- Máquinas dañadas, fallas en los servicios básicos, escasez de medicamentos y la pandemia por Covid-19 limitan los tratamientos que los pacientes renales venezolanos requieren para sobrevivir
Hace 14 años el periodista zuliano Julio Gutiérrez recibió un trasplante de riñon y abandonó las salas de diálisis como paciente. Sin embargo, hace algún tiempo sintió el compromiso de ayudar a quienes todavía necesitan ese tratamiento en Maracaibo.
En el año 2019 recorrió cinco centros de diálisis en la ciudad, todos ellos tenían al menos la mitad de las máquinas dañadas. Además, los pacientes debían lidiar con las fallas de insumos, agua y electricidad.
Gutiérrez admitió que en 2020 las condiciones de los centros de diálisis han empeorado y ahora, con la pandemia por Covid-19, las vidas de muchos pacientes renales venezolanos corren un mayor riesgo.

La falta de combustible y de transporte también ha influido en la atención de los pacientes, porque impide que lleguen a tiempo a los tratamientos y los días que sea necesario.
Gutiérrez explicó que un paciente renal debe ir a diálisis al menos tres veces a la semana y cada sesión debe durar entre tres horas y media y cuatro horas para que la terapia funcione adecuadamente. No obstante, el tiempo de las diálisis se ha reducido en casi todos los centros de atención en la ciudad.
La reducción en el tiempo de las diálisis causó la muerte de seis pacientes en el pasado mes de mayo. Estas personas se dializaron en el Centro de Diálisis de Occidente (CDO).
Gutiérrez aseguró que la unidad de diálisis de este centro asistencial está en el noveno piso, mientras que las personas con Covid-19 están hospitalizadas en los pisos 4, 5, 6 y 7. Además, detalló que solo dos de los ascensores del hospital funcionan de manera intermitente.
“A los pacientes de diálisis les da terror subirse a esos ascensores, porque por ahí suben a los casos de coronavirus y subir por las escaleras implica pasar por los cuatro pisos con los hospitalizados, donde no hay paredes ni vidrios que separan las escaleras. Además poner a un paciente renal a subir y luego bajar nueve pisos por escalera no es fácil”, añadió.
Aunque Gutiérrez dejó atrás aquellos días en los que se dializaba, sigue apoyando a quienes todavía lo hacen a través de la denuncia y la visibilización. Conocer de primera mano la realidad que atraviesan estos pacientes crónicos le da una forma única de ver el problema, por eso espera que las condiciones de las diálisis mejoren en el país.
Dializarse en tiempos de coronavirus
Desde que fue diagnosticada recibió tratamientos orales y cuando tenía 26 años de edad fue sometida a una nefrectomía superior derecha, con la esperanza de que su calidad de vida mejorará, pero una semana después de la cirugía presentó alteraciones en los valores lo que la obligó a iniciar un tratamiento de diálisis.
Alvarado llegó al Centro Médico Madre Emilia en enero de este año, después de retirarse del Centro de Dialisis Jayor, ubicado en la avenida San Martín, donde no había atención médica para todos los pacientes, también había fallas en las máquinas y en los tanques de osmosis, que surten con agua a las máquinas.
Sin embargo, el cambio de centro asistencial no representó mayor alivio, pues las condiciones del nuevo lugar también se ven afectadas por fallas en los servicios y escasez de insumos, problemas que se agudizaron con la llegada del Covid-19 al país.

La educadora admitió que durante la cuarentena algunas veces ha sido ofendida y humillada por transportistas y recolectores por no pagar el pasaje completo, a pesar de que ella muestra un carnet que confirma su condición de salud crónica.
Aunque le resulta difícil cumplir con su tratamiento, Alvarado no puede darse el lujo de suspenderlo, porque su vida correría más riesgo aún.
“Si no recibo la diálisis me puedo descompensar, se elevarían mis valores, sobre todo los de urea y creatinina que son toxinas peligrosas que se alojan en la sangre”, añadió.
Confiesa que el servicio de agua es deficiente en su vivienda, por lo que debe hacer hasta lo imposible para cuidar su higiene. “Tengo un catéter y debo cuidarme mucho y hacerle limpieza todos los días”, agregó.
Antes de salir a sus diálisis se encomienda a Dios, aunque es muy devota cree que las personas deben poner de su parte para protegerse durante la pandemia, pues asegura que cualquiera es vulnerable a contagiarse.
El dolor como impulso
Carlos Arciniegas vivió de cerca las dificultades que afrontan los pacientes renales venezolanos. Él acompañó a su esposa, quien tenía esta condición, a sus diálisis hasta que falleció en noviembre del año 2019.
La pareja de Arciniegas recibía su tratamiento en la unidad de Nefrología del Hospital Central de Maracay, estado Aragua, pese que tuvo que despedirse de ella, el hombre mantiene contacto con otros pacientes de la unidad e intenta ayudarlos en lo que puede.
Con la presencia del coronavirus en el país, el futuro de los pacientes renales venezolanos es incierto, pues quienes conocen su realidad aseguran que durante años han sido ignorados por el Estado, que permitió la suspensión el Programa de Procura de Órganos en 2017 y ahora el deterioro de las unidades de diálisis que los mantienen con vida.