• El director de La casa del fin de los tiempos proyectará su nueva película en el Fantastic Festival, a realizarse entre el 20 y el 27 de septiembre en Austin, Texas. Una coproducción estadounidense, venezolano y mexicana, protagonizada por Will Beinbrick, Joseph Marcell y María Gabriela de Faría, y rodada con 1,5 millones de dólares. Foto: cortesía

¿Miedo? Alejandro Hidalgo, el guionista y cineasta venezolano director de La casa del fin de los tiempos, la cinta de terror más taquillera del cine local, cree saber algo del miedo.

La primera vez que lo sintió por causa de una película fue a los cinco años de edad. Él no recuerda el nombre de la cinta, pero sí que gritó y su madre tuvo que salir corriendo hasta su cuarto para apagar el televisor. Solo que volvió a encenderlo porque, dice, comenzó a desarrollarse en él “ese masoquismo que genera el disfrute de la adrenalina desatada por el horror”.

Y la segunda vez fue cuando vio El exorcista, de William Friedkin, a la que decidió rendir homenaje en su nueva obra cinematográfica: El exorcismo de Dios, una película que él califica como “de terror puro” en la que ha podido jugar con algunas de las convenciones del género.

Una coproducción estadounidense, venezolana y mexicana, hablada en inglés y protagonizada por el actor estadounidense Will Beinbrinck, el inglés Joseph Marcell, y la venezolana María Gabriela de Faría, que rodó durante siete semanas en distintas locaciones de Tepoztlán, a pocos kilómetros del Distrito Federal, incluyendo el convento El Desierto de los leones, construido por la Orden de los Carmelitas Descalzos a principios del siglo XVII.

El miedo, confiesa Hidalgo para El Diario, nunca se pierde del todo, aunque sí que se puede controlar e incluso “bailar a su ritmo”. Dos semanas atrás, por ejemplo, él volvió a sentirlo cuando le tocó proyectar la nueva película a un productor al cual admira mucho. “Temía que no la disfrutara”, explica él, que está preparado además para sentir una nueva dosis de pavor al estrenarla oficialmente ante 400 personas, la mayoría fanáticos del género, en el Fantastic Festival, a realizarse entre el 20 y el 20 de septiembre en la ciudad de Austin, Texas, Estados Unidos. 

Alejandro Hidalgo
Foto: Terror Weekend

—¿Se podría decir que su nueva película es un homenaje personal a El exorcista?

—Absolutamente. Es una película que me apasiona. Una obra maestra. No sé cuántas veces la he visto. La primera fue a los 10 años. Era muy chamo. Estaba solo porque mi mamá se había ido a una fiesta. Y me traumatizó durante años. No podía dormir en paz. Le comencé a tener miedo a la oscuridad, a los demonios. Pero no podía dejar de verla. Obviamente todo eso pasó con el tiempo. Pero hay elementos de El exorcista que extrañaba en películas de posesiones y que siento que desaparecieron. Por ejemplo: que exista un plan bien orquestado por el demonio. Que ese plan forme parte de la lucha entre el bien y el mal o quizás de llevarse a los sacerdotes. Que el demonio tenga una personalidad y juegue con lo más profundo de la psiquis de los personajes, manipulándolos, para tratar sencillamente de quebrar su fe. No que el demonio posea a una víctima nada más por hacerlo. Esos son algunos de los elementos principales que quise explorar y que quise traer a El exorcismo de Dios como homenaje a William Friedkin y a  William Peter Blatty.

Ahora que nombra al director y al escritor de El exorcista, es fácil notar que el personaje principal de El exorcismo de Dios se llama William. ¿Pura coincidencia?

—Yo creo que fue una muy grata coincidencia. No lo concebí como un homenaje, pero quizás el inconsciente hizo algo por ahí…

—¿Cómo nació su nueva película?

El exorcismo de Dios se viene concibiendo desde hace bastante tiempo. Justo cuando terminé de filmar La casa del fin de los tiempos me quedé con las ganas de hacer una película de exorcismo. Y entonces me topé con una cinta de terror que me aterró: The devil inside (de William Brent Bell, 2012). Y pensé: ‘Quiero hacer algo bien retorcido’. Y lo comencé a desarrollar con una cineasta venezolana muy talentosa de nombre Gigi Romero. Se supone que ella iba a ser la directora, pero se fue y con el tiempo yo me fui apoderando de la historia. Lo escribí con el guionista argentino Santiago Fernández Calvete. Y como el remake de La casa del fin de los tiempos estaba pasando por ese proceso al que se le conoce como development hell, en el que los grandes estudios de Hollywood se enfocan en un lote de películas y las otras quedan en cola, yo comencé a sentirme un poco asfixiado. Así que decidí moverme. Empecé a trabajar como un monstruo, a buscar financiamiento, y cuando me di cuenta ya estaba en el set filmando una película que me tenía y me sigue teniendo muy emocionado. Nació del desespero de crear y de no quedarme esperando con los brazos cruzados a un tercero. No quería depender de otro para hacer una obra. Ese puede ser un camino muy duro para nosotros los directores de cine.

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—¿Cuál diría que fue el chispazo inicial para la historia de El exorcismo de Dios? Siempre hay un motivo, una imagen…

—Es complicado contarlo sin revelar la historia. Yo quería que esta historia partiera de un acto perverso ejecutado por un sacerdote que había sido poseído por el demonio. Pero quería que esa posesión fuera su culpa, porque creo que mi película plantea de alguna forma que nosotros somos los que nos dejamos poseer por el demonio. Te lo explico con un ejemplo: Si estás teniendo una discusión con alguien, y te dejas dominar por la ira, cualquiera podría decir que estás renunciando a Dios y le estás abriendo las puertas a la oscuridad. Es una forma de verlo. Lo que quiero decir es que una posesión es una batalla interior. Por eso uno de los eslogan que estamos manejando para la película es ‘La batalla más grande es la que se desata adentro’. No puedo revelar mayores detalles, a no ser que es la historia de un sacerdote que después de haber sido poseído por el demonio y cometer un acto terrible, un sacrilegio, se ve en la obligación de volver enfrentar a ese demonio dentro de sí mismo y enfrentar sus pecados.

—Por los pocos avances que ha mostrado, El exorcismo de Dios luce como una película de horror.

—Es horror, netamente. No puedo revelar las sorpresas y giros que tiene, pero está sostenida sobre un horror sobrenatural y también sobre bases religiosas que tienen que ver con el catolicismo. Estoy muy contento porque es una mezcla de las mejores convenciones del terror contemporáneo con una historia fuerte e interesante.

—Digamos que lo que llama la atención es que haya elegido hacer una película de terror clásico en estos tiempos. Sobre todo porque la tendencia es quizás mezclar géneros, empacarlos con una estética adolescente, y adornar con una banda sonora importante. Ahí está, por ejemplo, La calle del terror, que recién estrenó Netflix.

—Eso fue un dilema fuerte para mí. No solamente con el género, sino conmigo mismo. La casa del fin de los tiempos estaba sostenida sobre un evento de ciencia ficción, sobre la física cuántica, en el que descubrimos que los fantasmas eran los mismos personajes viajando en el tiempo dentro de sus casas. Pero con El exorcismo de Dios me desconecté de todo eso y me sumergí en un tema netamente religioso. Y aun así creo que la historia es fascinante. Y también quise ser muy honesto conmigo mismo: quería quitarme la máscara y hacer una película comercial. ¿Por qué no? Es verdad que El exorcismo de Dios tiene muchos elementos artísticos, que presenta un dilema humano, y que muestra el viaje del héroe. Pero lo que yo quería era jugar con las convenciones del género y hacer un homenaje a las películas de horror de antaño.

—¿Cuáles son sus películas favoritas del género? 

—Una de mis favoritas es The Omen (La profecía, de Richard Donner, 1976), acerca del anticristo. Cuando chico, me aterraba. Yo no soy católico ya, pero el tema de que estemos evolucionando como seres humanos y confrontemos a la religión no quiere decir que no podamos utilizar elementos tan poderosos y tan filosóficos que le son inherentes, para contar historias llenas de valor y significado. Usarlos como excusa para plantear temas humanos de gran valor y que pueden ser discutidos en el presente.

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—¿Cuál fue la primera película de terror que vio?

—La primera fue una película que estoy tratando de averiguar cómo se llama. Era en blanco y negro. La vi cuando tenía como cinco años, en mi cuarto. Recuerdo claramente que unos chicos estaban en un bote de bambú y el monstruo era una mancha negra como de petróleo que empezaba a meterse entre las grietas de la embarcación para atacarlos. Yo empecé a gritar y mi mamá, que estaba en la cocina, llegó corriendo al cuarto y apagó el televisor porque yo estaba aterrado. Pero yo no la dejé, porque quería seguir viéndola. Ahí se debe haber generado en mí ese masoquismo, entre comillas, del disfrute de la adrenalina que desata el horror. Esa sensación que nos hace sentir inclusive más vivos.

—Hay una nueva generación de cineastas del terror. Ahí están, por ejemplo, Jordan Peele, Ari Aster…

—A mí me fascina el trabajo de Jordan Peele y el de Ari Aster, pero no son mis referencias. Las mías son un poco más clásicas. De William Friedkin y William Peter Blatty a (Stanley) Kubrick, (Alfred) Hitchcock. Y de los más contemporáneos, comulgo mucho con el trabajo de Alejandro Amenábar. El exorcista Los otros son mis películas predilectas del género. Debo nombrar también a Night Shyamalan, quizás no tanto por su última película, Old, con la cual no conecté, pero creo que él ha hecho maravillas y después de El sexto sentido tiene ganado mi aplauso cinematográfico de por vida.

—Llegados a este punto, ¿cómo definiría usted el miedo?

—Yo lo que creo es que cuando uno está aterrado, el cuerpo trata de darte señales de alarma que son tan fuertes que en esos momentos te sientes más vivo. De alguna manera, estás enfrentando a la muerte cara a cara.

—¿Cree que es posible vencerlo?

—No creo que se pueda extinguir al ciento por ciento. En estos días le mostré la película a un productor a quien admiro mucho y tenía miedo de que no la disfrutara. Y cuando  la vaya a presentar el mes que viene, sé que no voy a dejar de sentir ese miedo. Pero creo que podemos bailar al ritmo del miedo, arroparlo, y quizás asustarlo. Es decir, podemos llegar a saber que es una señal muy saludable del cuerpo y que uno debe protegerse.

A mí me encanta el suspenso y el terror. Y una regla universal es que en cualquier película y en cualquier historia tiene que haber un conflicto. Y ese conflicto es el que de alguna manera va a detonar el miedo. Miedo a conquistar un sueño, miedo a recuperar a la persona que amas, miedo a la supervivencia. El miedo está presente en cualquier obra literaria y cinematográfica.

—Ha dicho en esta entrevista: “Cuando fui católico”. ¿Qué quiere decir exactamente? ¿Ya no lo es? ¿Acaso ocurrió un evento particular para que dejara de serlo?

—Yo fui criado como católico. Pero ya no lo soy, a pesar de que sigo comulgando con algunos de sus principios. En mi caso es el resultado de un proceso largo en el que he tratado de entender el universo desde distintas perspectivas. Es decir, no creo en la existencia de los demonios. No creo que exista un lugar donde las almas pecadoras se quemen hasta el final de los días. Al final de cuentas creo que todo eso no es más que una fábula escrita por los seres humanos para que pudiéramos hallar nuestra propia evolución espiritual. El problema es que todo eso  se fue quedando atrapado en el tiempo. Y sin embargo hay mucha filosofía y mucha sabiduría en muchos de los escritos del catolicismo. ¿Qué prefiero yo? Tomar de cada religión o de cada filosofía espiritual las herramientas que me funcionen para tratar de convertirme en la mejor versión de mí mismo.

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—Es interesante sobre todo porque el cine de terror tiene raíces muy sólidas en la religión, el catolicismo y, por cierto, también en el folklore.

—Exacto. Pero en Hollywood esa es una convención que se ha venido rompiendo con el tiempo y cuando haces un análisis dofa, es decir, de fortalezas y debilidades, de oportunidades y amenazas, la religión es una de las dificultades que tiene la película para ser promocionada. Al menos en Estados Unidos. En Latinoamérica puede que, al contrario, eso la impulse. Pero en Estados Unidos puede que exista un poco de rechazo por ser un tema que se ha tocado otras veces. Pero yo decidí tomar el riesgo porque El exorcismo de Dios toca precisamente esos puntos flacos en los cuales uno comienza a debatirse entre la creencia absoluta y la incredulidad.

Y otro de los temas que aborda es una de las manifestaciones de amor más poderosas que existen: el perdón, que es un principio con el cual yo sí comulgo. De alguna manera, yo quise trabajar con la religión para explorar temas humanos, dilemas y conflictos internos. Y digo que tomo ese riesgo porque esta historia puede desatar opiniones. Y creo que al final de eso es que se trata una obra de arte, de destapar una verdad, sea a través de cualquier metáfora, para conectar emocional o intelectualmente con los espectadores. El exorcismo de Dios puede traer ‘ires y venires’, encuentros y desencuentros, así como opiniones radicales fuertes.

El exorcismo de Dios es una coproducción estadounidense, mexicana y venezolana. Cualquiera podría pensar que usted, que se ha metido en las fauces del monstruo de Hollywood, que le ha tocado batallar con la industria durante años, tomó esa decisión como una estrategia para exhibir y vender mejor su película. ¿Es así?

—Exactamente. Es una coproducción entre los tres países.  Es estadounidense porque se produjo y se filmó con la compañía que creé en Estados Unidos y que, por ende, está regida por las leyes y sindicatos de ese país, incluyendo el SAG (Sindicato de Actores). Además, está protagonizada por dos actores de habla inglesa. Joseph Marcell, que es oriundo de Reino Unido, específicamente de Londres, y que formó parte del elenco de la serie El príncipe del rap. Y Will Beinbrinck, quien es estadounidense. Es venezolana porque el financiamiento viene de Venezuela y porque una parte importantísima del crew es venezolana. Y es mexicana porque se filmó en México y porque un par de compañías nos dieron aportes para la realización. ¿Cuál fue el propósito de conjugar a todos estos países? Sencillamente hacer una película que tuviera el empaque, las convenciones y el poder de una película hollywoodense. Digamos que realmente es una jugada para entrar a Hollywood con una producción netamente latinoamericana. Este es un camino que he venido conociendo para justamente entrar en la industria de Hollywood, que obviamente es la más mainstream y la que lleva los productos más comerciales  a todo el mundo. Y mi búsqueda como artista es tratar de usar este medio para poder llevar mis historias a todas las latitudes para que puedan ser disfrutadas por miles de personas.

—Es decir que ya tiene un plan concreto de exhibición y distribución…

—El exorcismo de Dios va a tener una distribución mundial muy fuerte, sobre todo en salas de cine, que es algo muy complejo de lograr en este momento, inclusive para las producciones norteamericanas. Eso me complace, porque la mejor manera de disfrutar una obra cinematográfica es en la pantalla grande, con el mejor sonido posible, y acompañado del público. Yo estoy cruzando los dedos para que la pandemia lo permita, porque sabemos que vendrán picos de subida y de bajada y más restricciones. Pero yo estoy sumamente emocionado, porque el plan se está ejecutando y la película va a llegar con una pisada fuerte y contundente a la palestra de la distribución mundial.

—Hablemos del protagonista. ¿Cómo fue que lo eligió para protagonizar su nueva película?

-A Will (Beinbrinck) me lo recomendó Bárbara Muschietti, que es la productora de It: Capítulo IIMama, y ahora de The flash. Ella fue quien me comentó que era muy talentoso. Estamos hablando de una película con un presupuesto de 1,3 millones de dólares, y que luego llegó a 1,5 millones con la participación de algunos coproductores. Lo que quiero decir es que no podíamos aspirar a una estrella híper reconocida. Pero honestamente Will es un actor que está en ese camino. Hicimos audiciones, ejercicios, y la verdad es que se adaptaba perfectamente al personaje. Yo me siento más que emocionado de tenerlo en el crew porque hizo una labor extraordinaria. Es un actor con una fuerza emocional y un poder increíble en escena. Puedo decir que sostiene la película sobre sus hombros y lo hace magistralmente. 

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Hay mucho venezolanos en el equipo.

—Muchos. Está nuestro director de fotografía, Gerard Uzcátegui, quien hizo un trabajo majestuoso con el manejo de la luz y yo diría que la película baila entre el expresionismo alemán y el naturalismo;. Los compositores son venezolanos y de verdad la música quedó espectacular. Los productores, los camarógrafos, uno de los editores… son venezolanos. La protagonista es venezolana: María Gabriela de Faría. También está en el elenco Eloísa Maturén, quien le da vida a un monstruo bastante particular. Y también Marcela Girón, María Antonieta Hidalgo, Patricia Pacheco y Simona Chirinos, que es la única actriz que ha estado en mis dos películas y ahora interpreta a un personaje poseído. Sí, la película reúne una fuerza de talento venezolano bastante importante.  

—Ha anunciado con fanfarrias que estrena en el Fantastic Festival.

—Sí, y es súper emocionante. Sobre todo cuando ves el peso de algunas películas que han sido oficialmente seleccionadas. Allí está Titane, (de Julia Ducornau), que se acaba de ganar la Palma de Oro en Cannes. Está Lamb (de Valdimar Johannsson), que también pasó por Cannes. El Fantastic es un festival que le ha abierto las puertas a la distribución de películas grandísimas y a directores de Hollywood muy reconocidos. Es un festival muy grande. Que le hayan dado un espacio a nuestra película obviamente es un reconocimiento fundamental para saber que estás haciendo las cosas bien, que la película tiene valores altos de producción, un tema que mueve. Además, recibimos una crítica increíble de parte los organizadores del festival, que catalogan la película como una cinta que reinventa el género del exorcismo de una manera inteligente y brillante. Eso es espectacular leerlo, porque es precisamente la sensación que quiero dejar en la audiencia. Es un orgullo.

—Uno supone que aún le queda la espina del remake de La casa del fin de los tiempos

—¡Total! Yo tengo que hacer esa película. Estoy poniendo mi energía en ello. La voy a hacer de forma independiente. El contrato se venció y, aunque el estudio (New Line Cinema) me pidió renovarlo, no quise hacerlo. No me gusta depender de un tercero o sentirme preso y que el tiempo se me está escapando. Prefiero tomar los proyectos con mis propias manos y buscar la forma de hacerlos yo mismo.

Casa del fin de los tiempos
Casa del fin de los tiempos

—¿Está escribiendo algo más?

—Sí, llevo ocho años desarrollando una película de ciencia ficción, que es uno de los géneros más complejos que existen. Y también estoy desarrollando  mi  propio guion del remake de La casa del fin de los tiempos. Digamos que le estoy dando mi propia mirada y haciendo mi propia adaptación para el mercado anglosajón y el mercado mundial. Estoy tratando de encontrar la razón maravillosa por la cual esa película logró conectar con una audiencia nacional e internacional tan grande. Preservando su esencia y su alma, claro, pero al mismo tiempo trayéndole elementos innovadores que permitan mejorarla.

—Es difícil ser crítico de uno mismo. Sin embargo, ¿qué le pareció a usted El exorcismo de Dios?

—Creo que es una película que da mucho miedo, que es impactante y, al mismo tiempo, es entretenida. No hay ningún momento en el que la atención pueda decaer. De hecho, al  final lo más gratificante es ver a la audiencia agotada. Tiene tanto impacto que la gente sale agotada. Y el final es muy polémico, porque hay una crítica y una visión poderosa acerca de la culpa.

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