• Desde la fila de defensa contra el covid-19, un grupo de trabajadores de salud venezolanos dan sus testimonios sobre cómo sobrellevan su jornada diaria de atención a los pacientes que llegan al centro de salud de Pariata en la región litoral

El Periférico de Pariata, en el estado Vargas, se convirtió en un “centro covid-19”. Allí, aunque el espacio es reducido, se han multiplicado los esfuerzos para atender las urgencias y los pacientes que llegan a las instalaciones con cuadros críticos. Es un pequeño grupo de médicos que aún se comunica anotando los nombres en sus batas.

En este centro hospitalario hay días complicados. Anteriormente ese sitio era el área de Traumatología, pero fue adecuado debido a las circunstancias. La doctora Yaisana Rondón relata que estaba de guardia cuidando de los pacientes con covid-19 cuando oyó que alguien se descompensó en una de las habitaciones.

Ese pitido de las máquinas que parece anunciar la ola que precede a un tsunami. Lo había escuchado varias veces descrito por sus algunos colegas.

No te puedes paralizar porque la situación es crítica y los minutos que pasan son vitales para el paciente”, comenta mientras acomoda los monitores que supervisan la oxigenación de los hospitalizados.

Así se enfrentaron a lo que todavía, para los médicos, es impredecible como lo es el covid-19. Abren la puerta y encuentran a un paciente que tiene los signos vitales estables, pero al cerrarla, piensan que esa puede ser la última visita. A la doctora Rondón le ha tocado varias veces lidiar con despedidas forzadas. Pero se ayuda con los otros residentes. Se brindan apoyo entre ellos para salir adelante y continuar con las guardias diarias.

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Lenín Sarro, cirujano y subdirector del hospital de Pariata, camina rápido por los corredores laberínticos. “Está siendo duro, pero hay que mantener la moral alta”, dice para dejar atrás el área de aislamiento. Poco a poco, gracias a una iniciativa de la empresa privada, están remodelando el quirófano del hospital luego de estar siete años inactivo. 

Eso ocurre en el décimo piso. En el tercero, la pandemia convirtió al personal en una maquinaria dedicada al covid-19. Hicieron planes, pero la realidad los hizo trabajar sobre la marcha. Poco a poco se han ido transformando espacios. Se toman decisiones al día. Y casi se podría decir que han desaparecido las especialidades: son 7 personas que cuidan y trabajan, durante 24 horas, por la causa. 

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Periférico de Pariata
Foto: Abraham Tovar

El pasillo del área covid-19 es estrecho. Hay mesas con medicamentos y utensilios. Unas enfermeras desinfectan el piso cada vez que un paciente pide ir al baño. Friegan el suelo y, tras una puerta de vidrio, se ven las camas. Una docena de pacientes yacen sobre ellas, tumbados, inertes, conectados a máquinas de respiración asistida. Las máquinas están en silencio, pues es necesario escuchar cuando los pacientes tienen alguna incomodidad o necesitan ayuda: el hablar es casi mínimo y las señas entre ellos es el único recurso permitido. 

Paciente en el Periférico de Pariata
Foto: Abraham Tovar

“Aquí todo el mundo aporta”, dice la doctora Rondón. Compañeros nuevos siempre llegan para hacer frente a la falta de personal. En ese momento, entra un interno con gesto serio. Se sienta a rellenar unos papeles. Ayer falleció un paciente, en la noche, dice. “La oxigenación baja tanto por la neumonía que el cuerpo deja de vivir”, explica.

Dentro, en ambos lados del pasillo, se abren habitaciones. Al final hay un cuadro del doctor José Gregorio Hernández. Una persona se lo regaló al personal. Más adelante, se ve la espalda de una anciana sentada en el borde de la cama. Tiene el pelo blanco, revuelto y aplastado. Se suena la nariz. Se recoloca la mascarilla.  Los doctores tienen que estar al tanto de la evolución de cada paciente. Algunos ya tienen más de un mes hospitalizados en el lugar. A los pacientes, explica, se les trata con oxigenoterapia. Con antibióticos. 

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En primera línea contra el covid-19: el relato de médicos que trabajan en el Periférico de Pariata
Foto: Abraham Tovar
Las personas salen de alta y se recuperan, pero hay que tratar la enfermedad a tiempo”, dijo.

Para muchos en el hospital el tiempo se ha vuelto un trabajo permanente y los días se diluyen. La enfermera Yorly Bastidas no sabe si es miércoles o jueves, solo tiene claro que está en pandemia: ella comenta que todavía se encuentra con vecinos que se niegan a creer en el virus. Dice que sus hijos le preguntan antes de salir de casa cuándo volverá a estar en casa y que puede contar con los dedos de sus manos los días que realmente ha descansado desde entonces.

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“Muchas veces dejamos de comer porque alguien te necesita en una de las habitaciones. No dormimos y sabemos que todo vale la pena cuando lo vemos cruzar esa puerta ya recuperados”, añadió la doctora Yaisana Rondón.

Hay frustración, esperanza, trabajo. Hay dolor por los pacientes que fallecen. Por enfermos que empeoran y cuyos familiares no se pueden despedir. Por tener a compañeros con el virus. Hay alegría por los que salen adelante; miradas de complicidad y de ánimo entre los trabajadores que ahí laboran; abrazos furtivos antes de entrar en la zona de riesgo. Pero sobre todo hay trabajo. Es la lucha de un pequeño grupo de médicos de las costas de Venezuela. 

Periférico de Pariata
Foto: Abraham Tovar

En el tablero que da entrada al hospital está los nombre del personal que todos los días lucha en la sala. Es un homenaje a ellos mismos para seguir teniendo fuerzas.

Dr. David Reina

Dra. Yaisana Rondón 

Lic. Argenia Mújica 

Lic. Cleydy Ramos

Lic. Rosmary Monasterio

Lic. Sandileivi Rodríguez

Lic. Yorly Bastidas

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