• La cantante estrenó este año el disco Doce margaritas, una obra surgida en pandemia con la que toca otras puertas sin perder la esencia, con sonidos más electrónicos y modernos, en la que hay cabida también para reflexiones sobre la industria. Juan Luis Guerra acaba de quedar cautivado con su voz. Desea viajar a Venezuela en diciembre  

Han pasado cuatro años desde la publicación del video de una célebre versión de “La negra Atilia”. Esa canción que fue realzada nuevamente por una voz imposible de omitir, la de Nella Rojas, a la que llaman Nella.

En 2018 reiteró todavía más sus intenciones. La de la voz quebrada dibujó con sus notas el paisaje de una luna casi llena sobre el mar de Margarita, su terruño, en un paisaje en el que responde siempre cantando entre casas de piedra. “Me llaman Nella”, más que una canción, fue una carta de confirmación, una reafirmación de la artista, que vive en Nueva York (EE UU) desde hace tres años y medio. 

Un año después, la cantante de canela y fuego estrenó su primer disco de estudio: Voy, resultado de esa prolífica relación artística con Javier Limón, el compositor y productor español que ha trabajado con figuras como Paco de Lucía, Bebo Valdés y Diego el Cigala. 

Y Nella ha empezado a andar, poco a poco, como sugiere en algunas de sus canciones, ese camino en el que cada paso resuena cada vez más. En 2019 el New York Times eligió “Voy” como una de las mejores canciones de ese año, en una lista en la que su nombre figuró con el de Lizzo, Leonard Cohen, Black Keys, Tame Impala, Camila Cabello y Nick Cave. 

Ese mismo año recibió el gramófono del Latin Grammy como Mejor Nuevo Artista. Y ahora, en 2021, Nella estrenó Doce margaritas, un álbum en el que las palmadas que acompañaron a la cantante en aquella querencia para Atilia se transmutan a sonidos más electrónicos, aunque sería más justo decir que hay convivencia, que se alternan en justa medida por la creación y la inquietud. 

—¿Cómo han estado las margaritas desde que salieron al público?

Doce margaritas ha sido un regalito de la pandemia. (Ríe). Un álbum que se hizo totalmente durante 2020, en medio de esa incertidumbre. Un alivio. Claro, fue un arma de doble filo. A pesar de que fue difícil estar obligado a permanecer solo, tuve todo el tiempo del mundo para crear. A veces uno se pone tantos obstáculos. Me uní también a la familia de Sony a principios de año. Enseguida empezamos a trabajar en este disco, con un repertorio escrito por mi querido colaborador Javier Limón. Pienso que toca puertas diferentes a mi álbum anterior, Voy

—Menciona la pandemia, y sí, se nota en varias letras ese sentimiento de incertidumbre y de reflexión sobre los momentos vividos y no vividos. En “Pa’ fuera” canta que vivamos plena la vida. En el confinamiento fue recurrente pensar en las oportunidades perdidas, los encuentros que eludimos, las personas que no vimos. Así lo veo, pero no sé si estoy alejado de ese sentimiento

—No, estás en el camino perfecto. Fue precisamente lo que quisimos expresar en canciones como “Pa’ fuera”, “Solita”, “Ahí”. Esa que mencionas, es una de mis preferidas sobre ese sentimiento de volver a la calle, abrazarnos, encontrarnos. Hace unos días pude volver a entrar a un lugar sin máscara. No lo hacía desde marzo de 2020. Por ser vacunada pude ingresar así. Es increíble ver cómo poco a poco se vuelve a una normalidad, que no sé cuál será. Solo espero que nos hayamos tomado el tiempo para reflexionar. Fue como un tren que pasó, y el que no se montó, quedó varado en el mismo lugar. Fueron meses donde tuve que parar mi vida, como todo el mundo. Como se sabe, la vida del artista es de viajes constantes, y fue un momento de estar obligada a permanecer en casa. Eso se refleja en estas canciones.

—¿Y dónde se encuentra ese tren el que se montó? ¿En qué estación se encuentra?

—Quisiera poder bajarme rápidamente y subirme a una tarima. La idea es entregar estas margaritas en persona. Como cantante, estar en el escenario es uno de los momentos más importantes y bonitos. No hay ningún live o video virtual que pueda reemplazar eso.

—Habla de la diferencia de los sonidos entre este disco y el anterior, que son muy notables. Pero hay un tema que si bien afirma es producto del confinamiento, creo que también es una advertencia a quien empieza a escuchar el álbum. En “Solita” dice que no necesita que nadie le haga los coritos, que para cantar los versos, solita se basta. Hay también como un manifiesto de hacer la música a su manera, géneros que tal vez muchos no se esperen de su obra, pero ahí está para defenderlos.

—“Solita” es el primer sencillo que sacamos, y dirige el destino del disco. Pienso indudablemente que se mantiene la esencia de Voy, un punto importante para mí. Me refiero a buenas letras, mensajes con los que conecto, melodías y armonías con la influencia que siempre llevo de Venezuela y de la música andaluza. Pero sí, gracias a productores como Julio Reyes, George Noriega y Rafa Rodríguez, se siente un sonido más electrónico o moderno. También hay canciones como “Otro beso” o “De vez en cuando”, que van por la misma línea de Voy, canciones más minimalistas, acústicas.

Me encanta el hecho de experimentar. Como seres humanos, todos los días cambiamos, y como artistas, mucho más. Además, el baile siempre ha sido una de mis pasiones. Yo empecé bailando. No profesionalmente, pero sí como latina, como músico. Voy es un disco para una copa de vino, con una luz tenue. Ahora, creo que Doce margaritas puede sonar en clubs.

—¿Cómo fue la dinámica con Javier Limón para realizar estas canciones?

—Muy libre. No tenemos fechas en el calendario hasta que Sony las ponga, pero el proceso de composición de Javier es como respirar. Él me va enviando canciones diariamente, las escribe inspirándose en mí. Me envía primero la letra para que las lea. Al final son poemas. Casi siempre mi respuesta es positiva. Entonces, me envía una nota de voz con una música sencilla. Luego la adapto a mí y le envío mi versión.

La conexión es muy fuerte, una pareja artística que es muy difícil de encontrar. No es fácil enlazar con otro artista que viene de otro país, con otra cultura. Porque yo no es que cantaba flamenco desde que era pequeña, pero la música de Margarita tiene mucha influencia de la española. Todas esas armonías y melodías se conectan fácilmente. Ambos vimos esos vínculos a través de “La negra Atilia”. Emprendimos el camino de las coplas, además de esa influencia contemporánea con la que crecí: el blues y el jazz. Todo se ha ido engranando completamente.

—¿Y hubo conflictos con Javier al momento de experimentar en otros géneros?

—¡Para nada! Más bien era él quien me enviaba estas canciones. Hay una anécdota graciosa con “Dímelo bajito”. (Canta parte de la letra). La primera vez que la envió decía “Dame la manita”. Le dije que no, que se había ido. (Ríe). Al final quedó en “Dímelo bajito”. Estamos muy abiertos. El reguetón es un ritmo mucho más viejo que tú, Javier o yo. Viene de África, sabrosísimo. Ahora bien, con las letras es que siento que hay una deficiencia, o yo no conecto. Para mí no se trata del género, sino de la canción con la que sienta conexión. El reguetón es un ritmo muy sabroso. 

—Recientemente publicó en Instagram que “Nada” es su canción preferida de Doce margaritas. 

—Es una canción que casi no entra en el álbum. Ya el repertorio estaba cerrado con 11 temas. A último momento Javier me envió un tema que tenía guardado. Le dije entonces que esa sería la margarita número 12. Él decía que no, que  Sony había cerrado el disco. Contesté que él no estaba entendiendo, que esa era una de las canciones más bellas que había escrito. Al final, pudimos agregarla. Es un tema cinematográfico que cuando lo escuché, lo visualicé en una película. Además, es una de las más intelectuales. Se la mostraría a figuras como Juan Luis Guerra. Está en 5/4, muy complicado para cantar. Marca la diferencia además con el piano, una melodía repetitiva. Sé que no será la más comercial, pero me enamoré. Y con toda esa complejidad se escucha muy sencilla. Eso es un reto en la música. 

—¿Cómo una ciudad como Nueva York influye en su forma de cantar?

—Es una ciudad que así como te da, te quita mucho. Cuando me gradué en Berklee, en Boston, era obvio que el siguiente paso era Nueva York. Pero sentía que no podía llegar sin estar preparada, por la competencia que hay y lo difícil que es el lugar. Cuando llegué, vine con “Me llaman Nella”, mi primer sencillo. Es una ciudad muy inspiradora, donde brota el arte por las paredes. Creo que todo el mundo debería vivir en Nueva York por un tiempo. Te genera un escudo, una fuerza, te mantiene los pies en la tierra. En cualquier esquina puedes toparte con artistas increíbles, que admiras, pero que tienen los pies en la tierra. No creo que viva acá el resto de mi vida, pero me parece que es el momento perfecto para estar aquí, inspirarme y crear. 

—Pero dice que es una ciudad que también quita. ¿Qué le ha quitado una ciudad como Nueva York?

—(Suspira) A pesar de ser una ciudad tan grande, con tanta gente, te puedes sentir muy solo. Cada quien anda a su ritmo, como un soldado. Nadie te ve, nadie te escucha. Es algo que te puede afectar, especialmente a mí, que vengo de Venezuela, donde dejé a toda mi familia en Margarita. Acá solo tengo amigos, pero cada quien anda a su ritmo, todos ocupados, tratando de llegar a algún lado. Todos tienen una meta y nadie voltea. Si no estás ocupado y si no sigues ese ritmo, te puedes sentir muy solo. Por eso la pandemia fue fuerte. 

—¿Y cuál sería la ciudad de ensueño?

—¡Madrid! Ese ha sido mi sueño por mucho tiempo. Me siento muy en casa. Pero siento que todo cae en el momento perfecto, y ahora Nueva York es el lugar en el que debo estar. 

Sobre la industria

—¿Qué representó ganar el Latin Grammy?

—No es un secreto que es una gran exposición para cualquier artista. Nunca he pensado que un premio te defina como artista o ser humano, pero da una plataforma que de lo contrario sería más lento alcanzar. Fue un antes y después, a pesar de que al año siguiente llegó este momento que nos volteó a todos el universo. Han surgido oportunidades y colaboraciones. Me llenó de esperanza y orgullo que un disco que es prácticamente un cajón y una voz, tan minimalista, haya sido tomado en cuenta en una industria que tiene tantas distracciones y sobreproducción. 

—Ahora que hace esa reflexión sobre la industria, recuerdo también lo que canta en “Como la marea”, en la que se refiere a la música que ahora se mira, en tiempos en los que escuchar las canciones ya no se estila.

—(Ríe). Sí, muy cierto. Sabemos que hay una sobrecarga de información en el mundo. Considero que es difícil que en estos momentos alguien se ponga unos audífonos y escuche música sin tener algo visual. Además, en este tema cuento con la participación increíble de mis amigos de C4 Trío, con los que soñé colaborar desde hace mucho tiempo. Es un tema que me trasladó a Times Square, con pantallas que te cegan, sonidos que ensordecen. Durante estos meses fue la música la que me mantuvo flotando. Por eso se llama así, como la marea, que me lleva.

—¿Las canciones se marchitan como las margaritas?

—No. Depende. Quiero hacer música que perdure. No se me da eso de hacer canciones de un año. Cuando esté viejita, quisiera poner mis canciones y sentirme tan orgullosa de ellas como me siento ahora. Esas margaritas se irán deshojando, pero espero que no se marchiten. Que cada quien tome un pétalo y lo vuelva suyo. Para mí eso es la música.

—¿Cuál considera que es el legado de Nella Rojas?

—(Suspira) Creo que sería un error no pensar en hacer música sin dejar algo para el mundo. Tal vez no conectar con millones, pero que quien conecte, lo haga de verdad. Hace poco tuve la oportunidad de participar en Free Color, el documental sobre Carlos Cruz-Diez. Hace un par de días hubo una conferencia en la que pude cantar, y me pidieron que hiciera una reflexión sobre él como artista. Creo que Cruz-Diez ha sido algo importante para mí que ha evitado que me desvíe. Haber dedicado toda su vida a estudiar el color y que nada lo hiciera titubear. Entonces, se trata de eso, de que no importa lo que cante, sino que me lo crea y que eso conecte con alguien, y no solo con números o vistas.

—Cuando un artista suelta las canciones, cada quien interpreta a su manera, las hace suyas. ¿Cuáles han sido las reacciones que más la han sorprendido o conmovido?

—Indudablemente la conexión con Venezuela. Yo no crecí cantando música venezolana. Cuando era pequeña, ni cantaba en español. Todo ocurrió después de irme del país. Me imagino que tuvo que ver el hecho de estar sola en otra parte, donde seguía mi pasión y estudiaba música, que es la razón que me ha hecho sobrevivir tan lejos de mi familia. Ese momento de nostalgia y de encontrar mis raíces fue lo que me hizo abrazar y aceptar estas raíces. La conexión que he encontrado con los venezolanos en cualquier sitio que piso ha sida tremenda. Cantar “Volveré a mi tierra”, las tonadas de Simón Díaz, son momentos únicos en los que nos volvemos una sola persona. No hay mejor regalo que saber que, tal vez, mi voz pueda ser un canto de esperanza para mi gente en Venezuela.

Dúo con Juan Luis

—¿Qué tal la experiencia de grabar con Juan Luis Guerra en “Mi guitarra”?

—Hmm, imagínate. Todos sabemos que en Venezuela Juan Luis Guerra es un héroe nacional. Como todos los venezolanos, crecí con la música de Juan Luis Guerra desde pequeñita. No fue un dúo que se pautó, sino que él mismo eligió mi voz sin saber quizá quién era yo. Comenzó como una maqueta que grabé para que él tuviera la guía de la voz para el disco Hombres de fuego de Javier Limón. Como dice el nombre, es un álbum de puros hombres.

Pero Juan Luis Guerra, después de recibir la guía, la devolvió con mi voz, cantando su estrofa y haciendo los coros. Javier le dijo que no, que él no tenía que hacerme los coros, que tan solo era una guía. Y el maestro contestó que él quería que dejaran la voz de Nella, que la canción fuera un dueto entre él y yo. Resultó siendo Hombres de fuego con Nella. (Ríe).

—¿Qué siente al ver que los sueños se empiezan a cumplir?

—Es algo que he tenido que estudiar y practicar mucho. Todo eso de apreciar y entender cada logro. Creo que por estar en una carrera que es tan movida, donde se trata de alcanzar sueños y subir, uno tiende a ir al siguiente nivel apenas se cumple un objetivo. Entonces, en uno de esos momentos de reflexión de la pandemia, uno dice ya va, hay que parar y celebrar cada logro, así sea grande o pequeño. Ha sido un trabajo apreciar cada momento, especialmente por ser tan workaholic

—¿Cómo se perdonan los versos dichos a medias?

—(Ríe). Esa canción es preciosa. ¿Cómo se perdonan los versos dichos a medias? No lo sé. Hay que preguntarle a Javier. (Ríe). A veces en realidad me entrego. Muchas veces ni pregunto desde dónde escribe. Hay ocasiones en la  que usa mi voz, como en “Me llaman Nella” o “Volveré a mi tierra”. No hubo dudas al cantarlas. En cambio, hay otras que las respeto y dejo que él las viva también. Es muy bonito también a veces cantar como hombre. Hay muchos temas enviados, y que tal vez no han salido, a los que todavía ni les he cambiado el género. Eso lo hacía mucho Ana Torroja con lo que escribían para Mecano. Te repito, esa conexión con Javier es algo muy difícil de encontrar. 

—¿Qué viene ahora?

—Por ahora, vienen las fechas de los tours. Tengo fechas confirmadas en Estados Unidos. Poco a poco se han retomado las fechas que teníamos establecidas para el año pasado, para 2021 y 2022. Tengo muchas ganas de estar en diciembre en Venezuela. 

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