejado una omisión. Esa especie de vida paralela en la que para ocultar a medias el fracaso, lo revistes con un acto que lo enmascare.

Tan nítido en el recuerdo (2001)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

Probablemente mi relato favorito de este libro sea “Virgen del Hornazo”, una parodia al fervor mal entendido, donde su protagonista, un estudiante venezolano en Madrid, se cree portador de poderes divinos y curativos y percibe que ya su país no es “aquella playa azul de la infancia, aquel esplendor de rascacielos y modernas autopistas”. Sin embargo, en un momento de duda, miedo y debilidad, titubea entre quedarse y regresar. Su familia coralmente le indica que “Acá no vas conseguir trabajo, quédate allá, quédate, esto se hunde muchacho, se hunde”. Es preciso señalar que este relato está fechado en Salamanca, 1997, y al parecer los únicos personajes con poderes adivinatorios eran las tías del protagonista.

—Hagamos un ejercicio narrativo: poco más de veinte años después, ¿cómo habrá transcurrido la vida de Betulio?

Hace poco leía a Magaly Villalobos, y ella hablaba sobre la necesidad del olvido; porque en efecto, quien no logre deshacerse de nada, se hundirá por el peso de su memoria. Es algo que de manera muy hermosa trabajó Borges en su inolvidable relato: “Funes, el memorioso”, y que de manera conmovedora trata Juan Gabriel en una de sus canciones cuando murmura como un ruego: ¿Cómo hiciste tú para olvidarme? Ayúdame a olvidar/ que en mi mente siempre estás

Un escritor, para seguir adelante, debe aprender a olvidarse de sí mismo; no solo en el momento en que escribe, sino a la hora de mirar lo que ha hecho. El escritor vive en el presente continuo y en el entusiasmo febril por lo que trabaja en ese momento. No puedes seguir pensando en el libro que apareció hace diez años; eso te estancará. 

Te digo esto porque hay algunos de mis cuentos a los que les he ido perdiendo el rastro; así que ahora acabo de releer esta historia que mencionas. Pero al hacerlo, y pensar en tu pregunta recordé que cuando Andrés Neuman acababa de concluir su preciosa novela: El viajero del siglo, me dijo que sentía la nostalgia de no saber qué sucedería de allí en adelante con sus personajes.

Me gustó esa melancolía. Y te diría que desconozco qué puede haber pasado con la vida de Betulio. Te diría que lo desconozco y que me encanta la idea de que eso quede como un pequeño misterio personal.

Porque ahora que vivimos en el mundo de la sobreexposición, en la que si un autor viaja a diez kilómetros a dar una charla nos castiga con trescientas veintidós fotografías y nunca podemos leer lo que dijo, o en la que un escritor anuncia que podrá verse en cámara el momento en que concluye en una novela; creo que la literatura debe viajar hacia el camino inverso; el camino de los claroscuros, el camino de la penumbra y la intimidad.

Kundera habla en sus novelas del sueño totalitario de la transparencia absoluta; creo que a partir de una idea de Breton refiere un mundo de casas con paredes de vidrio en el que todos vigilan a todos. Pues bien, yo creo que hablamos de un mundo triste, sin tesoros ocultos, sin mapas, sin misterio. Así que literariamente me encantaría ir en dirección contraria y enterrar un tesoro, dibujar un mapa.  

Escribir para lograr la restitución del secreto. 

Foto: Miguel Lizana 

—En Tan nítido en el recuerdo, no son pocas las referencias a Barquisimeto, el cocuy, los Cardenales de Lara, las festividades navideñas y los afectos de toda la vida. ¿Cómo recuerdas Barquisimeto? Esta “Tierra de ríos color ceniza”. Ese país del béisbol y reuniones familiares, los afectos de toda la vida, tus amigos de la vida.

Cuando yo iba a Barquisimeto extrañaba Caracas; cuando iba a Caracas extrañaba Barquisimeto. En esa dualidad comprendí nociones como las del deseo, la del viaje, la de la imposibilidad de una felicidad plena, porque tener algo es también aceptar pérdidas.

Barquisimeto era el contraste absoluto con Caracas; en Barquisimeto estaba la numerosa familia, las reuniones inmensas, las muchas casas en las que entraba sintiéndome parte de ellas. También estaba la presencia de un mundo mágico, paralelo al cotidiano. Yo en Barquisimeto llegué a presenciar como en una puerta aparecía y desaparecía una mano que agitaba un abanico negro mientras alguien me comentaba: “tranquilo, Calilo, es la noche que se anuncia”.   

Barquisimeto me conectaba con otra parte de mi ser. Allí sentía esa proximidad rural que yo también era: porque soy muy citadino, mucho, muchísimo; pero en Barquisimeto asistía a la memoria muy reciente de mis parientes en sus pueblos de montaña, rodeados de cafetales, de historias de fantasmas, de aparecidos. En esa ciudad esa otra parte de mí estaba mucho más próxima. Y en Barquisimeto me juntaba con tres grandes narradores orales de mi familia: mi tío Floripe; mi tío Juan y mi prima La Negra. Eso era fantástico, porque el mundo era mucho más divertido y apasionante si lo contaban ellos. Allí comprendí muchas herramientas de la ficción: la gradualidad; la sorpresa final; la exposición previa; la empatía; la ironía cervantina; el detalle real colocado entre tres detalles inventados. Con ellos entendí que lo mejor de la vida es poder contarla; recontarla, reinventarla.

Y Barquisimeto es también el lugar donde vivía Freddy Castillo Castellanos, un sabio, un maestro amado, que leyó todos los libros publicados y algunos que todavía no existen. Una de las personas a las que le consultaba antes de comenzar cada proyecto. 

Hasta luego, Míster Salinger (2007)

Las relaciones de pareja, en pleno fulgor, estancadas, agrias o en declive, anheladas, u olvidadas, alientan las historias de este libro, pero ya, en tu cuarta colección, también vas sumando cuentos que, por retazos, nos narran la historia del país. Me gustaría preguntarte especialmente por una pieza cuyo inconforme y por un buen tiempo desempleado protagonista define su primer día de trabajo como un escape del hastío al que lo someten su esposa y madre, solo que no contaba que ese día coincidiría con un golpe de Estado fallido: “El hombre lobo en el bulevar”.

La fecha y el lugar de escritura lo precisas en 2002, en Madrid, un tiempo anterior a las redes sociales. La imagen del comerciante portugués llorando frente a su local de electrodomésticos incendiado y destruido es una de las tantas imágenes de poderosa conmoción que se dejan leer en el relato. Pero te preciso otra que hoy atrapa mi atención: la imagen de las vitrinas repletas de televisores encendidos que sintonizan la alocución en directo del derrocado y ya restituido mandatario, solo que esta transmisión es obstaculizada por una Santamaría y los vándalos solo alcanzan a escuchar frases sueltas.

—En tiempos en los que los medios de comunicación sufren otro nivel de censura, me gustaría preguntarte qué importancia han tenido para ti desde la lejanía. 

Para los que vivimos lejos del lugar en el que nacimos, el sol sale dos veces cada día. Cuando toca tu cara y cuando toca el rostro de las personas que quieres y siguen allá. Los medios me han permitido mantener una proximidad cotidiana con ese otro mundo. A mí, a mucha gente. Es algo propio de nuestra época. Los medios y todas las formas de comunicación de Internet. Piensa en esas cartas del sabio Andrés Bello rogando a Bolívar por un pequeño empleo que lo sacase de la terrible miseria en la que vivía en Londres; esa petición tardaba nueve meses en llegar y otros nueve meses la respuesta. Un año y medio se interponía en el camino de una urgencia.

Ideogramas (2012)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

Ideogramas es un alfabeto de la nostalgia. Personajes que transitan las calles de Madrid o Caracas mientras decodifican los sentidos, gustos, sabores, climas, intemperies, recuerdos que arrastran en sus vidas. Esto se enfatiza en piezas como “Una novela de Azorín” o “La nieve sobre Madrid”. En esta última, Rubén, el protagonista, resbala y cae en el asfalto alfombrado de nieve. La hallaca que una paisana recién le acaba de regalar sale volando de su mano. 

—Precisamente, desde una Madrid cubierta de nieve, ¿cómo sobrellevas la nostalgia? Esos recuerdos que, como la hallaca de Rubén se perciben como un ave que sobrevuela la ciudad ajena.

Como te dije, ya desde la niñez, con el corazón y las ganas divididas entre Caracas y Barquisimeto aprendí a convivir con la nostalgia, pero la nostalgia como una energía creadora. Yo escribo, entre otras cosas, para superponer lugares, tiempos. Me encanta ese trance en el que te sumerge la escritura. Hace unas horas el cielo de Madrid soltaba toda la nieve del mundo y me rodeaba de hielo, pero yo estaba en la Intercomunal del Valle una tarde de 1988, mirando a unos personajes que compraban queso de mano en la calle 14.

Y eso me sucede constantemente: camino por la calle Alcalá pero también estoy en una ventana del Tequendama en Bogotá o me tomo un mosto cerca de la plaza mayor de Salamanca; paseo por El Retiro pero al mismo tiempo estoy bailando en una fiestecita en la Vargas con 16 en Barquisimeto. Bebo café en la calle Barquillo, pero también estoy fumando frente a una librería en Cours Mirabeau en Aix en Provence. 

Se dice poco, porque es más “literario” hablar de la escritura como sufrimiento, pero escribir es un continuado acto de felicidad y de juego. Escribir es saltar por encima del tiempo y el espacio; es no abandonar la idea del juego que intentan desterrar en nosotros al finalizar la infancia. No dejo de recordar esas declaraciones de Cortázar en las que reivindicaba el escribir como un acto lúdico, tomado por el rigor y la delicia con que juegan los niños. 

Y lo mismo sucede como lector, yo ahora me estoy dando el gustazo de leer una novela preciosa de Miguel Gomes: Llévame esta noche. Al pasear por esas páginas, estoy jugando desde el dolor, la despedida, la sensualidad, con ciertos modos de la plenitud. 

Por otro lado, vivo en Madrid. Madrid es un estado superior de la felicidad. Aquí hasta la nostalgia es sabrosa. En este momento es una ciudad cosmopolita, plural, infatigable, culta. Su belleza es tal que ha soportado terribles embates como el terrorismo o la pandemia, que aquí está siendo especialmente dolorosa y devastadora. Pero los madrileños seguimos en pie; porque Madrid tiene un corazón tan generoso que incluso hay madrileños nacidos en Madrid, la mayor parte venimos de muy lejos.   

“Montaña” es, a mi modo de ver, una de las piezas mejor logradas del compendio. Aquí describes un territorio ya no solo como lejano ni extrañado, si no que lo precisas como un territorio desaparecido. La cita de este fragmento es pertinente:

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

—¿Qué consuelo nos queda como venezolanos? ¿A qué pared de ladrillos nos aferramos mientras resistimos a las plagas?

—Una de las principales plagas a la que nos enfrentamos los venezolanos es la verbal. Tenía razón Roberto Bolaño cuando comparaba el lenguaje chavista con los excrementos. Hablamos de una putrefacción que se sostiene en ese “doblepensar” del que hablaba Orwell y que es la esencia del discurso del poder en Venezuela. Esa manera enloquecedora de nombrar un país inexistente, de negar el horror, el espanto cotidiano, la escasez, y hacerlo además con una retórica muy cursi, muy recargada. No olvidemos que han creado hasta un Ministerio de la Felicidad mientras la gente recibe sueldos de dos dólares mensuales. 

En lo cotidiano no soy capaz de decirte modos de resistencia. Los que están allí conocen su aventura diaria para llegar a la noche. Pero pensemos la literatura como una forma de la cotidianeidad. Y allí, en las palabras de Yolanda Pantin, de Rafael Cadenas, del recientemente fallecido Rojas Guardia, en la poesía de Carmen Verde o los ensayos de Ana Teresa Torres, en los versos de Igor Barreto, en los aforismos de Luis Yslas, o la poesía de Adalber Salas o Alejandro Castro, allí palpita otro lenguaje, otro país; porque también somos ese fulgor. Esa ha sido una de las grandes tareas de la literatura venezolana actual: preservar un lenguaje donde suceden la inteligencia, la lucidez, la sugerencia, la metáfora. Ese es quizá una de las paredes de ladrillo a la que podemos aferrarnos los venezolanos estemos donde estemos. 

La noche y yo (2016)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

Reúne tres relatos largos y de alguna manera sus personajes evocan las lecturas que los han acompañado durante la vida. En modo taller de narrativa: 

—¿Cuáles lecturas recomendarías a los escritores venezolanos que se inician en el oficio?

Me cuesta imaginarme desde un púlpito dictando cátedra. Prefiero hacer el pequeño ejercicio de ficción de imaginar que una persona joven que desea escribir se toma un café conmigo y me pregunta por algunas lecturas. Prefiero personalizarlo. Yo entre sorbo y sorbo de café creo que indagaría primero en qué tipo de persona es. Lo maravilloso de la lectura es que tiene espacio para todos, pero no todos merecemos ni necesitamos los mismos libros. Leer es pluralidad.

Igual le diría que escuche mucha música. Merengue, vallenato, algo de reguetón y La Pasión según San Mateo de Bach. 

Supongamos que la conversación nos lleva después a una serie de libros hermosos, brillantes, que abran puertas. En ese caso ahora mismo le diría que leyese El Maestro y Margarita de Bulgákov; El lazarillo de Tormes; Ifigenia, de Teresa de la Parra; La hora de la estrella, de Clarice Lispector; Cuando sale la reclusa, de Fred Vargas; Dragi sol, de Slavko Zupcic; Colt Comando 5:56, de Marcos Tarre; Los cielos de Curumo, de Juan Carlos Chirinos; Patria o muerte, de Alberto Barrera Tyszka; Calletania, de Israel Centeno; le diría que lea La mujer de espaldas, de José Balza; El Aleph, de Borges; Siete casas vacías, de Samanta Schweblin; Partir, de Rubi Guerra; Los peores de la clase, de Federico Vegas; Tiempo de ratas frías y otras historias, de Silda Cordoliani.

Y aunque ya en esta parte estaría un poco abrumado, le diría que lea a Blake, a Pessoa, a Celan, a Eugenio de Andrade, a Hanni Ossott, a Montejo, a Leonardo Padrón, a Sonia Chocrón, a Santos López, a Watanabe, a Blanca Varela.

Pero para terminar de mostrarle que un escritor es una máquina lectora le diría que intente leer todo o que pueda de Simenon o de Joyce Carol Oates. Ya solo eso le ocupará deliciosamente mucho tiempo. 

En algunos de esos libros y autores, alguien que empieza encontrará una pista que le permita disparar su propia escritura. 

Pero ¿sabes qué? Le diría que lo importante es escribir, no ser escritor. En Venezuela a veces se dan y se toman títulos con mucha fragilidad: escritor, cineasta, periodista, analista político, pero cuando rascas un poco encuentras un inmenso agujero. Por eso es preferible escribir con muchas ganas, escribir dándolo todo, sin descanso, y que el título de escritor siga rodando por allí como una barajita estrujada. 

Y creo que a esa persona le hablaría de dos autores estupendos que no se inician en la escritura pero que son más jóvenes que yo: Karina Sáinz Borgo y Rodrigo Blanco Calderón. Sucede que ambos han debutado con brillantísimas y reconocidas novelas, pero cuando hablas con ellos siempre están trabajando; no paran; son incansables: en lo que leen, lo que investigan, lo que escriben en silencio, lo que los moviliza. 

El vals de Amoreira (2019)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

En esta compilación de minificciones, Méndez Guédez nos ofrece un humor fantástico cercano a las fábulas de Monterroso. En “La hormiga contra el dinosaurio: en defensa de la forma novelesca” es una de las tantas historias que se escenifican en la isla de Bararida y en ella se reflexiona sobre el oficio narrativo. Para esta pregunta utilizo una frase de La noche y yo

—¿“Conocer los signos indispensables en uno puede ayudar a vivir”? O al menos a escribir. Escribes con mapa, con guion, ya tienes la historia imaginada, tomas notas. 

Yo me lanzo a la página. Soy en ese momento un lector que desea saber cómo termina la historia y la punta de mis dedos es quien puede resolver ese enigma. Al principio tengo solo impresiones muy vagas: una imagen, una frase, un olor; sobre todo en los cuentos me sucede así, pero también en la novela mi idea inicial es muy brumosa. La idea es sorprenderme con lo que aparece, con lo que estaba allí sin yo saberlo. 

Me gusta pensar en la escritura como una sesión de espiritismo. El escritor sería la “materia”, ese ser que presta su cuerpo para que a través de su voz hablen los espíritus. Así que, a un mismo tiempo, es él y no es él. 

Foto: Miguel Lizana 

Por eso, aunque tomo notas, estas son solo una referencia, un modo de apuntar una frase, una idea, un algo que debo investigar. 

En este libro que mencionas, recuperé algunos textos aparecidos en revistas y un bestiario que llevaba trabajando varios años, y que parcialmente había aparecido en publicaciones varias. Yo no tenía un plan previsto: deseaba dialogar con esa tradición del bestiario que, en efecto, entre nosotros apunta a Monterroso y a Arreola, pero que se hunde en el tiempo y en la edad media. 

Y entiendo que en su origen el bestiario era una suerte de guía para que las personas se protegiesen en sus viajes, así que asumo que mi bestiario es un modo de protegerme de mí mismo, conociendo los animales que viven dentro de mí y que me acompañan cuando me muevo. 

Pero retomando tu pregunta, no suelo trabajar con un plan previsto. Digamos que la parte más racional de mi trabajo sucede en las segundas versiones, cuando es como si yo despertara de una borrachera o una sesión espiritista, y miro lo que hice y comienzo a realizar ajustes, a crear nexos, a eliminar imprecisiones, a consolidar ciertas imágenes.  

La diosa de agua (2020)

La vida: instrucciones de uso. Entrevista a Juan Carlos Méndez Guédez

Este libro es un homenaje, una ofrenda, a la literatura oral y leyendas venezolanas alrededor de la figura de María Lionza. Se presentan ficciones donde la naturaleza y sus elementos se rigen por sus propias leyes, completamente distintas a la física que conocemos, donde los cuerpos celestes se mueven a su antojo, los ríos y la lluvia cuentan con personalidad y toman decisiones totalitarias y en ocasiones funcionan como mecanismo de desplazamiento espacio-temporal; los animales se mimetizan con el agua o las estrellas, y las palabras, acaso otra fuerza sobrenatural, también son un fenómeno atmosférico: no por casualidad La diosa de agua culmina con un glosario: un inventario de términos que pueden causarle extrañeza a un lector no familiarizado con este universo marialioncero. 

—Si bien tus cuentos generalmente se escenifican en ciudades y tratan temáticas de relaciones amorosas, salvo “Bradburyana”, de ciencia ficción, los mundos fantásticos no es lo que más abunda en tus cuentos publicados hasta entonces. ¿La diosa de agua significa una bisagra en tu narrativa breve? 

—No lo sé. Lo que trabajo en este momento tiene otras claves que son bastante realistas. Incluso estoy ahora mismo con una historia de boxeo que debería aparecer pronto en Colombia.  

Yo concibo mi trabajo como una totalidad; venía de publicar una novela policial llamada La ola detenida, así que me encantó dar ese salto y agrupar una serie de historias fantásticas alrededor de María Lionza. 

Conozco bien el mito, lo viví muy de cerca, de niño también fui bautizado en Sorte. Y el caso es que me agradaba ese salto mortal, esa transformación de mi tono. Imagino que no es el tipo de cuentos que se publican ahora en nuestro idioma. Lo cierto es que me encantaría ser un escritor ubicado siempre en los temas de moda y en lo más fashion de la literatura, pero soy muy distraído. Hace poco se me ocurrió hacer una novela pastoril y según parece ya están inventadas.  

Pero en La diosa de agua me di el gusto de probar diversos lenguajes; juntar dos cuentos en uno; escribir un cuento en verso; reescribir la Biblia y el Popol Vuh, cruzarlos con las historias que escuchaba de pequeño; mezclar dentro de una geografía larense el Pentamerón; mitos wayús o waraos; historias amazónicas; el Auto de los Reyes Magos. Colocar personajes míticos de mi infancia como el maestro Carrillo o Amábilis Cordero a interactuar con una historia sagrada. 

Fui muy feliz preparando este libro. La religiosidad marialioncera tiene muy poca escritura; sus bases son esencialmente orales. Era una preciosa oportunidad para recuperarla y construirla. Sé que es una figura controvertida porque para cierto fanatismo religioso o clasista, representa un mundo rural, un mundo pobre, una inaceptable transgresión porque dentro de ella una mujer es la deidad máxima del culto. Pero ese es mi mundo; de allí vengo; soy una persona criada en una zona humilde de Caracas, con ancestros caficultores, una persona cuidada en su infancia por mujeres entrañables y fuertes.  

“Vuelve a tus dioses profundos”, escribió Eugenio Montejo. Eso intenté.

Y para mí, María Lionza es una presencia hermosa, sanadora. Sé que vivimos una Venezuela de guerreros, saqueadores, depredadores que están asesinando personas, destruyendo la economía, destruyendo el Amazonas. La diosa representa todo lo contrario: la fertilidad, las aguas, las cosechas, la comunicación con la montaña, los árboles, el amor a los animales. No es un asunto de fe, es un asunto de conexión con lo sagrado, con lo poético, ojalá podamos revivir dentro de cada uno de nosotros esa diosa que cada uno lleva en sí mismo. Necesitamos recuperar la idea de la fertilidad frente a la idea de la muerte violenta y la destrucción que se nos impone desde el poder. 

Foto: Miguel Lizana 
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