El Parque Nacional Morrocoy, en el estado Falcón, representa uno de los ecosistemas marino-costeros más importantes de Venezuela. Sus cayos e islotes poseen aguas cristalinas con formaciones arrecifales que sostienen una biodiversidad única en la región. Sin embargo, el aumento de turistas en la región ha generado impactos negativos sobre estos entornos frágiles, afectando la resiliencia de los ecosistemas y su capacidad de regeneración natural.
Cayo Muerto, por su cercanía al poblado de Chichiriviche, recibe una constante afluencia de visitantes, concentrada en zonas como el denominado “camino de Moisés”, una franja de fondo arenoso que ha ganado viralidad en las redes sociales debido a que, durante la marea baja, queda parcialmente expuesta y permite el paso a pie entre sectores del cayo.
Independientemente de si el lugar se formó de manera natural o por el tránsito humano, especialistas en ecología y defensores ambientales coinciden en que su uso reiterado, y sin conciencia de los posibles efectos físicos, podría generar perturbaciones sostenidas sobre los arrecifes y praderas de hierbas marinas de gran relevancia ecológica, originadas hace aproximadamente 6.000 años.
La profesora e investigadora Ana Teresa Herrera-Reveles, bióloga especialista en sistemas socioecológicos de la Universidad Central de Venezuela (UCV), señaló que promover actividades sin considerar el estado de vulnerabilidad del ecosistema acelera su degradación y dificulta su recuperación natural.
“Los corales constituyen hábitats tridimensionales y presentan tasas de crecimiento inferiores a cinco centímetros por año. Un solo paso sobre estos organismos puede destruir en minutos lo que tardó décadas en consolidarse”, expresó para El Diario.
Consecuencias en la cadena ecológica
Herrera-Reveles considera que la degradación de los arrecifes interrumpe la continuidad ecológica que sostiene la vida marina en Morrocoy. La pérdida de corales no solo implica la desaparición de hábitats, sino también el desequilibrio de las relaciones entre especies. Esa fragilidad acumulada, a su juicio, deja al parque cada vez más expuesto al impacto del turismo descontrolado.
“Los arrecifes funcionan como nodos dentro de una red que incluye manglares y praderas de hierbas marinas, sistemas que actúan como zonas de crianza para juveniles de peces, camarones y cangrejos. La fragmentación de estos hábitats interconectados limita la dispersión natural de los organismos y altera procesos vitales como la reproducción y la migración”, acotó.
La profesora explicó que los sistemas del fondo marino en los cayos de Morrocoy no son estructuras inertes, sino tejidos vivos formados por hierbas marinas, algas, corales y raíces de manglar. Señaló que incluso las zonas compuestas por arena, coral muerto o escombros coralinos funcionan como refugio para numerosas especies que cumplen roles clave en la estabilidad de los ecosistemas.
En ese sentido, Herrera-Reveles precisó que las áreas de coral muerto mantienen una función ecológica fundamental. “Sus esqueletos conservan la complejidad estructural del hábitat y ofrecen refugio a organismos juveniles, incluidos peces de interés pesquero. “Estas superficies sirven como sustrato viable para el asentamiento de nuevos corales, que, si logran sobrevivir, pueden contribuir a la regeneración natural del arrecife. La alteración física de estos fondos compromete no solo la biodiversidad presente, sino también los procesos de recuperación y resiliencia del ecosistema marino”, apuntó.
Sobrecarga turística y presión sobre Los Juanes
Otro de los problemas ambientales señalados por Herrera-Reveles se concentra en el sector de Los Juanes, un espacio caracterizado por aguas someras, arrecifes y manglares cercanos a playas que sirven de refugio a aves, reptiles y mamíferos, muchos de ellos en estado crítico de extinción. Además, la investigadora afirmó que el cayo funciona como paso natural para tortugas marinas que utilizan las costas del parque para anidar, lo que refuerza su relevancia ecológica.
Pese a su fragilidad, el área recibe una afluencia masiva de visitantes durante los fines de semana. La acumulación de embarcaciones, el ruido constante y la presencia prolongada de turistas alteran la conducta de la fauna, generan estrés y dificultan los ciclos de reproducción de las especies que dependen de este entorno.
“La aglomeración de turistas en espacios como ‘la piscina’, sumada a su permanencia prolongada, incrementa el riesgo de contaminación y supera la capacidad de carga del ecosistema”, refirió Herrera-Reveles.
La especialista citó estudios recientes que calculan que la capacidad de carga para Los Juanes es de 320 personas por día, un límite diseñado para proteger la fragilidad de los bancos arenosos, los manglares y la fauna asociada. Sin embargo, según registros de monitoreo realizados por investigadores y autoridades ambientales, se han detectado jornadas con hasta 2.800 visitantes y 456 embarcaciones, lo que supera ampliamente lo que el ecosistema puede tolerar.
Herrera-Reveles advierte que la sobrecarga turística puede disminuir la capacidad de recuperación de los hábitats y reducir la resiliencia de especies vulnerables al provocar un impacto acumulativo que amenaza tanto a la fauna local como a la calidad del entorno natural y la experiencia turística.
“Esta incidencia representa una sobrecarga del 88 % respecto a lo que el sistema puede tolerar. Pero debemos aclarar que esta cifra no es fija, ya que varía según las condiciones climáticas, las degradaciones acumuladas —tanto humanas como naturales— y los cambios biológicos en áreas adyacentes. Por ello, la capacidad de carga actual podría ser incluso menor a la estimada, lo que resulta especialmente preocupante ante el crecimiento sostenido de embarcaciones y visitantes cada año”, sostuvo.
Impactos en refugios de fauna terrestre y aves
La intervención humana también alcanza a los espacios destinados a la conservación, como el Refugio de Fauna Silvestre Cuare. Los tendidos eléctricos, de hasta 20 metros, atraviesan zonas críticas y generan colisiones fatales, lo que obliga a aves migratorias y residentes a modificar sus rutas de vuelo y alterar sus patrones migratorios. Herrera-Reveles agregó que flamencos, fragatas y garzas se ven especialmente afectados, con consecuencias directas sobre la reproducción y la supervivencia de sus poblaciones.
Advirtió también que aunque Cuare cuenta con estrictas restricciones al turismo recreativo y reconocimientos internacionales como Sitio Ramsar y Área de Importancia para la Conservación de las Aves (AICA), la instalación de estas estructuras vulnera la función del refugio como zona de alimentación, descanso y dormidero.
“Las torres eléctricas atraviesan zonas críticas para la vida de las aves y carecen de dispositivos de señalización que les permitan detectar los cables. Esto provoca múltiples colisiones fatales y obliga a las especies a alterar sus desplazamientos diarios y estacionales, lo que afecta su supervivencia y capacidad reproductiva”, dijo la especialista.
La investigadora señaló que mejorar la visibilidad de los cables podría reducir algunas colisiones, pero esta medida no resuelve el problema de fondo.
Herrera-Reveles añadió que existen alternativas viables para llevar el suministro eléctrico a la población de Chichiriviche sin atravesar el refugio, como el uso de cableado subterráneo o el trazado por la carretera de servicio ubicada fuera del área protegida.
“Replantear el diseño del tendido eléctrico no solo favorecería la conservación de las aves, sino que también garantizaría un suministro seguro para la población. Las aves desempeñan funciones ecológicas esenciales —polinización, dispersión de semillas, reciclaje de nutrientes y control de plagas— que sostienen la habitabilidad del planeta, y su disminución compromete directamente nuestra capacidad de supervivencia como especie”, reiteró la profesora.
En el mundo, los tendidos eléctricos constituyen una de las principales causas de mortalidad no natural de aves. Según Herrera-Reveles, en Suramérica al menos 85 especies se encuentran amenazadas por estas estructuras, mientras que a escala mundial se estima que hasta mil millones de aves mueren cada año por colisiones con líneas eléctricas.
Educación ambiental y corresponsabilidad ciudadana
La reducción de los impactos humanos sobre el Parque Nacional Morrocoy y el Refugio de Fauna Silvestre Cuare requiere medidas que integren conservación, educación ambiental y participación ciudadana.
Las áreas protegidas cuentan con un régimen legal especial, pero sin restricciones efectivas, la investigadora advierte que estas actividades seguirán generando daños y comprometiendo la capacidad de los ecosistemas para mantener la biodiversidad.
Herrera-Reveles enfatizó que promover un turismo ecológico auténtico y responsable es prioritario. “Las actividades deben enfocarse en el conocimiento y la contemplación de la naturaleza, evitando interacciones invasivas con la fauna. No se debe confundir el turismo ecológico con modalidades de aventura o contacto directo con la naturaleza, que pueden poner en riesgo los ecosistemas si no se aplican criterios científicos y regulaciones específicas”, indicó.
La especialista agregó que la ciudadanía puede contribuir mediante prácticas sostenibles, difusión de información verificada y respaldo a proyectos liderados por universidades y organizaciones ambientalistas. “Apoyar instituciones científicas y fortalecer la articulación entre sociedad y conservación garantiza que las decisiones se basen en evidencia confiable y permite sostener procesos de investigación, educación y conservación con recursos limitados”, afirmó.
Herrera-Reveles señaló que el equilibrio entre desarrollo económico y conservación requiere políticas claras y planificación que considere los límites ecológicos.
Finalmente, la especialista pidió respaldar el trabajo de instituciones como Inparques es clave para detener la degradación de los ecosistemas. “Que el amor por nuestros paisajes se traduzca en conocimiento, diálogo y cambio. Porque cada paso consciente, cada decisión informada, puede ser una ofrenda de regeneración para los ecosistemas que nos sostienen —y para el futuro que queremos habitar”, concluyó.