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- En entrevista para El Diario, Andrés Rodríguez, Yolanda Gómez y Luis Ferreira Dos Santos contaron cómo fueron sus vida desde que llegaron al país
En Venezuela abundan los negocios de migrantes que llegaron hace varias décadas. La mayoría afirma que el clima, el poder adquisitivo y las oportunidades de negocio fueron las principales razones por las que decidieron hacer vida en el país tras emigrar de sus naciones por la crisis económica, política y social que atravesaba Europa y otras regiones.
Andrés Rodríguez, un gallego de 74 años de edad, recuerda el día exacto que llegó a Venezuela en el año 1968: un viernes 8 de marzo. Al igual que muchos otros extranjeros, emigró debido a la crisis económica que vivía España por la posguerra, la cual no permitía tener expectativas de superación.
“Lo que más me gustó (de Venezuela) fue las posibilidades que había de trabajo, de superación y la libertad política; pero más que nada, había una bonanza. Una de las cosas que me impresionó fue cuando llegué al aeropuerto, agarramos un taxi y era un Ford LTD. Algo impensable en España. Yo dije: ‘Bueno, llegué al país de la abundancia’”, contó en entrevista para El Diario.
Tras trabajar en diferentes rubros, Rodríguez se enamoró de la gastronomía y luego de muchos años en los que logró obtener más experiencia en esa área, pudo abrir su propio restaurante: El Mesón de Andrés, el cual se convirtió en “un rinconcito” de España en Chacao, en Caracas.
De topografo a maitre de restaurantes
La familia de Rodríguez llegó a Venezuela poco antes que él, quien se quedó en Galicia en la casa de sus abuelos para culminar sus estudios. A los 18 años de edad, decidió migrar para estar con sus padres y hermanos.
Aunque se graduó como topógrafo, una profesión que le recomendó un amigo ingeniero de la familia, se dio cuenta de que no era a lo que se quería dedicar tras tener sus primeras experiencias laborales.
“En un principio fui topógrafo. Trabajé un año con el MOP (Ministerio de Obras Públicas), pero no me satisfizo la profesión”, señaló. Después de esa experiencia, comenzó a trabajar en la dedicarse a la gastronomía, un ámbito en el que ya habían laborado sus padres.
Es así como en los años 70 llegó a trabajar como ayudante de mesonero en el restaurante de comida francesa Montmartre, en Baruta, el cual describió como un lugar “muy particular, bohemio, encantador” y lleno de magia.
“Había dos grupos de música en vivo. Uno era del mismo dueño del Montmartre, un alemán que fue muy conocido; y el otro era de Alex de Roma, un pianista peruano excelente. Ahí trabajaba en la noche y los mediodías laboraba en un sitio que se llamaba el Parador de Punceres de comida española”, detalló.
También laboró en otros restaurantes famosos como: El Barquero (Altamira), Lasserre (Los palos Grandes), Le Chandel en el CCCT (como maestre y gerente) y en el club privado 1900 My Way en los años 80. Después inauguró La Guacharaca junto a Ben Ami Fihman y Cayito Aponte, y fue socio y anfitrión en el Sarao (Bello Campo), la primera ronería de Venezuela.
Luego de vivir en Puerto de la Cruz para gerenciar un local que se llamó Zythum, que en griego antiguo significa vino de cebada, Andrés Rodriguez decidió abrir su propio restaurante.
Un legado para sus hijos y nietos
Andrés se enamoró de una española que también vivía en Caracas, se casaron y tuvieron dos hijos. Su hija, María del Carmen, se encuentra en Madrid y su hijo, Javier, dirige y gerencia el Mesón de Andrés junto con él.
“(En Venezuela) la relación de la clientela es excelente, muy amigable y con mucha simpatía. No importa la categoría social a la que pertenecieron, todos por igual son muy afables. Lógicamente, uno también recibe lo que da”, señaló.
A pesar de ser una profesión que requiere de sacrificios, debido a que ha tenido que trabajar Navidad y en días festivos importantes, Andrés Rodriguez alega que cuando se trabaja con vocación, el cariño de la clientele es una recompensa.
Una época de abundancia
Yolanda Gomez llegó a Venezuela desde Armenia, Colombia, en julio del año 1979 junto a sus dos hijas (de 1 y 6 año de edad, respectivamente, en ese entonces) en busca de mejores condiciones de vida. Su esposo había llegado poco antes para poder trabajar y pagar su traslado al país.
A pesar de que se dedicó al hogar, vendía productos a través del san (un método de ahorro y financiamiento). “Fue una época muy buena donde el dinero rendía. Cuando nosotros viajábamos para Colombia, se multiplicaba lo que nosotros llevábamos para allá por el cambio de bolívares a pesos. En ese momento, la economía de Venezuela era muy buena”, explicó.
En el país no tenía a más familiares, por lo que trataba de viajar seguido a Colombia para compartir con su familia y gracias a los que ganaban en Venezuela podían llevar regalos.
Además de la estable situación económica, Yolanda se quedó en Venezuela porque poco a poco se fue enamorando del trato de la gente, los paisajes, las playas y sobre todo el clima, debido a que en Armenia las temperaturas eran bajas.
A sus hijas las pudo inscribir en el colegio sin dificultad y luego, por un mandato del entonces presidente de Venezuela Luis Herrera, pudo tramitar los papeles para poder estar legal en el país.
Un negocio que sacó adelante con su pareja
Con los años, se divorció de su primer esposo y conoció a otra persona: Jorge Torres, un colombiano con quien hizo vida y logró llevar adelante una empresa que había comenzado como un pequeño negocio de compresores en Tacagua Vieja, en Caracas.
“No era tan rentable, no le daba mucho (dinero). Entonces nosotros empezamos a ahorrar un dinero y de todo para pagar un local en Catia, que es donde estamos ahora. Pero todo fue con mucho esfuerzo”, indicó.
La empresa Compresores Protecnica (Comprotec) se especializa en la reparación de compresores de refrigeración industrial, comercial y doméstica. Aunque el crecimiento del negocio fue lento al principio, les permitió tener estabilidad financiera.
Sin embargo, cuando su pareja se enfermó de cáncer en el colon y cayó en cama, el negocio “casi se va a pique” debido a que la persona que dejó a cargo la estafó mientras ella cuidaba de él.
“Confié mucho en una persona. Le entregué todo mientras yo lo cuidaba a él. Y esa persona montó una empresa paralela a la mía. Eso fue horrible, yo me di cuenta y mi socio no creía porque confiaba mucho en ella”, contó.
Tras ver que las cuentas no daban y que esa persona recibía su quincena completa y a ella casi no le quedaba nada, tuvo que mostrar las pruebas para que su socio y sus hijas también lo vieran.
Su pareja falleció en el año 2004. “Cuando él muere comenzamos de cero otra vez, siempre de la mano de Dios, y salimos adelante. Ha sido un proceso muy próspero porque no hay muchos negocios de ese ramo en la zona”, destacó.
Ahora, en el negocio recibe el apoyo de una de sus hijas y su yerno, así como el de su socio. Su otra hija vive actualmente en Panamá.
“Margarita me enamoró”
Yolanda ha podido conocer varios de los destinos turísticos más populares de Venezuela, como la isla de Margarita (Nueva Esparta) y las playas de Morrocoy (Falcón).
“No he conocido mucho, lo que pasa es que Margarita me enamoró y entonces los muchachos dicen para ir para otro lado y yo digo que quiero ir a Margarita. Las playas de Morrocoy también son muy bellas”, precisó.
A pesar de los momentos de crisis, siempre ha apostado por el país y nunca pensó en irse a vivir de nuevo a Colombia. A lo largo de los años, ha logrado tener muy buenas amistades, venezolanas y extranjeras, con las que comparte constantemente.
“El trabajo para mí era todo”
A los 26 años de edad, Luis Ferreira dos Santos salió de Portugal. Lo que sería un viaje de paseo a Venezuela en el año 1976 se convirtió en una estancia de por vida. Las oportunidades de trabajo, la juventud y el clima lo hicieron enamorarse del país.
“Me costó bastante dejar a mi familia, pero doy gracias a Dios a Venezuela por como estoy hoy, pudiera estar mejor, pero nunca peor. Me siento contento”, aseguró.
Cuando llegó al país abrió una zapatería que se llamaba Figueredo, ubicada en la avenida Urdaneta de Caracas, donde trabajó por más de 10 años junto a tres socios. Sin embargo, con el tiempo regresaron a Portugal y quedó solo él trabajando en el ramo de la zapatería.
En el año 2000 aproximadamente, logró abrir su zapatería en la parroquia La Candelaria la cual llamó Premier. Allí vende zapatos de cuero para damas y caballeros, y fue un negocio muy próspero durante muchos años.
Aunque en la actualidad la cantidad de ingresos no es la misma que en esa época, Luis, con 73 años de edad, agradece por tener trabajo y continuar vendiendo.
Aprendió español pero no perdió su acento
Luis Ferreira se casó a los casi 40 años de edad con una venezolana y tuvo tres hijos, quienes se encuentran en España desde hace varios años. A pesar de la distancia, él y su esposa han tenido la posibilidad de viajar para visitarlos.
Aunque conserva el particular acento de los portugueses, los años de trabajo en el país y el contacto con el público le permitieron aprender el español como la mayoría de los extranjeros: de forma autodidacta.
“Todavía mi idioma no es muy bueno, pero me voy defendiendo poco a poco. Tenía experiencia tratando de entender otros idiomas porque en Portugal trabajé en un restaurante donde llegaba gente de todas partes y uno tenía que entender otros idiomas”, precisó.
También aprendió un poco de francés por un tío que vivió varios años en Francia y por una amiga francesa que tuvo.
Mandaba dinero a Portugal
Luis Ferreira agradece porque siempre tuvo trabajo, lo que le ha permitido cumplir con sus metas. Sostuvo que en ese momento el dinero rendía y el bolívar valía 20 veces más en Portugal.
“Mandaba de aquí para allá muchas veces. En ese tiempo, el dólar estaba a 4,30 bolívares. Rendía mucho el bolívar, y allá querían la moneda de plata”, aseguró.
A pesar de la crisis económica que atraviesa el país, desea quedarse en Venezuela y aguantar hasta que la situación mejore. Sin embargo, cuando piensa en sus hijos le da la nostalgia de querer estar permanente con ellos.
“Si Venezuela mejorase, yo tendría gusto que mis hijos vinieran para acá. O yo para donde están de ellos. Porque siempre juntos estamos más presentes”, indicó.
