Anora o el reverso del cuento de hadas

Einar Goyo Ponte
12 Min de lectura

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En la añada de la temporada de premios del cine de este 2025 destacan dos filmes por su aproximación a un mundo marginal, situado en los bordes de nuestra sociedad y mundo moderno: en una se nos narra una historia protagonizada por una prostituta casi adolescente y el hijo de una familia de la mafia rusa; en la otra el bizarro relato del rey de un narco-cartel mexicano que decide cambiar de género y a partir de allí rehacer y redimir su vida. Son dos de las películas más extravagantes y de mayor gancho de las nominadas al Oscar y a otros premios así como ya ganadoras de muchos galardones): Anora, del director norteamericano Sean Baker, y Emilia Pérez, del francés Jacques Audiard. 

Ambas hacen una interesante propuesta: la de insertar los códigos de la fantasía y de un metadiscurso que parodia y expande los ámbitos fieramente realistas de donde proceden sus historias. Anora, de la sordidez del mundo de la noche, el dinero y las ventanas de poder y placer infinito que este puede generar, como la más poderosa de las drogas, y Emilia Pérez, desde el propio mundo del narcotráfico y la sociedad paralela que crea dentro de los estados que infecta. En próxima entrega me dedicaré al filme de Audiard, pero hoy nos enfocaremos en Anora, donde la narración se construye desde la parodia de los códigos del cuento de hadas o de las versiones modernas de la Cenicienta, concretamente, pues está evocada en los vestuarios de la protagonista, en algunos decorados, en la presencia de los edificios, rascacielos, anuncios de neón, avenidas de metrópoli en las cuales transcurre la historia, en el referente de Pretty Woman de Garry Marshall (1990).

Así como en el neón eléctrico y los tonos pasteles e irreales de los helados y los algodones de azúcar en los que se recrean los protagonistas casi infantes. Pero esa atmósfera de sueño cursi, de fantasía inducida por el alcohol o las metanfetaminas se hace añicos, apenas un par de horas después de que la pareja protagonista Ani, la prostituta de 23 años, que baila sobre el regazo de sus clientes y se engancha fortuitamente con el hijo de una familia mafiosa rusa, Vanya, quien disfruta y dilapida su libertad alejado de sus padres en la abierta e hipertolerante América, pasando sin solución de continuidad de la droga que fuma, a la que consume en pildoras o a la que bebe o con la que juega adherido a su casi inseparable mando de la consola del PS; Ani y Vanya pues, se casan bajo todos estos y otros desmesurados y aparentemente románticos impulsos, en Las Vegas. Enseguida la autoridad invisible de los padres rusos se hará presente a su debido tiempo, pero envía una casi demencial delegación precedente en los torpes emisarios de los gendarmes pagados que debían vigilar al heredero ruso. En ese momento, el tono divertido de parodia de Pretty Woman salta por los aires y presenciamos una delirante secuencia, casi interminable, entre los esbirros, Vanya y Ani, que parece sacada de Home Alone, tal es la torpeza de Igor y Garnik tratando de retener a los chicos, y no menos demencial es el ruido de fondo que hace Toros por el teléfono intentando llegar a tiempo al desastre del que aún no imagina las dimensiones.

Anora o el reverso del cuento de hadas
Foto: Anora
Anora o el reverso del cuento de hadas
Foto: Pretty Woman

La inaudita performance física

De esa segunda parte pasamos a una tercera más serena pero igualmente cruda y desoladora: el viaje órfico inverso que representa para Ani ir percibiendo la demoledora realidad que socava, derrumba y humilla sus sueños junto al resquicio de amor romántico que creía haber rescatado del cinismo precoz de su vida como escort de 23 años. Esa travesía por la ciudad buscando al Vanya que la ha abandonado a merced de sus custodios, lastimada, agredida, despojada de su anillo de bodas que significaba tanto para ella, testigo inerte de la salvaje ineptitud de los rusos y al final el encuentro con el idiotizado esposo que la evade, casi no la reconoce y desde ese no-vivir de zombie de risa involuntaria, abjura de ella.

Ani es una Cenicienta despojada de su zapatilla que descubre al sapo detrás de su Prince Charming, pero lo más conmovedor de todo, en la sensacional actuación de Mikey Madison (quien hace el papel femenino principal quizás más difícil de todos los nominados a los Oscars), es su reacción: la escena donde responde a Vanya y a la bruja de su madre, es memorable, pero antes de ella lo es la acerada corporeidad de su actuación, la sinuosidad del lenguaje en el ruso precario que habla y que se convierte en lo que la liga a Iván, la intensa naturalidad de sus maldiciones y blasfemias permanentes, la fuerza física de su performance en las escenas amorosas y en los combates con los esbirros, y la manera como va procesando con dolor su decepción y cómo la soporta y reacciona a ella, para llegar a esa emocionante escena y catarsis final. Para mí es la única rival verdaderamente seria de Demi Moore, y si se premiara la calidad integral de la película, sería la favorita. Un extraordinario corolario para casi una docena de premios que ya mereció con su inaudita actuación.

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Anora es, dentro del estilo indie de Baker, y esto creo es novedad, una película de personajes, a través de los cuales se relata una historia que alude sin ambages al nuestro mundo cotidiano, a la brecha generacional, al choque de culturas y a la fisonomía intelectual que está adquiriendo nuestra juventud en el atosigante mundo de los media, las redes y la hiperconectividad.

Por el filo de la parodia

De los personajes de Anora y Vanya ya hemos dicho bastante (y aún diremos algo más), pero el reparto es un verdadero hallazgo y alarde de construcción psico-sociaL Igor, Garnik y Toros no parecen sicarios sanguinarios, al estilo de Eastern Promises de David Cronenberg, de la cual Anora es, en no poca medida, deudora. Son más bien una desternillante parodia (como Ani lo es de Julia Roberts y la primera parte del filme de esa aclamada comedia, que quizás hoy, en plena corrección política tendría dificultad para hacerse o para triunfar como lo hizo en la década de los noventa) de aquellos, pero además poseen una carga cómica de humanidad que los pone en la ruta de lo inolvidable. Representan al mediocre segundón, soldado cuya libertad, opinión y sentimientos están sometidos a los deseos de sus inimaginablemente poderosos patrones. Pero, en el interregno ambiguo en el que los mete Baker, son desnudados en su vulnerabilidad (la frágil Ani les da una paliza), de la que surgen su torpeza, su ineptitud, su voluntad anulada (Garnik se pasa todo el filme enfermo por la fractura de la nariz de que Ani lo ha hecho víctima) y Toros tiene que valerse, con una violencia que suple su escasa inteligencia, de la prostituta para encontrar al hijo de sus jefes, mientras nos va demostrando que este “brazo armado”, en realidad es un súbdito extremo del orden opresivamente matriarcal de Galina, la madre de Vanya, a la que no puede oponerse ni el supuestamente poderoso esposo. En el ámbito de la parodia cobra aún más significación la escena aquella del enfrentamiento con Ani en el despacho legal, precedidas de las pequeñas sublevaciones de la joven en el aeropuerto y en el jet privado. Es un equivalente paródico de la batalla arquetípica de la Cenicienta contra la Madrastra. 

Por todo ello destaca, con toda justicia, el papel de Igor, el silencioso esbirro que pasa de ser el agresor casi involuntario de Ani al único caballero de reluciente armadura que la apoya y defiende. Sin el recurso de los diálogos que el libreto le niega, Yuri Borisov consigue transmitirnos la gradual luz que la entereza de la chica deja entrar en su conciencia, hasta las secuencias finales: una en la casa de los Zakharov (coincidente apellido con el de un célebre disidente de la casi extinta URSS, pues Trump parece interesado en darle oxígeno), donde ella desde la superioridad moral de la que se siente acreedora como paradójica prostituta que se arraiga en los valores feministas anti falocéntricos, lo insulta, y luego en la conmovedora secuencia final en que él le devuelve el anillo de bodas y en la que se abrazan mientras ella llora bajo la conciencia de toda su devastación.

Pero Ani, Vanya, Igor, Toros y los Zakharov no son únicamente los personajes de un retrato un poco hiperbolizado como toda comedia, sino símbolos feroces de nuestra actualidad: no solo Ani, sino todas las chicas del night club donde los protagonistas se encuentran, comparten un imaginario de deseos, entorno, status que no difiere prácticamente del que puedan tener nuestras hijas en los pasillos de una universidad, detrás de un mostrador de una pizzería o de una venta de teléfonos de última generación. Es de oro ese diálogo entre Ani y una de sus compañeras sobre las princesas Disney como parte de su ideal de logro en la vida, así como el compulsivo apego de Vanya a su control remoto, incluso mientras tiene sexo, su inmadurez incluso sexual, que Ani aprovecha para instruirlo sentimentalmente, la envidia de su rival en el burdel, la ya comentada dependencia servil de los esbirros a sus amos, lo insoportablemente prepotentes y abusadores que estos son. El mito de Cenicienta ni está extinto ni deja de tener lecturas y resonancias quirúrgicamente contemporáneas. Anora es genialmente una de ellas.

Einar Goyo Ponte
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