- Con más de cinco años de fundado, lo que arrancó como un sitio que vendía comida “exótica” venezolana parecía afianzarse, hasta que el coronavirus les hizo dejar atrás su local y modalidades de siempre
Tres mesas pequeñas reciben a los que han llegado hasta el final de la galería ―pequeños centros comerciales ubicados a pie de calle― en búsqueda de comida venezolana. A diferencia de otros locales, acá no abundan los adornos alusivos a El Ávila, el puente sobre el lago de Maracaibo o el Pico Bolívar; las normas del edificio no lo permiten. Eso no impide, sin embargo, que el olor del maíz de las cachapas y arepas invada el pasillo, por el que a cada tanto desfilan clientes, curiosos, y chicos del delivery, que van y vienen con sus mochilas para repartir los pedidos.
A un costado de las mesas, una puerta abre y cierra. De ella sale y entra Fabiana Ramírez, su fundadora, que arribó a Argentina desde Mérida en el año 2012. Con estudios de psicología, no dudó en cambiar el claustro de los consultorios por el de la cocina, en la que junto a otro par de compañeros elabora la comida, toma pedidos en su celular y atiende a los comensales que aguardan sentados a la mesa. Su rutina de trabajo es prácticamente la misma desde los inicios de Panachef, pese a los cambios que le tocó afrontar en el último año.
Hasta hace pocos meses, Fabiana y su equipo contaban con un local entero a disposición, con mesas y salón en el que ofrecían el servicio tradicional de restaurante. Pero la pandemia, como a tantos otros negocios de la industria gastronómica, les pegó fuerte. Con ubicación en el turístico barrio porteño de Recoleta, más de un lustro de experiencia y una clientela que no paraba de crecer, estar situados frente a un hospital les hizo bajar la santamaría.

“Tuvimos que dejarlo porque enfrente armaron un hospital móvil para testeos de coronavirus. También para aislar a pacientes”, rememoró Ramírez para El Diario. “Ni siquiera podíamos sacar mesas a la acera. Tampoco la gente se acercaba por miedo”, agregó.
A la imposibilidad de despachar como lo hacía habitualmente, se sumó la inflexibilidad del dueño al que le rentaban el local: les cobraba el alquiler a pesar de la recesión económica y la incertidumbre sanitaria.
“Algunos dueños fueron más flexibles. Antes de morir por un infarto por un pico de estrés, preferimos salir de ahí”, expresó Ramírez. No niega que en algún momento pensó en abandonar su proyecto, pero que finalmente decidió continuarlo tras años de esfuerzo.
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El delivery como salvación
Esparcido el covid-19 por América Latina, el 20 de marzo de 2020 el gobierno de Alberto Fernández optó por someter a Argentina a una de las cuarentenas más rigurosas del mundo.
Durante meses, si bien estuvo permitida la venta de comida en restaurantes, únicamente se la permitía en las modalidades de delivery o para llevar. No fue hasta finales de agosto que se habilitó el consumo en restaurantes, siempre que fuera en espacios abiertos.. Los salones cerrados pudieron utilizarse a partir de octubre.
Y en medio de aquellas idas y vueltas, a Panachef le tocó buscarse un nuevo centro de operaciones. Con ello se replantearon cada aspecto que conlleva emprender en pandemia.
“Pasé tiempo preguntándome qué hacer. Primero pensamos en atender solamente con delivery, luego conseguimos este local y arrancamos en junio”. Así contó Ramírez, quien ahora despacha desde el barrio porteño de Palermo, con buena cara pese a hallarse en un centro comercial algo lóbrego; no tan llamativo ni ostentoso, pero en el que pudo por fin pudo instalarse.

La logística para hacer llegar la comida venezolana a los clientes, sin embargo, no fue sencilla. Entre otras cosas porque decidieron prescindir de las empresas digitales que suelen utilizar comerciantes y consumidores.
Los pedidos, entonces, los toman directamente desde el WhatsApp del local, en el que están detallados los platos y precios. Y en caso de que alguien opte por enviar a algún empleado de una empresa de repartos ―en las aplicaciones se puede solicitar a un motorizado busque una encomienda― le permiten recibir el pedido.
Así, al estilo de la “vieja escuela”, mantienen un ritmo de ventas aproximado a 40 comandas diarias.
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Con el compromiso de siempre
El cambio de locación y modalidad, asegura Ramírez, si bien supuso un desafío, no impidió que se sigan preparando los platos que los hicieron mantenerse en pie desde 2014. Cuando la gastronomía venezolana apenas era conocida en Argentina.

“Hay gente que comió acá de toda la vida, que han seguido viniendo. Para nosotros la clave ha sido cocinar con amor y mantener la calidad de los productos”, argumenta.
Diez años, dos locales, una pandemia y varios vaivenes después, Panachef no solo se niega a desaparecer sino que apuesta a volver a levantarse.
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