La misantropía y el teatro del poder

José Gregorio Silva
Por:
José Gregorio Silva - Coordinador de edición
5 Min de lectura

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Durante años sentí una especie de repulsión inexplicable por la humanidad. No era odio visceral, sino una especie de desilusión persistente. Una misantropía silenciosa. Veía las noticias, las redes sociales, los debates públicos y todo me parecía una farsa. Hoy, esa repulsión ha mutado. No desapareció del todo, pero encontró una dirección: el deseo de trascendencia. Trascender lo humano. Porque si esto es lo mejor que podemos ser, entonces urge que seamos otra cosa.

Vivimos en un momento grotesco. El liderazgo global parece un circo mal armado. Políticos que se comportan como influencers, decisiones que parecen memes, y figuras como Donald Trump que convierten la gestión del poder en un espectáculo de polarización y negación de la realidad. A esto se suman episodios insólitos, como la cachetada de la primera dama francesa, Brigitte Macron, a Emmanuel Macron durante una visita a Vietnam —un golpe literal y simbólico a la imagen del poder. Captado en cámara, el gesto fue leído como montaje, como broma, como meme… pero terminó siendo aceptado como real. Si hasta el presidente de la llamada cuna de la civilización occidental recibe un manotazo inesperado, ¿no estamos ante una crisis de credibilidad global?

Y mientras pensaba en todo esto, recordé una serie que vi hace poco: Love, Death & Robots. Más que ficción, me pareció un comentario —del fracaso humano, pero también de sus posibilidades.

Por ejemplo, en Three Robots, vemos una civilización extinguida y tres máquinas que caminan entre las ruinas humanas con una mezcla de ironía y compasión. En Pop Squad (o Respuesta Evolutiva), se plantea una pregunta fundamental: ¿vale la pena perpetuar a la especie humana si ya no se le permite vivir con dignidad?

Pero tal vez el episodio más revelador —y más íntimo, al menos para mí— sea Zima Blue (Piezas Únicas). En él, una conciencia artificial que ha sido mejorada durante generaciones se convierte en un artista de fama galáctica. Su obra, colosal y compleja empieza a volverse cada vez más minimalista, hasta reducirse a un solo gesto, una sola idea: el Zima Blue, un color profundo que representa un anhelo inefable. Zima, ese ser casi divino, no busca el exceso, sino el regreso. Quiere volver al gesto más simple y sincero de su existencia: limpiar una piscina. Porque ese acto, tan humilde, fue el único que tuvo verdadero sentido.

Y en ese gesto, se hace presente una antigua enseñanza zen:

“Al principio, las montañas son montañas. Luego, las montañas dejan de ser montañas. Finalmente, las montañas vuelven a ser montañas”.

Es decir: al principio todo parece simple. Luego, la complejidad del mundo —el dolor, la farsa, la contradicción— nos desorienta. Pero si atravesamos ese caos, podemos regresar a la simplicidad con una mirada distinta. Más plena. Más lúcida. Zima no vuelve al punto de partida, sino que completa un ciclo. Como ese gesto de limpiar, que ya no es inocente, sino profundamente consciente.

Ahí está el núcleo de todo esto.

Nuestros líderes representan una humanidad estancada, aferrada al ego, al conflicto, al ruido. Desde un Trump virulento hasta un presidente francés abofeteado frente al mundo y el coqueteo con sistemas dictatoriales en Latinoamérica, el poder se ha vuelto un espectáculo impotente.

Lo posthumano, entonces, ya no es una fantasía de ciencia ficción: es una necesidad filosófica. Tal vez esa repulsión que sentí —y que muchos sentimos— no sea odio, sino una alerta. Una señal de que no podemos seguir siendo los mismos.

Si queremos sobrevivir al caos que nosotros mismos creamos, no basta con reformar el sistema: hay que rediseñarnos. Éticamente, tecnológicamente, espiritualmente.

Quizás por eso ya no me siento misántropo. Porque empiezo a ver que el ser humano no es el final de la historia. Es apenas el primer borrador. Y como Zima, tal vez lo más sabio que podamos hacer no sea seguir construyendo hacia arriba, sino aprender a volver con propósito —aunque ese regreso nos exija aceptar la cachetada final de nuestra propia comedia.

José Gregorio Silva
José Gregorio Silva - Coordinador de edición
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