Por qué habló después de 5, 8, 20, 30 años… Porque la agresión siempre lleva abuso de poder. 

Crónica de una muerte anunciada, la verdad que nos negamos a escuchar, el silencio de las inocentes. Cualquiera de estas frases puede ser el título para hacer referencia a la ola de casos de abuso sexual, violencia basada en género y todo lo que hoy sentimos que queremos contar, ese miedo por decir algo que romperá muchas vidas, esa incertidumbre de no saber lo que muchas se silenciaron y que tal vez borraron de sus mentes porque de esta forma les hacía mejor seguir con sus vidas. Tal vez muchas no lo han borrado, tal vez les avergüenza contar. 

Hoy voy a hablar en primera persona, no porque me ocurrió algo y que solo espero hasta ahora para decirlo, mucho menos porque tengo algo en contra de algún hombre exitoso al que quiero pasarle una factura aprovechándome del Me Too en Venezuela. Es porque sé muy bien que el miedo y la impunidad en algún momento se convierten en razones de peso para ganar valor y lograr impulsar una lucha justa que lleva una eternidad y que, aunque sea por redes sociales nos puede liberar. Total, son las redes sociales las que en pandemia nos han hecho ser la caja de resonancia de muchas cosas y que como herramientas de trabajo para un sinfín de personas también para otras son utilizadas para lo que mejor les parezca. Tal vez para reivindicar ese gran grito de libertad de expresión del que muchos hablan.  

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Pero qué pasó en los últimos días, por qué lo dijeron ahora, por qué las niñas, por qué una adolescente, dónde estaban los padres, por qué no denuncian ante los organismos que se encargan (solo en teoría) de proteger, investigar y sancionar a los agresores. Por qué nos solidarizamos automáticamente con cada relato de dolor, abuso y tristeza en el silencio que pueda contar una víctima. Por qué nos decepciona y nos daña tanto y por qué quienes conocemos, respetamos y hasta queremos ha sido capaz de cometer una violación, porque lo que ya sabemos no es “Estupro” si no una violación. 

En innumerables oportunidades algunos activistas de derechos humanos, organizaciones sin fines de lucro y también colegas periodistas nos hemos dado la tarea casi contra la corriente en la necesidad de llamar los abusos por su nombre, las violaciones de derechos humanos y lo que significa sentirte vulnerable por el solo hecho de ser mujer en un país con una emergencia humanitaria compleja, una crisis económica y social, y ahora la terrible pandemia por la covid-19. 

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También, hemos denunciado muchísimas veces que los casos de violencia basada en género no son atendidos con la seriedad que se requiere en los organismos receptores de las denuncias. Son muchas las urgencias que hay en Venezuela y precisamente estos casos no han sido prioridad. Linda Loaiza López es una muestra de ello. También Morella, Mayell, Karina, Ángela y otras más que han intentado denunciar pero que sus muertes, sus daños y sus historias al día de hoy no han tenido justicia, reparación ni mucho menos garantía de no repetición. 

Son incontables las historias que hemos visibilizado, atendido, apoyado y sufrido para que, de verdad se tome cartas en el problema del machismo profundizado y que el Estado patriarcal que no garantiza que ninguna de nosotras nos podamos sentir seguras en ningún espacio donde nos desenvolvemos responda al menos con cifras y con la atención real a las denuncias. 

También, son muchísimas las solidaridades automáticas que vemos con las víctimas, pero también con los agresores. 

Ahora bien, el “Yo Sí Te Creo” llega a Venezuela para dejarnos aprendizajes y para decirnos que esa lucha no debe ser empañada por nada ni nadie, mucho menos porque las denuncias se hagan en las redes sociales, porque las víctimas estén hablando, porque, aunque el mundo se nos caiga encima por saber que alguien de nuestro círculo es un agresor no debemos detener el cambio. Cuando hay un desorden y este es silenciado debemos hacer algo.  

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El “Yo Sí Te creo” es una dosis de esperanza en la exigencia e implementación de protocolos contra el acoso en todos los organismos, empresas, sectores, escuelas, universidades y hasta en nuestros propios hogares porque sin duda, uno de los aprendizajes que dejó estos días es que nunca sabemos qué hacer en estos casos, aun cuando la mayoría, o tal vez todas hemos vivido acoso, violaciones, ataques, amenazas y muchos horrores más por el solo hecho de ser mujer. Seguramente que también nos callamos por el miedo a un Yo No Te Creo y mejor tapar la realidad. Total, esa cultura de normalizar lo malo, de aceptar que es chalequeo un piropo, o que no sabía que te afectara todavía sigue latente. 

Las víctimas siempre deben ser lo primero 

Para quienes defendemos derechos humanos, para quienes estamos comprometidos con la causa, para quienes luchamos día tras día para que las nuevas generaciones se sientan seguras y libres de violencia, las víctimas siempre serán lo primero. Mucho más allá de juzgar con el por qué lo hizo ahora, el amigo famoso que además era parroquia, el que están utilizando como carnada política, el que le prestan atención ahora porque quieren tapar otro horror, el que ella miente porque lo que está es enamorada sola y otros pensamientos u opiniones que no valen de nada cuando un testimonio se verifica, cuando se documenta, cuando se compara con lo que dicen otras víctimas y sobre todo cuando los agresores emiten comunicados que intentan justificar su delito, su falta o su machismo y que solo revelan el lado más terrible del abuso de poder. 

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No tengo que explicar a nadie lo que sentimos quiénes nos comprometemos a poner un granito de arena para que sea posible la equidad, la igualdad de oportunidad y la erradicación del machismo. El “Yo Sí Te creo” llegó a Venezuela para quedarse y no para ser desmeritado, rechazado porque somos una generación de cristal a la que un piropo le molesta o unas feministas locas con sed de venganza. Llegó porque las generaciones somos distintas, y no nos sentimos seguras y simplemente porque queremos proteger a nuestras niñas, nuestras nietas a nuestra sociedad para ser mejores de una vez y no quedarnos en un tal vez. 

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