- Este texto obtuvo mención honorífica en el Concurso de Crónicas: Dando voz a las historias silenciadas, organizado por El Diario, en el que se evaluaron 90 crónicas autobiográficas enfocadas en historias de resiliencia de grupos o poblaciones marginadas
Es temprano, 6:15 am, llueve. Desde acá, Caracas se envuelve en un manto blanco de agua. Tengo dos vistas en mi rincón de escritura, ventana y balcón, todo a mi derecha, los edificios y formas perdieron el detalle en la bruma, puedo oler café. Un insecto se deja ver en el reflejo de la pantalla, un ser vivo, le permito su osadía, es muy grande este apartamento. A mi lado están las cajas con las lámparas led que me dejó Marcos para cambiar en algo la antigüedad del apartamento, por fin encontré la llave del mandril del taladro que justificaba mi renuencia a realizar la instalación. Marcos es mi hermano.
Frente a la página blanca de Word, abro el juego Mahjong Titans, automático, me revela pensamientos, me descubre sentimientos, la vida se ha convertido en memoria, tengo demasiadas ausencias. Dejo el Mahjong, las palabras fluyen en mi cerebro, me habitan, me corrompen, es el estado ideal, escribo.
Son las 7:00 am, reviso el teléfono que me interrumpe al lado con su tono de mensajes. Natalia ya ha enviado el primero, le respondo sin escucharlo con otro mensaje de voz. El café vuelve a llamarme, segunda taza del día, hace años lo preparo a la vieja usanza, en manga, después de haber dejado quemar tres grecas. Pintar y escribir son vicios de olvido, las ollas sufren las consecuencias, sobre todo si no hay una segunda conciencia atenta. Me preparo un sándwich, me lo llevo a la mesa de la computadora donde lo devoro junto con el café.
Me distraigo, la novela va lenta, cada vez aparecen más palabras para definir este personaje en el cual trabajo. Vuelvo con los dragoncitos del Mahjong para retomar la inspiración. Han invadido las horas de creación, como todo lo chino, invaden con la venia del Señor. Siento que soy adicto a este juego y lo justifico con su poder de concretar ideas mientras relaciono parejas.
7:50 am, ya se me esfumaron las frases, anoté las que pude, es demasiado temprano, me molesta esta situación. Me escapo, reviso Twitter (ahora conocido como X), es mi fuente de noticias y mi vertedero. Todos los mensajes hablan de que el régimen ha detenido a tres personas en La Guaira, vinculadas a la oposición. No se cansan de ejercer la maldad, bailan sobre el sufrimiento, no había visto mayor sadismo en un grupo de personas. Es mi momento diario de insultar y maldecir tan terapéutico, tan refrescante. Esta red es una buena tribuna para descargar miserias, frustración e impotencia. También tristeza.
Son las 8:00 am, tengo hambre; Natalia pasará por mí a las 8:30 am. Le ayudo en su trabajo, de algo deben servir estos años de experiencia, la profesión y la necesidad. Aunque también lo hago por compañía, por afecto, por el contacto con el mundo, con gente; pisar en este país los 70 años es fuente real de incertidumbre, sobre todo en mi estado. Así que su contacto es vital para permanecer aquí. No es puntual, como todo en este país; tengo 40 minutos para bañarme y vestirme. Nos conocemos desde hace 20 años, lo que en ese tiempo fue piel ahora es otra cosa, un sentimiento elaborado con perdones y complicidades. Me levanto a bañarme. Se me está acabando el perfume, uso parte del último rocío sobre la camisa recién planchada, mal; planchar sin arrugas es una asignatura que siempre repruebo. Ya no importa, Natalia apenas se fija en eso, su atención se centra en el olor, las uñas y el estado de los zapatos. También en la desconcentración y su consecuente silencio. Las mujeres son seres de palabra hablada.
Son las 8:30 am, paso a despedirme de mis inquilinos. Se trata de un par de avispas que han construido su pequeño panal en el cuarto de limpieza; al principio era de un color crema agradable, ahora está oscurecido por el smog. Los insectos tienen hermosos tonos amarillos, como los dragones del Mahjong, no me hacen daño, no les cobro renta. Entre los tres hacemos un trío laborioso, ajeno, cómplice. Les digo que voy a salir y que no se acerquen mucho a la ventana, las ráfagas de viento pueden llevárselas a la puta madre y ya me he encariñado con esos bichos.
9:00 am, no hay mensajes de Natalia. Recuerdo que María Calderón quiere regalarme a Gato para que me haga compañía. Le disuelvo la idea, creo que ya no me siento responsable de nada, ni de mí mismo. “Es un animal de escritores”, aduce, el enorme gato es silencioso, vago y dormilón. Se parece a mí, insomne, persistente en las dos primeras cosas. Pero no me puedo dar el lujo de tenerlo, a pesar de lo independiente que puede ser este animal, necesita cuidados y yo no estoy para eso; además, no quiero dejar muchos dolientes si tengo que irme. No soy Hemingway ni de lejos. María Calderón es mi sobrina de Valencia.
Ya a las 10:00 am me voy al cuarto de atrás, es lo único que tengo ordenado en el apartamento. Lo tengo cerrado, sé que es un peligro hasta para mí mismo. Debo apresurarme con lo que hago allí, después de que logré mezclar el nitrato con la glicerina todo es un riesgo. Eso creo. La fórmula copiada de Google parece fiable.
10:30 am, pienso en Natalia, en que somos órganos reproductores estériles, creamos para nosotros, nadie puede tocarnos, decimos blasfemias a diario, discutimos, también bromeamos, nos consolamos, nos burlamos de nosotros y del mundo. Luego ella se va con su soledad también, su soledad de gente. Cuando se tiene el dominio de un grupo dependiente la soledad es un vínculo a la liberación. Natalia es la amiga, la relación perfecta.
11:00 am. Escucho música, la misma de los años vivos. Cuando la ignorancia y la inocencia permitían creer en la gente, en los libertadores, en las canciones. Era bella la inocencia y descubrir cada día los elementos de su pérdida era terrible por igual. Desde la calle me sorprende el ruido de un disparo. Me asomo al balcón, hay poco tráfico en la vía, no se ven rastros del crimen. Nada nuevo que reportar en Twitter.
11:30 am, retomo la idea de seguir escribiendo luego de calentar café y beberlo. Me acerco a la computadora, maté al insecto que merodeaba en la pantalla, ya se estaba acostumbrando a distraerme; sus antenas aún se mueven con las corrientes de aire que traen confort al apartamento y a veces derriba los cuadros que tengo en la vitrina.
Es mediodía, Natalia no viene hoy, respondió que es sábado. La repetición de los actos nos hace perder la noción del tiempo, todos los días pueden llamarse lunes o jueves, da igual. Me alegra el sábado, lo espero con ansias y hoy se me ha pasado, a pesar de que es el día de la alegría, no sé por qué demonios no lo tenía presente esta madrugada cuando desperté. Los sábados tienen un toque especial, son esenciales para recobrar vitalidad y razones de existencia. Evadir el cansancio del aburrimiento. Me siento a escribir, a escribir y a esperar a mis hijos que ahora están trabajando. A las 3:00 pm se conectan, solo los sábados. En Bruselas serán las 9:00 pm, escogieron esa ciudad, les dije que buscaran el primer mundo y aprendieran un idioma más. Este país tiene un retraso de 50 años no apto para sus deseos, hasta yo debí escapar con ellos cuando tenía tiempo, hoy es un recurso limitado, debo terminar la novela.
2:00 pm, tengo hambre, sin embargo, vuelvo a la habitación de atrás, manipulo los frascos hasta que alcanzan un tono verdusco. Recreo mentalmente el ataque, el lugar, la hora y el acto en que los feroces estén listos para cobrar mi venganza personal, que caigan todos juntos, sin derecho a la defensa. Si pudiera beber ese líquido y producir una llamarada desde mi boca que alcanzara la maldad de esa gente sería ideal. Así no tendría víctimas colaterales. Sería un dragón vengador como las fichas del Mahjong, con el color de las avispas del cuarto de limpieza. Donde no se cuenta con la justicia, la venganza toma su lugar.
2:30 pm, meto el pasticho de berenjena en el horno. Almorzar en compañía de mis hijos no tiene precio, ellos estarán cansados y serán breves. Trabajan horas extras, en esos países deben rendir el dinerillo para vivir con comodidad, siempre se los he dicho. Debo tener el plato listo cuando se conecten.
3:00 pm, estoy frente a la pantalla del computador, ansioso, quemando el tiempo con el Mahjong. Ya se conectan, la niña primero. El rostro amado cubre la pantalla, la voz, la mirada, la sonrisa triste de la distancia, ella es un carácter de puro sentimiento. Luego viene el Junior, todo práctico y protocolar, le bromeo sobre Beca, su mujer, y el supuesto futuro heredero. Ríe. Le doy el primer mordisco al pasticho de berenjena. Ellos corean “buen provecho”. Hablan de uno en uno, solo logros, todo bien, creciendo, viviendo su vida, la elección forzada. Siempre acabo llorando, necedades de viejo, la gelatina del corazón cada año es más aguada. Ellos no me ven así, he aprendido a mover la cámara para disimular estados anormales. Les pido que me hablen de la nieve, del verde, los museos, las plazas, las edificaciones, la comida. Por acá no hay mucho que decirles, estos malditos dragones no me dejan avanzar con la novela.
En un punto se mezclan el dolor y la alegría de verlos. A estas alturas no logro distinguir quien se exilió de quien. Ya no sé si amo este país, porque comienzo a sentir el que ellos ahora ocupan y me siento un desterrado con su ausencia. Mis lágrimas depuran el polvillo de los ojos, todo es profiláctico, hasta la tristeza.
3:30 pm, me repongo. Los sentimientos anteriores se transforman en ira. Luego viene el vacío, el cual considero es estado perfecto de la materia. Regreso a la habitación de atrás, los frascos están en su sitio. Esperando. Aguardando el momento en que puedan ser usados, tal vez no ocurra nunca. Aún mi odio no alcanza el odio con que destruyeron al país, asesinaron a un hermano, expulsaron a los hijos. Eso me molesta. Tampoco confío en quienes tomen el poder, tal vez no merezcan mi sacrificio, además, ya hay suficientes mártires en este país eliminados en vano y a esta edad ya hay cosas que me impiden salir solo. Ir de aquí hasta el centro es toda una odisea en ese transporte público, destartalado y maloliente. Si pudiera llevarme a las dos avispas y a los dragoncitos de Mahjong conmigo sería ideal. Con ellos me sentiría el héroe de las películas orientales, a esta edad también se tienen sueños y fantasías, que no se cumplan, que es lo más seguro, no importa.
Mucho tengo que ocuparme de otras cosas que tengo pendientes y la falta de prisa no me deja. Soy hombre de pensiones, mis visitas al exterior son al mercadillo los martes y viernes, al banco a cuatro cuadras y al servicio de encomiendas para retirar la remesa que envían mis hijos cuando pueden. De resto salgo con Natalia, en su automóvil, aún me soporta. Pero ella no sabe nada del atentado que estoy planeando.
5:00 pm, después de limpiar los frascos y el mesón de trabajo, salgo del cuarto deteniéndome en la cocina para recargar mi ánimo con café; recaliento, sirvo y bebo. De vuelta a la sala, repaso el portal de los muertos. Una hermosa mesa rectangular de patas alargadas donde me observan desde sus fotografías personas de mi alta estima que han trascendido. También algunos santos de la religión que me ocupa. Les pido por la salud, solo por eso, las otras cosas ameritan milagros poco confiables. Miro al balcón, taza en mano, la cálida luz del atardecer suaviza el espacio, la atmósfera, supongo que así es la abertura de la muerte. Así debieron verla quienes desde la mesa hoy son un recuerdo. Al otro lado, en otra mesa, los retratos de los vivos me exigen continuar.
En el balcón me aborda un extraño olor a mujer. Breve, aparece como una premonición, tal como lo fueron quienes pasaron por mis sábanas, mujeres de horas y de años, algunas tan limpias y seguras como un puñal de acero. Otras más simples, repletas de alegría y faltas de revancha, siempre esperaron más, no había más, no tenía más para darles que el egoísmo de quererme por encima de ellas y esa necesidad de sufrir ausencias. El corazón no tiene estimada la cantidad de amor que fue capaz de dar, solo las imágenes que lo revelan en las miradas que se quedaron alumbrando la memoria. Y los nombres, la canción que nos acompañaba, la película del momento, el trago, el motel, la actividad, sus profesiones. 25 años de divorcio son muchos puentes, muchas rosas, promesas y mentiras. También es un tiempo de situaciones extraordinarias, en la seguridad de la libertad, la verdadera, de amar, aceptar y renunciar. Tengo un dibujo de Natalia desnuda en la sala, lo hice en momentos de alegría, también uno de Mariela, al cual le he cambiado el rostro en varias ocasiones, hasta agotar el papel. Quería que envejeciera conmigo, en compañía silenciosa. Debo muchos retratos, a cada una le ofrecí hacerlos, les mostré bocetos, me cansé de olvidar.
6:00 pm, leche descremada con hojuelas de maíz. No quiero ya más culpar a los bestias de mis infortunios, si se les puede llamar así. Es la hora del complejo de culpa y del “si hubiéramos”. No hicimos lo suficiente, permitimos que pasara. De alguna manera no creo que esto me duela lo suficiente para entregarme. Tampoco para vengarme, aunque ya lo haya hecho mentalmente a diario durante los últimos 25 años. A veces lo posible no es suficiente, quemé las naves, ofendí a Dios y a la gente que no pensaba igual que yo y permití la partida de quienes debieron alejarse, unos al destierro, otros al recuerdo. Debo ensayar oraciones, pedir por ellos, por mí no importa. No es que haya perdido la esperanza, es que así es la vida. Son las 7:30 pm. Aquí estoy en el balcón viendo el atardecer, el espectáculo de luces cenitales que ofrece esta ciudad a esta hora. Estoy dejando pasar la claridad, debí instalar aunque sea una de las lámparas que dejó Marcos. Una por día, para tener algo que hacer. Son labores extraordinarias. Limpiar, ordenar y cocinar para uno solo es aburrido y me hace sentir sospechoso. Creo que María tiene razón, debí recibirle a Gato, es el nombre propio del animalito. Busco el teléfono, ahora toca la sesión fotográfica desde el balcón, tendré una secuencia espectacular del anochecer que publicaré en Instagram más tarde, con una canción francesa de Indila que me hipnotiza. Estoy en el piso ocho, viendo el mundo, el balcón está enrejado, comienza a hacer frío. Ya con la oscuridad y solo las luces de los ranchos en el horizonte, cierro los ojos. Quiero ser uno de los dragones del Mahjong y disponer del aire solo para acercar las ausencias.