- La autora de Lluvia e Historias de la marcha a pie falleció a los 82 años de edad. Amante de las caminatas y de ver el mundo a través del porche de su casa, deja un legado cargado de libros e historias de sus exilios y regresos
Un silencio luctuoso amaneció en la biblioteca de la escritora italo-venezolana Victoria de Stefano. La noche del 6 de enero falleció a los 82 años de edad, tras más de cinco décadas de destacada labor intelectual. La noticia generó un profundo pesar entre diferentes voces de la cultura venezolana e internacional, quienes reconocieron en ella no solo a una de las autoras más importantes de su generación, sino también la calidez de un espíritu tranquilo, amable e ingenioso.
El 28 de noviembre de 2022, había sido condecorada con la orden de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), junto al artista Juvenal Ravelo. Esa misma semana, durante de la Feria del Libro del Oeste de Caracas (FLOC), se presentó su último Venimos, vamos (2019), el cual llegaba a Venezuela después de varios años.
El vacío que deja su muerte en en el campo literario es bastante palpable. Considerada como una de las mayores representantes de la narrativa venezolana de finales del siglo XX. En su prosa se recogió la memoria de un país errante, desde sus desventuras revolucionarias en la década de los años sesenta y el agridulce exilio (hoy sentimiento compartido por millones de migrantes) hasta la melancolía de la ciudad y su gente, o el desgaste civil tras el ascenso del chavismo.
También cultivó una corta, pero importante, carrera como ensayista, que cotejó con su labor como docente. Aunque en la última década llegó a reconocer en entrevistas que su energía literaria había decaído, no dejó de escribir y publicar. No sería descabellado suponer que en su escritorio quedó algún manuscrito pendiente por terminar.
De tierra en tierra
Victoria De Stefano nació en Rímini, una ciudad en la ribera romañola de Italia, el 21 de junio de 1940. Buscando una vida mejor tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, su familia emigró a Venezuela cuando ella tenía seis años de edad. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Caracas y a los 22 años de edad se graduó en Filosofía en la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Por esa época conoció al filósofo Pedro Duno, con quien tuvo dos hijos. En sus diarios, describe ese periodo de su vida como uno de los más turbulentos y llenos de incertidumbre, pues su esposo era militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y se había unido a la lucha armada contra la floreciente democracia. Entre sus estudios y la crianza de sus hijos, también debía visitar a Duno a la cárcel, sobre todo después de que participó en la insurrección fallida de El Carupanazo, en 1962.
Debido a sus actividades guerrilleras, Duno fue exiliado y con él también partió De Stefano. Durante cinco años vivieron en diferentes ciudades como La Habana (Cuba), Argel (Argelia), Zúrich (Suiza), París (Francia) y Sitges (España). Finalmente regresaron a Venezuela en 1966, donde De Stefano comenzó a trabajar como docente e investigadora en la Escuela de Filosofía de la UCV. Gran parte de su vida la dedicó a la enseñanza, dando clases también en la Escuela de Arte. Entre las materias que impartió estaban Estética, Estructuras Dramáticas, Filosofía Contemporánea y Teoría del Arte.
Un hecho que la marcó fuertemente ocurrió durante el terremoto de Caracas en 1967. El edificio en el que residía su familia colapsó, muriendo su madre y dos de sus hermanos menores.
Escritura hacia adentro
En 1971 publicó su primera novela, El desolvido. En este libro aparece acreditada como Victoria Duno, aunque se divorciaría poco después. Más adelante demostraría también su capacidad como ensayista, con Sartre y el marxismo (1975). Sin embargo, debido al tiempo ocupado por su vida académica y familiar, pausaría su carrera literaria hasta la década de los años ochenta. Allí sacaría, casi como mellizos, su libro de ensayo Poesía y Modernidad, Baudelaire (1984) y su segunda novela, La noche llama la noche (1985).
En 1990 publica su tercera obra, El lugar del escritor, donde difumina más la línea entre autora, narradora y personaje. Con Cabo de vida (1993) hace una reflexión sobre la búsqueda interior y la superación del fracaso, proyectándose como una de las plumas más interesantes de su generación. Este reconocimiento se confirma con Historias de la marcha a pie (1997), aclamada por la crítica como uno de sus mejores trabajos.
De Stefano entraría en el nuevo milenio ya consagrada en el mundo de las letras hispanas. En 2002 publicó la editorial española Candaya su sexta novela Lluvia. En su prólogo, el escritor Ednodio Quintero la define como la máxima expresión del equilibrio entre los dos mayores temas de reflexión en la literatura de la autora: la vida y la escritura.
Sigue con los recuentos introspectivos de la memoria de sus personajes en Paleografías (2010), hasta finalmente publicar sus propios recuerdos recogidos en diarios con La insubordinación de los márgenes (2016). Escritos entre 1988 y 1989, hacen una narración minuciosa sobre cómo vivió aquellos años de conflictividad económica y social, con el estallido de El Caracazo. Cierra su ciclo autobiográfico con Su vida (2019), publicado en Colombia por Taller Blanco Ediciones.
“En mis novelas hay elementos de la Filosofía, la carrera que yo estudié, en esos pasajes reflexivos, de análisis, de cierto distanciamiento, con respecto a un yo. La narración se diluye en muchos personajes. Esa tendencia al pensamiento también está en mis ensayos”, comentó De Stefano en una entrevista a Prodavinci en 2020.
La larga caminata
De Stefano obtuvo su primer reconocimiento importante en 1984, al ganar el Premio Municipal de Ensayo de Caracas. Sin embargo, a pesar de gozar de la buena aceptación de la crítica y de sus compañeros escritores, pocos galardones se encuentran en su trayectoria. Como ella misma afirmaba, no le gustaba enviar sus libros a concursos literarios. De hecho, decía que solía escribir sin siquiera esperar a ser publicada.
Eso no impidió que en 1998 su editorial postulara Historias de la marcha a pie al Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, para entonces uno de los más importantes de Hispanoamérica. Antes ya había ganado el Premio Municipal de Novela de Caracas, y para este certamen quedó finalista, siendo superada solo por otro clásico literario: Los detectives salvajes, del mexicano Roberto Bolaño. En 2018, la Embajada de Italia en Venezuela le entregó a De Stefano la Orden al Mérito, la máxima condecoración que otorga el gobierno italiano. Fue la primera mujer venezolana en ser distinguida con ese honor.
En un homenaje póstumo en Prodavinci, el editor y crítico literario Carlos Sandoval recuerda a De Stefano como una mujer que disfrutaba pasar las tardes en el porche de su casa en la urbanización Sebucán, conversando con el escritor Salvador Garmendia, o simplemente viendo transcurrir las horas en el ritmo acelerado de sus vecinos. Otros colegas destacaron sus largas caminatas por el sector, donde muchas veces halló la inspiración para su historias mientras saludaba a los indigentes al pasar. También su vocación docente, que le hacía recibir a escritores jóvenes y aspirantes, a quienes ayudaba a pulir sus primeras historias.
Más que la calidad de los galardones en su estudio, la inmortalidad del legado de De Stefano permanecerá en las tardes silenciosas y melancólicas, cuando de las páginas de sus libros evoquen su memoria, como en el pasaje de Paleografías que reza: “Hay muertos a los que amamos y nos amaron mucho y por los que sentimos nostalgia, al igual que ellos por nosotros”.
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