• Las situaciones que vivió desde que era niña la marcaron. Sin embargo, cada una de esas pequeñas caídas la ayudaron a convertirse en escritora y poeta. Los libros se convirtieron en su día a día y cada uno de ellos representa una pieza fundamental en su crecimiento

Sus manos tiemblan mientras habla o realiza alguna actividad. Su voz es baja, la mirada la desvía un poco cuando tiene que hablar sobre su vida  y los momentos que han marcado su camino en la narrativa literaria. Su andar es un poco inestable, pero no por la edad. Su condición motora es una de las tantas cosas que ha hecho que Jacqueline Goldberg se haya refugiado en la escritura para sentirse segura. 

Goldberg empezó a escribir relatos a los 10 años de edad, no como un impulso repentino, sino como un mecanismo de desahogo entre tantas cosas que le ocurrían. Sus compañeros de escuela se burlaban de ella por su estatura y por lo temblorosas que son sus manos. Sin embargo, sus padres siempre trataron de darle una infancia llena de buenos momentos que la llenaran de fortaleza para continuar haciendo las cosas que le gustaban. 

A los 12 años empezó con la poesía, un género que la guió en el inicio del camino de su adolescencia. Cuenta que los poemas que escribía en ese entonces eran sobre amor, cursilerías, pero también tenían que ver con su discapacidad y con el rechazo por parte de sus compañeros de estudio. 

Durante esos años la escritura fue un refugio para mí y lo sigue siendo. La escritura es un espacio de intimidad mental, espiritual, donde uno decide decir o simplemente no decir porque el mundo nos está exigiendo caras, respuestas, palabras y opiniones”, asegura.

En las páginas en las que plasmaba sus relatos y sus poemas construía su propio universo. Desde que emprendió el camino de la literatura no ha parado de escribir, tampoco ha habido momento alguno en el que no lea unas líneas de algún libro.

Comenta que en su familia son judíos, pero nunca fueron practicantes. “Mi papá decía que era ateo por todo lo que le pasó durante la guerra, que no podía haber un Dios detrás de ese horror. A estas alturas me gusta lo que soy porque puede ver las cosas sin ninguna atadura religiosa”, dice.

Es pensativa cuando intenta recordar cuál fue el primer libro que sus ojos devoraron. Sube la mirada para intentar recordar el momento exacto en el que tuvo entre sus manos el primer escrito, esa primera conexión que sintió para llegar a elegir el camino que la ha llevado hasta ahora. Goldberg asegura que los demás escritores quizás ocultarían el primer libro que leyeron o el primero que compraron, pero ese no es su caso. 

20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, la primera de tantas obras que marcarían su vida, a pesar de que no lo considera como el más relevante, asegura que ese fue el primer paso que dio para establecer una relación con la poesía. 

“Fue el primer libro que yo compré con dinero que le pedí a mis padres. Me fui a la librería que había a la vuelta de la casa, ese era el libro que había y lo compré. Yo quería leer poesía y eso fue lo que conseguí”, cuenta mientras sonríe al recordar ese instante, mientras sus manos tiemblan, como de costumbre. 

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Por su biblioteca personal han pasado numerosas obras literarias y distintos poemas. Muchos los considera como libros del camino y tantos otros como los que han marcado su vida profundamente. En su lista destacan Pedro Páramo, de Juan Rulfo; La muerte de Virgilio, de Hermann Broch; Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar y Textos del desalojo, de Antonia Palacios. 

Cuando le preguntan acerca de libros que deba recomendar a las personas se queda muy pensativa, levanta la mirada y se ríe. “Me he vuelto un poco promiscua con la lectura, tengo al menos cinco libros abiertos”, dice con una sonrisa tímida. 

Foto: Víctor Salazar

Además de los libros que han marcado distintas épocas de su vida, considera que El Diario de Ana Frank es una obra que todas las personas de cualquier edad deben leer. “Es un libro importante en todo momento, no porque sea el único sobre esa época y sobre esa situación, ese libro le cambia la vida a cada quien”, apunta.  

La literatura se ha convertido en su día a día, en una pieza fundamental en su crecimiento, el aspecto que la ayudó a madurar en su adolescencia y le dio una forma de no crearle dolores de cabeza a sus padres. 

La literatura para mí significa todo porque eso es lo que hago desde hace muchos años. Incluso cuando pareciera que estoy trabajando en algo que no es literatura, sigue siendo literatura”, dice con palabras cargadas de convicción.

En la actualidad muchas personas han abandonado la lectura por otras actividades. Sin embargo, considera que no importa lo que estén leyendo porque lo fundamental es tener el hábito. Ve los libros como un lugar para refugiarse y, a su juicio, luego de que una persona consigue el escape entre unas páginas, seguirá siempre por ese camino. 

De Maracaibo a Caracas: la transformación de una escritora

Jacqueline Goldberg tiene una historia particular cuando de estudios superiores se trata. Fue una joven que transitó por un camino que desde el primer momento supo que no era el ideal para ella,  aunque no se arrepiente de tomar esa decisión, pues fue precisamente ese camino el que la trajo a donde se encuentra ahora. 

Comenta que siempre estuvo segura que para ella era esencial la formación académica y tener una visión múltiple de las cosas. Empezó estudiando Economía en La Universidad del Zulia (LUZ), pero en el primer semestre de la carrera se dio cuenta de que no quería pasar toda su vida haciendo lo que había visto en ese corto período. Fue en ese momento en el que decidió cambiarse a la carrera de Letras. 

A pesar de que en aquel entonces lo vio como una buena decisión, actualmente cree que se equivocó porque debió irse para la Escuela de Comunicación Social. Recuerda que en algún momento pensó en hacerlo, pero a medida que avanzaba académicamente, la idea de otro cambio le resultaba tediosa. Aun así, no se arrepiente de su decisión, pues ha alcanzado varias metas en su trayecto. 

Tuvo su primer acercamiento al periodismo cuando era estudiante. Goldberg logró trabajar en algunos medios de la zona y ahí fue cuando se dio cuenta que ambas profesiones pueden ir de la mano. El Otro Papel, un suplemento cultural del Diario Crítica (1986); Revista Babilonia (1987), donde fue coordinadora de las páginas literarias y revista Contexto Zuliano, órgano informativo de la Editorial de La Universidad del Zulia (1988), fueron algunos de los primeros pasos periodísticos que dio en su ciudad natal.  

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Foto: Víctor Salazar

Mientras cursaba su carrera universitaria tomó alguno que otro trabajo e intentó escribir una de sus primeras obras. En el año 1985 publicó Treinta soles desaparecidos, obra que, dice entre risas, agradece esté como su nombre, “desaparecida”.

Un año después de graduarse— como la primera de su promoción en el año 1990 — de la Facultad de Letras en LUZ, tomó la decisión de de conseguir su camino en otra ciudad, un poco diferente a lo que estaba acostumbrada. Ya a sus 24 años quería salir de Maracaibo, por lo que aplicó para una beca en la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho para ir a estudiar Museología en España.

“No salí en la lista para la beca. En ese momento vi un aviso en el periódico que indicaba que estaban buscando a alguien en el Museo Alejandro Otero,  que estaba iniciando. En ese momento pensé ‘no me fui de Venezuela, pero me voy a ir a Caracas’. Sentí una gran necesidad de irme de Maracaibo”, cuenta. Goldberg recuerda que cuando vio el aviso fue como un mensaje, que lo que faltaba era que dijera su nombre. 

Se trasladó a la capital para iniciar en el museo. Unos meses después recibió una llamada en la que le decían que sí había conseguido la beca, pero había perdido el momento de empezar. “Era tanto lo que estaba aprendiendo en el museo que preferí quedarme que tomar la opción de dejar todo lo que había hecho”. 

Asegura que no es momento de decir si hizo bien o mal, debido a que eso fue lo que sintió en ese momento. “Supongo que estuvo bien porque si no, no estaría aquí, no tendría a mi esposo, no tendría a mi hijo, no tendría mi trabajo. Son las cosas del destino”.  

Se siente afortunada por todo lo que ha logrado. Piensa en los pasillos del museo y los recuerda con mucha emoción, pues desde ese momento empezó a escribir su propia historia, pero siempre teniendo presente a sus padres, sus amigos y alguna que otra costumbre marabina.

Para el año 1998 recibió su doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad Central de Venezuela. Luego de que culminó el pregrado sintió que quería un nivel superior, necesitaba un espacio de reflexión y de diálogo con otras personas. 

“Necesitaba algo que me organizara, que me sistematizara porque todo lo que yo leí en ese doctorado no lo habría leído por mi cuenta. Me hubiese puesto a leer cosas de ficción.”  

Luego de su paso por el Museo Alejandro Otero, llegó a los pasillos del Instituto Armando Reverón como jefe de la oficina de Extensión y Relaciones, donde cumplía algunas funciones de investigación, pero lo que realmente quería hacer era escribir. Simultáneo a esto también trabajaba en la revista Versiones y Diversiones de Ateneístas Amigos del Ateneo de Caracas, donde logró ser la coordinadora editorial y creadora del proyecto.  

En la actualidad es la gerente editorial en la Fundación La Poeteca, se ha encargado de siete publicaciones de poetas y de los dos últimos concursos de Rafael Cadenas. Además de la realización de eventos, asegura que hace desde recibir a las personas hasta rodar una silla, si hace falta. 

“Siento que es mi casa, una bendición. Es un oasis que tenemos en Caracas en este momento”, expresa mientras mira los alrededores de la pequeña sala en la que está sentada. Comenta que en ocasiones va a la instalaciones de La Poeteca antes de empezar a trabajar para relajarse un rato, sentarse a leer algún libro o poemario.  

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Foto: Víctor Salazar

Un punto importante en la vida de Jacqueline Goldberg es la familia. Para la época en la recibió su doctorado en la UCV conoció al arquitecto Hernán Zamora, también poeta y profesor universitario, con quien tiene 20 años de matrimonio. “Fue amor a primerísima vista”, recuerda. No habla mucho acerca de su relación, pero al preguntarle sobre su hijo entrelaza sus manos y se toca el pecho con orgullo. 

“Puedo estar media hora hablando de él. Mi hijo es una maravilla y es una bendición muy grande poder verlo”, dice. Santiago de 19 años de edad estudia ingeniería de sonido y producción musical. Jacqueline agradece seguir teniendo a su hijo con ella.

No cree que su impulso hacia la música esté relacionado porque ella esté inmersa en el mundo cultural. Considera que los jóvenes hoy en día no tiene un chip hereditario, pero lo que sí asegura es que su conexión con la música se debe a que en casa siempre se escuchaba alguna que otra canción. Además desde que era bebé estaba en recitales de poesía y quizás eso tuvo que ver. “Pudo haber sido escritor, pero eligió la música”.

Una pizca de periodismo

Jacqueline Goldberg hace énfasis en lo mucho que siempre le ha gustado el periodismo, una labor que mira con respeto desde su escritorio. En Caracas se le abrieron muchas puertas, pero hay una en particular que marcó significativamente su crecimiento profesional. “Tuve la fortuna de entrar en la revista Exceso, ese es un cuento que me encanta echar”, comenta con una enorme sonrisa, que hace subir un poco sus lentes. 

“Un contacto le habló de mí a las personas de la revista. Me llamaron un domingo en la mañana, muy temprano, y quedamos en vernos el lunes pero yo le dije ‘mire, yo no soy periodista’ y el mismo Ben Amí Fihman me dijo lo siguiente: Ni Gabriel García Márquez ni yo estamos graduados de periodistas. Mi respuesta fue un ‘ok’ y fui a esa reunión”, recuerda con mucha alegría pues fue uno de los mejores retos laborales que pudo aceptar en ese momento.

La revista significó mucho para Jacqueline. Fue una experiencia que le sacó muchas lágrimas “porque trabajar allí no era fácil”. Afirma que era un exigencia enorme y considera que en ese momento pensaba que por no ser egresada de una Escuela de Comunicación Social podría estar limitada. 

Afirma que la investigación que se practicaba en Exceso era pionero y  que es el que muchos medios intentan seguir haciendo en la actualidad. Goldberg agradece a la revista que le permitiera dejarla hacer las cosas que le gustaban en ese momento.

“Hacía ese periodismo que tomaba en cuenta al personaje, el que permitía usar el lenguaje, porque nadie en ese momento permitía que uno escribiera con metáforas. Era libertad”, expresa. 

Asegura que a estas alturas de su vida no le gusta llamarse a sí misma periodista. Respeta mucho el oficio y considera que hay muchas personas fajadas en la calle haciendo cosas que ella no hace y no cree que vaya a hacer. 

Foto: Víctor Salazar

Sin embargo, intenta mantener su lazo con el periodismo. Cuenta una que otro relato en sus publicaciones, como es el caso de sus historias en La Vida de Nos, donde escribe algunas crónicas con cierta frecuencia. 

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Más allá de la escritura

Cuando estaba pequeña veía detenidamente a su padre en la cocina aunque no habla mucho sobre eso. El olor de la comida recién hecha la cautivaba, pues asegura, que desde muy pequeña tiene un buen sentido para los alimentos.

Su papá compraba alguno que otro libro de cocina, veía los pocos programas de gastronomía que se encontraban en la televisión en esa época. Le gusta leer y hablar de gastronomía, lee las recetas de cocina como si fueran relatos de ficción o poemarios, y también se imagina cada detalle de lo que dicen esas líneas. 

Cuando estuvo en la revista Exceso, le pedían algunos trabajos para la revista Cocina y Vino. Desde ese momento agregó a su lista de pasiones el escribir sobre gastronomía. Empezó haciendo algunas traducciones de recetarios, lo que permitió que su apetito por la buena comida creciera cada día más. 

Recuerda que cuando hacía traducciones de recetas como Cigalas a la Champagne, ella veía su envase Tupperware con lo que se iba a comer en el almuerzo y la hacía pensar en querer algo más que la comida que había llevado. Por cada recetario que veía se imaginaba todo lo que podía hacer para satisfacer su paladar.“Y ya no podía llegar a mi casa y comer cualquier cosa, yo quería comer bien”. 

Venezuela, su hogar

Diariamente piensa si vale la pena seguir en el país, pero asegura que en todas esas ocasiones decide quedarse para trabajar en lo que hace y acompañar a su familia. Afirma que ninguna persona tiene por qué irse de su país, pero algo que está latente en la sociedad. 

“Hay gente que me saluda y me pregunta dónde tengo a mi hijo y mi respuesta es que está en mi casa, dónde más va a estar. Lo preguntan como si fuese muy natural que no estuviera aquí”, cuenta. 

Agrega que Santiago no quiere irse de Venezuela, quiere continuar sus estudios y seguir con sus dos grupos de música. Enfatiza que su hijo está feliz, pero el tema de la migración siempre está en el ambiente y todos los días se puede renovar la decisión de quedarse o irse. 

Para Jacqueline existen demasiados tópicos para el tema de la migración. A su juicio, en el país hay gente que se ha quedado para seguir haciendo lo que les gusta y luego están los que se fueron y hacen lo que necesitan hacer para ayudar a su familia. “Yo no dejo de ver con asombroso todo lo que está pasando”. 

“Estamos muy sensibles y uno escribe algo en las redes y salen todos a comentar. Es muy gracioso porque algunas veces pongo un poema de alguien que no lo escribo pensando en algo político y de todas maneras le dan la vuelta por ahí y me responden. Todos le estamos dando la vuelta a las cosas hacia la política”, 

La situación que atraviesa el país la pone nostálgica por como eran las cosas antes de tanto caos. Reitera que no quiere irse del país.

Es hija de inmigrantes y sabe lo que cuesta levantarse y adaptarse en un país al que no se pertenece. Con los ojos fijos en la pared expresa su mayor deseo para Venezuela, quiere algo como La Poeteca, donde solo hay prosperidad y buenas noticias.

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